El grito y aliento en plena actuación, el abrazo al bajar del tablado, las banderas en el Teatro de Verano: estas escenas delatan al público carnavalero ubicándolo como lo más parecido a una hinchada deportiva. Y no hay artista que pueda permanecer indiferente a tal demostración de amor.
La cercanía con la gente, la chance de romper con la estructura de piezas clásicas y el oficio que se gana por hacer el mismo espectáculo cinco veces por noche durante un mes y monedas son algunos de los condimentos que solo Momo tiene, y que enamora a artistas con formación clásica. Aquí el testimonio de una bailarina de ballet, dos egresados y una estudiante de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD).
Raíces
La madre de Leandro Núñez integraba la Comisión Fomento del barrio Lavalleja y era una de las encargadas de organizar el tablado municipal, así que al hoy actor de la Comedia Nacional se le empezó a filtrar el amor por esta fiesta popular de niño, casi sin querer.
En el 2000 debutó en parodistas Espantapájaros de medianoche y en paralelo arrancó clases de teatro. Un año después preparó el teórico para entrar a la EMAD en el ómnibus con el conjunto, mientras iban de un tablado al otro. “Con la plata del Carnaval le pagué a una actriz que me preparó para la prueba”, relata a Domingo.
Reapareció este febrero con Los Muchachos, después de seis años sin salir, pero cada tanto necesita volver a transitar por esta fiesta donde todo es aprendizaje: “El Carnaval está en mis raíces, lo tengo muy arraigado. Y vuelvo porque siento que es un curso extensivo”, confiesa. Rescata el contacto con la gente, la forma directa de hacer humor y la manera de concebir el espectáculo pensando en un concurso. La competencia, dice, le ha servido para procurar entender qué puede rendir más en una obra.
Consultado sobre el profesionalismo en Carnaval, Leandro opinó: “Personalmente intento dar lo máximo, sea lo que sea que me toque hacer, y siempre estoy en intercambio con mis compañeros. Toda la gente que sale en Carnaval deja la vida ahí, es su pasión. Si no es profesional es porque no viven de eso, pero no me cabe duda que lo sienten como tal”.
Ni tan distintos
Celina Pereyra tiene 20 años y empezó teatro musical en la Escuela de Acción Artística Luis Trochón con apenas siete, completó la carrera, y en 2023, en medio de la locura carnavalera -debutó en la murga Doña Bastarda- y durmiendo dos horas por día, hizo las pruebas de ingreso para la EMAD con éxito.
“Es mentira que son dos mundos diferentes porque al final estás haciendo artes escénicas y hay un punto en el que se conectan, pero a nivel de mundillo, gente y experiencias es muy distinto. Y me terminó atrapando, como le pasa a todo el mundo”, confiesa quien hoy sale en la murga Asaltantes con Patente.
Está convencida de que muchas herramientas que aprende en la EMAD se pueden trasladar al Carnaval -cuestiones del teatro físico, por ejemplo; no así Stanislavski- y viceversa -la capacidad de adaptación y la cancha que da el Carnaval-. Y que a fin de cuentas, lo que más separa a un mundo del otro son los juicios de valor presentes en ambos ambientes.
“Es muy común que en el ambiente del teatro el Carnaval esté recontra menospreciado y que en el ambiente del Carnaval el teatro esté súper juzgado por ese prejuicio de que son gente que se hace la intelectual”, observa.
El crecimiento artístico, asegura, fue lo que más le atrajo de esta fiesta: “Es una experiencia muy intensa, estás todos los días yendo de barrio en barrio haciendo el mismo espectáculo cinco veces por día y trabajando con la misma gente. Tenés que defenderlo en el escenario más chiquito donde hay cinco micros, igual que como lo defendés en un tablado enorme que tiene un micrófono para cada uno y se escucha precioso. Todo eso te da pila de cancha”.
La gente, al final del día, hace la diferencia para Celina: “Disfruto del ida y vuelta en los tablados. Si estás rodeada de un grupo lindo, toda la experiencia es más llevadera”, reflexiona.
