¿Alguna vez sentiste nostalgia por un tiempo pasado que no viviste? Eso tiene un nombre: anemoia, y en Buena Letra tenemos mucha”.
Con esa frase es que Marisa Elizalde (55 años) y Ariel Seoane (53) invitan a conocer su emprendimiento que, más que un taller de “viejas técnicas”, podría definirse mejor como un viaje a un tiempo y a un espacio que ya casi no existen.
Impresión tipográfica, grabado, caligrafía, cianotipia… conviven en un lugar que se ha dado en llamar Taller Buena Letra y que atrapa desde el momento en el que uno pone el pie. Si bien está lleno de objetos de otra época y el lugar que los alberga es un apartamento de un viejo edificio montevideano —el Palacio Durazno—, la sensación que uno tiene es la de estar en un sitio muy moderno que se apropió de lo antiguo para revalorizarlo.
Es que Marisa y Ariel sienten anemoia por un tiempo dominado por la vieja imprenta. Sus profesiones tienen mucho que ver con el revolucionario invento de Gutenberg.
“Yo soy correctora de estilo y Ariel es diseñador gráfico. Además tenemos amor por los libros, por la historia de los libros…”, dice Marisa a Domingo.
Ellos mismos se describen de manera muy divertida en el sitio web de Buena Letra (buenaletra.shop): Ariel, que además es docente y artista, es presentado como un “realizador voluntarioso de cualquier idea que se le proponga, espécimen con un asombroso acervo de conocimientos arcanos y un talento especial para tomarse el tiempo”.
En tanto a Marisa, que además es traductora y docente en la Facultad de Humanidades, se la señala como una “figura tan adicta a la palabra escrita que hasta letras colecciona, marisabidilla a mucha honra, con un ojo tan entrenado para pescar errores como para andar cazando belleza donde esté”.
De cazar belleza es lo que vive esta pareja, o al menos de cazar tipos móviles, presas y materiales de imprenta antiguos. Eso los llevó a ir armando una colección con toda esa tecnología que las imprentas ya no usan hace años.
“Veíamos que se estaban tirando. Por ejemplo, las letras de metal se estaban usando para hacer balas o perdigones para cazar y las letras de madera se vendían a casas de decoración. Eran alfabetos que se iban desarmando y que nosotros empezamos a coleccionar y a recuperar”, cuenta Marisa.
Pero no se quedaron con eso, al patrimonio material recolectado quisieron agregarle un poco del patrimonio inmaterial que se fue perdiendo. “Los saberes que estaban asociados a esas técnicas”, apunta.
Fue así que en 2020 empezaron con un proyecto para dar cursos y enseñar. Arrancaron por talleres puntuales, de un día y sobre una técnica en particular, y naturalmente ocurrió que los alumnos fueron demandando más y más, lo que determinó que abrieran talleres anuales en los que combinan varias técnicas antiguas: caligrafía, grabado, composición con tipos móviles, cianotipia… y las combinan con otras tales como iluminación en temple o estarcido.
“Fue un poco inesperado el éxito”, reconoce una pareja que tendía a preguntarse:“¿A quién le va a interesar esto?”
Historia de amor
“¡Este año cumplimos 32 años de casados!”, comenta Marisa sobre el lazo que la une a Ariel más allá de la pasión por la imprenta y sus derivados.
La pareja se conoció en un cumpleaños de un amigo en común, compañero de liceo primero de Ariel y luego de Marisa. “Rápidamente nos hicimos amigos y, como los dos somos bastante tímidos, pasó mucho tiempo en que nos juntábamos con este amigo, pero no nos hablábamos entre nosotros porque nos daba vergüenza”, recuerda Ariel entre risas. “Por suerte después superamos la timidez”, celebran quien hoy son los padres de Catalina (30 años).
De Ariel, por su formación en diseño gráfico, no llamó la atención que todo desembocara en el nacimiento de Buena Letra. Con Marisa ya fue un poco más rebuscado porque había estudiado traductorado en la Alianza Francesa y en el Anglo, y luego cursó Astronomía en la Facultad de Humanidades y Ciencias. “Nunca nos imaginamos esto”, confiesan los dos.
