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Algunas iglesias son parte de la historia de la ciudad y en sus paredes guardan secretos de cada época.
En 1723 el portugués Manuel de Freytas Fonseca levantó el fuerte de Montevideo para proteger el territorio de posibles invasiones. El fuerte es, además, el inicio del proceso fundacional de la ciudad: un año después el español Bruno Mauricio de Zabala llegó desde Buenos Aires y obligó a los portugueses a retirarse del lugar. De a poco familias españolas provenientes de Argentina empezaron a poblar una ciudad al otro lado del Río de la Plata.
Los primeros edificios que se construyeron después del fuerte fueron el Cabildo y la Catedral, que en 1740 empezó a levantarse como una pequeña iglesia de ladrillos. Cincuenta años más tarde se empezó a construir el nuevo edificio y en 1804 fue consagrada como iglesia.
La Catedral de Montevideo contiene casi toda la historia de la ciudad. Y como ella, otras. En las paredes, en las estructuras, en las imágenes, en los altares, en las escaleras que nadie ve, en los rincones, en las campanas y en los libros algunas iglesias y parroquias de Montevideo guardan parte de lo que fuimos y de lo que somos, de las súplicas, de los pedidos, de las promesas, de los logros, de las guerras, de las pestes, de las muertes, de las crisis, de las tristezas y también de las felicidades.
Durante 2019 fueron 13 las parroquias de la ciudad que cumplieron 100 años (ver recuadro en página siguiente). Aún cuando Uruguay es el país con mayor porcentaje de ateos de América Latina, aún cuando Uruguay es un país laico desde 1919, las iglesias —los edificios históricos— también hablan de lo que somos. Creamos o no, existen como testimonios.
Estas son las historias de tres iglesias de Montevideo: una cripta, un barrio y un presidente.
La cripta
Dice la Real Academia Española que la cripta es: “1. Lugar subterráneo en que se acostumbraba enterrar a los muertos. 2. Piso subterráneo destinado al culto en una iglesia”. Dice el padre Mauricio, párroco de la Iglesia San Francisco de Asís, que a veces las personas confunden a la cripta con las catacumbas. Que las segundas aluden a un cementerio subterráneo y la primera es “una iglesia bajo tierra que no necesariamente es un cementerio”.
A la Cripta del Señor de la Paciencia en la Parroquia San Francisco de Asís se llega por la calle Cerrito. Hay una puerta de vidrio y rejas negras a la que le sigue otra de madera, también negra. Es viernes 14 de febrero a las once y media de la mañana y en Montevideo el calor es intenso, húmedo, pegajoso.
Después de atravesar las dos puertas que están abiertas porque la cripta se puede visitar solo los viernes hay una escalera que baja y devela, al final y en una pared desgastada por el tiempo y por la humedad, a Cristo. Este Cristo, explica una placa, “estuvo en la Capilla levantada por los Jesuitas en la fundación de Montevideo en 1724”.
Alrededor de Cristo empiezan las súplicas, los pedidos, las promesas, los agradecimientos. Los mensajes están escritos en las paredes —“Gracias Dios por tu ayuda, Susy”; “Jesús te pido la salud de mi padre. Ayudalo, dale ganas de vivir” “Jesús te pido que yo sea futbolista”; “Gracias por la vida, Sofía”— y cubren todos los muros internos de la cripta, grises, igual de gastados, igual de raídos.
“No sé exactamente en qué momento se comenzó a escribir en las paredes, pero tengo entendido que fue en los años 70 y 80. Es un proceso extraño, en el sentido de poco común”, dice el padre Mauricio. “Las personas comenzaron a escribir sus necesidades y deseos al Señor de la Paciencia en las paredes. Las paredes empezaron a ser un cuaderno casi espiritual y de necesidades. Luego eso se cortó, pero quedan registros. Hoy lo que hay es un cuaderno donde la gente va y escribe también sus dolores y sus esperanzas. Hay una necesidad de expresión muy grande. Esto tiene que ver con lo que la cripta produce en el alma. Religiosamente hay distintas experiencias y una es la experiencia de la profundidad”.