Gabriela Flecha es paraguaya, vive en Uruguay hace 13 años pero recién en 2020 se metió en Carnaval y se enamoró de la fiesta. Es bailarina del Sodre y solía ir a ver a su compañero Jorge Ferreira desfilar en las Llamadas o actuar en el Teatro de Verano con Tronar de Tambores, pero nunca se quedaba a ver otros conjuntos. A fines de 2019, una ex primera bailarina del Sodre le escribió para decirle que la habían invitado a sumarse a revista Tabú pero ella no podía por temas de agenda, así que podía cederle su lugar. “En ese momento no sabía que existía una categoría de revistas y le dije, ‘no bailo candombe’. Me mandó un video y quedé fascinada. Fui a hablar con los directores y arranqué”, cuenta Gabriela a Domingo.
Esta bailarina clásica disfruta, se divierte y se libera en la fiesta de Momo. Confiesa que le costó aprender a bailar con tacos en la despedida y aún no se anima a la salsa: “Necesito unas cuantas clases más para poder encarar. Me exijo igual que en el ballet. Quedo mal con detalles que ni se ven”. Resalta la disciplina que reina en los ensayos y repite a sus compañeros que en Tabú trabaja más que todo el año en el Sodre.
El Carnaval la conquistó. La maravillan esos trajes impresionantes con plumas, el detrás de escena del Teatro de Verano y sobre todo la cercanía con el público. “Los tablados son otro mundo, bailamos entre la gente y es genial. Me encanta”, afirma. Y marca otra diferencia con respecto al ballet: “Antes de empezar una función todos están concentrados, repasando, es muy silencioso. Y la primera rueda que subí al Teatro de Verano era todo el mundo feliz: fotos, saludos, tenía las cámaras, cantábamos. Fue todo nuevo. Es adrenalina constante”, destaca.
Hacer escuela en Carnaval
A los padres de Carina Méndez les fascinaba el Carnaval. Vivían en Playa Pascual y llevaban a sus hijos y sobrinos cada año a Montevideo para disfrutar del Desfile Inaugural. “Esperábamos todo el año esa fiesta, era mágico”, recuerda la actriz del Tinglado. A los 15 años empezó a estudiar teatro con Imilce Viñas, que la preparó para entrar a la EMAD. Egresó, sigue formándose y recién en 2022 se probó en Carnaval: “Un compañero de teatro que iba a salir en Zíngaros me llama una noche y me dice que había habido reestructuras en el grupo, precisaban una actriz y me pregunta si me animaba. Nunca me había llegado una propuesta tan concreta para hacer Carnaval, lo pensé 30 segundos y le dije, ‘sí, me encanta’”, relata Carina a Domingo. Este universo desconocido la fascinó: “Hago escuela, aprendo de todo lo que veo y escucho, de los códigos diferentes”, enumera.
Se encontró con ensayos abiertos, con un público súper demostrativo -“me conmueve lo que sucede con la gente en los tablados”, dice- y una hinchada magnífica. Le repite a sus compañeros: “¿Saben lo difícil que es meter 200 personas en un teatro? Y acá vienen 200 cada noche a ver el mismo ensayo”.
Comprobó que en Zíngaros la hinchada es uno más del conjunto: “Te abrazan, opinan, te dan un consejo, se ponen felices de ver el traje hermoso que tenés puesto porque ellos colaboraron con eso”, remarca. Cuenta que trabaja los personajes igual que en el teatro y que está intentando abrirse a la espontaneidad: “El Carnaval te da más libertad para jugar e improvisar pero lo estoy aprendiendo porque soy muy rigurosa: la letra es la letra”.
Aterrizó en el ambiente libre de prejuicios y está convencida de que aprende más de sus compañeros que lo que ella puede enseñarles: “Tengo una gran admiración por la gente de Carnaval, creo que no son conscientes del oficio que tienen, de lo que cantan, lo que bailan, lo que actúan sin tener formación la mayoría. Defienden todos los rubros de manera genial”, cierra.