Estudio británico dice que en ese país el 46% de los psicólogos sufren depresión. Conocerse uno mismo es la mejor prevención.
Proseguir la terapia estaba resultando complicado para Aldo (41, nombre modificado), el psicólogo. César (35, igual), el paciente, seguía empantanado: su divorcio, el miedo a ser padre un fin de semana cada dos, la mala relación con su ex, los problemas económicos de separarse. El problema es que Aldo vivía lo mismo. No sabía si le hablaba a César o a sí mismo. Comenzó a pensar que él era el culpable de ese empantanamiento. Esta excesiva identificación le causó mal humor y problemas para dormir. Lo charló a su vez con un terapeuta, le dio "un cierre" al caso de este paciente y lo derivó.
Hay quien va al psicólogo con la idea de que les solucione sus demonios internos. Muchos olvidan que son personas con sus propios fantasmas y preocupaciones. A principios de febrero, se presentó el resultado de una encuesta de la Sociedad Psicológica Británica que reflejaba que el 46% de los psicólogos del Reino Unido decía estar deprimido.
"Como todos los trabajadores de la salud, los psicólogos son población de riesgo", dice Ana Luz Protesoni, directora del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República. "Por supuesto que en algún punto nos afecta la angustia, lo insoportable del dolor psíquico", añade el psicoanalista Jorge Bafico. No hay hecho en Uruguay un estudio similar al de sus pares británicos, según coincidieron distintos expertos consultados. El doctor Ariel Montalbán, responsable del Programa Nacional de Salud Mental, afirma que no hay datos objetivos que permitan llegar a una conclusión similar. Sí, es sabido que toda profesión que implique una interacción social constante y una actitud de cuidado al semejante —y los psicólogos cuadran en esta definición— están más expuestos a padecer burnout (síndrome del quemado).
"Trabajar con las emociones de los otros, las problemáticas de la vida, con experiencias muy fuertes, puede ser muy agotador si no aprendemos a gestionar saludablemente nuestras propias emociones y nuestros tiempos. Creo que el desgaste se da mucho más a nivel de hospitales y sanatorios, cuando ves más de 10 pacientes por día, donde evidentemente la calidad de la terapia no va a ser igual que en una instancia privada en un consultorio", afirma la psicóloga Mariana Álvez Guerra, directora del Centro Psicología Positiva Uruguay.
Conocerse.
El Primer Censo Nacional de Psicología, realizado en 2014, arrojó que de los 7.543 profesionales sondeados (un 77,1% del total estimado en el país), 70,5% trabaja 30 horas a la semana (seis por día) o más, 41,7% tiene más de un trabajo y 67,7% gana menos de 30 mil pesos por mes. A sus propias preocupaciones les suman las de los demás. Y no solo son meras preocupaciones: abusos en la infancia, parejas que parecen sostenerse solo en función de un vínculo tóxico, psicopatía, bipolaridad, adicciones, traumas sexuales y un largo, largo, etcétera.
"El escuchar problemas (de los pacientes) con moderación no es tan agobiante, por ejemplo, trabajando no más de seis horas por día. Pero si se tienen demasiados casos, donde tenés que recordar los detalles de cada uno, cuando no hay momentos de descanso se puede tornar una situación muy compleja", dice Álvez Guerra. También se carga la propia mochila del terapeuta. "Cada psicoanalista es diferente y se angustia o estresa con distintas cosas, eso tiene que ver con su propia conflictiva que también entra en juego", agrega Bafico.
Los terapeutas también van a terapia. Al menos eso deberían, porque es más una suerte de compromiso moral que una obligación profesional. "Es una responsabilidad ética ante la práctica. Eso es lo que permite discriminar lo que es de uno con lo del paciente; discriminar los propios fantasmas de los del otro", señala Protesoni. El trabajo en equipo y las supervisiones a manos de psicólogos más experientes son otras herramientas a apelar. Estas últimas son más comunes cuando el licenciado recién hace sus primeras armas en la clínica. La directora del Instituto de Psicología Clínica dice que lo conveniente es "mantenerla siempre".
La propia historia individual juega a la hora de saber marcar cuando uno no está ayudando, cuando se involucra o se empantana. Susana Ferrer, secretaria general de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, señala que temas como el trabajo con derechos humanos y víctimas de terrorismo de Estado son particularmente removedores. "No solo se siente el dolor en la persona, sino que se percibe la angustia en los familiares". Pero también recuerda casos particulares como una colega con problemas de peso que se vio desbordada por una paciente con obesidad mórbida. "Ella le planteó que en ese aspecto no la iba a poder ayudar. Eso es muy respetable: alejarse de la omnipotencia de sentir que se puede y derivarla".
Ferrer, que se interesó por el estudio británico —sobre todo por un caso en el cual un profesional se dio cuenta que padecía depresión en plena consulta (ver aparte)—, cree que eso "se debe a no haber pedido ayuda a tiempo". La terapia para el terapeuta, justamente, debería servir para que conocer cuáles son las situaciones con las que uno no puede, algo tan necesario como difícil de reconocer por el profesional.
"Si me siento desbordada por algo pido ayuda", reconoce Álvez Guerra. Ella asistió a algunas terapias en momentos puntuales de su vida, a las que describió como muy satisfactorias. No solo los pacientes los ven como quienes los ayudarán a atar todos y cada uno de sus cabos sueltos; ellos tienen el riesgo de considerarse con ese poder. "Lo importante es saber cuándo estamos agotados, cuando no podemos más, y tener la valentía de pedir una mano. No somos omnipotentes ni infalibles, somos personas con defectos y virtudes, con problemáticas, dolores y alegrías que vamos a necesitar ayuda de vez en cuanto. Y eso está bien: no tenemos que sentirnos culpables ni desvalorizados por este hecho".
"DE ALGUNA FORMA, AHORA SOY MEJOR PROFESIONAL QUE ANTES"
"Estaba hablando con uno de mis pacientes sobre sus síntomas. Empecé a sentirme identificado y, de pronto, un pensamiento fugaz atravesó mi mente: en ese momento había dos personas con depresión en la sala de consulta". Es raro que un diario como The Guardian, de Londres, publique una columna extensa y anónima. "La psicología secreta: comencé a experimentar la depresión mientras la trataba en otros", escrita por un psicólogo que no quiso ser identificado, fue publicada el 9 de febrero. Eso fue apenas seis días después de que se conociera que el 46% de los terapeutas británicos sufría depresión.
Hubo un momento que el psicólogo anónimo ni siquiera pudo levantarse de la cama, uno de los síntomas clásicos de la depresión. Ni siquiera las habituales recomendaciones que él daba a sus pacientes surtían efecto en él. A su vez, él pidió ayuda. Dijo que con la combinación de los fármacos adecuados (recetados por un médico), más una terapia del tipo conductista, pudo volver a trabajar.
"¿Esta experiencia me cambió? Aún soy psicólogo y creo que conozco más de mí ahora, hablo y escucho más. (...) A veces, si alguien me viene a ver y me dice que está o estuvo deprimido, le digo: Creo que entiendo qué es lo que estás sintiendo. De alguna forma rara, estoy muy contento de haber tenido esa experiencia. Incluso me debe haber convertido en un mejor profesional. Ahora ciertamente puedo empatizar con la gente en un nivel distinto al de antes. Y a veces, cuando es apropiado, le digo a la gente que yo también he estado en ese valle profundo", culminaba la columna en The Guardian.
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