Cuando Marisa quedó embarazada, siguió dando clases en Secundaria un tiempo más, pero la idea de ambos era concentrar el trabajo en la casa y en modalidad freelance. Querían ser “padres presentes”, pero también porque se sentían muy cómodos estando todo el día trabajando, cada uno en lo suyo, pero juntos en casa.
Lo primero que hicieron fueron trabajos editoriales, ya fuera de libros o de revistas. Llegaron a escribir libros para la editorial Editia: manuales técnicos de ofimática y de herramientas de oficina, y también de diseño gráfico.
Cuando nació Catalina se mudaron al Palacio Durazno. Primero alquilaron un departamento y cuando quisieron comprar, terminaron quedándose con dos apartamentos, uno para que funcionara como oficina y el otro como residencia. Pero con el tiempo resolvieron unirlos y hacer de esos dos espacios un todo que los representa ampliamente.
“Es difícil saber si influyó estar en este edificio histórico o si estamos en este edificio porque ya nos gustaban estas cosas. Lo que sí estaba claro era que no queríamos un apartamento moderno, sino uno que podíamos arreglar”, reflexiona el diseñador.
“La idea siempre fue producir obra nuestra y quizás de otra gente que sea afín y que le interese toda esta parte de las tecnologías arcaicas, pero tan ricas”, comenta Marisa.
A coleccionar
La pareja comenzó a juntar piezas de imprentas en 2017. Dieron inicio a una colección sin tener demasiado definido qué iban a hacer con todo eso. “Eran cosas que nos gustaban, nos parecían ricas y dignas de ser preservadas”, señala Ariel.
La colección crecía y quienes sabían que la estaban llevando adelante les pasaban datos. “Mirá que tal imprenta se está desarmando”, les avisaban.
Y allá iban los dos, a hurgar en lugares imposibles, desordenados, llenos de trastos, con todo tipo de bichos.
“Nos pasó de ir a un sótano y que el dueño nos rociara con antipulgas”, recuerda Ariel. “Aquello era todo telarañas, pero pasábamos el haz de luz y de repente aparecía una caja tipográfica y veíamos las letritas… ¡Ahí es!... De esas hemos tenido muchas”, agrega Marisa con entusiasmo.
En otra oportunidad se pusieron en contacto con un chatarrero que había recibido una gran cantidad de este tipo de materiales y no sabía qué hacer, si vender al kilo el plomo. “Estaba lloviendo y tenía todos los muebles llenos de letras bajo el agua. Mientras yo revolvía para ver qué nos podíamos llevar, Marisa se enojaba y le decía: ‘¿Cómo puede tenerlo ahí?’”, cuenta Ariel a las risas.
Así se fueron haciendo de muchas piezas antiguas sabiendo que la cosa no terminaba ahí. Después vendría un arduo trabajo de limpieza, recuperación y clasificación. “De repente en las cajas hoy hay dos mil o tres mil letritas, pero cada una pasó por nuestras manos y las tuvimos que acondicionar. Entonces la colección se volvió muy propia y muy personal”, destaca el diseñador.
Si bien la satisfacción personal siempre fue clave, también estaba el interés de que la colección pudiera ser disfrutada por otros y que estuviera funcionando. “Que no fuera solo que lo guardo para preservar en un frasquito con formol, sino que estuviera imprimiéndose con esas letras”, aclara Ariel.
Ahí es donde surgen dos ideas: los cursos y el museo vivo.
Enseñar
La primera idea era comenzar con los talleres en 2020. Tenían todo pronto, pero vino la pandemia del covid-19 y eso los obligó a postergar el inicio de cursos para agosto. “Si bien fue un momento de incertidumbre total, eso nos permitió pensar un poco más el proyecto y estuvo muy bien”, reconoce Marisa.
Fueron ofreciendo primero talleres puntuales de una técnica, un día, hasta que la demanda los obligó a crear los talleres anuales, en los que se mezclan varias técnicas: caligrafía (tiene taller anual propio), letterpress (arte de combinar tipos móviles para componer textos e imprimir copias casi idénticas pero individuales), grabado a mano (combina el dibujo con técnicas de impresión) y cianotipia (fotografía sin cámara y con exposición al sol).
