EL PERSONAJE
Con décadas de trayectoria como periodista y docente, acaba de publicar un manual sobre los fundamentos de una profesión que se halla en una encrucijada histórica.
Hace años que su firma es parte del periodismo uruguayo. Empezó hace más de 40 en Mundo Color, uno de los tantos medios impresos que ya no están. Pero también hace años que es un formador de periodistas. Durante algo más de tres décadas, impartió clases de periodismo en la Universidad Católica. Le cabe algo de crédito y responsabilidad por el desempeño de los egresados de esa institución que hoy trabajan en los distintos medios y que con él tuvieron contacto con los rudimentos del periodismo escrito.
En estos días acaba de publicarse su más reciente libro, Manual básico de periodismo (UCU/Paidós): 300 páginas dedicadas a los distintos géneros periodísticos, las etapas del trabajo, cómo y por qué cultivar las fuentes, la importancia de tener una agenda actualizada y organizada y otros menesteres del oficio de escribir para informar a otros.
—¿Por qué publicar este manual ahora? Me imagino a varios de tus exalumnos pensando: “Hubiese sido útil tenerlo en el curso”.
—(Ríe) Es algo totalmente circunstancial. Cuando dejé de trabajar en Búsqueda hace cinco años, me quedó más tiempo para dedicarle a las actividades curriculares de la Universidad Católica. En definitiva: lo hice ahora porque tenía más tiempo. Y el libro termina saliendo más o menos al mismo tiempo que dejé de trabajar ahí. Como muchas otras universidades, la Católica tiene sus pautas sobre la edad de retiro de quienes trabajan ahí (tengo 69). Pensé: “Me voy, pero dejo el libro”.
El esqueleto del libro, dice Linn, consta de los ayudamemorias que usaba cuando daba sus clases que se fueron transformando con los años, a medida que cambiaban las coordenadas en las que se ejerce el periodismo. Pero también hay otra razón, más de fondo, para este manual. “Siempre estaba recomendando distintas cosas para que los alumnos profundizaran, cosas como el Manual de estilo de El País de España. Pensé que siempre estábamos tomando prestado a españoles, mexicanos, argentinos o traducciones de publicaciones estadounidenses. ¿Por qué no tener uno nosotros? Y bueno, hagamos uno nosotros”.
Un extracto del manual
“Un futuro periodista debe habituarse a consultar los medios y consultarlos con comodidad y sin prejuicios. Verlo y leerlo todo con criterio profesional y cabeza abierta. Por ‘todo’ quiero decir todo: los buenos diarios internacionales, las revistas de variedades, los mejores noticieros de televisión y los programas de entretenimiento más populares. Es la única manera de saber dónde está nuestro público y por qué está ahí. Conocer sus intereses, y también la forma en que se distrae y entretiene, para lo cual importa saber a qué otros programas, divertimentos y frivolidades accede. Y hacerlo, repito, sin prejuicios. Hay quienes desde la tilinguería ofrecen buenos productos para la distracción de sus audiencias y lo hacen con profesionalismo. Muchas veces nuestra propia audiencia, nuestros más leales lectores también se solazan con esos otros programas. La lectura diaria de noticias, insisto, deber ser un vicio. Un hábito del que luego no podemos (ni debemos) liberar (...) Basta conectarse al celular o encender la computadora para desplegar sobre la pantalla los diferentes medios del mundo (...) Las formas cambian, sin duda, pero la compulsión de estar al tanto de lo que sucede no”.
Escribirlo, cuenta, le dio mucho trabajo. Entre otras cosas porque en paralelo estaba, también, escribiendo "Como el Uruguay a veces hay", una colección de ensayos sobre la actualidad nacional. Esto, agrega, es mucho más concreto.
Mientras lo escribía fue inevitable pensar en lo mucho que han cambiado las condiciones de trabajo del periodista. El explosivo desarrollo que tuvo Internet cambió, también, las maneras en las que todos nos informamos. Hasta el mero hecho de publicar un manual de periodismo en un libro es algo que puede parecer fuera de época. Hoy, cuando todos están pensando cómo presentar la información de la manera más atractiva posible con el apoyo de las herramientas multimedia a disposición, un libro parece traer consigo un aroma al pasado.
Linn es consciente de eso: “Cuando daba clases, me enfrentaba cada año a desafíos nuevos, y sobre la marcha los iba resolviendo. Ahora, cuando la aspiración es que algo perdure me puse a pensar en qué cosas son las permanentes en la profesión. Cuáles son esas cosas que más allá de los vaivenes tecnológicos hay que hacer si se quiere hacer periodismo: el rigor con la que se verifica la información, cómo hacer que un texto sea claro y le llegue rápido al público… esas cosas no cambian. Antiguamente, la gente leía el diario hasta en el ómnibus. Así de incómodo podía llegar a ser informarse. Hoy, la información la gente la recibe en su teléfono celular. Pero cómo se redacta una noticia para que se entienda incluso en las situaciones más incómodas, eso no ha cambiado. Ya no es el gran diario formato sábana sino una pantallita que a veces puede ser difícil de leer, pero quien lee sigue recibiendo la información en medio de lo apresurada que puede ser la vida cotidiana. Y eso es a lo que apuntaba cuando estaba escribiendo este manual”, reflexiona.
