HISTORIAS
Es de Colonia y fue admitida en una de las universidades más exclusivas y prestigiosas del mundo.
La historia de Milagros Costabel empezó en la oscuridad. Nació ciega. “Como nunca he podido ver, no sé qué cosas me pierdo”, dice con una sonrisa y resume así una actitud de cómo encarar la vida. Pero lo que le falta en visión le sobra en tenacidad y curiosidad. Nunca se ha rendido o desistido de intentar hacer lo que quiere y le gusta, siempre con el apoyo de su familia.
Primero fue el periodismo. Tenía 11 años cuando tuvo un “flash”. No tenía idea de qué implicaba serlo, pero eso no la desalentó. En poco tiempo, estaba mandando ideas a distintos medios, sobre todo angloparlantes. Había quedado encantada con BBC y aspiraba a colocar alguna nota allí. Envió incontables correos electrónicos y era un ‘no, gracias’ atrás del otro. Pero siguió. Hasta que consiguió publicar su primera nota en un medio de Estados Unidos. Saber que su firma estaba ahí la dejó en estado de excitación que ella describe como un shock.
A ese debut le siguieron muchas notas más para otros medios como, por ejemplo, Huffington Post. ¿Y BBC? Todavía no se ha dado, pero ella dice que pudo comunicarse con una editora del medio británico. “Al menos me contestaron”, comenta y uno intuye que eso, para ella, es un primer paso y un buen augurio. “Nunca paro de mandar ideas para distintas notas”.
De tanto insistir, diferentes medios y organizaciones empezaron a confiar en ella para que entrevistara a políticos y funcionarios de alto rango, como el Comisionado de la ONU para refugiados.
“Habitualmente hago reportajes, pero lo que más disfruto es la entrevista. Me gusta investigar, estudiar a quién voy a entrevistar, todo ese proceso me encanta. Y espero convertir todo eso en una historia”.
Milagros recibe a Domingo en su casa en el casco histórico de Colonia, y aunque ya ha dado un montón de entrevistas, sigue demostrando un entusiasmo palpable ante las preguntas y la curiosidad de los medios.
Sus padres acompañan al principio del encuentro para ubicar a los visitantes, entrar a los perros (Sirius, un yorkshire terrier, es particularmente celoso de Milagros y gruñe cuando alguien se acerca) y ajustar detalles. María, la madre, es peluquera (atiende en su casa) y su padre Juan es emprendedor gastronómico. En el fondo de la gran casa, armó una suerte de boliche al aire libre, con barra y sombrillas. La pandemia afectó de manera muy fuerte su negocio y, cuando habla de eso, es el único momento del rato compartido en el cual su voz adquiere un ribete algo tristón.
Un método de lectura a toda velocidad
La computadora portátil (y el celular) de Milagros es una parte sumamente importantes de su vida. Gracias a la tecnología adaptada a sus necesidades puede leer, escribir y comunicarse. El software que lee en voz alta lo que está escrito en la pantalla y describe las imágenes, ya es parte de la cotidianeidad para no videntes que pueden acceder a una laptop. Solo que en el caso de Milagros hay una vuelta de tuerca a la voz metálica y monocorde que suele acompañar a esos programas: el robot que “lee” el texto y lo convierte en sonido lo hace a una velocidad inverosímil. Ella misma lo aceleró a ese extremo y no tiene ningún problema en entender todo lo que esa velocísima voz dice. Cuando Milagros le mostró a Revista Domingo este método, realmente no entendimos nada. Era solo un ruido sin forma y sin coherencia, pero ella comprendía todo, cada palabra, sin dificultades.
De esa manera, Milagros puede escuchar los textos (y, obvio, los correos o mensajes que otras personas le envían) con algo parecido a la privacidad sin tener que ponerse auriculares.
Luego de preparar todo para la charla, María y Juan dejan a Milagros para que hable por su cuenta y relate cómo se sintió cuando se enteró que había entrado a Harvard, una de las universidades más exclusivas y prestigiosas de los Estados Unidos.
“Desde niña quise estudiar en otro país, era uno de mis sueños, uno de mis propósitos”, empieza. Había mandado varias solicitudes para que la admitieran en distintas universidades y en un momento barajó la idea de, tal vez, mudarse a España. Pero eso no se dio. Le dijo a sus padres que enviaría una “application” a Harvard. Total, con probar no perdía nada. “Me han dicho tantas veces ‘no’ que uno más no me iba a hacer nada”. No le contó a nadie que intentaría entrar a esa universidad. Solo a sus padres. Le daba un poco de vergüenza contárselo a otros fuera de la familia porque le parecía que podía interpretarse como algo “pretencioso”.
