La Isla del Padre emerge entre las caudalosas aguas del río Cebollatí como un relicto viviente de la mata atlántica brasileña, un pedazo de historia natural que parece detenido en el tiempo. Quienes llegan a sus costas no solo se encuentran con un paisaje exhuberante, sino con la sensación de adentrarse en un ecosistema que susurra historias de un pasado lejano. En octubre de 2021, esta joya ecológica se convirtió en la primera Reserva Natural departamental de Rocha y la primera de su tipo en Uruguay.
Es posible que nunca haya oído hablar de ella, o que ni siquiera sepa dónde está. Por ahora es eso: un secreto. Es un lugar bastante inaccesible, de esos que vale la pena visitar. Si va desde Montevideo, prepárese: deberá llegar hasta La Charqueada, en Treinta y Tres, abordar una embarcación y recorrer 14 kilómetros por el río -lo que puede llevar entre 40 y 50 minutos-, transportándose a un paisaje poco común. Cerquita de ahí ya es Brasil.
Si hay que definirla técnicamente, hay que recordar que este es un extremo de la selva atlántica que se extiende hasta Bahía, como recuerda Rodrigo García Píngaro, director de la División de Ambiente y Cambio Climático de la Intendencia de Rocha. Desde una mirada subjetiva, ofrece una experiencia inigualable de contacto con la naturaleza más pura y representativa del ecosistema lacustre del este uruguayo.
Una vez que atraque en el muelle, podrá enterarse de cosas que no esperaba: desde que es considerada el “Amazonas” uruguayo o del sur, que su flora y fauna son únicas, que aquí se vio por última vez al yaguareté salvaje, o que el contrabando, un sacerdote muy particular y un mafioso italiano forman parte de su historia.
No hay certezas de por qué se llama “Isla del Padre”. Una de las teorías apunta al padre Juan Miguel Laguna, soldado retirado y primer párroco de la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe (hoy Catedral) de la ciudad de Canelones, nacido en Montevideo en 1743, y quien se cree que vivió en algún momento en la isla. Laguna tenía a su cargo una jurisdicción monumental: casi toda la cuenca del río Santa Lucía, es decir, parte de Canelones, Florida, San José y Lavalleja. La biografía de este sacerdote marca que falleció en 1788, tras una enfermedad que lo fulminó en cuatro días.
Sin embargo, la historia que se cuenta en Isla del Padre presenta a un personaje un poco diferente al que puede tenerse en mente y al que, supuestamente, dejó todos sus bienes a su “querida iglesia y a sus no menos queridos pobres”.
“Era un padre un poco particular porque se dedicaba a las vaquerías (explotación de ganado cimarrón) y tenía como criados a una india de unos 30 años (o posible pareja) y un indio de 80. Y hay leyendas de que mataba a sus empleados y los enterraba en un monte de eucaliptus que hay en una curva de la isla”, cuenta Lourdes Dominicci, técnica en turismo y en gestión cultural de la División de Ambiente y Cambio Climático de la Intendencia de Rocha durante un recorrido por los senderos.
No quedan rastros de su vivienda, pero se cree que estaba en la parte más alta de la isla para evitar las pérdidas por las inundaciones anuales. “Por su historia, la isla ya vale un paseo entero”, agrega.
La isla, por su ubicación estratégica -a pocos kilómetros de la frontera con Brasil-, ha sido testigo de muchas historias de contrabando en ambos sentidos. Hugo, uno de los cuatro baqueanos que trabajan en el terreno, relata una de las más conocidas por los pobladores de La Charqueada, vinculada al Arroyo de la Sal, un brazo del río Cebollatí que bordea parte de la isla. Según se cuenta, un barco brasileño cargado de sal -elemento imprescindible para la producción del ‘charque’, la carne salada que se enviaba al país vecino y que dio nombre a este pueblo del departamento de Treinta y Tres- se desvió por error hacia ese canal, en vez de tomar el paso navegable, el que llega tener hasta 15 metros de profundidad. Encalló en la punta de la isla, donde el agua era más baja. Sin poder continuar, la tripulación se vio obligada a arrojar toda la sal al agua y perder la mercancía. Aunque nunca se supo la cantidad exacta, se dice que eran toneladas, y de ese episodio quedó el nombre.
Pero no todas las historias son de tiempos pasados. A Domingo le contaron otras dos que son mucho más modernas.
Una tiene como protagonista al mafioso italiano Rocco Morabito, quien se fugó de la entonces Cárcel Central de Montevideo en junio de 2019. Se dice que su última noche en Uruguay la pasó oculto en Isla del Padre, antes de cruzar a Brasil, donde fue detenido dos años después.
