Comportamiento
Las crisis pueden parecer el fin de la relación amorosa, pero es posible reconstruir un vínculo saludable. Sobre esto escribió la psicóloga Roxana Gaudio Piñeyro en Transformar la pareja.
Crecimos con la ilusión de que hay ‘pociones mágicas’ y amores indestructibles que permanecen intactos de una forma idealizada. Pero chocamos de frente con la realidad de que el amor es un sentimiento que tiene bastante más de humano que de mágico”, escribe Roxana Gaudio Piñeyro en su libro Transformar la pareja. Claves para acordar y crecer de a dos (Editorial Grijalbo). Por lo general son los años juntos los que enseñan que las “marketineras” mariposas en la panza no están para toda la vida, que el encanto, la idealización del otro y el disfrute constante son parte de una primera etapa.
La primera cita, los primeros mensajes de texto hasta la madrugada, los primeros desayunos. El primer “te amo”. Las canciones que identifican. Las primeras miradas y los besos que dejan sin aliento. El cortejo y la seducción —elementos de esa etapa del “enamoramiento”— implican que se busque “agradar, cautivar al otro”, además, está el “sentirse embelesado”, admirar y desear. Es en esos meses, en ese año o lo que dure, que “cada miembro de la pareja da lo mejor de sí; y cuando la relación es saludable, también recibe lo mejor del otro (...) Pero es solo el comienzo de un proceso”, indica la autora y psicóloga, que trabaja en terapia de parejas.
"Uno se enamora del otro por lo que es, pero también por lo que proyectamos en ese otro".
La mayoría de las comedias románticas de Hollywood terminan ahí, en pleno enamoramiento, y dejan a la imaginación lo que se viene. Y después, aunque suene poco romántico, viene la construcción de “códigos de relacionamiento”, de cimientos que permitan crecer juntos, madurar y querer más allá de las expectativas idealizadas que se hayan depositado en el otro. Construir el proyecto de vida juntos, con metas en equipo e individuales, pero, y sobre todo, con el sostén del otro. Para que la pareja logre pasar del “enamoramiento” al amor y madurar, hay que humanizar el vínculo.
Dice Gaudio: “Creo que uno se enamora del otro sin dudas por lo que ese otro es, pero también —y bastante más de lo que pensamos— por lo que depositamos y proyectamos nosotros, enamorados, en ese otro ser. Si bien esto podemos entenderlo racionalmente, de algún modo atenta contra la lectura mágica que solemos hacer del amor, lo cual nos genera ‘ruido’ y resistencia”.
Pasa el tiempo, se construye la vida juntos, el día a día hace a la pareja conocerse más, en virtudes y dificultades. Aparecen la casa, los hijos -si los hay- la familia del otro, los amigos, el trabajo y todo lo que de alguna manera implica la vida adulta. Las vacaciones, las fiestas, las micropeleas. Las ausencias en momentos importantes, el diálogo o los silencios. “Las pruebas a sortear”. Las crisis.
Lo que le importa a la psicóloga es trabajar el vínculo en una era donde el individualismo es el modo reinante y “los amores líquidos” estrechan nudos que son fáciles de desatar. Está el dicho, válido según Gaudio, de que para querer al otro, primero hay que quererse a uno mismo. Pero, alerta, muchas veces la “necesidad de ‘estar bien’ se exacerba hasta transformarse en una apuesta que no incluye a quien tenemos cerca (...) Los vínculos se descuidan muchas veces sin conciencia”. Pero aunque se esté en el límite, si la intención es continuar la vida juntos, se puede.
Estar a tiempo
Sí, se puede “reparar” la pareja. En eso están de acuerdo tanto la autora del libro como su colega Alejandro de Barbieri. Para el psicólogo, siempre que el vínculo no se haya roto al punto del agravio, hay chance. “Yo siempre cito tres situaciones típicas”, dice a Domingo y enumera: “Cuando uno está a la defensiva, cuando pasa a la crítica y cuando pasa de la crítica al desprecio. Ahí ya estamos en un plano de agresividad donde uno recomienda la separación. A veces, incluso pueden ser unos meses de distancia. Tres, ocho, un año... Un tiempo que sirva para que baje el nivel de conflictividad y se pueda mejorar”.
El psicólogo añade que lo que sucede con las parejas, a diferencia de la terapia normal, es que “llegan a consultar en medio de la crisis. Toda terapia de pareja es una intervención en crisis”. Sucede, explica Gaudio en su libro, que se da por sentado al otro y se cree que va a estar “incondicionalmente” ahí, por lo que sorprende y duele cuando “algo recuerda que los vínculos no funcionan de ese modo”.
Una forma de ver qué está pasando con la pareja es hablar con amigos, recomienda De Barbieri, porque “el grupo puede enseñar aprendizaje por imitación y eso es muy importante. En el individualismo, la gente se cierra y cree que el problema es único y sin solución”.
