CANTO POPULAR
Investigación aporta información inédita sobre el compositor al que Los Olimareños le grabaron 26 canciones.
Los 100 años del nacimiento de Víctor Lima, para muchos uruguayos un perfecto desconocido, pasaron prácticamente desapercibidos en este 2021. Pero una profusa investigación sobre su vida y obra llegó para hacer justicia con el legado de uno de los compositores más prolíficos que dio el canto popular uruguayo, del que solamente Los Olimareños grabaron 26 canciones.
Presencia y ausencia de Víctor Lima es un trabajo de 600 páginas, realizado en profundidad, con admiración y respeto, por otro uruguayo que vive desde hace 46 años en Buenos Aires: Schubert Flores, quien durante dos décadas llevó a los principales artistas del género a hacer shows en la vecina orilla.
Aunque otras publicaciones han abordado su vida y obra, a Víctor Lima se lo conoce por ser el autor de canciones que consagraron a Los Olimareños, por su vida errabunda y poco más. Tarde se reconoció su talento poético. Pero el libro de Flores lo ubica entero, como un artista en extremo sensible, contradictorio, incomprendido. Un ser humano distinto, de esos que vienen de paso -muy de vez en cuando-, andan a los tumbos y se van sin encontrar el rumbo ni la meta.
El compositor, que murió a una edad temprana (48), fue fundamental en la música popular uruguaya; una chispa que renovó el cancionero, un músico intuitivo y un creador inagotable con ideas libertarias y de compromiso social.
“Yo lo consideraba como un autor que componía letra y música, pero ahora estoy en condiciones de decir que fue un señor poeta, algo que recién se está descubriendo y reconociendo a partir de un trabajo que hizo Leonardo Garé, que es un escritor, académico y crítico literario”, dice Schubert Flores a Revista Domingo. “Yo soy un investigador, pero este hombre (Garé) es un profesional de las letras y habla maravillas de la poesía de Lima. Por momentos coloca algunas de sus creaciones a la altura de los mejores sonetos de García Lorca, de Machado. Fue reconocido por Atahualpa Yupanqui y vivió solamente 48 años, pero equivalen a 100 años de vida creativa de cualquier gran artista”, agrega.
Schubert Flores nació en Guichón y pese a que lleva casi medio siglo en Argentina, siempre estuvo en contacto con la cultura de su tierra natal. Tuvo que migrar por la dictadura y estuvo preso cuando cursaba Magisterio en Tacuarembó. Durante 20 años produjo espectáculos de canto popular uruguayo en la vecina orilla, llevando prácticamente a todos los artistas de renombre, entre los que se cuentan El Sabalero, Pepe Guerra, Braulio López, Numa Moraes, Carlos Benavides, Los Yaraví (Treinta y Tres), Solipalma (Rocha) y Abel Soria (San José).
“Salvo Daniel Viglietti, que tenía a su representante en Buenos Ares, los llevé a todos. En Argentina primero trabajé en la construcción, agarré lo primero que pude. Pero siempre estuve muy vinculado a la música, a literatura y a la cultura popular uruguaya (soy coleccionista de discos). Cuando cumplí 60 años y me jubilé, logré revalidar el Secundario uruguayo y obtener el título de bachiller, lo que me permitió ir a la Universidad de Buenos Aires (UBA). A esta altura soy licenciado en Ciencias Antropológicas y tengo otra licenciatura en Folclore y culturas tradicionales”, anota.
En estos días, Flores se encuentra presentando en Uruguay, en una gira “pago a pago” (por todo el interior), tanto el libro sobre Víctor Lima como una investigación que hizo sobre Telémaco Morales, otro músico uruguayo prácticamente desconocido. “Tengo otro trabajo sobre Aníbal Sampayo y dos en coautoría en Buenos Aires sobre Atahualpa Yupanqui”, agrega.
Hijo del camino
Víctor Lima (Salto, 1921) integra la trinidad de autores más cercanos a la canción popular sesentista, junto a Rubén Lena y Washington Benavides. Fue iniciador y protagonista del movimiento que desde Treinta y Tres renovó y vigorizó el panorama musical con estilo propio, diferente del folklore argentino que predominaba en ese entonces. Y responsable de una impronta oriental que alcanzó su esplendor con Lena y las interpretaciones icónicas de Los Olimareños, del que ambos fueron mentores y puntales creativos, en forma independiente.
El libro le demandó a Schubert Flores tres años de investigación, pero “durmió” mucho tiempo por falta de financiamiento y problemas ocasionados por la pandemia, hasta que finalmente fue publicado por la editorial Cerno Oriental (Americando).
