INFORME
Cinco historias de audaces que abandonaron las ocho horas o la profesión u oficio de toda su vida para tener su propio emprendimiento o incluso dedicarse a ese trabajo que realmente los hace felices.
Cuando Jorge Seré (34) se tomó el primer avión rumbo a su viaje de Ciencias Económicas lo hizo con la idea de no regresar a Uruguay. Su meta era quedarse en Brasil y poner un bar en la playa. El plan inicial quedó trunco ocho meses después: el amor lo trajo de vuelta a sus pagos, pero la idea siguió latente. En cuarto de Facultad supo que no se dedicaría a ser contador de por vida. Y el 12 de agosto de 2016 -fecha en que cumplió 29 años- sucedió el clic: “Basta. Voy a cumplir 30, voy a buscar lo que me llene y tenga ganas de hacer todos los días”, dijo. Tenía un buen empleo en Ernst & Young, le iba muy bien y lo valoraban pero no lo hacía feliz. “Cada hora era de 120 minutos. Dejé de lado la parte económica y prioricé lo que me motivaba”, cuenta Jorge Seré a Revista Domingo. Reflotó una vieja idea que le entusiasmaba y empezó a cranear un free walking tour (tour a pie y a la gorra) por Montevideo. “Me gusta la historia, el turismo, estar en la calle y sobre todo hablar con la gente”, comenta sobre su decisión de inclinarse por el sector turístico.
Lo bautizó Curioso Free Toury se movió sin cesar para concretar el sueño de vivir de un trabajo que disfrutara: hizo un curso de guía, otro de anfitrión turístico y recorrió todos los hoteles y hostels de la ciudad solo. Se paraba en la puerta de la Ciudadela con el paraguas celeste (distintivo de Curioso) aunque no se sumara nadie.
Y no olvidará jamás a esos cuatro tucumanos que lo acompañaron aquel 9 de enero de 2017 en el primer tour por Ciudad Vieja. Le dejaron $ 200 entre todos: “Eran chirolas pero al menos tenía una foto para empezar a promocionar en Instagram”, dice entre risas.
La pandemia fue un balde de agua fría para Jorge y para todos los que vivían del turismo. El tour está enfocado a turistas extranjeros y no le quedó otra que bajar la persiana. Cerró la empresa y se la rebuscó como pudo ese año y medio: trabajó en el restaurante de su tío, como repartidor, lavando vehículos en una automotora y como contador de una empresa por tres meses. “Antes de empezar les dije: ‘Las fronteras abren el 1° de noviembre y yo voy a trabajar hasta el 30 de setiembre así tengo un mes para preparar la vuelta’. Dicho y hecho. Trabajé esos tres meses porque no tenía más plata. Incluso me propusieron quedarme pero yo quería volver a mi emprendimiento”, relata convencido.
El retorno no ha sido simple. El staff se achicó de ocho guías a dos y los tours bajaron de tres a uno. Reabrió la empresa pero hubo que recortar porque la pandemia caló hondo: “Viene un 20% de la gente que venía antes”, confirma.
A pesar de los cimbronazos, Curioso Free Tour se ganó un lugar en el circuito a base de pienso y experiencia: es operador turístico registrado en el Ministerio de Turismo y el tour número uno en Trip Advisor entre todos los disponibles en Montevideo. Por estos días, Jorge cursa licenciatura en Historia en Facultad de Humanidades y extendió el negocio: creó Curioso Travel con el afán de vender viajes grupales y personalizados al exterior. Y está feliz con su nueva realidad: “La mejor decisión que tomé en mi vida fue dejar un trabajo que no me llenaba para lanzarme a hacer algo que me gustaba sin saber qué iba a pasar. Por suerte me fue bien y me cambió la vida. Me despierto y sé que voy a trabajar pero lo voy a gozar”, resume.
Elegir una carrera por descarte, tener que definir el futuro con 17 o 18 años, el mandato social de ser universitario -algo cuasi obsoleto hoy pero muy en boga décadas atrás cuando los padres se jactaban con aquel ‘mi hijo el doctor’-, la necesidad de trabajar para otros por no tener alternativa o por temor a emprender hicieron que muchas personas dediquen la vida entera a una profesión u oficio que padecen e incluso los hace infelices.
