Verónica Vázquez: "Intenté dejar el arte, pero no pude"

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Verónica Vázquez

EL PERSONAJE

La escultora tiene actualmente una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry, y empieza a ser reconocida como una artista relevante en Uruguay.

Desde un barrio en Treinta Tres a galerías en Miami, pasando por el Museo Nacional de Artes Visuales. Este es una parte del recorrido de la artista plástica Verónica Vázquez, quien hasta fines de noviembre tiene una muestra en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), en Maldonado. Otras partes incluyen las idas y venidas propias de casi todos los trayectos vitales: mudanzas, trabajos, crianzas de hijos (y ahora nietos), apuestas... En ese devenir cotidiano, una constancia: el arte.

Vázquez nació hace 52 años en Treinta y Tres, en un contexto tirando a modesto. Era una familia numerosa —siete hermanos—, y sus padres eran algo así como referentes barriales. Un lugar en el cual se estaba cerca de la naturaleza y lo agreste, y un período -la infancia- que ella define como feliz. “Siempre le voy a estar agradecida a mis padres el legado que nos dejaron”, dice.

—¿En qué consiste ese legado?

—Tiene que ver con la justicia social, con que nos importe lo que le pasa al de al lado.

Con la llegada de la dictadura sus padres, empleados públicos, fueron destituidos, una arbitrariedad que recién pudo ser corregida cuando retornó la democracia. Para entonces, los hermanos empezaban a tener que estudiar y la familia tomó la decisión de mudarse a Montevideo. En vez de ver cómo los hijos se iban de a uno, se fueron todos juntos a Montevideo.

Vázquez tenía 15 años, pero ya había empezado a dar sus primeros pasos como artista, por más que le llevaría muchos años antes de asumirse como tal. “Si hoy miro para atrás, el arte siempre estuvo presente en mi vida. Pero fue creciendo en mí de forma inconsciente. Empecé haciendo cositas inútiles, cosiendo, doblando fierritos, haciendo objetitos que no servían para nada. Esa fue una constante desde niña”.

Esos “objetitos inútiles”, además, tomaban forma a partir de lo que ella iba consiguiendo por ahí, materiales de objetos que otros descartaban. Un pedazo de metal acá, otro trozo de tela allá...

Luego vinieron los años en los que había que pagar la olla y con su esposo vendían libros de textos para una editorial. Fueron años en los que la pareja aprendió los códigos y protocolos de la industria editorial de textos para la educación, y en un momento tomaron la decisión de dejar de vender para otros y poner una editorial por su cuenta. Ese emprendimiento tomó forma, se afianzó y hoy es relativamente próspero, con empleados y varios integrantes de la familia en puestos de decisión.

Pero Vázquez nunca abandonó el acto de hacer “objetitos inútiles” en medio de todo eso. Y aunque el arte iba cobrando cada vez más relevancia en su vida (porque además empezó a estudiar y cultivarse yendo a cursos y talleres), no se llamaba a sí misma artista. “Era una palabra que me parecía me quedaba grande. Cuando decían artista yo pensaba en Vincent Van Gogh, gente muy grossa”. Recién hace unos años empezó a sentirse más cómoda cuando se le venía esa palabra a la cabeza.

Lo que inclinó la balanza fue haberse cruzado con “los Atchugarry”, dice en alusión tanto al reconocido escultor y director del museo en el cual ella está exponiendo, Pablo, y Piero, hijo de Pablo y galerista en Miami, Estados Unidos. “Yo tenía unas maquetitas y Pablo me presentaba como ‘escultora’. Él creyó en mí desde el día uno. Ahí empecé a plantearme que podría llegar a ser un artista. Y ahí empezó a entreverarse el arte en mi vida cotidiana. Pongo la comida en el horno y me voy al fondo a doblar alambres”.