Tampoco abrigaba demasiadas esperanzas. Como relata, el proceso de admisión a la universidad es engorroso, prolongado y exigente. “Es muy diferente a cómo es acá, en donde vos mostrás tus notas. Para entrar allá hay que, entre otras cosas, escribir un ensayo sobre sí mismo. También hay que corroborar al menos 10 actividades extracurriculares que hayas tenido en tus años de estudiante y un montón de cosas más. Es bastante complicado entrar a una universidad en Estados Unidos y más si se trata de una como Harvard. Además, yo soy extranjera y ciega. Eso también disminuye las probabilidades”.
¿Cómo supo cómo llevar adelante ese trámite? “Leyendo un montón en internet. No le pagué a nadie ni tampoco me ayudó nadie”. Llama la atención constatar la tenacidad de Milagros. “Soy tenaz sí. ¡No sé si eso es bueno o malo!”, dice entre risas.
—¿Por qué soñabas con estudiar en otro país?
—¿En parte para salir de mi zona de confort. Me aburre mucho estar siempre en el mismo lugar. Soy bastante inquieta.
Cuando llegó el día que Harvard anunciaba sus admisiones, Milagros se encerró en su cuarto. Esperaba un rechazo y como ella misma dice: “El rechazo siempre es feo, aunque sea esperado”. Quería procesar sus sentimientos en soledad. Pero la historia, claro, fue muy distinta: Milagros fue aceptada en Harvard. Y entonces, llantos de alegría, gritos, todo lo que uno se imagina y que pudo ver en redes sociales porque la mamá, María, lo grabó en su celular.
Una vez procesada la sorpresa se puso a investigar todo lo que pudo sobre la universidad, fiel a su espíritu curioso e inquieto. Entre otras cosas, averiguó que hay 600 clubes estudiantiles. “¡Los investigué todos! Tengo ese ‘problema’ de que me gusta investigar. Tengo algunas ideas de lo que quiero hacer, pero también quiero llegar y dejar que el lugar me sorprenda”.
Durante cuatro años cursará la carrera de Ciencias Políticas. Cuenta que eligió esa asignatura porque fue lo que encontró más compatible con sus aspiraciones periodísticas y, también, la que era más acorde a sus intereses. Es, entre otras cosas, una apasionada de la historia y la geopolítica. Esa pasión afloró cuando empezó a leer sobre la Segunda Guerra Mundial, lo que la llevó a otros períodos históricos y a fascinarse por el proceso en el cual se forman los Estados-Nación.
Pero también eligió Ciencias Políticas porque piensa que ese trayecto académico le va a abrir muchas puertas. Eso, a su vez, hizo que hoy se cuestione si va a seguir apuntando a ser periodista.
“Ahora que estoy viendo todo lo que se puede hacer, no sé si voy a terminar en el periodismo. Voy a seguir probando y explorando”.
Cuando llegue la mudanza
Se le vienen tiempos “muy movidos” dice cuando se le pregunta cómo se imagina que será partir hacia Estados Unidos a estudiar en agosto.
Por un lado siente una gran alegría porque está cumpliendo un sueño que tiene desde la infancia. Por el otro, sabe que se irá lejos, que se va a perder cumpleaños de su hermano menor, que va a estar a una gran distancia de sus afectos. Y también influyen los nervios. “Parezco supersegura, pero me voy para el otro lado del mundo”.
Movidos o no, los tiempos que se vienen no van a frenarla. Milagros no parece tener una personalidad avasallante pero sí una alegría de vivir y hacer que algunos imaginarán difícil de llevar cuando se es ciego. “En algún punto, el hecho de no ver me ha jugado a favor. No es una ventaja, claro que no. Pero no ver no me define. Es parte de mí. Me ha hecho ver el mundo de una manera diferente y no dar cosas por sentado”.
No siempre fue así. Durante su infancia tuvo algunos problemas en la escuela. “Los niños son niños y a veces hacen cosas que…”, recuerda sin terminar la frase, como si algunas heridas siguieran frescas. Pero cuando entró al liceo y se hizo su grupo de amigos todo fue mejorando. “Ya tenía computadora que para mí es importante porque es ahí donde hago todo: leo, tuiteo, escribo. Y tenía mi grupo de amigos. Entonces, fue mucho mejor”. Aún así, dice que no podría haber llegado a donde llegó sin su familia y amigos. En ese sentido, se reconoce como privilegiada.
