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No importa cuánto tiempo ni cuál sea el destino. Animarse a viajar solos, dicen, es una experiencia en sí misma, una distinta a todo.
Alejarse. Mirarse. Sentirse. Encontrarse. Resolverse. Conocerse y conocer. Animarse. Tomar el riesgo. Probar. Dicen que si se siente la necesidad de hacerlo, es porque la experiencia nos corresponde. También dicen que todo -lo bueno y lo no tan bueno- es aprendizaje. Dicen, todos, sin excepciones, que viajar en solitario es aprender siempre algo nuevo, darse cuenta de aspectos que a simple vista no se ven. Que viajar solos es una experiencia en sí misma en la que se viven muchas otras, implícitas en el viaje, en el camino y en la llegada.
Animarse a la soledad en un lugar nuevo y desconocido no parece ser para cualquiera. Sin embargo, estas son todas historias de personas que nada tienen en común pero que, en algún momento y por distintos motivos, decidieron viajar solos. Algunos por pocos días, otros por unos meses, otros sin una vuelta definida. Pero poco importa el tiempo en este relato. O al menos, no importa tanto como la distancia.
Estos son los relatos y -por lo tanto- el aprendizaje de Laura, Mathías, Gabriela, Frank, Carolina y Manuel. Estos son los relatos de seis viajeros solitarios.
A París por amor
Desde un café de París, Carolina Techera (30) dice que ese es el lugar ideal para recordar y recrear lo que vivió en 2012, cuando se tomó un avión por primera vez en su vida y sin darse cuenta, como si estuviera en un cuento en el que todo lo que se desea con mucha fuerza se hace realidad, aterrizó en Madrid. Pero esto no era un cuento. Esto era la consecuencia de haber cambiado de trabajo y haberse quedado sin la licencia suficiente para poder hacer el viaje que había planificado con sus compañeros de facultad.
“Desde que tengo uso de razón siempre quise visitar Europa y en particular París. Me crié en una familia en la que la cultura francesa estuvo siempre muy presente, principalmente por mi abuela paterna”, cuenta Carolina, hoy instalada en París por su trabajo. “Yo había vendido unas rifas para irme de viaje con mis compañeros y como no pude irme, tenía esa plata guardada. Así que en 2012 decidí largarme sola y aventurarme a venirme a Europa”. Estuvo diez días viajando. Primero Madrid. De Madrid a Barcelona y de Barcelona, finalmente a París. Y en París, arriba de la Torre Eiffel, llamó a su padre, que estaba en Melo y compartió con él todo lo que estaba viendo desde aquel lugar que tantas veces se había imaginado. “Él sabe mucho aunque nunca ha pisado París, y por teléfono me contaba todo lo que yo estaba mirando desde ahí”. Cree Carolina que fue en los momentos de mayor felicidad cuando se sintió más sola. Pero no era una soledad que le pesara, sino esa que deja la sensación de querer compartir un instante tan especial con alguien más.
De esa experiencia, dice, aprendió muchísimo. “Aprendí que si uno realmente quiere, pese a lo trillado de esa frase, se puede. Aprendí también que viajar solo implica encontrarse con uno mismo de una manera que puede ser realmente muy dolorosa, pero también extremadamente sanadora y profunda. Aprendí a preguntar. Aprendí a hacer amigos de una noche. Puede que una de las palabras que defina esta experiencia de viajar solo es aprendizaje, desde el punto de vista más neurálgico de la expresión”.
Directo desde Perú
La primera vez que Frank Tipiani (foto principal) viajó solo fue por trabajo. Iba a ir a Punta Cana a conocer un hotel con un grupo pero al final se le retrasó una semana y terminó por ir solo. “Al principio pensé que iba a ir con otro grupo pero no fue así. Estuve solo los cinco días en el Caribe, incluyendo una escala en Panamá por tres horas... fue increíble”, dice.
Desde entonces, los viajes en solitario se transformaron en una experiencia que Frank (de Perú, 40 años) repite cada vez que puede. Es que para alguien que transformó a los viajes en su forma de vida (tiene un blog, Infodestino, en el que cuenta sus experiencias por el mundo), los instantes para poder encontrarse consigo mismo en un lugar lejano, son instancias ideales para “reflexionar sobre la vida, sobre lo que hiciste, haces y harás”.
Además, dice, viajar solo es una instancia en la que no se depende de la opinión de nadie más, un momento para hacer lo que uno realmente sienta oportuno, para tomar decisiones y hacerse responsable de ellas.
-¿Nunca te sentiste solo?
-No, para nada. Hasta el momento, en todos los destinos donde he viajado solo siempre hice nuevos amigos. O por lo menos, la gente te hace sentir como en casa. Pero lo más increíble es que tú vas a buscar estar solo la mayor parte del tiempo.
