Por Mariel Varela
Es sábado o domingo al mediodía e imagine que para ingresar a la sala Zavala Muniz le entregan una cazuela de arroz con verduras y que antes de encontrar su butaca se topa con gallinas que circulan libres por el escenario; o que en medio de una obra se oye el canto de un canario o se escuchan dos codornices aparearse; o que un perro irrumpe en la acción y se roba los suspiros -y aplausos- del público; o que aparece una rata sobre los hombros de un actor y eriza a toda la platea; o que una pecera es parte crucial del relato; o que un ganso se transforma en el mejor partenaire de un intérprete y los espectadores se maravillan ante semejante talento actoral.
Estas escenas no son mera fantasía; estos animales formaron parte del staff de distintas obras de la cartelera teatral uruguaya -con excepción de un montaje en Argentina-y no son berretines o caprichos de los directores o directoras, sino que responden a búsquedas creativas específicas, necesidades metafóricas, o el afán de perseguir el hiperrealismo y cumplir a rajatabla con eso de que el teatro es el género vivo por excelencia.
A continuación, Revista Domingo los invita a conocer ocho historias de animales sobre las tablas tan surrealistas como desopilantes, cómicas y tiernas.
Gans y su vida de rey

Cuando a la generación que egresó de la EMAD en 2008 se le ocurrió elegir a Roberto Suárez como director del espectáculo que sería su tesis de posgrado sabía que la obra no se estrenaría en un teatro convencional -se hizo en una casona abandonada en la calle Burgues- y que seguro habría más cuestiones atípicas, aunque nunca se les pasó por la cabeza algo tan descabellado como que terminarían teniendo a un ganso como compañero de elenco.
El cuento no tiene desperdicio. El método de trabajo usado en la obra fue la escritura escénica, así que la dramaturgia de La estrategia del comediante se construyó durante el proceso y en colectivo. A un mes del estreno, el director sintió que El Espiritista, personaje interpretado por Claudio Quijano, le hacía ruido y lanzó: ‘Esto no está funcionando. Tengo una idea: vamos a Tristán Narvaja a comprar un ganso’. El actor, por lógica, pensó que se trataba de un chiste, pero no. Suárez citó a Quijano un domingo al mediodía en una esquina y fueron en su moto hasta la feria, en una época donde comercializar animales en Tristán Narvaja era moneda corriente. Entraron a un local donde había una jaula enorme llena de gansos, entonces Suárez le dijo: ‘Fijate cuál te genera la vibra de que puede ser un compañero de escena’. “Estuve dando vueltas alrededor de la jaula cinco minutos hasta que dije ‘este’ y nos lo embolsaron porque era la única forma de llevarlo en moto. Hoy lo pienso a la distancia y estaría prohibidísimo”, rememora Claudio Quijano a Revista Domingo.
Lo bautizaron Gans y le armaron su hogar en la azotea de la casona de Burgues, con un corral y una bañera llena de agua. Y según Quijano, llevaba una “vida de rey”.
Gans ya era adulto así que “amaestrarlo” no resultó simple. Llevó varios días que se dejara acariciar y tocar. “Son súper sensibles, ven una persona que está de mal humor y tiemblan. Te siguen a todos lados, se encariñan, tienen actitudes parecidas a los perros”, compara el actor. La cuestión repetitiva que supone el teatro facilitó que entrara en la dinámica, ganara confianza con el correr de los ensayos y se convirtiera en un excelente partenaire para Quijano.
“Terminó actuando a la par mía y hacíamos ‘trucos’. Yo le hacía algo, él iba a un tarro que tenía atado en la cintura y tomaba agua o comía maíz molido. Había momentos donde miraba al público y otros donde la tensión subía un montón: mi personaje se imaginaba que los perros venían a atacar a Gans, entonces subía corriendo por las escaleras, empezaba a tirar piedras y él pegaba unos graznidos que parecían gritos y lo hacía a voluntad -yo le tocaba una parte de la panza y empezaba a gritar, después le tocaba la misma parte y se callaba-”, cuenta Quijano sobre la experiencia.
Lo cuidaban mucho. No permitían que nadie del público lo tocara para evitar que se asustara. “La gente no lo podía creer y yo lo veía disfrutar cuando el público se reía de las cosas que hacía”, comenta.
