Vitrales en Uruguay: ¿Dónde están y cuáles son los más importantes?

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Palacio Santos

ARTE Y ARQUITECTURA

Una técnica medieval que siguen desarrollando unos pocos artesanos en el país.

¿Cómo es posible conjugar una técnica extremadamente artesanal, de origen medieval, iconográficamente vinculada a la tradición cristiana, con las transformaciones que ha tenido la arquitectura a través de los siglos? El desafío de los vitralistas, que en Uruguay son contados con los dedos, es enorme. No solo por tratarse de un oficio olvidado, sino por la dificultad que existe en el mercado para obtener los insumos que permiten construir o reparar un vitral.

Pero como bien dice Claudia Montero, quien está a cargo del emprendimiento “Vitrales Artesanales”, estas piezas de arte nunca van a morir. “El vitral le gusta a todos, desde los niños hasta los viejos. A todos nos fascina la luz de color”, cuenta esta artesana que desde hace más de 20 años viene realizando trabajos para distintas instituciones y viviendas particulares.

“Provoca dolor cuando demuelen una propiedad y esos vitrales terminan en la volqueta, cuando son obras de arte, piezas fantásticas que tienen muchísimos años y un trabajo enorme detrás”, agrega al ser entrevistada por Revista Domingo.

La construcción y reparación de vitrales conserva la meticulosidad artesanal que tuvo hace siglos. Incluso la limpieza es una tarea delicada que implica desarmarlos y tratarlos pieza por pieza. La técnica es una creación de la Edad Media, que rápidamente se popularizó en las iglesias de todo el mundo y que continúa su andadura en este siglo XXI, aunque en menor escala y aggiornándose a los estándares del arte y el diseño. Pero Montero sostiene que el trabajo de ahora es prácticamente el mismo que el de hace 1.000 años. “La única diferencia es que se enchufa el soldador, antes se calentaba con fuego. El resto es igual”, anota.

En Uruguay y sobre todo en Montevideo hay muchos vitrales valiosos, pero al igual que ocurre con las obras de arte, los objetos museísticos o las mismas cúpulas de antiguos edificios, la gente no los ve.

Uno de estos ejemplos es muy familiar para los habitantes del Palacio Salvo. Con su espíritu barroco que le imprimió el arquitecto Mario Palanti, el edificio conserva en su interior un imponente vitral de Enrique Albertazzi, de la década de 1920, ubicado en la escalera principal entre el primer y el segundo piso. La obra, que fue recuperada en los últimos años por el vitralista uruguayo Mauricio Llorach, representa a un grupo de inmigrantes que tiran desde tierra una cuerda atada a un barco, llegando a una “tierra prometida” con árboles frutales. Albertazzi también colaboró con los vitrales del Palacio Legislativo, considerados una verdadera obra de arte, además de ser de los más hermosos que existen en el país.

Claudia Montero
Claudia Montero con uno de sus vitrales que fue enviado a Canadá.

La época dorada

Hace cinco años la Facultad de Arquitectura publicó un pormenorizado trabajo que compila imágenes de muchos de estos elementos que inundan de luz y color a varios edificios públicos y viejas casonas que hoy están en manos privadas. Entre luces; el vitral en el patrimonio arquitectónico nacional, es el nombre de ese estudio realizado por un equipo que en ese momento estaba integrado por cuatro docentes de la Facultad: Carola Romay, Gianella Mussio, Verónica Ulfe y Miriam Hojman. Y que hoy se ha diversificado para abarcar otras áreas patrimoniales de la arquitectura.

La arquitecta Ulfe explicó a Revista Domingo que la “época de oro” de los vitrales en Uruguay se enmarca en las décadas de 1920 y 1930, cuando el italiano Arturo Marchetti estuvo trabajando en el país. Marchetti, nacido en Milán en 1886, se formó en la Escuela Superior de Arte como diseñador y artista vidriero. En 1912, año en que emigró a Uruguay, obtuvo una medalla de oro en el Salón de las Artes Decorativas de su ciudad natal.

Un artículo firmado por Ernesto Beretta García repasa la obra de este italiano y enumera algunos de sus trabajos más notables: Marchetti ejecutó en el Palacio Legislativo 28 ventanales, todos de estilo grecorromano. En ellos empleó 82.000 piezas de vidrio combinados en cuatro motivos distintos. Realizó vidrieras de los más variados tamaños, desde pequeñas banderolas hasta obras inmensas, como la que existiera en la Caja Nacional de Ahorros y Descuentos, en su momento una de las más grandes de Sudamérica.