Cuando no hay música en la cripta hay un silencio sepulcral, olor a velas, frío de otoño, luces de penumbra. Estar allí es como estar en otro mundo, uno tan lejano a nuestro mundo, que un viernes al mediodía en Ciudad Vieja anda apurado, distraído, encandilado. En la cripta el cuerpo tiene la sensación de que está más liviano y más pesado a la vez, como si realmente estuviese en otro plano, en otro universo, en otra sintonía.
“Es una experiencia que lleva a la interioridad y esa interioridad hace que las personas quieran sacar para afuera lo que sienten, el alma de algún modo necesita gritar algo. Y bueno, ese grito quedaba escrito en las paredes y ahora queda escrito en un cuaderno”, cuenta el cura.
La Parroquia San Francisco de Asís, ubicada en Cerrito y Solís, sustituyó, en 1865, al Monasterio Franciscano donde estudió José Gervasio Artigas, que estaba ubicado donde ahora se emplaza el Banco República. “En 1840 el general Fructuoso Rivera cierra el monasterio con la excusa de que había pocos frailes. Y tras el cierre el vicario apostólico que teníamos en aquel entonces —aún no teníamos obispo— Dámaso Antonio Larrañaga, funda la parroquia”.
Diseñada por el arquitecto francés Víctor Rabú, su construcción demoró más o menos 40 años. En ese tiempo, dice el padre Mauricio, llegó a Uruguay medio millón de inmigrantes. Y ese pasó a ser el templo del puerto. “Se cuenta que el campanario, que era el lugar más alto de Montevideo hasta la construcción del Palacio Salvo, servía como lugar para el vigía del puerto, para controlar la entrada de barcos”. Además, sostiene el cura, “uno supone que acá tiene que haber trabajado mucha mano de obra de inmigrantes, porque traían el oficio. Y fueron 40 años de trabajo”, señala el párroco.
Recorrer la iglesia entera es otro viaje. Está llena de puertas, escaleras, recovecos, rincones ocultos.
En los libros de registro de la parroquia está, por ejemplo, la fe de bautismo de José Pedro Varela, el acta de defunción de Juan Antonio Lavalleja y el matrimonio de José Garibaldi. Además, dice el cura, “los libros de defunciones de fines del siglo XIX muestran lo que era, por ejemplo, la realidad de las epidemias. Uno mira en el índice y ve un apellido y te das cuenta de que el mismo apellido se repite en cuestión de días. Entonces eso también te muestra el drama de esa sociedad, cuando familias enteras morían por, por ejemplo, el cólera”.
Algunas de las imágenes del templo pertenecieron al monasterio Franciscano. Allí, además, está el órgano más antiguo del Uruguay, hay un altar de Santa Teresa donado por la madre de Máximo Tajes, dos pilas bautismales que ya no se utilizan pero que están formadas por conchas de mar traídas de la isla de Mauricio, cuenta la leyenda, por un pirata.
El año pasado la parroquia recibió y ayudó a más de 1.000 inmigrantes. Aunque pasen cien años, sigue siendo el templo del puerto.
El barrio
En Punta Carretas nadie (o casi nadie) dice que la parroquia de Ellauri y Solano García es la de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En Punta Carretas la parroquia, dicen los vecinos, tiene el mismo nombre del barrio. Es que desde su origen y hasta ahora la iglesia ha estado ligada con su lugar de pertenencia.
Punta Carretas empezó a convertirse en un barrio de Montevideo a comienzos del siglo XX; antes, gran parte del espacio había estado ocupado por un saladero, por un basurero y por un hipódromo. Por la cercanía con la costa y por el paisaje del lugar algunas personas empezaron a comprar terrenos allí. Uno de ellos fue el poeta de la patria Juan Zorrilla de San Martín. Fue en su casa en donde estuvo el primer oratorio del barrio.