Revista Domingo comparte ejemplos de personas audaces que se animaron a renunciar a las ocho horas y dejar atrás la rutina para emprender, ser su propio jefe, vivir sin horarios o, por qué no, hacer de su pasión su empleo.
Jefa de su vida
Terminó el bachillerato con 17 años y eligió Administración de Empresas por descarte. Sara Lopata (54) había hecho sexto de Economía y quería una carrera corta con título universitario: “En mi familia no había chances de no tener estudios terciarios”, confiesa. Terminó la Facultad en 1989 en tiempo y forma. Se había casado a los 19 y estaba apurada por empezar a trabajar. A los 15 días de haberse recibido fue a la dentista y le comentó su situación. “Mi marido se quedó sin secretaria, ¿te puede interesar?”, le preguntó la mujer. El señor era escribano y Sara aceptó el reto para probar.
Pasó 15 años en el rubro jurídico notarial hasta que un día se cansó de ser empleada. No quería más horarios fijos. Ser tan aplicada la llevaba a adelantar trabajo los fines de semana para estar más tranquila. “No tenía vida, vivía enroscada. Un día dije, ‘basta, quiero ser la jefa de mi vida’ y decidí renunciar”, relata. El primer intento para independizarse fue abrir un cyber café en pleno auge del negocio. Alquiló un local pequeño junto a su marido, en 2003, con siete computadoras, y fue un éxito: tuvieron que mudarse a un espacio más amplio porque no daban abasto.
En el medio se formó en liderazgo, un área que le entusiasmaba desde siempre. Su afán era llegar a liderar un equipo de ventas y lo consiguió a base de tesón. En 2007 salió a vender entre sus conocidos ropa de Martina Di Trento con un catálogo bajo el brazo y hoy es representante de esta marca de ropa argentina en Uruguay.
“En un año logré tener más de 50 personas a cargo y en un momento tuve más de 500 vendedoras a lo largo de todo el país”, cuenta Sara. El exceso de trabajo y la presión hicieron que se enfermara y tuvo que bajar la pelota al piso. “Estaba en juego mi salud mental y física y dije ‘esto tampoco es lo que quiero’”, relata.
Independizarse había mejorado su situación económica pero para qué quería un auto 0 km si su salud flaqueaba. Priorizó su calidad de vida y se enfocó en encontrar un equilibrio entre ser su propia jefa y vivir de lo que le gustaba: “Mantengo el equipo pero con 120 personas a cargo”, dice. Y, de yapa y sin mucho vericueto, encontró su verdadera pasión.
Ordenar estaba en su ADN. Si alguien se mudaba ella estaba ahí para ayudar y hoy el orden y organización de espacios pasó a ser otra fuente de ingresos para Sara.
“En 2019 hice mi primera importación de artículos de orden, cuando acá ni siquiera se hablaba del tema, y empecé a venderlos. Después empecé a ir a las casas a ordenar espacios con el concepto de Marie Kondo y dije esto es lo que me gusta”, cuenta. Y sintetiza su vida: “La carrera fue por elección, el liderazgo por vocación pero el orden y la organización es mi pasión. Y me quedo con esta última porque no hay nada más divino que vivir de lo que a una la apasiona”, afirma Sara.
Marie Kondo versión charrúa
No acumules ropa de temporadas pasadas en tu placard ni esas prendas que ya no usás o no son tu talle: algunos consejos del método Konmari ideado por Marie Kondo. La versión uruguaya de la empresaria japonesa se llama Sara Lopata y encontró en la organización de espacios su pasión. Siempre había dado cátedra de orden pero en 2019 pasó a ser también su trabajo. “La gente guarda documentos de hace 20 años que no precisa. Hay que romper, prender fuego y tirar”, asegura. Hasta marzo del 2020 iba de lunes a sábados a ordenar los armarios de sus clientas, las ayudaba a desprenderse de lo que no usaban y incluso las incitaba a donar lo que no necesitaban. La pandemia, dice, la dejó “en pampa y la vía” y tuvo que reinventarse. Empezó a compartir tips con sus más de 12.000 seguidores de Instagram (@saralopata) y cambió el cara a cara por talleres remotos. “La gente me empezó a seguir y empecé a dar asesoría online a clientas que querían ordenar aprovechando que estaban en sus casas”, cuenta. Por estos días retomó la presencialidad, el negocio es un boom y crece a buen ritmo.