El libro de la Facultad de Arquitectura destaca el trabajo de otros maestros vidrieros que dejaron su impronta en Uruguay, como Enrique Aquarone, José Genta, Ernesto Zavaglia, Víctor Valentín y Francisco Vittone. Muchos de estos apellidos dan cuenta de la preeminencia italiana en el campo del vitralismo. Otros trabajos llegaron al país desde Bélgica, Francia, Alemania e Inglaterra.

“Hay vitrales en edificios emblemáticos como el Palacio Legislativo, el Palacio Santos, el Palacio Salvo y el Palacio Piria, sede de la Suprema Corte de Justicia. Después empieza a cambiar la escala y el tipo de programa, y los encontramos en el Museo Pedagógico, escuelas, liceos, casas quintas y grandes viviendas que los tenían en sus patios o salas principales”, comenta la arquitecta Ulfe. 

Palacio Salvo Vitral
Palacio Salvo, una alegoría a la migración.

Un oficio sin escuela

Hace 11 años, cuando se inició la reconstrucción del Hotel Carrasco, que había sido literalmente devastado por el tiempo y las últimas concesiones, uno de los desafíos que se planteó el inversor fue la recuperación de sus vitrales. No era fácil conseguir quien lo hiciera, porque la técnica y la moda del vitral no pertenecen a este tiempo. Después de mucho buscar, se encomendó la tarea al maestro Ruben Freire, quien perpetuó el oficio de su padre, un reconocido artesano que se llamaba igual que él.

Hoy día, pocos siguen desarrollando en el país este delicado trabajo. “No hay una escuela para aprender. En mi caso, empecé a estudiar cualquier otra cosa, carpintería, restauración, y todo me salía horrible”, recuerda Claudia Montero. La responsable de “Vitrales Artesanales” tomó las primeras técnicas de Raúl Perdomo y de Carlos Baratta (ya fallecido), “quien aprendió el tema del corte del vidrio y el armado del vitral, pero le faltaba la grisalla que se precisa para restaurar y que no manejan todos los vitralistas”.

“Baratta tomó un curso en Italia de pintura en vidrio y yo aprendí con él, allá por el año 2000, el tema de los rostros, que es algo bien complicado. Después vinieron desde España Víctor García Góngora y Magdalena Díaz a dar cursos al Museo Torres García. Yo estaba empezando y fue mágico, porque ahí aprendí a pintar vidrio, a darle color”, agrega.

Montero dice que el vitral “más lindo y complicado” que le tocó reparar fue el de la casona en la que funciona la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, ubicada en Bulevar Artigas casi Palmar.

“Se retiró un ventanal de 5 x 2 que había en una escalera con una diana cazadora, que estaba en muy mal estado. Y una claraboya ubicada a 15 metros de altura”, explicó. También trabajó en la Embajada de Rusia y en el Centro Gallego. Y hay una obra suya en Canadá, porque la embajadora de ese país en Uruguay es amante de los vitrales y la buscó para pedirle uno. “Es un girasol grandote que lo hice todo con piezas reutilizadas”, señala. 

Argentino Hotel Vitral
Vitral en el Argentino Hotel de Piriápolis. Foto: Ricardo Figueredo.

La falta de insumos

El problema de acceder a los materiales para construir o reparar los vitrales es moneda corriente para artesanos como Montero o Rubén Larrosa, quien también hace unos 20 años que se dedica a esta tarea.

“Desde hace muchos años hay grandes problemas de insumos, no se consiguen los materiales. La opción que tenemos es ir a Argentina, donde conseguís algo en un par de lugares, pero tampoco se puede hacer una importación, porque el abanico de colores y tipos de vidrios es gigantesco, por lo que tendrías que tener un capital de giro muy amplio para tener un stock”, explica Larrosa.

“Los trabajos se hacen muy a pulmón y con lo que se disponga. De repente encontrás algo en la feria, algún material antiguo. Los remates ya están agotados, porque el ciclo de conseguir cosas viejas en las demoliciones ya pasó. Es un mercado chico, entonces, de repente te piden más por el material usado que lo que vas a cobrar el trabajo o la restauración”, agrega.

Los materiales son primordialmente el vidrio, los pigmentos y la varilla “H” de plomo que permite ensamblar todos los recortes del vitral. “Lo más difícil es el vidrio, porque el plomo se consigue y hay alguien acá que tiene una máquina, o sea que más o menos nos vamos arreglando. El problema mayor son los pigmentos para cuando uno quiere hacer un vitral pintado o quiere restaurar, por ejemplo, la mano de una virgen. En este caso no se usa un vidrio de color plano, es un trabajo que se pinta a mano y se hornea a más de 600 grados, para que el pigmento penetre y no lo borre el tiempo”, concluye Larrosa. 