“Lima fue un andariego, un hijo del camino. Pero tuvo una vida durísima, siempre entre presencia y ausencia, entre demonio y ángel, carcomido por el vicio, el alcoholismo, los barbitúricos”, dice Flores. Y agrega: “Canta a capella con el único instrumento que domina, su voz, que rápido se casca por el maltrato alcohólico. Canta donde sea, en rueda de amigos, para la audiencia escolar, andando solo, en el caminar incesante, que es su manera de ser. Canta y compone a puro gusto, oído e intuición, porque nunca estudió música”.
Más allá de estas condicionantes, Lima tenía algo innato, único, que le surgía de lo más profundo de su ser y que hoy forma parte de lo más rico del cancionero popular uruguayo. “Escribió con afanes poéticos, fervores de hombres y paisajes de los pagos salteños-treintaytresinos. Alumbró creaciones musicales, centradas en coplas cantables, redondas y bien sonantes, explícitas en carnavalitos y chacareras de reminiscencia argentina, zambas -muy suyas- y milongas, candombes, polcas y valseados, con sabores uruguayos”, dice Flores en su libro.
Los Olimareños
El dúo que toma su nombre del río Olimar fue la resultante más famosa de la hornada de artistas que alumbró Treinta y Tres. José Luis “Pepe” Guerra y Braulio López definieron a Los Olimareños en 1962, tras preámbulos y ensayos locales (por momentos fueron tres o cuatro los integrantes). A Lima lo conocieron siendo escolares, en sus inolvidables clases de canto.
Así recordó aquel momento Braulio López, al ser entrevistado por Revista Domingo: “Yo estaba en el coro de sexto año de escuela, donde teníamos una profesora de canto que tocaba el piano de espaldas a nosotros. Pero un día vino la directora y nos dijo que iban a cambiarla. Así fue que llegó Víctor Lima, en manga corta y con un cuadernito abajo del brazo. Tenía una voz muy rasposa y nos dijo mirándonos a todos: siéntense en una ronda en el suelo y déjenme un huequito en el medio. Nos miramos entre los alumnos y pensamos: ‘este tipo está loco’ (se ríe). Nos cayó muy raro que estuviera ahí sentado entre nosotros y no mantuviera una distancia. Sacó unas hojas y nos mostró una canción que nos iba a enseñar. Esa fue la primera vez que vi un texto que decía A orillas del Olimar”.
Para López, aquel maestro de música representó un antes y un después en su vida: “Tenía una forma de cantar en la que alargaba las vocales (canta a la manera de Lima, impostando la voz, algunas estrofas). Nos cayó simpatiquísimo. La antítesis de la comunicación es dar la espalda y él se sentó en el suelo con nosotros, rompió todos los esquemas”.
López recuerda que cuando formó Los Olimareños junto a Pepe Guerra, las canciones de Lima ya eran muy conocidas. “Tenía unas cosas preciosas: A Orillas del Olimar, Las dos querencias… Grabamos muchísimas cosas de él”, rememora. Y agrega: “Después se transformó en una especie de bandera también. Cuando Lena hizo A Don José, él compuso Sembrador de abecedario, con conceptos totalmente diferentes: Lima se la hizo a Varela y Lena a Artigas”.
Abrupto final
Aunque oficialmente se ha sostenido que Lima se quitó la vida, Schubert Flores introduce la duda en un capítulo al que titula “¿Suicidio o accidente?”
Para sustentar esta hipótesis, toma entre otras cosas una declaración de Braulio López: “Yo no creo que se haya suicidado. Simplemente se debe haber tomado unos cuantos vinos con algunos barbitúricos arriba y perdió la noción de la realidad. Se fue a la orilla del Uruguay a componer alguna canción. Se cayó y como no sabía nadar, no habrá podido reaccionar”.
Justamente López fue una de las personas que acompañó a Lima hasta el final. Lo conocía muy bien. Y así lo recordó cuando Domingo le pidió una semblanza del compositor: “Siempre tuve mucho contacto con él, hasta los últimos días en los que estaba muy mal en Salto. Yo fui a dar un recital allá y me dio mucha pena. Él tenía muchos problemas con el alcohol. Venía a Montevideo y se internaba solo en el Vilardebó. Ahí le enseñaba a cantar a los pacientes que estaban con él. Y yo a veces iba con la guitarra y cantábamos sus cosas en el patio. Era un tipo lleno de ternura, no servía para él mismo porque era muy descontrolado en sus cosas, pero era incapaz de hacerle mal a nadie”.