A cierta altura de la conversación es como si la tecnología misma se hubiese puesto el traje del “duende de la trastienda” —ese que a veces le complicaba la vida a periodistas de antaño— y la comunicación telefónica, realizada a través de una app, se corta varias veces. Linn se ríe: “Está mañosa la tecnología”. Cuando la comunicación se reestablece continúa diciendo que las fake news siempre existieron. Las mentiras y la manipulación no es algo que vino con Internet. Lo que es nuevo cómo se multiplican y diseminan a través de las redes. “Muchas veces les decía a mis alumnos: ‘Ustedes me miran y ven a alguien de otra generación y son más rápidos para la tecnología que yo. Pero dentro de diez años, los chiquilines que vengan entonces van a ser más rápidos que ustedes. La tecnología va cambiando, pero ¿qué es lo que permanece?”.
Cuando terminó y se puso a citar toda la bibliografía que había usado, la coordinadora de la licenciatura de Comunicación de la Universidad Católica Rosario Sánchez le sugirió que en vez de eso pusiera una lista de aquellos libros que un periodista podría llegar a usar en su trabajo. El resultado, dice el entrevistado, es una selección muy personal. “Más que decir que hay que leer esos libros a un estudiante, la intención fue decir: ‘Tenés que ir armando tu propia biblioteca’.”
—¿Y cómo es tu propia biblioteca?
—Es la de un periodista. Hace un tiempo estuve en México y quedé enganchado con ese país. Estuve como seis meses leyendo distintos libros sobre México y creo que los periodistas somos un poco así: leemos a empuje de los temas que nos interesan. Como a mí me interesa entre otras cosas la política, hay muchos libros sobre eso y sobre historia. Pero también me gusta mucho la novela angloamericana, en donde hay muchos buenos narradores ‘lineales’. Eso es un poco lo que hace el periodismo: relatar hechos. Es una biblioteca relativamente grande y hoy es mi gran refugio. Estoy en la población de riesgo, entonces paso mucho tiempo ahí.
Los cambios que trajo el desarrollo de las herramientas comunicacionales no solo le plantean desafíos a los periodistas. También lo hacen a las empresas del rubro, algo que Linn tiene presente: “Las redacciones se reducen, ya no hay tantos recursos como antes. Eso nos afecta, y yo lo había planteado en otro libro. Ahora uno lo dice con el diario del lunes, pero en su momento uno era muy crítico con el esquema que financiaba diarios y noticieros con publicidad. Eso era un buen negocio para el empresario, pero también significaba que se podía tener muchos periodistas bien pagos, con una logística que podía mandar a un periodista que fuera a cubrir lo que era necesario. Eso desapareció y todavía no ha aparecido un esquema de negocio que permita tener muchos periodistas, y buenos, trabajando en donde hay noticias”.
Es cierto, afirma, que la publicidad condicionaba al medio, pero también piensa que ese esquema independizaba a los medios del poder político. Si el medio tenía una variada gama de empresas que mediante su auspicio garantizaba su existencia, los problemas que podían surgir con un avisador en particular podían resolverse recurriendo a otros. “No era perfecto, claro, pero le daba al medio cierta autonomía. Hoy no hay un esquema así y mientras se demore en hallarlo tenemos un problema. Hacer periodismo, buscar las noticias y difundirlas, cuesta dinero. Estamos en una crisis, no sabemos muy bien dónde estamos parados. Estamos a los tumbos, pero esta pandemia que estamos atravesando confirma una cosa: el periodismo sigue siendo necesario. Seguimos necesitando información para saber dónde estamos parados y el periodismo es una profesión necesaria para el buen funcionamiento de una sociedad que quiere ser libre”.
Como es admirador de los escritores angloparlantes elige uno entre muchos de los que, como cuenta, ha tenido “metejones” a lo largo de su vida: Ian McEwan, el narrador británico que a menudo se menciona como un posible recipiente del Nobel y que es uno de los principales literatos del Reino Unido.
“Muchos. Imposible elegir uno” entre tantos de los que aprendió y con los que trabajó, dice. “Me rehúso”. Luego de insistir, y para no tener que nombrar a alguien de acá, recurre a ejemplos argentinos, ya que estudió periodismo en ese país de joven. “Me gusta Hugo Alconada Mon, por sus investigaciones”.
La crisis no es solo del periodismo. Hay una crisis de políticos también, dice Linn. “Uno mira lo que pasa en Estados Unidos o Brasil y...”. Sin embargo, también piensa que en Uruguay ha surgido una figura interesante: la del actual presidente Luis Lacalle Pou. “Pero hay que ver qué va a pasar. Esto recién empieza”.