El cruce con los Atchugarry fue, recuerda Vázquez, en 2007. Con el aliento y el apoyo de Pablo y Piero, Vázquez comenzó a ir cada vez más al taller que armó en su casa en Maldonado. No es que haya abandonado la editorial, pero cuando se acerca una muestra o instalación —o cuando tiene que viajar para exponer en la galería de Piero en Miami, o hacer una residencia de Dubai—, su marido y su hermana la cubren.

Su marido incluso la asiste, desde su lugar y capacidad, cuando ella está trabajando en el taller: le toca el piano, o le pone algo de la música que a ella le gusta.

Y aunque a veces la editorial, o la vida familiar, le “quite” algo de tiempo de su labor y pasión artística no quiere desconectarse de eso, por más que diga que la parte administrativa del emprendimiento no sea lo más entretenido o gratificante (“No me gusta nada”).

¿Por qué no deja eso y se dedica por completo al arte? “Vivo el arte de otra forma, no me siento tan profesional. Sé que hay gente para la cual el arte es su trabajo. Pero yo decidí que no lo fuera. Por eso no dejo la editorial, por más que la parte administrativa no me guste nada. Además, he visto que hay artistas que quedan un poco ‘esclavos’ del arte para poder pagar sus cuentas; terminás haciendo cosas que no querés. Tenemos tantas reglas y obligaciones en la vida, que mi parte de libertad absoluta es el arte. Hago lo que quiero, lo que tengo ganas y si no se lo puedo vender a nadie no importa. Lo hago igual, porque vivo de otra cosa”.

—O sea que no solo te asumís como artista, sino que lo hacés independientemente de si vendés o no vendés obras.

—O si mis obras gustan o no. Si bien ahora MACA me ha dado una vitrina importante, como también la galería de Piero en Miami, he hecho muchas exposiciones en donde ves la cara de la gente y te das cuenta de que no entienden mi obra, o no lo consideran arte. Pero ta... es mi medio de expresión. Totalmente.

Laura bardier

Una mirada experta

La creadora de la feria Este Arte Laura Bardier viene siguiendo la trayectoria de Vázquez y escribió esto para esta nota:

"Es insólito que el metal oxidado se sienta íntimo y sensual. Sin embargo, Verónica Vázquez ha creado durante varias décadas un cuerpo de trabajo que es rigurosamente abstracto, austero, pero también inesperadamente atractivo. Esa intimidad deriva de la disposición de las piezas en el espacio, de la combinación de los elementos, pero sobre todo deriva del gesto artesanal de reparar, de la voluntad de reconstruir, del ejercicio de remendar. La obra proyecta un mundo en el que reutilizar y recuperar materiales en desuso es esencial para la arquitectura de un futuro. Las esculturas no son sólidas, las composiciones son quebradizas, los tejidos no son de lana suave, los ángulos son cortantes, los remiendos son impredecibles. Las obras están plagadas de espigas, clavos, púas, ensambladuras y remiendos que no dan confianza. Vázquez teje un espacio aparentemente inhabitable, que se configura con lo precario, lo frágil, lo reconstruido. La artista es consciente de su denuncia al consumismo, pero también reflexiona sobre el paso del tiempo en los objetos e imagina esos objetos como testigos del pasado. Utiliza objetos que acarrean una historia de trabajo, signos de fuerza, misterio y ambigüedad, y se apropia de esa trayectoria transfiriéndola a las obras. Y la composición, el remiendo y la reutilización son en el gesto de la artista un trabajo de optimismo, de convicción en que existe un futuro también para esos materiales de descarte.
La práctica artística de Verónica Vázquez es íntimamente uruguaya. Se relaciona, con la tradición de escultores uruguayos que se interesan al construir y deconstruir, valorizando acciones a menudo subestimadas en otros contextos, como son Wilfredo Díaz Valdez u Octavio Podestá. Y continúa la línea de trabajo de artistas como Joseph Beuys, que han ampliado nuestro sentido de la forma escultórica; como estadounidense Joseph Cornell, quienes infundieron en sus creaciones una sensación de asombro o, como la artista brasilera Fernanda Gomes, demuestra que ningún objeto es completamente desechable, ya que los escombros y restos son opciones, no condiciones o restricciones. Un objeto banal, un viejo tornillo, puede convertirse en un acontecimiento especial, poseedor de una particularidad seductora, de una especie de poesía sostenida por un lirismo tosco. Sin brillos, sin intenciones efectistas, con el lento y natural paso de los días, con el trabajo que transforma objetos simples en un fascinante paisaje suavemente ondulado, Vázquez posee un definido sentido de identidad. Trabajando con materiales que trascienden su historia individual, la artista crea una composición en un equilibrio delicado, aparentemente precario, que —vinculado con una sutil línea roja— se mantiene en sólida y firme armonía".

