Una cafetería sin fines de lucro que busca fomentar la adopción de gatos y la solidaridad

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Alén Machado y Carina Prandini son los dueños de Cafelino.
Nota a Alen Machado y Carina Prandini, responsables de Cafelino Cafe y Adoption Center, centro de adopcion de gatos en el Centro de Montevideo, ND 20221101, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal

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Cafelino, ubicado en el corazón del Centro montevideano, tiene como único cometido ser el sustento del primer centro de adopción de gatos del país. Hay café de especialidad, cat yoga y menú inclusivo.

Los que hayan circulado últimamente por la calle Colonia y Convención habrán notado que algo cambió desde el 31 de julio. Aquellos que frecuentan a menudo esta zona céntrica de Montevideo se habrán topado con una cantidad de gatitos detrás de una inmensa vitrina de vidrio. Los felinos corren de un lado al otro, reposan en sus casitas, sobre almohadones o en carpas; se trepan a las torres rascadoras o se ponen panza arriba demandando cariño.

Si usted es amante de los gatos seguro reparó en ellos y es muy probable que haya frenado para regarles una sonrisa o una mirada cómplice. Sepa que si cruza la puerta, Carina Prandini y Alén Machado lo recibirán de brazos abiertos. Podrá degustar un exclusivo café de especialidad y delicias dulces y saladas que emulan un selecto menú parisino. Y si desea, con la panza llena y el corazón contento, podrá pasar al salón contiguo a jugar con los michis.

Alén y Carina son los dueños de Cafelino, una cafetería sin fines de lucro que tiene como cometido solventar el primer centro de adopción de gatos de Uruguay. El matrimonio llevaba cinco años con la idea en la cabeza hasta que, finalmente, lograron aterrizar los conceptos, cumplir con la normativa vigente y echar a andar el proyecto.

Ella es escribana, él, contador y dieron con el local que está justo abajo del edificio donde tienen su estudio. Esta facilidad logística, cuentan a Revista Domingo, les permite mantener su actividad laboral sin descuidar a Cafelino, un sueño compartido que hicieron realidad el 31 de julio.

Todo aquí remite al universo del ‘miau, miau’: alfombras, almohadones, cuadros, manteles, el menú, un enorme mural que pintó la grafitera Min8, y hasta el baño.

Un dato curioso: trabajaron con una arquitecta para que los clientes puedan observar a través del vidrio a los gatitos que están en el local de al lado desde cualquier punto de la cafetería.

pasen y beban

Café pendiente: una práctica importada de Italia

Además de los adorables gatitos, otra cosa que impacta de forma positiva al frenar en la puerta de Cafelino es un pizarrón con una inscripción escrita en tiza: “Si no podés pagar un café, entrá, preguntá, seguro alguien te dejó uno pendiente pago. Todos tenemos un café pendiente con alguien”. Se trata de una práctica filantrópica nacida en Nápoles que Alén replicó en Cafelino para fomentar la solidaridad y hacer notar que todos podemos aportar un granito de arena. Basta con destinar $70 (la mitad de lo que vale un café) para que otro, que no puede abonarlo, pueda disfrutar su bebida caliente.

“Ha sido un éxito y un placer. Viene mucha gente que solo entra para dejar un café pendiente”, cuenta.

Adentro del local hay otra pizarra que indica la cantidad de comprados y de entregados, y según revela, hay muchas más personas afines a dejar un café pendiente que los que se animan a pedir. Por tal motivo, se hizo una invitación formal al INAU y el viernes 11 de octubre Cafelino recibió a 19 niños de los centros Aguaribay, La Siembra y Casa Uruguay para desayunar. “Fue increíble, no se querían ir”, comenta Alén. Y añade: “En definitiva, esos cafés los pagó la sociedad. Ojalá sirva para que se contagien otros locales”.

Pasiones

Carina rescata gatos desde que tiene uso de razón y siempre tuvo de a seis o siete en su casa. Su sueño era tener un espacio propio donde albergar a todos los michis rescatados, cuidarlos para luego entregarlos en adopción responsable.

La idea sonaba divina, pero implementarla parecía demasiado ambicioso: requería tiempo y dinero que no tenían. Así que precisaban una actividad comercial que les permitiera solventar lo social. Cafelino, dice Carina, implica múltiples costos: alquiler del local, sueldos de empleados, impuestos, mantenimiento de los animales (ración, higiene, veterinaria, vacunas,castraciones, tratamiento de enfermedades, medicamentos y más).

Mantener la infraestructura, aseguran, es costoso, y hasta el momento, han tenido que poner de su propio bolsillo para cubrir todos los gastos.

Alén, con su cabeza más empresarial, advirtió que necesitaban “un plus” que convocara gente y se le ocurrió abrir una cafetería como pata comercial. “Soy amante del café y dijimos ‘vamos a unir dos pasiones’. Hice un curso de barista y fui acreditando conocimiento”, cuenta. El resultado fue un café de especialidad desde la finca a la taza, producido de forma sostenible. Consiste en un blend de dos cultivares (Caturra y Mundo Novo) tostado porCafetto Prado y con una receta única de su autoría.