Para él, el primer paso para hacer un viaje en solitario es simplemente animarse. “Es una de las mejores experiencias que van a tener, el encuentro con uno mismo es como una terapia para la vida y cuando la experimentas vas a querer hacerlo varias veces. Luego tienes que recordar que nada es perfecto, a veces existen inconvenientes y estarás solo para enfrentarlos”. Después, dice Frank, como un último consejo: “¡Diviértete!”.
Sed de aventura
Eligió Atenas porque su mamá trabaja con griegos. Siempre había querido vivir la experiencia de estar un tiempo afuera y sola. Así que a los 21 años habló con una amiga griega de su madre, hizo las valijas y se fue tres meses a vivir en Atenas. En el viaje, Laura Martínez cumplió 22 años.
Hoy tiene 23 y dice que cree que en ese tiempo lejos y sola aprendió mucho. “Pero sobre todo aprendí que no hay lugar como el hogar. Es hermoso estar lejos y hay algo de la distancia que te ayuda a ver con más claridad quién sos, quiénes son las personas que te rodean, por qué te rodeás de esa gente, por qué elegiste lo que elegiste. Pero aprendí que la casa de uno es la casa de uno y que nada puede cambiar o sustituir eso”, dice Laura, que es actriz y a que pesar de todo el año que viene se va a vivir a Alemania por un año.
Es que, aunque sabe que volver a Uruguay es siempre el destino seguro, también sabe que a veces la distancia hace bien. “Viajar solo es una aventura que si la querés vivir es porque tenés que vivirla y solo te va a dar cosas buenas”.
En Atenas, donde vivió en un apartamento vacío que estaba en el mismo edificio que el de la amiga de su familia, se sintió sola. Incluso se sintió sola en más momentos de los que se sintió acompañada. “Lo sufrí a eso, pero creo que necesité también un poco de esa soledad, un poco de mirarme a mí misma y entender mis necesidades, de entender realmente lo que quiero, de solucionar mis propios problemas o abrir reflexiones nuevas”. Estuvo bueno, agrega, estar lejos y darse cuenta de que en realidad habían motivos para volver a Uruguay. “Fue un aprendizaje”.
Probar suerte con una mochila
Mathías Romero (24) se fue de Uruguay siendo cocinero y volvió convertido en músico, malabarista y tatuador. No es que se haya ido pensando en aprender nuevas cosas, pero el camino lo llevó a eso.
Decidió irse de viaje solo porque no se encontraba a gusto con su vida en el país. “No me sentía con un motivo de vida en la ciudad, mi soledad me consumía”. Trabajó en un restaurante del Chuy para juntar plata y aprender portugués, se compró una mochila y se fue para Florianópolis. Allí sobrevivió como pudo hasta que conoció los malabares. “Fue increíble, tenía diversión y plata al mismo tiempo”. Además de Brasil, recorrió Argentina, Chile, Perú, Bolivia y Paraguay. Fue allí justamente donde aprendió a hacer tatuajes. “Siempre me gustó dibujar así que empecé a dibujar de nuevo pero en la piel”.
Si hay algo que aprendió en el tiempo en el que recorrió el continente solo, fue a nunca estar solo. “Viajando me encontraba con personas interesantes todos los días. Gente que me ayudaba (...) En algún momento te podés sentir solo pero siempre hay alguna amiga o amigo mochilero dispuesto a escucharte y aconsejarte”. Aprendió, también, que se puede sobrevivir en cualquier lado, que solo se trata de adaptarse y encontrar la forma de poder conocer, viajar y vivir. “Además del tatuaje, estuve en una convención de circo donde hice un montón de talleres de todo tipo de actividades, todas muy buenas y saludables”. Si tiene que dar un consejo, Mathías dice que hay que confiar en sí mismo, “confiar en que conseguirás todo lo que quieras ese día”.
Viajera constante
Gabriela Vaz (38) cree que el dinero mejor invertido es el que se invierte en viajar. Cree, también, que no hay que quedarse sin viajar por no encontrar a un aliado para hacerlo. Y esa fue su filosofía para haber ido sola a Córdoba, a Lima y Cuzco, a Colombia, a Cuba, a Nueva York, Boston, Washington y Miami.
Pero su relación con los viajes en solitario comienza antes, mucho antes de ser una turista. A los 22, después de terminar la facultad y en medio de la crisis del 2002, decidió irse sola a conocer España. “Mi vieja había vivido unos años allá, así que teníamos algunas conexiones. Tenía plata para el pasaje y pensaba que podía ir, laburar medio de lo que fuera y ver qué onda, pero siempre tuve la idea de volver”.
