VIAJES
Bares, coctelerías, restaurantes, barrios... Una ruta, de la salsa al rap, por los escenarios de los ritmos más calientes de la isla caribeña de los tres genes: indios taínos, africanos y españoles.
Úrsula Hilaria Celia de la Caridad de la Santísima Trinidad Cruz Alfonso, más conocida como Celia Cruz, tenía una filosofía de vida a la altura de su nombre: “Y así me paso los días, feliz como lombriz, muerta de risa y merendando”. Para poner en práctica esta doctrina nada como Puerto Rico, isla de la que provenían la mayoría de los colegas de La Guarachera de Cuba que integraron con ella “la agrupación de músicos más famosa de la historia: la Fania All Stars”, como presentó al grupo Willie Colón una noche de 1994 en un abarrotado estadio Hiram Bithorn de San Juan de Puerto Rico para celebrar los 30 años de rica salsa —Azúúcar— al ritmo de “Oye qué rico suena / las estrellas de Fania”.
Para hacernos una idea de lo que supone la música como elemento catalizador y barrera de contención histórica frente a los distintos procesos coloniales y su importancia en la construcción de la identidad puertorriqueña y el cobijo que ha dado a los sentimientos de la gente otorgando forma y color a la cultura durante siglos, basta echar un vistazo a la lista de los países con más premios Grammy latinos y comprobar que Puerto Rico ocupa el cuarto lugar: 78 Grammys, ¡con menos de 2,9 millones de habitantes!
La música puertorriqueña es reflejo de 500 años de historia y de sus tres genes: los indios taínos, los esclavos africanos y los españoles. El proceso y evolución de mezcla de la música negra, la música tradicional, la música clásica (conocida como “danza”) y la salsa se concreta hoy en artistas como Luis Fonsi, Daddy Yankee o el rapero Bad Bunny, que reinventa y reivindica la tradición, lo que nos permite recorrer una línea melódica desde la reivindicativa música indígena hasta la no menos reivindicativa del rapero Residente. La cultura musical está tan arraigada al pueblo en Puerto Rico que el viajero puede hacer una ruta sentimental y musical por algunos de los puntos cruciales tanto en la capital, San Juan de Puerto Rico, como más allá.
Empezamos en un banco de esta plaza del Viejo San Juan, ciudad amurallada que acaba de cumplir 500 años, entre la glorieta del café Mesón y el vuelo de las palomas, sentados junto a la escultura de Tite Curet Alonso, el más grande compositor de este género que llamamos salsa, autor de más de 2.000 canciones y unas cuantas obras maestras que acompañarán al viajero durante su estancia en Puerto Rico tanto si quiere como si no. Temas en los que brillan el sentido boricua, la denuncia del racismo y la necesidad de expresar justicia.
Para hacernos una composición de lugar, conviene asomarse a este barrio de San Juan a través de canciones y videoclips: La Perla de Ismael Rivera, un elogio del arte del paseo cotidiano, y La Perla de Calle13, en cuyo video el rapero Residente invita a colaborar a su ídolo Rubén Blades, que deposita un CD en la tumba de Tite. El peso de este barrio creado al borde de las olas (nada como el inicio del videoclip de Despacito para ilustrarlo) es de tal magnitud que ha devenido en una república independiente regida por reglas propias.
Símbolo de resistencia desde su nacimiento, La Perla es un mundo aparte. Como San Juan es una ciudad intramuros, este lugar acogió a los que venían del campo a trabajar para los señores. Hoy, el imposible entramado de sus calles es un reclamo turístico revisado en tantísimas canciones.
No existe en toda la isla mejor lugar para desayunar que el Chocobar Cortés. Su french toast es una institución. Está permitido hacerlo con un trago como Don Ignacio (algo sublime, con ron y chocolate, lo natural en un lugar en el que el ketchup se llama chocochup). Es un centro cultural fusionado con la vida artística puertorriqueña y con gente como Douglas Pedro Sánchez, director de la reciente película La última gira, en la que se reconstruye el último periodo de la vida del legendario cantante Daniel Santos.