De a poco fueron incorporando otras propuestas que van desde un taller de caligrafía celta hasta uno de marionetas coloreadas al estarcido, una técnica del siglo XVIII.
Lo que tienen de particular todos estos cursos, y los alumnos de Buena Letra lo destacan especialmente (ver recuadro), es que las clases no se limitan a enseñar las técnicas sino que van acompañadas de mucha información e historias que Ariel y Marisa vuelcan con mucha pasión.
“Vamos contando historias, mostrando imágenes y libros. Nos gusta mucho leer e ir descubriendo la historia. Nos gusta investigar y cuando encontramos algo interesante empezamos a tirar y descubrimos que hay una madeja más grande aún”, destaca Ariel.
Y agrega: “Más que el interés de enseñarte una técnica, es el interés de compartir el encanto que nos despertó a nosotros cuando la descubrimos”.
Para poder crear todo ese clima íntimo, con tiempo suficiente para atender los requerimientos de cada alumno, es que trabajan con grupos chicos de unos seis integrantes. Excepcionalmente los han extendido a diez si hay mucha demanda.
También puede pasar que una semana la clase salga del Palacio Durazno y viaje a la Facultad de Humanidades o al Museo de Historia Natural. Siempre hay espacio para lo inesperado.
“El asunto es cambiar el ritmo diario de trabajo”, remarca Ariel. “La gente encuentra acá un lugar donde tomarse su tiempo para hacer las cosas y sobre todo los que vienen a lo largo del año se sacan ese apuro de ‘tengo que hacer esto ahora’. Es como una meditación”, sostiene.
Marisa acota que los propios alumnos se dicen unos a otros que “esto no es para personas ansiosas”.
En cuanto a los materiales que emplean, hay técnicas para las que es complicado conseguirlos, caso de la cianotipia; hay que traerlos del exterior.
“Para algunas cosas no se consiguen los papeles ideales, pero somos uruguayos y estamos acostumbrados a que es un mercado chico, así que se consigue algo similar”, informa Ariel, quien para los talleres de caligrafía enseña a los alumnos a tallar su propia pluma usando caña de bambú dado que si quieren una ya tallada de algún otro material pueden llegar a pagar hasta US$ 40.
El objetivo de Buena Letra en definitiva es que todos se vayan conociendo una técnica, que la puedan aplicar y que se queden con ganas de seguir aprendiendo otras.
No dejan de reconocer también que el aporte económico de los cursos es lo que hace posible el funcionamiento del taller.
“Cuando pensamos el proyecto la idea era lograr la sostenibilidad económica para después hacer otras cosas, como la parte editorial. Queríamos consolidar una masa de estudiantes que nos permitiera sostenernos y lo logramos”, confirma Ariel.
Añade que contar con el apartamento y saber que todo lo que compraron para su colección en general no demandó mucho dinero porque eran objetos que se iban a desechar, hizo que llevar adelante este proyecto no fuera tan oneroso. Pero de todas formas aclara que sí hubo una inversión inicial de peso para todo lo que significó el rescate de piezas antiguas.
“Hasta ahora nunca trabajamos con apoyos externos para no estar atados a compromisos con terceros, pero es algo que estamos evaluando para dar un salto mayor. Hemos buscado ayuda exterior para cuando nos enteramos de que hay un taller que está por desarmarse y sabemos que ese material no lo podemos comprar nosotros solos”, detalla.
El libro que encontraron casualmente
Marisa tiene un proyecto que la tiene muy entusiasmada: quiere publicar un libro con los materiales que encontró del docente e ilustrador Manuel Fernández Menéndez, autor Anatomía, un libro de 700 páginas, todo ilustrado y escrito a mano (una joya de 1938).
“Él tenía pensado hacer un Memorial Gráfico de Ciencias Naturales del que nosotros encontramos las matrices para hacer el libro de zoología. Son 49 clisés y 120 dibujos originales de un proyecto inconcluso”, revela.