“Quiero que la gente que venga se aísle por un momento y viaje por París”, asegura. Lo logró a través del diseño, la ambientación, la música y el menú. La elaboración no es propia, así que el estudio de mercado insumió meses. Buscaron distintas opciones gastronómicas con miras a poner sobre la mesa productos que cumplieran con altos estándares de calidad, y con el paladar uruguayo, aunque versionado.

Así llegaron a un croissant parecido al local en tamaño, pero con el touch de la pastelería francesa. Se animaron a innovar con un bocado dulce súper exclusivo llamado Cafelino, que consta de masa de chocolate con un ganash de su propio café con garrapiñada casera por encima.

También a modo de diferencial, optaron por una carta inclusiva con productos gluten free, veganos, deslactosados y/o para diabéticos: todos muy sabrosos.

Como en casa

La cafetería y el centro de adopciones están en lugares contiguos pero independientes. Foto: E. Leal.
La cafetería y el centro de adopciones están en sitios contiguos pero independientes. Foto: E. Leal.

En casi cuatro meses han desfilado por aquí 90 gatos y se han dado 48 en adopción. Definen Cafelino como un centro de adopción y Carina aclara la diferencia con un refugio: “El lugar está ambientado para que el gato pase bien. No están hacinados ni en jaulas. Son más de 100 metros cuadrados donde cada uno tiene su espacio: pueden moverse, esconderse, jugar, tienen alturas. Están cómodos, viven como en una casa”, señala.

El proceso de adopción es lento y puede llevar semanas. El primer paso es llenar un formulario (escrito u online) y le sigue una primera entrevista con Carina para conocerse. En esa instancia, dice, percibe si la persona le agrada, si le da indicios de que será responsable y también se fija si es amante de los gatos o es un mero capricho. Se busca que el interesado interactúe con los distintos gatos y vea con cuál conecta, en vez de elegir por estética. Por último, sucede la preparación del hogar.

“Vienen con el collar con el nombre, mandan a hacer camitas, carpas: tienen la casa pronta como si fueran a recibir a un bebé. Hay gente que me dice ‘vienen amigos y familiares a esperarlo’”, dice Carina.

Cat yoga: una práctica inédita en Uruguay
Magia en el ronroneo de los felinos
Cat Yoga

El primer contacto de Laura Domínguez con el cat yoga fue en Nueva York, tres años atrás, de casualidad. Buscando actividades originales para hacer con niños en Manhattan dio con Meow Parlour, una cafetería con igual concepto que Cafelino, que fascinó a su hija y permitió a esta instructora de hatha yoga descubrir un maravilloso mundo.

Desde que Laura montó su estudio llamado Bhagavatien el fondo de su casa, su gato Samy suele incorporarse a las prácticas. “Las alumnas lo adoran. A veces elige a una y se le echa en la colchoneta”, comenta. Resultó que hacía tiempo que tenía ganas de armar un proyecto de cat yoga, dio con Cafelino por un posteo en Instagram de una exalumna, y sintió que era el lugar ideal para plasmarlo. Se tomó un café con Alén y Carina y el match fue inmediato: desde el 31 de octubre que todos los lunes hay cat yoga en Cafelino, el primer sitio del país que lo ofrece. Laura explica que se trata de una práctica convencional donde los gatos se suman como quieren: “Unos miran a lo lejos, otros tratan de imitar las posturas o se suben arriba de las alumnas”. Los felinos, dice, aportan un plus: su ronroneo funciona como calmante llevándote a estados de paz; transmutan energía y te contagian su gusto por lo lúdico. La cita es los lunes a las 20:15, y cada clase vale $ 750.

Exclusivo

Cafelino incluye una boutique con un amplio abanico de productos vinculados al mundo gatuno: desde su blend de café hasta una línea de vinos de bodega Ariano llamada Los cuatro gatos, y artículos exclusivos. “Todo lo diseñamos para brindar algo que no exista”, acota Alén.

Los emprendedores que conocen la propuesta se enamoran y quieren aportar su granito de arena a la causa. María Noel Otonello se sumó para pintar retratos de mascotas en tazas. Días atrás estuvo la artista argentina Andrea Guestrin contando su historia con un gato e hizo retratos en acuarela por encargo. Un chico que tatúa mascotas se ofreció a hacer su trabajo en Cafelino y donar el 100% de lo recaudado.

Pronto habrá charlas informativas a cargo de Florencia Barrios, una estudiante de veterinaria que realiza un estudio poblacional sobre gatos, sin costo: “La idea es que la gente venga y consuma, que es la forma más transparente”, dice Alén.

Por último, en Cafelino también hay lugar para la gatoterapia. Hay gente pasa luego de la oficina o en una pausa para desestresarse mimando gatitos. “Vienen expresamente a acariciarlos y sacarse el estrés. A eso le llamamos gatoterapia, no es algo dirigido. Hemos tenido psicólogos que nos mandan a sus pacientes”, cierran.

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