Se quedó en Marbella por seis meses trabajando de lo que consiguiera (fue moza, vendió cosas en una feria y fue “tarjetera” de un boliche). Y, lejos de sentirse sola o tener miedo, el ser tan chica le jugó a favor ya que mucha gente se ponía a disposición para ayudarla. “Esa experiencia para mí fue buenísima. Antes de volverme fui a conocer Madrid, pero no me moví mucho más, estaba muy atada con que todo el mundo me decía que la situación acá estaba horrible entonces no quería gastar de más”.
Para Gabriela, viajar sola o viajar acompañada son dos experiencias diferentes. “Si vas solo, el objetivo es el viaje en sí mismo, si vas con alguien, el objetivo es compartir la experiencia con la persona que te acompaña”. Dice que ninguna es mejor que la otra, que ambas instancias aportan cosas diferentes. “Cuando viajás solo se te abre un abanico de posibilidades que si estás con alguien más no las tenés. Por ejemplo, conocer más gente”.
La noche más triste
Era un sábado a la noche de 2016 en Chicago. Manuel Botana, que entonces tenía 20 años, fue a ver un show a The Second City, la escuela por la que había decidido dejar Uruguay por cuatro meses para formarse en comedia, improvisación y escritura. Cuando salió del espectáculo, se fue a los salones de la institución (abierta las 24 horas), se preparó un café, prendió una computadora y quiso escribir. Y escribió. Salió y se fue a nadar al club que estaba al lado de su apartamento y que también estaba abierto durante la noche. Quiso buscar un lugar para comer y tomar una cerveza. Y, aunque encontró donde comprarse una hamburguesa, no le pudieron vender alcohol. Manuel aún era menor en Estados Unidos.
Dos años después, se acuerda de esa noche como una de las más tristes de su vida. Recién había llegado a Chicago. Estaba solo y lejos un sábado sin saber muy bien qué hacer, sin tener a nadie con quién hablar. “En esa escuela estudiaron todos mis ídolos, como Tina Fey, Steve Martin y toda esa gente y empecé a averiguar cómo podía hacer para ir a estudiar ahí. Ahorré y me fui cuatro meses solo porque nadie más quería ir”, dice. “Ahora que lo pienso, si bien me fui porque quería ir a esa escuela, creo que también necesitaba viajar solo en ese momento y no lo sabía”. Cree, Manuel, que era importante pasar por ese tiempo de soledad en ese momento, que se da cuenta ahora de que tiene un conflicto con el estar solo y que esos cuatro meses le sirvieron para entender que puede “disfrutar de estar” con él mismo. Y puede ser feliz de esa manera.
Después del primer tiempo, después de sentirse solo y no saber muy bien qué hacer, se adaptó a la ciudad, a su apartamento, a la escuela y a su vida “primer mundista”. El regreso a Uruguay (porque se le terminaba el plazo de su visa) fue otro tema. “Lo más fuerte para mí fue decir: ‘¿Ahora cómo se vuelve a estudiar después de haber pasado por esta experiencia que me partió tanto la cabeza?”. Regresó y dos años después se volvió a ir. Esta vez fueron dos meses. Y estar lejos no implicó sentirse solo.
Estar abierto a cambiar los planes y otros consejos
“De alguna manera un viaje es un retiro -dice el psicólogo Alejandro De Barbieri -no en el sentido religioso, pero sí un retiro de la rutina diaria que todos precisamos para poder encontrarnos con nosotros mismos desde otros lugares”. Un viaje en soledad, dice el especialista, tiene sus beneficios, sobre todo porque en el día a día no tenemos ni el tiempo ni el espacio suficiente como para pensar en nosotros mismos.
Sin embargo, hay algunos consejos y recomendaciones que tener en cuenta. En primer lugar, como dice De Barbieri, es bueno llevar un diario de viaje, escribir lo que pasa durante el tiempo que estamos lejos y solos, ayuda a poder tener la misma actitud cuando regresemos.
Por otro lado, dice Gabriela Vaz, es recomendable “siempre tener al tanto a alguien de dónde vas a estar y en dónde te estás quedando. Avisar si vas a estar varios días sin conexión y ‘reportate’ cada tanto”. Además, Gabriela explica una serie de recomendaciones prácticas (y de sentido común):
“Tratar de no llegar a lugares nuevos a la noche; antes de viajar en taxi o en Uber, averiguar más o menos cuál debería ser el recorrido y cuánto debería demorar.
Averiguar qué lugares son considerados peligrosos, por qué motivos y manejarse acorde; usar el sentido común: no regalarse pero tampoco andar paranoico. El mundo es un lugar mucho más amigable de lo que parece si solo miramos los noticieros o leemos los diarios (y lo dice una periodista)”.
Por último, Gabriela recomienda estar siempre abiertos a cambiar de plan: “Una de las gracias de viajar solo es que no tenés que negociar nada con nadie... Tenés la libertad de levantarte a la mañana y no tener idea de dónde va a terminar el día”.