“Mi madre aprendió Braille para ayudarme en la escuela. Pasaba todo a tinta, todas las noches. Si mi madre no hubiese hecho eso, no estaría acá. Vos ves mi historia y decís ‘fa, qué bueno’. Pero yo, al ser consciente de lo que es ser ciego, conozco historias de personas que no pudieron completar el liceo o que no tienen apoyo como lo tuve yo”.
Además del apoyo de sus padres, Milagros habla de su hermana mayor, que falleció de cáncer cuando ella una niña pero que antes, había sido como sus ojos. "Eran muy unidas", dice María, su madre.
De la mano de Chloe, Milagros podía con todo.
—¿Ser ciega es una limitante?
—Depende mucho de la sociedad en la que estés. También depende cómo tu familia y tu entorno se lo tome y cómo permita que vos te lo tomes. Porque si tu familia te esconde, le da vergüenza o te trata de “pobrecito”, en tu mente vas a tener eso que te inculcan. No vas a tener el “yo puedo”. Si a eso le sumás una sociedad que tiene un montón de barreras… Entonces, si no tenés el apoyo de tu familia, sí es una limitante. Una limitante muy grande. Ser ciego tiene sus dificultades, pero yo tuve la suerte de contar con ese apoyo.
Las “barreras” a las que se refiere Milagros tienen que ver con una escasez de herramientas de accesibilidad para los no videntes (por ejemplo, un sonajero en los semáforos para saber cuándo cruzar) y también cierta actitud cultural que hace de la discapacidad un tema tabú.
A ella, por el contrario, le encanta responder preguntas sobre cómo es ser ciega y aprovecha las oportunidades que se le presentan en los diálogos para intentar hallar caminos y métodos para que todos, en especial aquellos que tienen alguna discapacidad, se sientan incluidos socialmente.
El mensaje que quiere dejar
Un ejemplo que da es cuando habla de Twitter. Esa red social tiene una herramienta para describir imágenes, para que alguien que es ciego pueda hacerse una idea de lo que se muestra. Pero agrega que nadie la usa, porque no se sabe de su existencia. Desde su cuenta de Twitter empezó a hablar de eso y se percató de que muchos de los que interactuaban con ella empezaron a usarla. “Para alguien como yo es como muy… wow”. Tal vez no sea tan trascendental como poder acceder a una educación, agrega, pero suma.
Ahora que es famosa por ser la estudiante del interior uruguayo que, contra incluso sus propios pronósticos, entró a Harvard con una beca completa es un poco más consciente de lo que hace y dice. “No me veo como ejemplo porque me conozco, con mis virtudes y defectos. Y soy una persona normal”. Pero de todas maneras entiende que otros puedan verla así, lo cual hace que piense en la responsabilidad que conlleva ser un ejemplo o una inspiración. Añade que desde se percató de eso (entre otras cosas, porque empezaron a llamarla para que diera charlas) se cuida más, sobre todo en redes sociales. Ahora, dice, piensa en los mensajes que quiere dar.
—¿Y qué mensaje querés dar?
—Lo que siempre digo: romper barreras. Creo que es importante que todas las personas con discapacidad tendrían que tener las herramientas para acceder, no me refiero a Harvard, sino a la posibilidad de hacer lo que quieran en la vida. Poder acceder a la educación, a un trabajo digno, que para mí es algo en lo que Uruguay todavía necesita trabajar. Y también transmitir que no hay que dejar que los ‘no’ te detengan. Los ‘no’ son parte del camino. No conformarte con lo que te dan o recibiste, sino siempre buscar más.
Antes de despedirse, invita Domingo a tomar un café en una cafetería que queda cerca de la iglesia. Mientras recorre con su prima las calles empedradas de Colonia, posa para las fotos y para la cámara, con una confianza y una alegría que también asombran. Unos minutos después llega toda la su familia a la cafetería, para sacar fotos y subirlas a Instagram, comer galletitas y, en definitiva, compartir un rato agradable en una ciudad que está prácticamente vacía.
En esa ciudad sin mucha gente resuena la risa de Milagros mientras conversa con su prima e imagina todo lo que hará y que aprenderá cuando llegue a Harvard.Su historia habrá empezado en la oscuridad, pero mucho de lo que ha hecho hasta ahora ha esparcido luz y sonrisas a su alrededor.
Fanática de Harry Potter
Le puso Sirius a su perro por Sirius Black, el personaje de la saga creada por JK Rowling y que en las películas es interpretado por Gary Oldman. Cuando habla del campus donde va a quedarse, también recurre al joven mago. “Hay unas residencias especiales para los que cursan el primer año, pero para el segundo ya hay un sorteo de ‘casas’ tipo Harry Potter, en la que te vas a quedar”.