Una tardecita, Quijano subió a buscar a su compañero a la azotea, como hacía siempre, y lo encontró muerto dentro de la bañera. Bajó las escaleras con Gans en brazos y entre lágrimas comunicó la noticia al resto del elenco. Suspendieron la función y lo enterraron en esa misma casona. Días después, consultaron a un veterinario para conocer la causa del deceso: un infarto por el susto que le generó una tormenta eléctrica, algo común entre gansos veteranos.
El show debía continuar, así que a los dos días salieron a buscar otro animal. “Hicimos el duelo de perder a nuestro compañero de trabajo rapidísimo. Esta vez trajimos un ganso chiquito y la adaptación fue mucho más fácil”, recuerda el actor. Lo llamaron Hans y una vez que la obra culminó, se fue a vivir a la chacra de un amigo de Roberto Suárez ubicada en las afueras de Montevideo.
Tan realista que asusta

La capacidad de asombro no tiene límites y la ocurrencia del director Gerardo Bergérez de incluir una rata en escena es, quizás, la idea más osada e insólita que encontrará en este informe. Sucedió 11 años atrás, cuando hizo el montaje de Office en Buenos Aires. En un momento de la acción, que transcurría en una oficina, el personaje encarnado por Marcelo Iglesias encontraba una rata en el baño y en vez de matarla, salía con ella en andas. “Cuando se lo planteé a Iglesias, un actor con mucha destreza escénica, me dijo que no tenía ningún problema en entrar con la rata en el hombro, que era lo que yo había escrito”, revela Bergérez a Domingo.
El director investigó y dio con un criadero de serpientes y boas -cuyo alimento son roedores-, fue hasta el lugar y le comentó al señor: ‘Necesito una rata como las que andan por las cloacas’. Acto seguido, le compró una gris y blanca y le salvó la vida. Bergérez se la llevó a su casa y a la semana se transformó en su mascota. De hecho, cuenta, jugaba con su perro maltés arriba del sofá. En un par de meses la adiestró y logró usarla en la obra.
“Era muy impactante cuando el actor entraba con la rata, todos los espectadores hacían una especie de exclamación y varios de la primera fila levantaban los pies del suelo por temor a que se escapara y apareciera cerca de ellos”, repasa.
El espectáculo estuvo 10 meses en cartel y luego Iglesias se hizo cargo del roedor hasta que murió, dos años después.
Bergérez volvió a plasmar el hiperrealismo en otros dos espectáculos más. Para el montaje de La de Vicente López -que se hizo en 2012 en el Teatro Circular- colocó una pileta de lavar ropa donde salía agua al abrir la canilla y sumó la presencia de un canario con el fin de dar mayor veracidad al relato, que transcurría entre una casa y un patio.
“Necesitaba que cantara y al principio no lo hacía, estaba asustado. Hicimos un trabajo previo para que el pajarito estuviera completamente adaptado al escenario y a las voces de los actores, se sintió cómodo y empezó a cantar”, cuenta el director. Al poco tiempo, asegura, era uno más del elenco.
Tres años después estrenó Cocinando con Elisa en El Galpón y sorprendió con la aparición de dos tordos y un par de codornices. “Quise poner animales vivos porque la obra hablaba de la crueldad hacia los animales en la cocina francesa”, explica quien ganó el Florencio a Mejor Director por ese trabajo. Lo más curioso era que las codornices (un macho y una hembra) se apareaban en escena y se oía un sonido muy extraño. “Era espectacular porque le daba una verdad impresionante a lo que sucedía en escena”, observa.

Luego de delinear los personajes de Una forma de hacer tiempo, y la historia que los atravesaba, Emanuel Sobré (director) y Camila Diamant (dramaturga), se centraron en la puesta y surgió la idea de sumar una pecera y un pez con un fin estético y poético: funcionó como metáfora de la situación del protagonista. “La reminiscencia acuosa que se veía en la obra -paredes celestes, sonidos y movimientos acuáticos- quedaba sintetizada en ese elemento que potenciaba la dimensión poética: los personajes eran buscavidas buscándose a sí mismos”, explica Emanuel. Él compró el pez, lo llamó Alejo (igual que su personaje) y lo cuidó hasta que terminó la obra. Luego manejó la opción de donarlo a un acuario, pero una noche fue a lo de un amigo, se topó con la inmensa pecera de su madre -que era fanática de los peces- le preguntó si tomaba en adopción a Alejo, aceptó chocha, y la historia tuvo final feliz.