“Fue una historia muy increíble. Estaba buscando materiales de imprenta, letras... y veo en Mercado Libre una imagen que es un clisé. Un señor, que resultó ser el portero de mi edificio, lo había sacado de la basura. Lo limpiamos, recuperamos y vimos al pie la firma de Fernández Menéndez”, cuenta maravillada.
La idea es realizar una investigación sobre ese material, ver qué fue lo que pasó, por qué no se llegó a imprimir. “La obra es parcial, nunca se terminó”, aclara Marisa.
Entre los otros proyectos de Buena Letra está que a Ariel y Marisa les gustaría tener más oportunidades de crear obras. Ya venden varias en el taller y en ferias de arte impreso. Además, quieren seguir sumando cursos de otras técnicas.
Museo vivo
Ariel y Marisa coleccionan por satisfacción personal, pero también para compartir, por eso es que Buena Letra también es un museo. Para ellos es fundamental que esté vivo, es decir que todo lo que conforma su colección no solo esté allí para ser contemplado, sino también para ser usado.
Al museo lo componen la tipoteca (colección de tipos móviles que abarca más de cinco mil letras de madera y cientos de miles de metal), los equipos (además de la Minerva tipográfica, tienen dos sacapruebas, varias prensas manuales y más) y los clisés (con bellísimos grabados e imágenes antiguos).
Al lugar lo visitan desde estudiantes de la Tecnicatura de Corrección de Estilo de la UTU hasta gente del Uruguay y del exterior que están en el mismo camino de Buena Letra de rescatar tecnologías perimidas desde el punto de vista comercial.
“Vino gente de una editorial de Guadalajara, México, que tiene funcionando una linotipo como la que está en la vidriera del diario El País; la usan para producir libros. Son tirajes reducidos porque es con una intención más artística que comercial”, comenta Ariel sobre una de esas visitas un tanto inesperadas.
Marisa acota que un día les tocó timbre un par de personas que no conocían porque querían ver el museo. Parte de las situaciones insólitas que han vivido.
Destaca con orgullo que lo que tienen hoy en el taller “es más o menos cómo funcionaban las imprentas desde Gutenberg en adelante”.
Es cierto, puede que haya mucha anemoia en Buena Letra... pero también hay mucha dedicación, mucho amor y mucho trabajo para que exista un lugar a donde ir a buscar ese tiempo pasado que no se vivió, pero al que Marisa y Ariel hacen honor como pocos.
¿Qué hay en la colección de Buena Letra?
En uso:
• 1 prensa Minerva Jewel de 1898
• 2 prensas sacapruebas (prensas de galeras) formatos 47 x 35 cm y 45 x 37 cm
• 3 prensas de tornillo vertical formatos 75 x 45 cm, 30 x 24 cm y 27 x 21 cm
• 1 cámara de proceso fotomecánico Agfa Repromaster MK3, adaptada para insolar cianotipos
• 12 burros tipográficos: 5 Hamilton, 1 Ludlow, 6 Fritz Schapira y otros
• 180 fuentes de tipos móviles antiguos de metal, en cuerpos de 6 a 72 puntos
• 50 fuentes de tipos móviles de madera, en cuerpos que van de 3 a 32 cíceros (36 a 384 puntos), algunas talladas a mano en los años 1820
• Gran número de clisés antiguos
• 1 piedra litográfica con diseños ca. 1890, de 37 x 27 cm
• Otras materiales de imprenta antiguos: componedores, tipómetros, cizallas, imposiciones, lingotes, interlíneas, etc.
• Colección de libros, revistas, afiches, moldes anatómicos, herramientas de escritura y otras piezas antiguas
• Colección de materiales inéditos de Manuel Fernández Menéndez: 120 dibujos originales y 49 clisés del segundo volumen inédito de la serie Memorial Gráfico sobre Ciencias Naturales (que formarán parte del libro inaugural de la serie Arte y Cultura de Buena Letra Ediciones)
En restauración:
• 1 prensa Chandler & Price Old Style de 1885
• 1 prensa sacapruebas (prensa de galeras) formato 60 x 42 cm
• 4 burros tipográficos: 1 Hamilton, 3 otros
• 70 fuentes de tipos móviles antiguos de metal, en cuerpos de 6 a 72 puntos
• Otros materiales de imprenta antiguos: imposiciones, lingotes, interlíneas, cuadrados, etc.