La iglesia surgió por iniciativa de los y las vecinas y fue posible, también, gracias a donaciones: era lo que le faltaba al lugar. En 1911, entonces, un grupo de mujeres empezó las gestiones para alquilar una casa en la que poder dar catequesis a los niños y niñas. Pocos años después un vecino donó un terreno y el arquitecto Elzeario Boix a cargo del proyecto de la parroquia donó su trabajo.
Zorrilla de San Martín y toda su familia estuvieron desde siempre ligados a esa iglesia. Fue él, de hecho, quien estuvo a cargo del discurso inaugural de la parroquia: “A la sombra de esta iglesia se levantará un pueblo y así los dos brazos de la cruz (...) ampararán a los nuevos pobladores del barrio y a la humanidad sufriente que está pagando sus penas en la cárcel vecina”. Este fragmento es parte de la reseña histórica que hizo el padre Daniel en 2019 con motivo de los 100 años de la parroquia.
La iglesia, claro, estaba muy ligada a la cárcel, que también marcó una huella profunda en la historia del barrio. “Esta parroquia se funda con los curas Capuchinos, que están en la Iglesia de San Antonio y ellos fueron durante muchos años los capellanes de la cárcel. Entonces había un vínculo muy estrecho. Por otro lado, en 1930 se fundó la biblioteca de la parroquia y los anaqueles fueron construidos en los talleres de la cárcel. Todo en el barrio estaba muy vinculado”, dice el padre Daniel.
La Parroquia Nuestra Señora del Sagrado Corazón se mantiene intacta, impoluta, cuidada. La reforma más grande que tiene fue la que se realizó como consecuencia de la construcción de Punta Carretas Shopping. “Hubo problemas estructurales en la parroquia porque hubo un movimiento de tierra y tuvimos que hacer una intervención fuerte ya que se había rajado parte de la cúpula”. Después de eso, la única modificación que se hizo fue en el altar y el ambón con motivo de la celebración del centenario.
Aunque Punta Carretas ya no es más el barrio que era, aunque el shopping le dio otra impronta, aunque ahora hay hoteles y turistas y movimiento constante, la parroquia sigue siendo un símbolo importante de la zona. Incluso para la gente del barrio. Para toda. También para Valentina.
Todos los jueves (aunque pararon durante enero y febrero vuelven en marzo) el padre Daniel junto a la gente de la comunidad y personas que se acercan para ayudar salen a repartir comida a las personas en situación de calle del barrio. El año pasado conocieron a Valentina, que les dijo que quería bautizarse. El padre solicitó permiso al obispo para celebrar un bautismo afuera de la iglesia. “A algunas personas no les gusta alejarse de la zona en la que siempre están y teníamos que hacer la ceremonia en su lugar”.
Cada jueves el ritual era el mismo, con Valentina y con todos: llegaban, les daban la comida, se quedaban charlando con ellos, rezaban juntos y se iban.
El jueves del bautismo de Valentina iba a ser igual que todos. Solo que ese era un día especial. Comieron, charlaron y el padre la bautizó. “Entonces nos dice que no quería que rezáramos, que no lo hiciéramos”, dice el cura. “En realidad lo que nos estaba diciendo que era que no quería que nos fuéramos, porque ella sabía que después de rezar se terminaba”.
El presidente
Todo empezó durante la Guerra Grande. En 1843 Manuel Oribe, militar, político y fundador del Partido Nacional, había sitiado la ciudad de Montevideo y dio comienzo a uno de los enfrentamientos bélicos más importantes del país. Por ocho años el poder en Uruguay estuvo disputado por el gobierno de la Defensa y el del Cerrito.
En esa división, la zona de La Unión, por entonces llamada El Cardal quedó bajo el gobierno del Cerrito de Manuel Oribe. Por entonces el lugar aún era zona rural de Montevideo, que empezó a crecer en población y se hizo cada vez más necesario que hubiese una iglesia que pudiera albergar a todas las personas que llegaban a instalarse allí. Lo único que había hasta ese momento era la capilla que había levantado Mauricia Batalla en su terreno. Allí se celebraron varios matrimonios durante al menos seis años. En todos el padrino fue Manuel Oribe, que se había casado con su sobrina, Agustina Contucci.