Los techos del Palacio Legislativo

Mauricio Llorach es uno de los principales vitralistas del país y tiene a su cargo en estos momentos la recuperación de los vitrales del Palacio Legislativo, luego de ganar una licitación en 2019. Está trabajando en el Salón de los Pasos Perdidos y en su balconada, donde se encuentra parte de la obra del italiano Arturo Marchetti. “Estoy desmontando todos los vitrales y los estoy interviniendo uno por uno, es un trabajo integral. Armé el taller ahí mismo, en el Palacio”, explica a Revista Domingo. “También estoy trabajando en los plafones que están en Senadores y Diputados. Los únicos que no entraron, por un tema presupuestal, fueron los de la antesala de las cámaras”, agrega.

Llorach destaca la importancia de “tener gente idónea para mantener esos vitrales, porque también hay una mala praxis de personas que intervienen y les hacen daño en lugar de mejorarlos”.

“Antes, cuando uno iba a intervenir una obra con vidrios fracturados, se le ponía ‘plomos de fractura’ que cambiaban la expresión de un rostro o el diseño general. Hoy eso no se hace más, el vidrio se consolida con un pegamento transparente y una luz ultravioleta”, anota.

Llorach también reparó el vitral del Palacio Salvo, lo cual le demandó dos años porque lo intercaló con otros trabajos. Si se hubiera dedicado exclusivamente, lo podría haber terminado en 6 meses, asegura. En este caso se contó con fondos que aportó la Comisión de Patrimonio Histórico.

Mauricio Llorach
Mauricio Llorach, maestro artesano que tiene a su cargo la recuperación de los vitrales del Palacio Legislativo.

Capacitación en temas de patrimonio

Desde hace algunos años la Facultad de Arquitectura tiene una materia transversal sobre Patrimonio, en la cual se abordan diferentes tópicos. Y publicará, próximamente, un nuevo libro sobre “Técnica y arte en la ornamentación de fachadas de la arquitectura nacional. Pautas para su valoración y conservación patrimonial”.

“Alcanza a todo lo que son apliques en revoques y guardas, entre otras cosas que pertenecen al mismo período en el que explota la incorporación de los vitrales. Se trata de otros tipos de arte, también traídos por los inmigrantes, como el tema de la herrería, en el cual estamos trabajando ahora”, explica la arquitecta Verónica Ulfe.

“En nuestro propio equipo con el que hicimos el trabajo sobre los vitrales hemos incorporado otras disciplinas. Ingresó el antropólogo Ernesto Berreta, que trabaja con la Facultad de Humanidades. Y ahora en la parte de herrería que estamos haciendo, sumamos a una ingeniera”, agregó la profesional.

Vitrales en la Iglesia Matriz

Los primeros vitrales hay que buscarlos en los templos religiosos. Algunos ejemplos datan del período colonial, como es el caso de la Catedral Metropolitana de Montevideo, cuya construcción se inició hacia 1798. De todos modos al edificio recién se le incorporaron vitrales en 1868.

Dispuestos en el tambor de la cúpula se ubican los que pertenecen a la firma Hecendorfer de París, acompañados por el que representa a la Inmaculada Concepción, elaborado por artesanos locales. En el transepto (nave transversal ) se encuentran los de la firma Mayer & Cía. de Munich, Alemania.

Otro antecedente a destacar en la Ciudad Vieja está constituido por la Capilla de la Caridad del Hospital Maciel, que data de 1796, en la que una serie de vidrios de colores de diseño geométrico dispuestos sobre los arcos laterales cierran la nave simple que conforma el edificio. Aunque en este último caso no se trata de obras realizadas con la técnica del emplomado, demuestra que tempranamente hubo intención de utilizar la luz como elemento expresivo a través de la coloración del vidrio.

El libro Entre luces; el vitral en el patrimonio arquitectónico nacional señala que a pesar de su relevancia, estos antecedentes constituyen ejemplos dispersos en su época. Puede afirmarse que es recién hacia las últimas décadas del siglo XIX que comienza a consolidarse la aplicación del vitral como cerramiento tanto en lucernarios como en puertas y ventanas. Y es entre fines de ese siglo y la década del 30 del siglo XX que el arte del vitral en el Uruguay alcanza su período “dorado”. Era una época en que buena parte de la arquitectura oscilaba entre lo clásico y lo moderno, al igual que las artes plásticas fluctuaban entre lo académico y lo modernista.

Iglesia Matriz
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