Para Gaudio, por un lado está la “distracción” del día a día que no permite ver lo que sucede, pero no solo eso. Sobre todo en las discusiones de la convivencia, está el orgullo y ese “se transforma en el peor enemigo cuando se pretende restaurar una relación”. La psicóloga considera que a la hora de resolver un conflicto lo verdaderamente importante es determinar qué fue lo que sucedió. Para eso, entra en juego el respeto, la dignidad, el amor. Lo considera esencial para una relación saludable.
Las crisis y cómo salir
Entre las muchas causas que puede haber para las crisis de pareja, De Barbieri considera que una común es la familia de origen, sobre todo cuando estos pasan a ser parte de las peleas. Sucede también en las familias “ensambladas”. “Si agreden a una parte de tu familia, sentís que están agrediendo tu esencia y no te sentís bien”, describe. También está la crianza de los hijos, el manejo del dinero, la sexualidad, la monotonía, las tareas domésticas.
Un autoestima frágil es otro factor que puede anteponerse a la salud del vínculo, revela Gaudio. La psicóloga enlista algunos factores contaminantes que nacen desde esa autoestima débil: cuando se perciben las dificultades como imposibles de sortear; el sentimiento de “fragilidad interna” que no permite elegir asumiendo los riesgos de las decisiones; cuando las acciones “no son coherentes con lo que se piensa y siente” y lo difícil de aceptar que el error y la frustración son inevitables. Trabajar en el amor propio permitirá ser fieles con los valores de cada uno y construir una relación más fuerte.
También puede haber un problema cuando se alcanzan los objetivos planteados como pareja. Gaudio pone como ejemplo la compra de la casa, la prosperidad de un negocio familiar o la mayoría de edad de los hijos. Sobre todo en este último, dice, está el volver a “enfrentarse cara a cara”. Es una encrucijada, sobre todo si la pareja en sí misma no era un proyecto prioritario para las partes. En el peor de los casos, se puede generar una gran brecha, con sabor a “tarea cumplida”. En el mejor, se da lugar a nuevos proyectos juntos.
Para que el gran proyecto sea justamente la pareja, es importante que haya conexión y, para esto es relevante que haya tiempo. Del físico para compartir momentos, y del mental para estar presente en las preocupaciones del otro y ayudar a solventarlas. Hay que dar lugar a “actos de amor”, esenciales para que la rutina -muchas veces indeseada pero inescapable- se sienta menos. Aprender a pedir ayuda y mantener el respeto por el otro. Generar diálogo, escuchar y no presumir saber lo que el otro piensa. Aceptar los límites del otro y no juzgar sus sentimientos. Para que todo esto sea posible y la pareja tenga posibilidad de encauzarse, hay que estar en el “aquí y el ahora”. Solo así, considera Gaudio, hay posibilidad de notar a tiempo lo que falla y buscar mejorarlo. Por más que el tiempo parezca escueto, “hay que estar en lo importante y dejar lo ‘urgente’ para después”.
Amores que nacen en la adolescencia
Florencia y Agustín —nombres ficticios para una historia real— se conocieron a los 15 años y estuvieron juntos por seis años. En el medio, ella se mudó para estudiar en Montevideo —son del interior— y empezó a tener una vida que alternaba el verlo los fines de semana con sus días en la capital. La carrera y su sueño de ir al exterior se convirtieron en prioridad. La de Agustín era el trabajo. “Cada vez éramos menos la prioridad del otro. En el momento uno no lo quiere ver, pero se fue haciendo más evidente”. Decidieron separarse. Había amor, cariño y respeto, pero no había un proyecto de vida juntos. Como explica la psicóloga Roxana Gaudio Piñeyro en Transformar la pareja, cuando los proyectos individuales se vuelven más importantes que el de la pareja y el “plan A” no es estar juntos, hay que reconocer que es mejor separarse. Así y por su cuenta, lo creyeron conveniente Florencia y Agustín y llegaron a perder contacto por un año. Florencia se recibió, viajó a Europa por un mes y volvió a su ciudad natal. Agustín se contactó para felicitarla y la curiosidad de cada uno por saber del otro los acercó de nuevo. Con 25 años, ya hace casi dos años que están juntos nuevamente. Por un tiempo, salieron en secreto, no querían volver a involucrar a sus familias ni amigos hasta estar seguros de lo que pasaba. El tiempo separados los había cambiado: maduraron y vivieron nuevas experiencias amorosas -antes no habían estado con nadie más-. “Creo que nos sirvió mucho para valorarnos, ya que muchas de las cosas que dábamos por sentado que tenían que ser así en una relación, no lo eran”, explica Florencia. Ahora comparten el gusto por viajar y hace tres meses se fueron a vivir a Europa. “No sé cuánto tiempo más estaremos juntos”, admite ella, pero cree que lo importante es “disfrutar la relación, tener cosas en común” y, sobre todo, “valorarse”.