El fundador del actual Santuario de la Virgen de la Medalla Milagrosa y San Agustín fue Domingo Ereño, un cura español que fue el primer Vicario de la capilla de Mauricia Batalla y que, al ver el crecimiento de la zona propuso levantar un templo más amplio. Fue el general Oribe el que le dio la autorización de construirlo y además brindó una importante ayuda económica para poder hacerlo.
En sus inicios se llamó Templo parroquial de San Agustín, en homenaje a Agustina, la esposa de Oribe. Fue él, incluso, el que quiso que la inauguración del templo fuera el día del aniversario de la batalla de Sarandí. Toda su familia estaba asociada con la parroquia. Su madre, por ejemplo, fue la donante de muchos de los altares del templo.
Desde el comienzo y hasta su muerte el general Oribe estuvo vinculado estrechamente a la iglesia del barrio. Actualmente sus restos están enterrados allí y en cada aniversario de su fallecimiento miembros del Partido Nacional se acercan a rendirle homenajes a su fundador.
Al igual que otras iglesias, el Santuario de la Medalla Milagrosa tiene una función clave para el barrio, aunque, dice Violeta, secretaria parroquial desde hace seis años, a las celebraciones del 27 de cada mes, el día de la medalla milagrosa, llegan personas de todas partes de Montevideo e incluso de todo el país.
La iglesia tiene un vínculo muy fuerte con el Hospital Pasteur y con el asilo Piñeyro Del Campo. Los sábados se va a ofrecer misa a la asilo y además ofrecen la unción de los enfermos, la comunión y confesiones a quienes lo solicitan en el Pasteur. Además, claro, para quienes estén en el hospital o están allí con sus familiares y tengan fe, basta con atravesar la Plaza de la Restauración para poder ir al templo. Violeta recuerda que la madre de un chico que tenía un cáncer fulminante cruzaba desde el Pasteur cada día a pedir por su hijo. “Fue uno de esos casos que los médicos no se explican cómo se salvó, pero estaba muy muy mal y de la nada empezó a recuperarse hasta que todo mejoró”.
Además las personas que lo necesitan saben que allí pueden encontrar abrigo, comida e incluso darse un baño con agua caliente. “Es un centro de unidad para el barrio. Recibimos muchas donaciones de ropa. Desde acá abastecemos a seis centros más”, cuenta. Entre ellos, a la parroquia de la Medalla Milagrosa de Las Piedras. “El vínculo con ellos empezó porque en cada celebración de los 27, el padre venía a vender rosarios que él mismo hacía a la puerta de nuestra parroquia para juntar un poco de dinero para su iglesia”. Y desde entonces nunca más dejaron de ayudar. Porque, está escrito, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Más de 10 iglesias festejaron 100 años en 2019
En total fueron 13 las iglesias de Montevideo que cumplieron 100 años durante el 2019. Un artículo publicado en el portal de la Iglesia Católica de Montevideo recorre la historia de algunas de ellas, las que cumplieron el centenario desde su construcción o desde que fueron nombradas parroquias.
Una de ellas fue la Parroquia Nuestra Señora del Sagrado Corazón y Santa Rita de Ituizangó. “Este templo, dedicado inicialmente al culto privado y del cual hoy se conservan las torres originales, fue constituido en parroquia el 30 de octubre de 1919 con el nombre inicial de ‘San Pablo’ y posteriormente tomó su nombre actual”, dice el artículo. Otra de las que cumplieron 100 años como parroquia fue la Inmaculada Concepción, ubicada en Paso de las Duranas.
Entre las que se construyeron hace 100 años están la Parroquia San José y San Maximiliano Kolbe, la Parroquia María Auxiliadora (la de los talleres de Don Bosco), la Parroquia San Alberto de Sicilia, en el barrio Peñarol, la del Inmaculado Corazón de María también conocida como San Pancracio o la de San Miguel Arcángel, en Villa Muñoz.