El público en el bolsillo
García, un bóxer de nueve años, puede jactarse de cortar entradas. Es que se corrió la bola y mucha gente que se acercó en 2022 a la boletería del Teatro Circular decía: ‘Quiero ver la obra del perro’. Resultó que García no era un extraño para el elenco de Jumpy, lo conocían muy bien por ser el perro de su compañero Robert Moré -o mejor dicho, un hijo más-.
La llegada del cuatro patas se dio más o menos así: en un pasaje de obra, la pareja, interpretada por Paola Venditto y Gustavo Bianchi, discutía, y él, para zafar del conflicto decía ‘voy a sacar al perro’, entonces Moré, medio en broma tiró en un ensayo ‘¿y si traigo a García?’ La primera reacción fue una carcajada, pero Lucio Hernández, director de Jumpy, contestó ‘puede ser’. “Lo llevé y ¿viste cuando dicen ‘era un chiste y quedó’? Bueno, salió bárbaro”, cuenta Moré a Domingo.
Fue tal la química que se generó entre los actores que García pasó de estar en una única escena a tener tres intervenciones. Se comió la cancha. “Fue ganando protagonismo porque entraba y era una cosa increíble. Es lo que siempre se dice, laburás con niños o con perros y te roban el protagonismo, y fue lo que pasó”, reconoce Moré.
Los ensayos eran a las 21:00 y como buen bicho de costumbre, al acercarse la hora, García daba vueltas, iba y venía de la puerta, miraba a su papá Moré y le daba a entender que debían irse. “Llegaba al teatro y se ponía como loco de la alegría. En la medida que Gustavo (Bianchi) lo fue agarrando, se iba con él y me ignoraba”, cuenta Moré.
García fue uno más durante todo el proceso: participaba de los ejercicios junto a los actores y vivió el estreno con el mismo estrés que todos. “Ese día nos acompañaba la sintonía. Percibía que había una energía diferente y estaba como más preocupado por todos, iba con cada uno de los actores, daba vueltas”, recuerda Moré.
Entre escena y escena lo cuidaba el acomodador del Circular y le hacía mimos para evitar que llorara. García nunca ladró ni hizo pichí adentro del teatro. Eso sí, el perro devenido en actor adquirió las mañas de algunos artistas: no quería comer antes ni durante la función, solo tomaba agua.
“Tiene cero adiestramiento y parecía que actuaba. De afuera se escuchaba el ‘ay’ de mucha gente porque se compró al público. Cuando salíamos a saludar tenía que hacer fuerza para sacarlo del escenario porque no se quería ir. Festejaba los aplausos de la platea”, cuenta este papá orgulloso. Y revela que mucha gente esperaba a García afuera de la sala para sacarse fotos con él.
Los antecedentes de la aparición de animales datan de varias décadas atrás. El director Rubén Yáñez incluyó un caballo en la obra Un tal Servando Gómez en 1960 y Alberto Restuccia recurrió a una oveja para la puesta de Yerma, en 1977. Así lo cuenta Miguel Güida, quien vivió muchos años en el Solís porque su padre era conserje del teatro, en el libro Sin Maquillaje. Historias de la Comedia Nacional en el siglo XXI, escrito por Fernanda Muslera.
Honestidad brutal

Las puestas de Marianella Morena nunca pasan desapercibidas, están cargadas de experimentación y vanguardia, agitan estructuras, desbordan emociones y conmueven. Naturaleza Trans no fue la excepción. Esta pieza documental estrenada en enero de 2020 en la Zavala Muniz era el testimonio de tres chicas trans -Allison Sánchez, Nicole Casaravilla y Victoria Pereira, que fue recientemente asesinada- oriundas del medio rural y se construyó a partir de un proceso artístico alternativo. Para su creación, Morena hizo tres residencias en Campo Abierto, un establecimiento en medio del campo riverense dedicado a promover el arte, donde intercambió vivencias con las protagonistas.