Chau tacos altos
Natalia Zagía (46) soñaba con hacer de la organización de eventos su oficio -empezó a planificar su fiesta de 15 dos años antes de la fecha- pero en la época en que terminó el bachillerato no existía una carrera específica vinculada al área, así que estudió diseño gráfico. Una conocida suya la arrimó a ese mundillo cuando tenía 24 años: le ofreció atender y mostrar el salón de fiestas de su padre. La propuesta le cayó del cielo ese 2002 ya que la empresa de su familia había dado quiebra por la crisis y Natalia necesitaba el empleo más que nunca.
Un día se cruzó con un anuncio donde pedían alguien para fiestas y eventos. Se postuló sin saber para qué salón era y quedó seleccionada entre las 10 primeras. Apenas le comunicaron que había quedado en segundo puesto se puso en campaña para buscar trabajo como administrativa y encontró en un laboratorio. Pero Papá Noel se le adelantó ese 2005: “Trabajé cuatro días y un 23 de diciembre me llamaron para decirme que la chica que había entrado no había aguantado. Precisaban que me integrara alHotel Rivierael 2 de enero. Toqué el cielo con las manos”, rememora Natalia con la ilusión intacta.
Entró al extinto hotel para encargarse de coordinar eventos de todo tipo: cumpleaños, casamientos, almuerzos de ADM, entregas de premios. El ritmo era intenso y vertiginoso: llegó a tener cuatro fiestas a la vez la misma noche. “Sabías a la hora que entrabas pero nunca a la que salías. Así estuve seis años y mi cuerpo se empezó a desgastar”, cuenta.
Luego, pasó a ser encargada del departamento de catering de Porto Vanilla hasta que la pandemia hizo lo suyo. El lunes 16 de marzo de 2020 fue la última vez que pisó la oficina. Con las fiestas y eventos suspendidas hasta nuevo aviso, sus jefes la mandaron a su casa y estuvo 17 meses en el seguro de paro. Pasaba el día entero encerrada con su esposo y su bebé y empezó a sentir que se apagaba. Encontró un desahogo en distintos cursos místicos online: hizo canalización de ángeles, apertura de Registros Akáshicos, Ayuverda y otros.
Una tarde se iluminó a partir de una meditación y dijo: “¿Por qué no vivir de lo místico que me apasiona y siempre lo reprimí?” Le comentó la idea a su mamá y a su hermana y juntas crearon Las Titinas, almacén para el alma.
Natalia reflotó el diseño gráfico y puso manos a la obra para crear un logo. Armó la página de Instagram (hoy supera los 7.000 seguidores) e invirtió, junto a su hermana, lo básico del seguro de paro en un emprendimiento propio. Venden boxes de limpiezas energéticas, palo santo, velas, bombas de defumación y otros regalos para el bienestar.
Hay mas. El bichito espiritual estaba en el ADN de Natalia: su abuelo tiraba las cartas. Y ella quiso hurgar por ahí, así que se anotó en un curso de tarot durante la pandemia. Duró un día: la profesora le entregó el diploma en la primera clase. “No te puedo dar más clase, nadie fue tan certero como vos”, le dijo.
En noviembre pasado se abrió los Registros Akáshicos y le dijeron: “Agarrá cartas o péndulo, hay gente que necesita tu energía”. Dicho y hecho. Los ángeles no se equivocaban. En marzo de 2022 hizo un sorteo en la página de Las Titinas para regalar una tirada de tarot por el Día de la Mujer y fue el despegue. Tira las cartas jueves y viernes en su casa y está feliz.
-¿Fue la mejor decisión que tomaste?
-Es la pregunta que me hago todos los días. De un lado tengo a mis padres y mi esposo con esa cosa de ‘mi hijo el doctor’ y ser triunfador cuando ejercés una carrera... El sueño de mi vida era coordinar fiestas y eventos y pude cumplirlo. Estoy permitiéndome esto y no voy a dar marcha atrás para volver a una oficina. Pagué el colegio de mi hijo gracias al tarot y Las Titinas está creciendo, nos contactaron de Argentina y no sé en qué va a terminar.
Marcelo Fernández(60) entró a la Facultad de Derecho con 17 años, en plena dictadura militar, y eso ayudó a que inclinara la balanza para el lado de la abogacía: “Era un desafío reivindicar el respeto por las normas”, comenta el hoy comunicador y abogado a Revista Domingo. Hizo parte de la carrera de un tirón pero cuando le faltaban cuatro materias abandonó. Se recibió con 38 años y lo hizo motivado por dar el ejemplo a sus hijos, no tanto por el afán de ejercer, ya que estaba en otros menesteres.
