Viajes
El matrimonio y sus hijos son de Bahía Blanca compró pasajes para Europa y se dispuso a recorrerla en motorhome, un plan que continuaron a pesar de la pandemia.
Un día, después de terminar agotados de atender su cervecería en Bahía Blanca, Aymará Laschiaza (33) y Pancho Eyheraguibel (35) decidieron no postergar más los planes: compraron sus pasajes a Europa para cumplir el sueño de recorrerla en motorhome y de compartir esa aventura con su hijita Ona, de 6 años. La idea es quedarse hasta diciembre, regresar a la Argentina unos meses y volver nuevamente a Europa el resto del año próximo.
Ese fue solo el primer paso aunque sabían que era el definitivo. Ya lo habían vivido una vez en 2008 cuando ambos decidieron desprenderse de todo lo que tenían para recorrer América en una estanciera modelo 65.
Partieron desde Buenos Aires y llegaron hasta Alaska, coleccionando historias, amigos y anécdotas en el camino que quedaron registradas en Vida rodante, el libro que llevan como pasaporte en su nueva travesía para conocer gente y, quizás, hacer unos mangos. “Somos viajeros en cualquier momento.
La llegada de Ona nos dio ganas de estar parados un tiempo. Tuvimos varios intentos de arrancar por Europa, pero decidimos postergarlo. Sin embargo, llegó el día. Estábamos agotados y anestesiados. Sacamos los pasajes y supimos que no había vuelta atrás"”, cuenta Aymará.
Con algunos ahorros y el dinero que pudieron juntar después de vender algunas de sus pertenencias, tomaron un avión a España y desde ahí viajaron hasta Alemania para buscar a Granduca, una camioneta con todo lo necesario para vivir los próximos meses.
“La idea de hacerlo en motorhome fue principalmente por Ona. La intención fue no sacarle a ella el sentimiento de hogar. Además, es útil en momentos de bajón y mal clima”, agrega Aymará.
Con Ona y Granduca, la familia tenía todo para finalmente lanzarse a la ruta. Los planes eran volver a Barcelona a buscar las valijas que habían dejado y empezar a sumar kilómetros. Sin embargo, a las pocas horas de pisar Alemania, recibieron la noticia que los pasos a España estaban por cerrarse como consecuencia del avance del coronavirus.
Manejaron más de tres días desde Alemania y, al llegar a la frontera, lograron un permiso excepcional por su situación. Sin embargo, la COVID-19 había llegado para quedarse y la familia debió postergar una vez más sus planes.
“Nos impactó en todos los sentidos. No tenemos cuidadanía y el permiso para turistas es de tres meses. Nuestro negocio, que dejamos funcionando en Argentina, se frenó por completo y nuestros libros, que solemos vender en exhibiciones, no se están vendiendo. Nuestros ahorros se están acabando y no nos sentimos tan seguros. Sin embargo, nuestro plan es el no plan. Sabemos que surgen cosas que cambian el rumbo”, reflexiona Aymará.
Después de recuperar sus valijas, pudieron instalarse en la casa de unos amigos en Oristá, a 90 kilómetros de Barcelona. El lugar está en medio de una campiña, prácticamente desolada.
Allí pasaron dos meses que aprovecharon para poner a punto a Granduca y disfrutar de la compañía de algunos animales de la zona.
“En ningún momento pensamos en volvernos. Sabíamos que iba a ser peor en la Argentina porque allá no tenemos nada. Estábamos cansados de que las cosas no volvieran a la normalidad, pero sabíamos que estábamos cerca”, expresa la joven de Bahía Blanca.
En los planes de Pancho y Aymará nunca estuvo la educación formal para Ona. Apenas tuvo cinco años, la anotaron en un jardín Montessori, que promueve una educación adaptada a cada niño.
La interacción con otros viajeros, el hecho de conocer nuevos lugares y paisajes, era una buena oportunidad para que Ona pudiera disfrutar del viaje y, al mismo tiempo, no perder la socialización, fundamental en su edad.
Con el aislamiento obligatorio, la familia tuvo que ingeniárselas con actividades lúdicas, clases de cocina y hasta un reloj de cartón para aprender la hora.
“Ella tiene sus momentos como los tenemos nosotros. Es súpercuriosa y le encanta conocer lugares nuevos. También sabemos que está en una etapa en la que empieza a hacer amigos. Esa es la parte negativa porque todavía no tuvimos contacto con gente de acá”, comenta su mamá.
HISTORIA PARA CONTAR. La voz de Aymará es fuerte, clara y enérgica. Habla por WhatsApp y, de repente, se escucha la de una niña curiosa que pregunta: “¿Con quién hablás, mamá?”. De fondo, una voz masculina intenta distraer a la pequeña. “Acaban de volver de la playa. Acá hace calorcito”, cuenta.
Aymará y Pancho se conocen hace años. Si bien ella nació en Rosario, se trasladó a Bahía Blanca desde chica. Vacacionó varias veces en el club El Nacional de la ciudad, donde se conocieron cuando ella tenía 14 y él 17.
“Nos fuimos dando cuenta que teníamos el mismo espíritu. Desde ese momento, nos seguimos encontrando en el deseo de vivir la vida de otra forma”.
Las primeras páginas de sus cuadernos de viajes las completaron con idas al sur argentino de mochileros. A eso le siguió la gran hazaña de América y hoy la aventura familiar de Europa.
“La primera vez, cuando les dijimos a nuestras familias que nos íbamos, fue raro. Al poco tiempo, pasamos de ser los locos a ser el orgullo. Siempre nos bancaron un montón. Esta vez, fue un alivio porque parecía que se estaban decepcionando que no salíamos”, comenta Aymará entre risas.
UNA RUTA A CONTINUAR. El 30 de mayo, Aymará, Pancho, Ona y Granduca finalmente pudieron empezar a escribir esta historia. Primero, volvieron de nuevo a Barcelona, caminaron las calles del Raval, sacaron algunas fotos del Gótico y siguieron viaje.
Ya visitaron Castellón, Murcia y llegaron a Mérida a donde pasarán una o dos noches y seguirán camino. El plan tiene varias paradas más dentro de España y otras tantas en Portugal y Reino Unido. Sin embargo, ambos saben que el destino irá decidiendo por ellos.
“A veces es difícil lidiar con tanta libertad. Cuando nos fijamos un objetivo, nos sentimos una topadora. El tema es cuando te desenfocás de lo que querés y el mundo es tan grande que te abruma”, reflexiona la viajera.
En los más de tres meses que pasaron desde que dejaron Argentina, los tres hicieron del mar su patio trasero, de sus vecinos sus mejores amigos.
Hicieron de la ruta su destino y de las adversidades su itinerario. De la naturaleza, la escuela de su pequeña Ona y de los amigos ocasionales, sus compañeros.
“Yo siempre digo que el tema es salir de lo común y de la estructura que te da seguridad. No es fácil lidiar con saber que hay una vida diferente. Salir al mundo y decir: Mirá todo lo que tenía que saber y que vivir. Encontrar el equilibrio es difícil”, concluye. *LA NACIÓN / GDA