Por otra parte, para quienes disfrutan las historias de terror antes de irse a la cama, hay una que circula en la zona. Se cuenta que eran frecuentes las apariciones de “una mujer vestida de blanco” que atemorizaba a los pescadores del río Cebollatí.
Se cree que es el fantasma de una joven brasileña, prometida de un hacendado que vivía en la zona del futuro departamento de Treinta y Tres, allá por finales del siglo XIX o principios del XX. El día que iba a conocer a su futuro esposo -y también el día de su boda-, su embarcación naufragó en el recodo conocido como la Vuelta del Infierno, 15 kilómetros Cebollatí adentro, y murió ahogada.
Desde entonces comenzaron sus apariciones, que cesaron cuando se colocó una virgen en el muelle de La Charqueada. Sin embargo, durante las obras del puente que conecta esa localidad con la vecina Cebollatí -inaugurado en 2023-, la imagen fue retirada; pocos días después, a pedido de los trabajadores y lugareños que empezaron a sentirse nerviosos, la devolvieron a su lugar y volvió la calma. Dicen que desde entonces no se la ha vuelto a ver… al menos, no en el río.
Un ecosistema único.
Solo en la Isla del Padre es posible encontrar híbridos de palma Butiá y Pindó, que alcanzan unos siete metros de altura. Héctor Caymaris, director de Áreas Protegidas de Rocha, afirma que se desconoce cómo se dio esta mezcla. Muchos de estos ejemplares pueden observarse en el sendero Pava de Monte, que recorre parte del sudeste de la isla (hay otro que lleva a la Laguna Escondida). En esta zona, el paisaje está dominado por pajonales, caraguatales y camalotales.
La singularidad del lugar no termina ahí. En las proximidades de la desembocadura del río Cebollatí, crecen cañaverales de Guadua trinii, una tacuara que puede alcanzar hasta 10 metros de altura y -dato curioso- florece solo cada 32 años. Muy cerca se encuentra el área de cría de la tortuga morrocoyo.
La biodiversidad es tan vasta que, en apenas una visita de tres días, Damián Hagopián y otros investigadores de las facultades de Ciencias y Agronomía de la Udelar lograron identificar 22 familias de arañas, que incluyen entre 115 y 120 especies diferentes -algunas aún no descritas-. De estas, ocho representaron un nuevo registro para el país y dos fueron completamente nuevas para la ciencia, es decir, para el mundo. Otras se ganaron el récord del “registro más austral”, dado que es su hábitat más al sur desde la mata atlántica brasilera. “También encontramos 13 especies prioritarias para la conservación, lo que demuestra que la isla funciona como un reservorio”, explica a Domingo.
Hagopián y sus colegas ya viajaron dos veces y esperan concretar una nueva visita en los próximos meses, con el objetivo de seguir sacudiendo ramas y hojas -en realidad, la técnica de recolección se llama “batido de follaje”, pero es precisamente eso: sacudir la vegetación para que caigan los artrópodos en una especie de paraguas-. “La lista de arañas no está terminada; debe haber más por descubrir y, con un inventario más detallado, más se va a favorecer la gestión de conservación de la isla”, comenta el biólogo.
Lo mismo sucede con los anfibios, reptiles, aves y mamíferos… hasta ahora hay unas 168 especies registradas (sin considerar a los peces), entre ellas algunas sorprendentes como el loro de cabeza azul (muy raro en Uruguay) y el gavilán langostero, que migra anualmente desde América del Norte hasta la Isla del Padre. Es factible que en el área, en realidad, habiten más de 250 especies de aves.
“Me he quedado semanas y no la conozco toda, aunque sí le he dado toda la vuelta. Son 14 kilómetros de circunferencia y tres kilómetros de ancho. Pero hay bañados, monte, bosques, cañaverales… es imposible conocerla por completo”, dice García Píngaro.
No obstante, aunque se utilicen expresiones como “casi virgen” -y, en efecto, así lo es la Isla del Padre-, no solo perdió gran parte de su flora por las carboneras, sino también por la caza deportiva o cinegética sin control, para usos comerciales o de subsistencia. El terreno perdió algunos de sus grandes habitantes como yacarés, tapires, pecaríes y tucanes. “De aquí es el último registro de yaguareté”, comenta sobre el felino más grande de América, el que está extinto desde 1905 para el país (solo existe en cautiverio).
Y agrega: “Tenemos el compromiso de, al menos, lograr la reintroducción de los coatíes, un mamífero arborícola que se puede adaptar fácilmente ante una inundación”.
Hay que recordar que de las 800 hectáreas, al menos unas 400 se inundan cada invierno. Y, en 2024, este fenómeno fue extremo: se superó el máximo histórico de los últimos 15 años -el río alcanzó las viviendas que están construidas sobre pilares de varios metros de altura- y comenzó su lento retiro recién en octubre.