Estudió para esos últimos cuatro exámenes arriba de los aviones, porque desde 1980 se desempeñaba como comisario de abordo en Pluna. “Mis compañeros de tripulación me decían: ‘Vamos al Mediterráneo’ y yo respondía ‘me tengo que enterrar en los libros’”, recuerda. Con el título en mano, hizo algún intento por ejercer, pero no resultó: la actividad aeronáutica no le permitía complementar con la abogacía. Un buen puesto de trabajo y la seguridad económica mientras criaba a sus hijos hicieron que no se tirara al agua. Era abonado del Teatro de Verano y en el interín se arrimó a las transmisiones de Carnaval de CX30 AM. Luis Alberto Ortiz le dio la primera oportunidad en 1991 y fue un camino de ida.
“La comunicación me fascinó desde siempre, aterricé en este mundo y me quedé”, cuenta. La vocación estaba latente en Marcelo, aunque no se percatara. Era un ávido lector de prensa. Se devoraba de principio a fin los diarios que encontraba en los aviones: “No podía aterrizar en otro país sin enterarme de lo que pasaba en ese lugar”, dice. La radio y el Carnaval fueron el disparador para que se le abrieran otras puertas: en 2004 entró a Tenfield, en 2007 a Subrayado y recientemente a TV Ciudad. Renunció a Pluna en 2011 y al año siguiente la histórica aerolínea uruguaya dejó de operar. “Ya estaba muy metido en los medios y no podía congeniar ese trabajo con los horarios de los vuelos. Dejé Pluna para dedicarme por completo a la comunicación”, confirma. Y agrega que le parece “un ejercicio un poco inútil” cuestionarse qué hubiera sido de su economía si se hubiera dedicado a la abogacía.
Gurú a tiempo completo
Facundo Mallea (35) trabajó 10 años en el rubro gastronómico (primero como mozo, luego de encargado) y se sentía infeliz. Estaba preso de los horarios y el doble turno los fines de semana. Se había acostumbrado a un nivel de vida y salir de la zona de confort le daba temor: “La estabilidad económica te da una falsa ilusión de seguridad”, dice. Sufría por la situación, culpaba a otros y esperaba que cambiaran las personas a su alrededor y la situación para sentirse bien. Tardó en advertir que cada uno crea su propia realidad a través de sus pensamientos y que el cambio empieza a nivel interno. En ese proceso incansable de búsqueda de paz interior se topó con el libro Los cuatro acuerdos y al ver el impacto en su conciencia pensó: “Ojalá algún día lo pueda compartir con alguien”.
“El pensamiento se hizo realidad. Hace siete años soy terapeuta holístico en meditación y reiki y acompaño a las personas que vienen con un conflicto a entender de dónde proviene el sufrimiento”, explica. Su camino de sanación fue largo y se cruzó con pilares que lo guiaron: Beatriz, su pareja; José Clivio y Alexandra Pereira (lo introdujeron en el reiki) y más autores que descubrió en Internet y se convirtieron en maestros. Cuenta que un día se levantó para ir a trabajar, harto “porque no veía frutos”, miró a Beatriz y le dijo: “No quiero ir más”. “No vayas más”, lo animó. Esa misma tarde renunció con el miedo de no llegar a fin de mes por tener apenas tres pacientes y con la sensación de que se liberaba de una mochila que no lo hacía feliz. Fue el momento de predicar con el ejemplo y poner en práctica eso que tanto repetía a sus pacientes: “Soltá el control y confiá que todo va a estar bien”.
Pasaron siete años desde que decidió ser “gurú a tiempo completo”, como le dice su amigo Gonzalo y aunque tuvo que superar muchos miedos para atender a su primer paciente -“me preguntaba, ¿qué tengo para darle a esta persona?, ¿qué le voy a enseñar”, dice- hoy es todo ganancia: “Tengo una cartera amplia de pacientes y puedo vivir de esto. Una vez que me lancé a atender empecé a sentir el placer que me daba. No solo genero un ingreso que me permite mantenerme, también manejo mi agenda, hago algo que me da gozo y ayudo a que otras personas se sientan bien”, redondea Facundo.