Tav luce en su brazo derecho la silueta de las Bandana. “Estás loco; eso fue hace 20 años”, le dijo una de ellas, Lissa Vera, cuando le mostró el tatuaje que se hizo el verano pasado. “A mí qué me importa”, contesta el músico y participante en MasterChefsi alguien le dice lo mismo.
La banda argentina está ligada a su infancia y a la construcción de su identidad. “No es broma cuando digo que Bandana me salvó la vida”, dice con seriedad. Y cuenta a Domingo: “Podría haber sido un niño con muchos problemas mentales por toda la inseguridad y la incertidumbre que sentía, por el conflicto permanente que tenía conmigo. Y no es broma que fue mi psicólogo. En ese mundo de colores, el Gustavo de 7 años se refugiaba y se sentía bien”.
La construcción de Tav.
Gustavo Lust, hijo de Mario y Liz, nació en la ciudad de Maldonado. Pronto supo que no encajaba. No le gustaba lo que le decían que era de varón y le aburría lo que le decían que era de nena. Quería teñirse el pelo, usar plataformas, bailar como las Bandana, ser lo que quería ser.
“Uno de los dolores más fuertes fue entender que me frustraba porque no me sentía parte de nada; todo lo que yo quería no era popular o no era bien visto. Yo era el friki o el ridículo”, lamenta.
Ese dolor le sigue atravesando el cuerpo y alma. “Yo no lo contaba en casa. Me daba vergüenza decirle a mi papá que me pegaban en la escuela”, habla mientras está vestido de Tav -tapado de peluche verde y pañuelo colorido, un divo seguro de sí mismo que posa con propiedad ante la cámara- sobre su otra mitad, Gustavo, el que todavía lucha contra su inseguridad y dice preferir la soledad.
El relato conmueve: “Me pegaban en el piso. Yo me tapaba la cara -me acuerdo patente- y les miraba la cara y pensaba que el odio ya se les iba a pasar. Me decía: ‘Que se descarguen, ya se van a ir, quédate quietito, que te peguen y que se vayan’”.
Gustavo nunca devolvió un golpe. Dice que no hubiera sabido cómo hacerlo. Entendía que ese odio no era contra él, sino algo que ese niño o adolescente cargaba en su interior. Igual dolía. Todavía recuerda sus nombres. Algunos le han pedido perdón y le han dicho que su exposición pública los ha ayudado a asumir su sexualidad.
Pero en su casa todo era distinto. Bandana tenía una canción para que él viviera cualquier situación: una balada para acompañar el duelo por el fallecimiento de su abuela, una lenta que quería bailar con quien le gustaba en la escuela o una alegre para olvidar una discusión con sus padres. “Bandana era un mundo perfecto donde todo era divino, todo era amor y paz. Ahí me refugiaba para crear a Tav”, recuerda.
Tav no es solo un nombre artístico. Es su heterónimo. Un nombre diferente para una personalidad diferente. También es un escudo como el que usa un “guerrero”, aclara. “Lo creé para que nadie lastimara a ese Gustavo, ese niño tan sensible que era muy fácil de derrotar. Tav es tan poderoso que nunca se cae, hace todo bien, que canta -que está por sacar Gaucho Pop, su segundo disco-, que baila, que actúa -que tiene propuestas en televisión-, que cocina en MasterChef -y está entre los siete mejores-, que puede desfilar, que puede sacar una marca, que puede ser un artista integral -compone sus canciones- y que siempre está bien -siempre divo-”, explica sobre su dualidad.
Y sobre la personalidad de Gustavo, dice: “Soy súper clásico. Me apasiona el campo. Me gusta mucho estar solo. Soy de la comida de olla -su comida preferida es la polenta con tuco-. Tav necesita de todo un arbolito de Navidad, de mucho chirimbolo. Tav va de tapado al súper. Como Gustavo soy lo contrario. A la hora de estar conmigo soy ese Gustavo simple de jogineta, remera y el mate”.
La familia.
A 29 años, Gustavo/Tav conoce los pros y los contras de cada faceta y ha logrado que convivan en paz. Las ha trabajado en terapia y siempre ha contado con el apoyo de sus padres. “Es muy loco lo que te voy a decir. Hoy no creo en el amor romántico -hace dos años que está soltero y prefiere no buscar pareja- y entiendo que las amistades pueden ser momentos... pero mis padres son mi amor incondicional”, comenta.
Y apunta: “Cumplieron un rol muy fuerte en la construcción de Tav porque me permitieron ser libre”.
Mario y Liz lo acompañaron en la definición de su estilo, en la idea de celebrar sus 15 años -un evento que hasta salió en la prensa local-, en sus primeras apariciones como notero en Canal 7, en su formación como artista. “Nunca me juzgaron. Sí vi su proceso. Por eso digo que los admiro. No debe ser nada fácil tener la educación de otra época y tener un hijo totalmente diferente. Yo vi que mi padre -que es un gaucho que va a la Criolla- se puso medio raro cuando estaba transformándome pero entendí que era porque tenía miedo de que me hicieran algo cuando salía a la calle”, cuenta (en ese entonces desconocía que era víctima de bullying).
De su madre aprendió que debe trabajar duro y que, haga lo que haga, elija lo que elija, tiene que tener un propósito. “Nunca me aplaudió para decir ‘qué genio, mi hijo, cómo canta’, siempre me dijo ‘vos podés más”. Esa exigencia enseñada y aprendida lo llevó a tomar clases de cocina meses antes de la grabación de este ciclo de MasterChef.
Y el propósito de su participación en el programa, además de ganarlo como dijo en la primera emisión, es que aquel que esté pasando por lo que él vivió de niño y adolescente tenga un referente en la pantalla.
“La gente se divierte conmigo sin importarle mi sexualidad o lo que me pongo. Celebro el mensaje del Canal 10 al invitarme y mostrar que no importa el género ni con quién te acostás. Celebro que el día de mañana haya un poquito más de empatía, que si alguien ve un chico raro no lo insulte; mi mensaje es que construyamos el mundo de la libertad del ser”, dice.
Y sigue: “Hoy me abrazo y me emociono por lo fuerte que fui. Fui valiente a los 13 años cuando salía a la calle y decía que quería ser así. Fue una batalla ganada decir ‘soy lo que soy’ y tener unos padres que me abrazaban en casa”.