El espectáculo se gestó en esos encuentros y convivencias, entre ensayos, charlas de fogón sobre la vida, y bailes de reggaetón bajo la luz de la luna. La decisión de sumar animales no fue un capricho sino un deseo de ser honesta con los espacios y respetar el ambiente que propició el proceso de trabajo: quería trasladar la esencia de esa experiencia y el entorno creativo a la acción.
Primero pensó en incluir sapos, pero la idea resultó demasiado ambiciosa. Encontró en las gallinas las aliadas perfectas para acompañar el relato y, de paso, agregar otra capa narrativa al discurso.
“La gallina es un animal que está ahí presente pero no lo abrazamos, entonces me parecía interesante también como metáfora en relación a nuestro comportamiento con las chicas trans”, explica Morena a Domingo. Y añade: “Está en nuestras vidas, pero no tanto a la hora de pensar en mascotas. Hay como una especie de discriminación también hacia el animal”.
La directora cuenta que alquilaban las gallinas en un sitio donde se rentan animales para películas y aclara que recibieron “un trato excelente”: les daban el mejor alimento y andaban sueltas. “Las actrices tenían una muy buena relación con las gallinas: si estaban muy nerviosas las levantaban, las acariciaban, mientras decían el texto”, agrega.
Estos seres que no saben de libretos ni guiones se vuelven impredecibles en la escena y aportan un grado de riesgo único que Morena también capitalizó en su favor.
“Me parecía que sumaba mucho en las capas de relatos esto de lo espontáneo: la reacción impredecible que genera cierta peligrosidad que también tiene que ver con la peligrosidad que despiertan las personas trans en determinados contextos donde se las discrimina, generan rechazo o dan miedo”, apunta la directora.
Por último, revela que eligió exhibir la obra al mediodía adrede, para correr por un momento a las personas transde ese halo de “nocturnidad, clandestinidad y oscuridad” al que se las suele vincular. Buscó que tomaran distancia del concepto de prostitución al que se las asocia y que se acercan más a la idea de familia: “Por eso el planteo del horario y de que se sirviera comida en escena”, cierra.
Gajes de experimentar y convertir el hogar en un teatro

La participación de Luna enY los lugares comunes decantó con la naturalidad y amorosidad que caracterizó el intenso y largo proceso creativo de esta pieza dirigida por Estibalíz Solís. La exploración artística -que abarcó desde construir materiales a ejercicios físicos- demandó que la casa de la actriz Paola Larrama -y su perra Luna- se transformara en un teatro durante los meses que la obra estuvo en cartel, y así esta cuatro patas se fue mezclando entre los actores a lo largo de los ensayos, y pasó a ser una más del elenco. Casualidad o no, siempre pedía para entrar al living en el mismo momento -mientras ensayaban el tercer acto-, entonces el equipo lo tomó como una señal y la sumó en esa escena.
“En un momento dije ‘Luna vive acá, no la voy a encerrar ni a atar porque nunca lo hice’. Y pasó a ser parte, incluso estaba en el programa que era un posavasos”, cuenta Paola. Luna, que falleció este enero a los 17 años y tenía 11 cuando se estrenó la obra, entendió sin que nadie le explicara y sin ningún entrenamiento especial cuándo le tocaba hacer su aparición.
“Esperaba atrás de la puerta y entraba. Daba una vuelta por el público, los olfateaba, iba hasta el balcón y se iba. Automatizó eso y lo repetía cada función. Nunca dejó de hacerlo, porque podría no haber entrado alguna vez. No sabemos cómo se entrenó sola para entender eso. La gente piraba, la acariciaba y ella no se dejaba mucho -y eso que le encantaban los mimos- porque sabía que entraba a hacer un par de cosas y se iba”, recuerda Paola con emoción. Incorporar a Luna no implicó cambios en el guión y Paola reconoce que tanto su participación en el acto tres como su presencia al lado de Johnny (el barman interpretado por José Ferraro) terminó dándole un touch interesante y costumbrista a la obra.
“Hacía más aleatoria la historia, creer que puede pasar cualquier cosa porque no podés controlar mucho”, dice.
Por esa casa en el Barrio Sur también desfilaron varios músicos y se filmaron un par de videoclips que tuvieron a Luna como protagonista: Bo Molécula, de La Jarana, y Todos para las casas, de Excelentes Nadadores.