Por Patricia Almarcegui (El País de Madrid)
Venecia no es solo Venecia. Es un archipiélago de islas de historia variada y complicada articulación, y una ciudad archipiélago que ha hecho del policentrismo su característica. Hoy, cuando es necesario salvaguardar el ecosistema de la laguna, merece la pena ir más allá de la ciudad histórica.
La laguna veneciana tiene 62 islas, y 14 de ellas están habitadas. Desplazarse por el agua crea una percepción diferente del territorio y los medios marítimos para viajar, los vaporetti, funcionan estupendamente para ir a las más grandes y de mayor población.
Una propuesta para conocer la fragmentación y continuidad de la vida en la laguna es ir a Chioggia por mar. Una vez en el Lido se coge el autobús número 11 que atraviesa la isla y pasa por Malamocco (no confundir con la antigua Metamauco, que fue capital provincial de la Venetia bizantina en el siglo VIII) y Alberoni.
Para ir a Pellestrina no hace falta bajar del autobús. Entra dentro del transbordador y sigue conduciendo paralelo a la presa de piedra de Istria y a los rompeolas levantados para contener el Adriático a lo largo de los 12 kilómetros de la isla. San Pietro in Volta o la misma Pellestrina son lugares para pasear y asomarse a la laguna para contemplar las islas fortificadas y abandonadas del Octógono de San Pedro o el de San Román. El barco a Chioggia pasa delante de la reserva natural de Ca’Roman, aun con los restos de los materiales de la construcción del MOSE (las compuertas hidráulicas situadas de frente al mar Adriático que evitan las mareas llamadas acqua alta), levantado al final de Pellestrina y Sottomarina, y de frente al Adriático. Chioggia tiene el puerto pesquero más importante de ese mar. Canales, puentes que miran a los Dolomitas y palacios abandonados y ávidos de ser restaurados. También la torre del reloj en el Campanile de Santa Andrea, con una vista grandiosa de la laguna. Hay anchoas rellenas de alcaparras, todo tipo de bacalao, gamba, camarón, langostinos en saor (suave y agridulce escabeche veneciano), cefalópodos varios y chanquetes que saltan cuando los pescadores los remueven.
De vuelta al Lido, se puede recorrer en bicicleta. A pie, se puede pasear hasta el pequeño aeropuerto y la iglesia y convento de San Nicolò, atravesar después por el cementerio hebreo para llegar a la playa pública de San Nicoletto (una buena parte de los arenales aquí son privados) y ver a los recolectores de marisco y las grandes mareas bajas.
Más allá del cementerio de la isla de San Michele se encuentra Murano, el lugar de veraneo de los nobles entre los siglos XV al XVII, pues había espacio suficiente para jardines y palacios. Aún hoy se puede recorrer y contemplar, como hicieron ellos, el perfil privilegiado de la cercana Venecia. Posee, además, los mosaicos más bellos de la laguna. Se encuentran en el pavimento de la iglesia de Santa María y San Donato. Los dibujos de teselas en negro son tan apasionantes como poco frecuentes. Burano está un poco más alejada de la ciudad de Venecia y desde allí se llega a Mazzorbo y Torcello. Al primero por un puente y al segundo, por agua.
Burano es popular y colorista. Al norte de las callejuelas, se contemplan otros paisajes, como los pantanosos, en este caso la Palude (pantano) di Burano Nord. Otro de los espacios que conforman el humedal más importante para las aves acuáticas de Italia.
Torcello llegó a tener 10.000 habitantes en el siglo X y fue la isla más rica de la laguna, hasta que la malaria obligó a abandonarla. Hoy no viven más de 25 personas. Se pueden visitar sus monumentos religiosos y, además, comer en la Locanda Cipriani. Allí se alojó Ernest Hemingway en el otoño de 1948. Intentaba huir de las fiestas de Venecia y centrarse en la escritura. Su día a día era completo: cazaba patos, pescaba, trabajaba en la novela Al otro lado del río y de los árboles y leía hasta la medianoche. El Campanile de Santa María Assunta de Torcello se ve desde muchos puntos de la laguna, también desde el aeropuerto; solitario y anclado prácticamente en zonas pantanosas, parece querer llamar la atención sobre el pasado fecundo de la población.
De vuelta a Venecia, el vaporetto pasa por el trazado que marcan las briccola (balizas de tres palos de madera) y se navega muy cerca de San Francesco del Deserto, San Giacomo Paludo y Lazareto Nuevo. En la primera residen una decena de frailes en el convento franciscano. En San Giacomo en Paludo, la Fundación Sandretto Re Rebaudengo abrirá una sede cultural en ese nuevo itinerario artístico que van trazando galerías y coleccionistas desde hace unos años y que busca los lugares más bellos como reclamo para la visita de los compradores. Y en Lazareto Nuevo se pueden visitar restauradas una parte de las edificaciones y el ecomuseo.
Quedan Poveglia, enfrente del Lido, famosa por sus fenómenos paranormales, y San Lázaro de los Armenios, que Lord Byron visitaba diariamente para cultivar su pasión por la cultura de ese país. También están San Servolo, San Clemente, Santo Espiritu y tantas otras. Pero queda sobre todo una idea, la manera en que el archipiélago veneciano constituye un ejemplo y un desafío, ya que conviven en él la continuidad del tiempo y la variedad del ambiente natural en simbiosis con la ciudad histórica y los pueblos de las islas.