Haberse apropiado de la palabra artista para autopercibirse la llevó, además, a tener más confianza en sí misma al mostrar sus trabajos. Y en eso tuvo que ver, también, Pablo Atchugarry. Cuando se definió que ella iba a tener su muestra en el MACA, sintió un pequeño sacudón interno. La exposición anterior había sido dedicada a Christo Vladimirov Javacheff, un nombre de peso en el arte contemporáneo, y luego de ella vendría otra vaca sagrada, Julio Le Parc. “Tenía que estar a la altura”, dice.

Reunió cerca de 300 obras suyas y empezó a seleccionar. De esa cantidad llegó hasta unas 80, pero aún tenía dudas. “Pero una vez que llegué al MACA y vi cómo quedaban las obras en la muestra, me dije a mí misma: ‘Esto va a quedar bien. Esto me gusta’. Creo también que todos los artistas deberían poder exponer al menos una vez en ese museo”.

Más allá de que el arte no solo le dio satisfacciones, como el reconocimiento o poder viajar, no es que tenga una relación unidimensional con él, que todo sea color de rosas.

Como ella misma dice, es una relación que tiene de todo, tanto lo luminoso como lo oscuro. “He intentado dejarlo, porque no siempre es placentero. El taller te hace reflexionar mucho, y a veces te encontrás con cosas que no querés ver”.

—¿Por ejemplo?

—A mí me pasa que vivo una situación complicada con un ser querido que tiene TLP (trastorno límite de la personalidad) y que es adicto, con toda la negrura que eso trae. Estando en el taller, a veces pensás en eso, y de alguna manera te sentís responsable por las cosas que le pasan. Porque más allá de que a veces vengan mi marido o mis nietas, el taller es un lugar solitario. Están las cosas y vos. Recuerdo que la primera vez que internaron a esta persona no podía dormir y me fui al taller. Hice una obra que seguramente el que la ve dice “Ta, es un cuadrado con unas rayitas arriba”. Pero yo veo esa obra hoy y me despierta los mismos sentimientos que tenía esa noche: veo a un hombre con una mano levantada y está atrás de una jaula... No siempre es tan placentero.

Verónica Vázquez
Foto: Nicolás Vidal. 

Sus cosas

Un artista
Indio Solari
Los Redondos

La música suena a menudo en el taller de Verónica Vázquez mientras trabaja en sus esculturas. Más allá de lo que su marido interpreta en el piano, la artista se declara “re fan” de Alfredo Zitarrosa y Patti Smith, dos artistas en los que la poesía es parte fundamental. Y, también, fan de Los Redonditos de Ricota.

Una referente
Gego
Gego

“Muchos: Antoni Tapies, Richard Serra, Nelson Ramos, Washington Barcala...”, dice cuando le preguntan por un artista que la haya inspirado. Pero hay una escultora que es particularmente importante: Gego, la artista alemana-venezolana, fallecida en 1994. “A la distancia, ella ha sido una de mis maestras”.

un lugar
Barrio Kennedy. Foto: Intendencia de Maldonado
Maldonado

De los tres lugares en los que ha vivido -Treinta y Tres, Montevideo y Maldonado- este último es su lugar. Ahí llegó hace más de 20 años con su esposo y construyó una familia. Desde ahí consolidó su emprendimiento y ahí también de alguna manera “se recibió” de artista al asumirse como tal íntimamente.

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