Durante mucho tiempo, las 800 hectáreas de la isla pertenecieron a A. Valiño y Sueiro, un productor privado y vecino de la zona de Castillos, quien comenzó a tener dificultades para pagar los impuestos. “Le tenía mucho amor y no quería que fuera a parar a cualquier mano, así que la donó a la intendencia”, cuenta a Domingo Humberto Alfaro, director de Jurídica.
El trámite no fue sencillo; de hecho, se extendió desde 1965 hasta 2023, cuando, después de varias instancias judiciales, la comuna logró la desocupación de un particular y lo obligó a completar dos cabañas y un laboratorio. Las cabañas de madera hoy funcionan como dormitorios para los cuatro baqueanos que protegen la isla -además de recibir visitas eventuales- y se transformarán en un futuro centro de interpretación. El laboratorio, en cambio, sigue siendo una asignatura pendiente.
“Rocha tuvo varios juicios emblemáticos y este fue uno de ellos. Hoy puedo ver el resultado de lo que anhelé durante 40 años: que Rocha recuperara la isla. Me parecía imposible que se dejara en estado de abandono esta joya”, señala.
Un pasado de explotación.
La explotación de carbón no solo fue una de las actividades más tempranas en la Isla del Padre, sino también la que transformó su paisaje. “Lo que vemos hoy es lo que quedó de la selva”, comenta García Píngaro, aunque todo lo que se observe pueda parecer exuberante. “Lo que estamos viendo son bosques secundarios o incluso terciarios; el primario desapareció”, señala. Además, se registraron dos grandes incendios en la zona.
¿Qué sucedió? Aunque la isla pueda considerarse “casi virgen”, fue testigo de una larga explotación, mediante tala manual, de los montes nativos para abastecer las calderas de los vapores que surcaban la Laguna Merín y realizaban la ruta entre Yaguarón, Santa Victoria, Pelotas y Río Grande do Sul, sin olvidar las cargas que se transportaban a remo o a vela hasta La Charqueada.
En su época, existieron seis o siete casas construidas con paja, montadas sobre postes y tirantes de cañas tacuaras, habitadas por carboneros establecidos en el lugar, además de trabajadores eventuales.
“Estamos a minutos de salir del país. Tanto los pescadores como los contrabandistas tenían dónde abastecerse y salir disparados”, relata Lourdes Dominicci, técnica en turismo y gestión cultural de la División de Ambiente y Cambio Climático de la Intendencia de Rocha.
Caymaris recuerda que la actividad fue principalmente extensiva durante la Segunda Guerra Mundial, un período en el que Uruguay fue uno de los principales exportadores de este combustible vegetal para los aliados. Es imposible conocer la cantidad exacta de carboneras que operaron en la Isla del Padre, aunque las fotos satelitales pueden ofrecer algunas pistas. “Aunque no se ve con mucha claridad, se puede observar una gran cantidad de círculos, que son los restos de los hornos”, explica. Pero, atención: algunos de esos círculos podrían corresponder a cerritos de indios que aún no han sido estudiados.
Conocer el secreto.
Si la isla lo está tentando, pronto tendrá la oportunidad de conocerla. La Isla del Padre está a punto de ofrecer una experiencia turística innovadora y sostenible, gracias a una alianza entre las intendencias de Rocha y Treinta y Tres. Los visitantes podrán realizar sus reservas online a través del sitio web isladelpadre.com.uy, donde podrán elegir la fecha de su visita y asegurar su lugar en las excursiones guiadas en lancha.
Como parte de la oferta turística, se habilitarán zonas para campamentos ecológicos, donde los turistas podrán instalarse en un entorno natural único. Las parcelas estarán delimitadas y contarán con un número limitado de carpas, bajo requisitos específicos para garantizar tanto la seguridad como el respeto al ecosistema. Además, se ofrecerá leña de fresno, una especie invasora que está siendo eliminada de la isla como parte de un programa de conservación.
Como señala Caymaris, uno de los principales objetivos de los senderos es generar tres resultados clave. El primero es el conocimiento del lugar, seguido de una experiencia memorable que permita a los visitantes conectar profundamente con la isla. La tercera pieza de este rompecabezas es la transmisión de esa experiencia, ya que, como él menciona, “la mejor propaganda que se puede dar es la boca a boca”.
Pronto, la Isla del Padre dejará de ser un secreto, invitando a quienes busquen una experiencia auténtica en contacto con la naturaleza más pura. Los visitantes no solo descubrirán un paisaje único y su rica historia, sino que también contribuirán al esfuerzo de preservación de uno de los ecosistemas más valiosos de Uruguay. Es, al fin y al cabo, una experiencia que no solo se vive, sino que se transmite, asegurando que esta joya ecológica continúe siendo un refugio para las generaciones venideras.