Autorretrato de tipos móviles: todo un reto
“Los alumnos vienen fundamentalmente por el
placer de aprender las técnicas y disfrutar del momento”, dice Ariel Seoane sobre el variado grupo de personas que se acerca a Buena Letra.
“El más joven tenía 16 años y los más veteranos rondan los 70 años; dentro de ese espectro hay de todo. Son mayoritariamente mujeres y de todos los rubros imaginables, con una pequeña representación un poco más importante de gente dedicada al diseño”, añade en charla con Domingo.
Lucía González (21 años), por ejemplo, está terminando segundo año de Diseño en Comunicación Visual en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República. Hace unos tres años estaba navegando en Instagram y se encontró con Buena Letra. “No entendía nada qué era, pero miraba y decía: ‘¡Pah, qué lindas cosas! Quiero poder usar esto’. Así que mandé un mensaje, pregunté si tenían un taller semanal y enseguida me respondieron que fuera la semana siguiente. Fui, me encantó y nunca más lo dejé”, cuenta a Domingo.
Entre las cosas que la atraparon estuvo sentir que con Ariel se llevaba muy bien y que el taller le ofrecía un espacio de experimentación muy grande, muy rico. “Me gustó la libertad”, señala.
Comenzó por letterpress, luego incursionó en el grabado y este año volvió al letterpress. Dice que utiliza todo lo aprendido, fundamentalmente para uso personal, pero también le ha servido para algún parcial de la facultad, cosa que al principio la sorprendía.
“Gracias al taller descubrí que me gustan mucho los métodos de impresión y la expresión de cada uno de ellos. Además me gusta aprender la historia, la teoría que hay detrás de la técnica”, destaca.
Desde junio del año pasado tiene como “proyecto anual” un autorretrato realizado con tipos móviles que, si todo sale bien, finalizará en 2024 (va por la mitad). “Un día me estaba bañando y dije: ‘Ya sé lo que quiero hacer’. Le conté la idea a Ariel y me miró con cara de ‘Lu, es imposible’. Estuvimos dos o tres clases probando cosas y encontramos un método”, recuerda sobre el inicio de un trabajo que su docente reconoce muy complejo, pero que llegará a buen puerto.
“El taller es algo mucho más personal para mí. El año pasado pasé por cosas recomplicadas y fue un lugar que, sin tener que decir nada, me ayudó pila a poder procesar las cosas desde el arte”, confiesa.
La conquistó la generosidad de conocimientos
Inés Baroffio (68 años) era bibliotecaria del Liceo Francés, pero desde que tenía 16 años había estado vinculada al arte. Estudió Historia del Arte, cursó distintos talleres con destacados docentes y montó un pequeño taller en su casa. Luego la familia y el trabajo le impidieron dedicarse todo lo que hubiera querido.
Cuando se jubiló comenzó a buscar cosas nuevas que pudiera integrar al arte que más hace, que es el collage de muchas técnicas, entre ellas la escritura.
Empezó por un workshop de lettering, pero no la satisfizo. En setiembre del año pasado se topó con Buena Letra. “Empecé con caligrafía antigua y quedé prendada. Marisa se dio cuenta y me dio ánimo para que siguiera”, recuerda.
Comenta que la atrapó “la manera que tienen Marisa y Ariel de darse y de ofrecer todo lo que saben y todo lo que tienen. Hay una generosidad que no es del material que están usando, sino de los conocimientos”.
Dice que disfruta mucho de las charlas de Ariel sobre teoría y que Marisa la empuja para que muestre su arte, incluso la ayudó a armarse su Instagram.
Inés también encontró a Buena Letra en un momento complicado, en el que por una enfermedad de su marido tuvo que estar mucho tiempo en su casa (ya está bien). “Necesitaba salir, di con ellos dos y con lo maravilloso que hacen, y se me abrió un mundo”, asegura quien para el año que viene le gustaría hacer monocopia, serigrafía y encuadernación.