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El drag queen gana terreno en nuestro país: hay competencias, salen en TV, animan bodas, despedidas de soltera y cumpleaños, pero falta conquistar el interior. Cinco historias en este informe.
Federico esperaba ansioso que su mamá se fuera a trabajar con un único propósito: destender la cama y convertir el acolchado y las sábanas en un magnífico vestuario. Buscaba en el placard botas de taco alto, se subía en ellas, daba play al disco y era feliz bailando Bandana o las Spice Girls. Hace siete años que creó a Negrashka inspirado en esos juegos de la niñez y en las divas que admira: Sarah Jessica Parker, Jennifer López, Beyoncé y Lali Espósito.
“Son todas mujeres que se han comido el mundo y es la impronta que manejo”, comenta a Revista Domingo montada como Negrashka -término que en la jerga drag significa transformada- con su vestidito amarillo, sus medias caladas, sus tacos altos, y su peluca rubia, larga y lacia inmaculada.
El maquillaje, los accesorios y el atuendo la hacen lucir tan radiante que su barba al ras pasa desapercibida, y al observarla y escucharla uno solo puede ver y oír a una charlatana mujer con la emoción a flor de piel. Nadie diría que tardó apenas una hora en ocultar a Federico, ese que de día se encarga de la administración y cobranza de un laboratorio dental, para dar vida a Negrashka, una jovencita sociable y divertida, parecida a las divas que idolatra.
Cuando se pone la peluca, dice, es otra persona: se suelta, se desinhibe y se anima a sacar emociones que tiene guardadas. “Para mí el drag queen hace siete años que es una terapia. Nunca fui al psicólogo ni al psiquiatra pero libero energías de esa manera. Todos tenemos problemas y el drag me hace dejarlos en una cajita por un rato, olvidarme, y también bajar la euforia y el enojo”, confiesa.
Federico habla de Negrashka en tercera persona. Pero si está montado, el interlocutor solo podrá referirse a él en femenino. No será forzado, le saldrá natural. Es muy sencillo: luego de la transformación, uno tiene delante a una mujer y la trata como tal. Esto aplica a toda drag queen.
‘Drag’ en español significa ‘arrastrar’ y el verbo no se eligió al azar. El germen del drag es teatral y data de la época isabelina, cuando las mujeres no podían actuar, los hombres se disfrazaban para interpretar los roles femeninos y arrastraban sus vestidos.
Con el paso del tiempo, el concepto mutó y se desarmó hasta dar lugar a distintos tipos y estilos de drags. Si bien es más frecuente que la mujer haga drag king (representación del arquetipo masculino), Uruguay tiene una mujer que se dedica al drag queen hace 17 años y vive de los shows que realiza en boliches, aunque no todo es color de rosas.
“Me hicieron la cruz durante años por ser mujer y hasta el día de hoy hay muchos trabajos que no consigo porque no quieren a una mujer. Tiene más prestigio o admiran más la transformación del hombre a mujer y un poco lo entiendo”, reconoce Gaby Garbo (Gabriela) a Domingo. Es que si el esfuerzo de la metamorfosis no se nota, ella tampoco respeta a una drag mujer.
Es arte
Gaby empezó hace 17 años sin saber qué estaba haciendo porque el drag no se conocía como tal en Uruguay. En la escena local ya estaba Flavio Miller, pero sus shows eran más bien performáticos (imitaba a Moria Casány Susana Giménez). Debutó una noche de Halloween en el boliche Caín a pedido de su amigo, el transformista Anaconda Trash. Convencida de que sería su primera y última vez sobre las tablas, se animó a mostrar las lolas, gesto vanguardista para la época.
“Hicimos un tema de Marilyn Manson y sentí una adrenalina que me corrió por el cuerpo, no sabía lo qué estaba haciendo pero fue maravilloso ver que la gente respondía. No me sentía actriz, ni cantante, ni bailarina, me sentía una intérprete. Pensé que iba a ser algo de una vez, pero a mi amigo le encantó y me dijo ‘vamos a hacer algo más’. Hasta que de repente cobré mi primer sueldo, $ 250 en aquel momento”, recuerda Gaby.
En ese entonces, la gente no distinguía entre una persona trans y una drag. La historia cambió, en buena medida gracias a RuPaul: Carrera de Drags, el reality que revolucionó la televisión, acercó el tema a personas de distintas edades del mundo entero y permitió entender que el drag es una expresión artística, no un asunto reservado a la comunidad LGBTQ+.
“Es arte, no tiene género, lo puede hacer cualquier persona”, opina Laila (Iván). Si bien la raíz del drag se caracteriza por la extravagancia y ella se define fan de lo grotesco, comenta que hay diversos estilos (más femeninos o más andróginos).
“Lo que hacemos es agarrar el maquillaje y crear algo que está más allá de lo que cualquier persona podría lucir en el día a día”, aclara la drag Padyjeff (Juan).
