EL PERSONAJE
Estudiaba comunicación cuando el destino la puso de frente a la música. Desde 2013 es cantante de Mala Tuya y el año pasado hizo su primera gira solista por todo el país.
Soledad Ramírez todavía guarda la caja de zapatos donde tiene su colección de casetes de la infancia. Crecer en los años noventa significa que ese surtido de cintas va desde música instrumental de la Pantera Rosa a su querida Shakira o la nostalgia de Canciones Para No Dormir la Siesta o Xuxa. Y claro, Chiquititas, porque más allá de todas las críticas que hoy suscite, de la niñez en el Río de la Plata de esa década no se sale sin haber idolatrado en algún momento a Cris Morena o a alguno de los suyos.
Por lo que le cuentan o por la prueba irrefutable de los VHS de la familia, Soledad sabe que de niña era “un resorte saltando siempre”. Dentro de casa era histriónica y podía pasarse las horas escuchando canciones y cantándolas. Tal vez en esa caja de zapatos, o quizá en otra, pero en algún lugar —está segura— hay algunos casetes que son otra prueba, la de que en ese histrionismo había un deseo escondido por cantar.
“Tenía un disco de Christina Aguilera y le copiaba todos los arreglos vocales. Quería cantar exactamente igual, con los melismas —sin saber qué era un melisma (la técnica de cambiar la altura musical de una sílaba en una canción) por entonces—. Entonces me grababa en un casete y me escuchaba, y me escuchaba. Escuchaba y repetía tanto ese disco que hoy si ponés una canción, ya sé la siguiente. Lo hacía como un juego, pero no dejaba de ser un trabajo de autocrítica, de ‘me gustó no me gustó, lo grabo de nuevo’. Y pasaba horas, era mi propio estudio”, recuerda y ríe.
Para Soledad todo ha sucedido siempre entre un juego y un examen. El juego en el goce, el examen en la expectativa del qué dirán. La tarea más difícil ha sido, si se quiere, lograr el equilibrio para que lo segundo no anule la potencia de lo primero. Dice que de chiquita y por mucho tiempo en su adolescencia convivía con esa personalidad vívida, y el opuesto que era ser tímida. No le costaba hacer amigos e incluso se adaptaba a los cambios de colegio, pero no se sentía bien si sobresalía. Entonces lo camufló.
En su familia todos sabían que podía cantar, tal vez porque la puerta de su cuarto era más endeble de lo que creía y sus prácticas de Christina Aguilera se escuchaban por toda la casa. Pero pararse frente a alguien más, así fuera su padre que guitarreaba y cantaba todo el tiempo en casa o en encuentros familiares, no sucedía. “En el colegio, por ejemplo, yo hacía todo: gimnasia artística, patín, scout, teatro, quería ser animadora. Eso me fue ayudando a desarrollar mi personalidad, a animarme a mostrarme. Sin embargo, me pasaba hasta en el salón que sabía la respuesta y no levantaba la mano”.
La única actividad artística que no la avergonzaba era el teatro. Ahí, dice, está la excusa de “hacer de alguien más”. Hizo talleres en el colegio, la escuela de teatro de El Tinglado y una carrera de actuación frente a cámara. Antes de pararse ante el público los nervios la carcomían al punto de desear estar en cualquier lugar menos ahí, pero una vez arriba del escenario algo dentro de ella se alineaba y sentía que era el lugar correcto, que no podía estar en otro lado. Una sensación que se repitió años más tarde.
Mala Tuya
Tenía 21 años y la vida ya no se trataba de su dormitorio ni de grabarse en casetes, ni siquiera pensaba en el canto como posibilidad. Estaba por terminar la carrera de comunicación organizacional. Los tiempos extras eran para estudiar inglés, trabajar en su pasantía, vender rifas para hacer su primer viaje y compartir tiempo con sus seres queridos. “Mis días empezaban de mañana y terminaban a las 22.00”. Y a las 22.00, con un mate y pandereta de por medio y sin conocer a nadie más que a Juanfra Saralegui fue el primer ensayo de Mala Tuya.
De nuevo, todo un juego. La banda no tenía nombre. Más bien era una “juntada” para cantar unos temas porque sí. Charlaron, buscaron temas en la computadora y cantaron. “Surgió así, y después nos juntamos de nuevo, y de nuevo y nuestros amigos empezaron a compartir videos entre sus conocidos, hasta que llegó a oídos del dueño de Viejo Barreiro que nos dijo para tocar”.
Para el abismo entre no cantar ante nadie a soltarse en un living ante diez músicos y decir que sí a lo de Viejo Barreiro pasaron años. En ese tiempo, mucho trabajo en su autoconfianza —el teatro ayudó— y un casting, sin saberlo, en Piriápolis. “Juanfra y yo éramos amigos en facultad y en una salida de verano fuimos caminando desde Piriápolis hacia La Rinconada con un amigo de él y mi hermana. Íbamos divirtiéndonos, tomando y en ese clima nos pusimos a cantar y yo me lo tomé en serio. Él lo filmó y se quedó con el registro de mi voz. Al tiempo me mandó un mensaje preguntando si me animaba a tocar unos temas con unos amigos. Y le dije que sí”.