Un cóctel en La Factoría
No solo es la mejor barra del Viejo San Juan, sino una de las mejores coctelerías del mundo. Es imprescindible invertir horas de sueño en este delicioso y laberíntico antro en el que parece que las estancias (y las tentaciones) no terminan. En La Factoría se grabaron los interiores del videoclip Despacito. Y una vez probados los tragos y el ambiente, se entiende que no había un sitio mejor.
La bomba, en Loíza
Al llegar al vecindario de Piñones, en Loíza —municipio a unos 30 kilómetros al este de San Juan de Puerto Rico—, primer pueblo colonial y la zona más rica en cultura afrocaribeña, adquieren importancia en el paisaje (en banderas y fachadas) los colores rojo, verde y amarillo. En la playa de Villa Pesquera, en Puente Herrera, los sábados a las 12 empieza sus talleres de bomba la folclorista Sheila Osorio. Tras el exterminio de los indígenas, los esclavos negros desarrollaron su propia música autóctona, la bomba (una expresión de liberación y alegría), y la plena (caracterizada por su sencillez musical y la repetición de sus frases, como un periódico que cantaba las noticias). Resulta emocionante ver cómo improvisa un batey (plaza ceremonial donde los taínos cantaban y bailaban) y explica los orígenes de unos bailes ancestrales dedicados a expresar con el cuerpo lo que los esclavos no podían expresar con palabras, aprovechando la liberación de la noche. A la sombra de las palmeras suenan los barriles (tambores, el centro de gravedad) y Sheila marca los pasos entre la admiración y el respeto de alumnos autóctonos y extranjeros.
Otros dos aspectos no pueden pasarse por alto en Loíza. Por un lado, la visita al estudio-taller-casa de Samuel Lind, el ilustrador de las bailarinas de bomba y plena y de las fiestas populares, que ha expuesto en Japón y Estados Unidos y que es adorado por amigos como el cineasta Spike Lee.
Parada en Trujillo Alto
“A ver René, ven, vamos a estudiar, ¿con qué partes del cuerpo jugaban pelota los indios taínos? Atiéndeme, René... te la canto: cabeza, rodilla, muslos y cadera...” Así se expresa la mamá de Residente en el inicio de René, esa canción definitiva y conmovedora (con coro final, apoteósico, de Rubén Blades). El parque de pelota (béisbol) de Trujillo Alto sirvió de localización para este clip confesional en el que repasa la infancia y la adolescencia en la calle 13 y en el que se nombra también el cementerio de La Perla, “aunque mis canciones las cante un alemán / quiero que me entierren en el Viejo San Juan / puede que mi tristeza la disimule / pero estoy hecho de arroz con gandules”, plato insignia de la gastronomía puertorriqueña.
Ponce, la perla del sur
Dice una de las canciones más importantes de la Fania All-Stars: “Quitate tú pa ponerme yo”, y en un momento dado, Héctor Lavoe canta: “¿De dónde viene ese prieto? Se pregunta mucha gente... de la cantera de Ponce vengo yo, con este ritmo caliente...” En Ponce, cuna de la salsa y ubicado en la costa sur del país, su recuerdo está por todas partes, y es asombroso comprobar el cariño de la gente que aún lamenta su atormentada vida. Son continuos los homenajes que recibe Lavoe en el barrio Bélgica, el de las mejores barras para guarachar (El familiar, La Parrilla 50, La Cantera, el San Agustín …) y que él puso en el mapa, al ritmo de canciones eternas como aquella que le escribió Johnny Pacheco en la que lo bautizó como El rey de la puntualidad (“yo no soy quien llega tarde, son ustedes que llegan muy temprano”). En el cementerio de Ponce está enterrado Héctor Lavoe y su tumba es un rito de paso.
A esta ciudad la llaman “la perla del sur”. Fue un puerto importantísimo en la economía azucarera de Puerto Rico. Tiene un museo de arte, proyectado por Edward Durell Stone (el arquitecto del MoMA y del Radio City Music Hall de Nueva York), que conserva una valiosa colección contemporánea. El art déco se refina en la plaza del Mercado Isabel II y en edificios como el delirante FOX Delicias, hoy un hotel temático basado en el universo pop
En la plaza de las Delicias, atención a la estatua sobre pedestal de mármol de Juan Morel Campos, otro ilustre ponceño, padre de la “danza puertorriqueña”, el Bad Bunny del siglo XIX. Sus composiciones elevaron el nivel de la música clásica.