Línea del tiempo y diccionario
La primera vez que se usó la palabra ‘drag’ fue en la época de Shakespeare para definir a los hombres que se vestían de mujer en el teatro. A principio del siglo XX, con el auge del género vodevil, la personificación femenina cobró fuerza en los cabarets. En 1930 el término se vinculó a la comunidad LGBTQ+ y pasó a ser un espacio donde expresar con libertad la sexualidad en un ámbito under.
La masividad se alcanzó en 2009, gracias al reality RuPaul: Carrera de Drags, que se vio en el mundo entero. En Uruguay hay entre 40 y 60 drags que hacen shows, bodas, cumpleaños y despedidas de soltera. Manejan, incluso, una jerga local interna. A la peluca, por ejemplo, la llaman ‘gato’ y al transformarse ‘estar montadas’. Para decir que algo es muy bueno o muy malo usan ‘un loco’, y cuando alguien queda petrificado exclaman 'quedaste muuuda'.
Trabajo de hormiga
Naty Na (Marcelo) es el vivo ejemplo de cómo el drag ha conquistado nuevos espacios en Uruguay y conseguido que se le dé valor a esta expresión artística. Este personaje que se caracteriza por usar joyas y caravanas largas, llegó a la semifinal de la última temporada de Got Talent.
Mientras luce un vestido blanco espléndido que le regalóClaudia Fernández, asegura que los niños morían por sacarse fotos con ella. “Hubo drag queens en las temporadas anteriores del reality pero hacían cosas de boliche, yo me fui para el lado del humor. Vieron un arte que es bueno, gustó pero todavía falta para llegar al interior del país”, reconoce Naty Na. Marcelo ideó a esta diva de 27 años con aires de villana y radicada en Miami cinco años atrás; antes de eso bailaba caño como chico en distintos boliches de Montevideo.
En septiembre, el mes de la diversidad, las más de 50 drags uruguayas hacen cantidad de shows y giran por todo el país para participar de las marchas con gran aceptación. “Para la gente que está en Montevideo es más habitual ver shows pero llevar el drag al interior es como si llegaran estrellas”, asegura Negrashka.
La evolución y expansión del género es real, pero también es innegable que aún queda un largo camino por recorrer.
“Durante las audiciones de Got Talent vi comentarios que decían ‘saquen al travesti’. No es travesti, esto es arte, me transformo desde el respeto hacia la mujer”, se queja Naty Na.
Pady denuncia que años atrás los boliches convocaban a las drags para que hicieran shows y luego no les querían pagar. “Nos invitaban y nos decían que era por la experiencia y para mostrarte, como si la experiencia te diera de comer”, revela.
Opina, además, que hoy se percibe un poco más de tolerancia que años atrás: “En la calle me gritaban cosas porque bajaba así del ómnibus para ir al boliche. Te tocaban bocina, te insultaban y ahora no pasa. Vamos a comer y a bailar montadísimas”, confirma.
Sin ir más lejos, Pady y Negrashka fueron convocadas para entregar pedidos y hamburguesas en el último McDía Feliz.
Para Gaby hoy es mucho más frecuente ver a una drag en un boliche heterosexual que 15 años atrás. Negrashka, en tanto, nota que se están introduciendo en la sociedad y cuenta que hoy se las tiene en cuenta para inauguraciones de boliches, bodas, eventos empresariales, cumpleaños y despedidas de soltera.
Laila tiene 22 años y es “nuevita” en el universo drag, aunque lleva recorrido un largo camino artístico: a los 5 años empezó a actuar, a los 8 a bailar y a los 12 la conquistó el Carnaval (salió en Revista Fénix y Revista House). En pandemia empezó a probar maquillarse sola en su cuarto, y así creó a Laila, el personaje que usa para mostrar su arte. Apenas supo que se abría la segunda edición de Viajeros Drag Race, la competencia de drags más importante de Uruguay, no dudó en presentarse. Salió primera entre 13 participantes. “Fue como una escuela y me expresé al máximo. Lo más lindo es encontrarse con el público. Si el público se va contento, ya ganaste”, dice a Domingo. El certamen arrancó en abril y culminó en noviembre. Las concursantes hicieron shows con distintas consignas con el fin de salir de su zona de confort y adquirir versatilidad.
¿Los premios? Una corona, dinero, tatuajes, un fin de semana en Rocha, tratamientos faciales y corporales, botellas de alcohol, un servicio de peinado y lavado de peluca por seis meses, y productos de Boutique Erótica.
Alter ego
Pady relata que todo empezó con un maldito delineador. Creó su personaje una década atrás, antes de que el drag se conociera como tal por estos pagos. Lo bautizó Pady porque su apellido es Padilla y era su apodo en el liceo. Se hizo fan de unas bandas de rock alemanas y se empezó a delinear los ojos y maquillar. Estaba convencido de que era andrógino pero un amigo le dijo ‘lo que vos hacés es drag’. Buscó en Internet, se sintió identificado y tomó ese camino.