Cuando llegó el día de tocar en el boliche Viejo Barreiro Soledad no podía más de los nervios. De nuevo aquella sensación que antes sentía en cada muestra de teatro. Y de nuevo la energía y la alineación de cosas que percibía una vez que estaba en el escenario. Y percibir la voz que le pasaba desde el diafragma a las cuerdas vocales. Piensa en eso y se toca el pecho, como si pudiera sentir el fuego solo con recordar.
Después el éxito de los primeros videos (covers de Dónde estás corazón, Creo en ti, Te he echado de menos) y la primera agenda de fin de semana repleta de shows. “Al principio me superó la idea. Lloré. Mala Tuya fue como ver una ola tsunami viniendo hacia mí”. Pero entendió que la hacía feliz y era un cambio que quería en su vida.
"Mala Tuya fue como ver una ola tsunami viniendo hacia mí"
“Durante el primer año de la banda, todo el 2013, para la gente éramos unos pendejos que no eran músicos y que no hacían nada. Todo el tiempo esa mirada y nosotros sentíamos que cada escenario era rendir un examen. Y lo salvábamos. Sentíamos que la gente quedaba de cara por el power de la banda, porque cantábamos bien. Tocar nos daba confianza”.
Dejó comunicación, estudió canto formalmente y con el tiempo optó por centrar su vida en eso. Sacaron discos con temas propios, recibieron Disco de Oro y Platino, tocaron en el Teatro de Verano, en Movie, La Trastienda, además de todos los boliches que recorren por Montevideo y el interior del país, y visitaron Argentina.
Entre los logros, estuvo juntar a varias mujeres de la música tropical y otros palos como el hip hop y la murga para su show en la sala Movie en setiembre. “Uruguay fue siempre de cada uno con su chacrita porque el mercado es chico. Siempre estuvo el miedo de que si le doy lugar a otro, puede ganarme. Pero si nos juntamos nos potenciamos”. Hoy, con 28 años, van siete de banda y ahora los nervios solo aparecen cuando hay un desafío nuevo.
Una nueva etapa
A la nueva etapa de Mala Tuya —Juanfra Saralegui y José Rodríguez, los otros vocalistas, se bajaron de la banda—, el 2019 le trajo otro examen: la contactaron desde República Afap para hacer una gira por teatros de los 19 departamentos del país, como solista (la acompañó en guitarra su amigo de la banda Daniel Olhagaray). La primera prueba fue tener libertad para elegir enteramente el repertorio y clima del show. “Fue como una terapia de autoconocimiento. Me senté con la computadora, un papel en blanco y una lapicera y empecé a pensar quién era yo y qué quería contar. No quería solo cantar e irme”.
La gira se llamó Lo que soy y fue una montaña rusa por las canciones desde aquella caja de zapatos pasando por los estantes de discos compactos con el folclore y los tangos que escuchaban sus padres a los temas de las “cantarolas” en familia. Hubo Mala Tuya y Gracias a la vida. “Esta profesión depende mucho de lo que el otro te permita y te de. Entonces para mí la gratitud es muy importante”.
En la esencia de Soledad, ante todo, no hay prejuicios musicales. Soledad es la misma cuando canta una fusión de reguetón con música brasileña, y es también ella cuando escucha una canción de rock o cuando llega a su casa y se pone a bailar una cumbia villera, y fue la misma cuando cantó angelicalmente La Maza de Silvio Rodríguez en su gira. “En casa me enseñaron que la música es música en cualquier género”.
Sus cosas
Bandana
Le daba mucha vergüenza cantar en público, sin embargo cuando estaba en sexto de escuela se anotó con unas amigas para cantar Bandana en un festival que organizaba su colegio. Fue la primera vez que cantó en vivo. Ensayaban en todos los recreos, armaron coreografías y vestuario. Lo tomó como un juego.
Punta del Este
Es montevideana pero desde hace cinco meses optó por mudarse a Punta del Este. Buscaba un lugar que le diera los tiempos necesarios para sentarse a escribir, salir a caminar, meditar sin sentir que se le va el día. A la capital viaja seguido para los ensayos y para todo lo que tenga que ver con trabajo.
Actuar
Haber sido extra en la serie argentina El hipnotizador (2017) no fue un hecho aislado en su carrera. Antes de dedicarse a la música estudió teatro y su sueño pendiente es la actuación. Aprovecha enero para meditar si 2020 será el año en el que se anime a ir a castings o cruzar al otro lado del charco para buscar oportunidades.