El personaje ha ido mutando en función de sus necesidades. Antes, dice, era más egocéntrico y falso, pero hoy está apoyado en los ideales y la militancia de Juan. “En un momento me comía el personaje y era la Pady todo el tiempo, así que empecé a separar e hice dos cuentas distintas de Instagram para no mezclarlos. Me di cuenta de que como Pady quería generar otras cosas, como el body positive: las drags gordas se cuentan con los dedos de la mano en Uruguay, se nos estigmatiza, entonces estoy en esa lucha. Quiero ayudar a que las personas que me siguen (casi 7.000 en Instagram) puedan sentirse cómodas consigo mismas”, dice.
Gaby, en tanto, dice que su única inspiración es la extravagancia y no considera que el suyo sea un personaje: “No siento que estoy jugando a ser nadie más, siento que puedo ser yo en un 100% y decir lo que pienso sin ser tan juzgada”, explica.
Cada drag es un mundo
A Negrashka se le iluminan los ojos cuando cuenta que su hermana y su hermano fueron a ver por primera vez un show suyo en 2021, cuando llegó a la final de Viajeros Drag Race, competencia organizada por Viajeros Disco Pub. “Hago shows hace siete años y nunca me imaginé verlos en la tribuna. Más allá de que mi hermana a veces me compra un vestido, nunca se me dio invitarla porque los shows son de madrugada, ella tiene una hija y era imposible. La final fue en un teatro, en un horario normal y pudo verme hacer lo que me hace feliz. Eso fue un quiebre en lo que hago”, dice con la voz entrecortada.
Pady, en tanto, nunca contó que iba a ser drag, lo hizo sin más. A su padre le costó aceptarlo, tuvieron grandes peleas, y si bien hoy lo asume con flexibilidad, nunca asistió a un show de su hijo. “No me mata, lo importante es que mi madre me vea allá arriba”, confiesa.
Y así ha sido siempre. Su madre le compraba vestidos sin entender de qué se trataba la ocurrencia y de a poco se fue involucrando tanto en eso que a su hijo le hacía feliz que ahora ella, con 57 años, también es drag queen.
“Mamá es mi fan número uno y siempre me da para adelante. La llevo a bailar, la visto, vamos a comprar ropa. Hay drags que se esconden, se tienen que ir a montar a la casa de un amigo porque no pueden salir así de su casa. Son situaciones que están de menos porque hacen que en un momento dejen de hacerlo”, dice.
Cuando Iván contó en su casa que había estado con un chico por primera vez tenía 15 años, aún no había creado a Laila y su padre no quiso saber más nada de él. “Me dijo ‘yo no quiero tener un hijo así’. Tengo el apoyo de su familia y almuerzo con ellos todos los domingos, pero a él no lo vi nunca más”, revela la ganadora de la última edición de Viajeros Drag Race.
Laila usa el drag queen para mostrar su arte a la comunidad, pero fuera de ese personaje vive su vida como cualquier chico de 22 años. Es estudiante de medicina, se recibió de profesor de inglés y trabaja en un jardín de infantes. “Mis compañeras de trabajo me van a ver a los shows; hasta la que me paga el sueldo fue al certamen y quedó chocha”, cuenta.
El domingo 27 de noviembre fue la final del certamen y su abuela de 74 años la sorprendió sentada en primera fila: “Era la primera vez que me veía dando un show y hasta lloró porque gané. Me quiere ayudar en todo y adora lo que hago”, comenta.
Estas y otras tantas historias personales transmite la comunidad drag cada vez que asiste a una marcha de la diversidad en cualquier rincón del país. Los relatos no hacen más que despertar empatía e identificación, por eso, cada vez que las ven llegar “es una verdadera locura: te hacen sentir que sos una diva, te piden fotos, te abrazan”, enumera Pady.
“Hasta para el que no se anima y quiere hacer esto, el solo hecho de verte es motivación para poder ser. Esto es ser libre. En eso coincidimos todas: esto es libertad de poder expresarnos y hay gente que no siente esa libertad”, cierra Gaby Garbo sobre el drag queen.
Belleza y producción duelen también en el bolsillo
Collares de perlas, joyas, polvo, base, talco para que selle el maquillaje, brochas, peines, algodón, perfumes, esmaltes, brillantina, pestañas postizas y látex para pegarlas, polifón de relleno, lolas de goma: en el camarín de Viajeros Disco Pub (Soriano y Ejido) hay más de lo que uno pueda imaginar para un montaje exitoso.
Décadas atrás había que gastar más de $20.000 para tener una peluca como la gente y no un ‘gato’ de cotillón. La tecnología hoy permite a las drags producirse con estilo y glamour, y traer materiales originales del exterior, como lentes de contacto o pestañas postizas. Con esos recursos, coinciden todas, no tienen nada que envidiarle a las drags del primer mundo. Y se lo han dicho varios extranjeros.
Esta disciplina requiere invertir en múltiples rubros. De hecho, muchas veces gastan más en producción de lo que ganan por evento: “Un show lo cobrás $ 4.000 y una peluca no te baja de $2.500 y un par de zapatos de $ 3.000”, dice Negrashka. Por eso, hacerse idóneo en los rubros lo vuelve más barato. Padyjeff, por ejemplo, hizo cursos de costura para hacerse sus propios trajes porque no conseguía talles, aprendió maquillaje, y hoy usa ambos recursos también como fuente de ingreso.