Walter Tournier y Lala Severi abren las puertas de su casa-taller en Anzani al público

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Walter Tournier y Lala Severi en el fondo de su casa-taller. Foto: Juan Manuel Ramos.

ARTE

El matrimonio se convierte en anfitriones de lujo los sábados de octubre para mostrar sus pinturas y esculturas, y compartir historias del lugar donde habitan y dan rienda suelta a su creatividad.

Lala Severi (60) y Walter Tournier (78) llevaban un año buscando una vivienda para comprar. El barrio Buceo los tentaba. Una tarde de 1998 los encontró caminando por la calle Anzani algo desilusionados después de haber ido a ver una casa “hecha paté” por la zona. De pronto, un jardín amplio, aunque desprovisto de plantas, y una puerta de hierro verde oscuro con vidrio a los costados, captó la atención del matrimonio, incluso más que el minúsculo cartel escrito a lápiz que decía ‘se vende’. Cruzaron miradas en cuestión de segundos y frenaron al unísono en Anzani 2015 con ganas de husmear.

Lala rompió el hielo: traspasó el portón, dio unos 15 pasos hasta la puerta, limpió el polvo del vidrio y miró hacia adentro. Lo poco que vio -el piso de monolítico en azul, la arcada y otro enorme jardín al fondo- le bastó para manifestar: ‘Ojalá pudiéramos conseguir esta casa’. Al volver, llamaron por teléfono al número que indicaba el cartel. Resultó ser una licitación del Banco de Seguros y la ganaron: “Fuimos los que mejor ofertamos porque los demás eran a pagar cuando se jubilaran y nosotros teníamos el efectivo”, cuenta Walter Tournier a Revista Domingo en el living de esa casa 23 años después.

La vivienda fue ganando protagonismo de forma orgánica en la vida de esta pareja. Siempre con la misma premisa: ser funcional a su arte. Pasó de ser una solución habitacional a un motor de inspiración. Allí está el taller de pintura de Lala y de escultura de Walter, donde realiza manualidades en hierro, madera y metal.

Caminar por este lar es un viaje en el tiempo: uno se topa con victrolas y equipos de audio del siglo pasado, se maravilla con máquinas a vapor, microscopios, balanzas antiguas, libros de recetas viejas, proyectores de la época muda, cámaras de 35 y 16 mm, previas a la era digital, con las que se grabaron Los Tatitos y otras animaciones de su autoría. Hay un reloj del 1900 carillón colgado en la sala de estar que suena cada 15 minutos. Y no faltan las obras de arte de los dueños.

También hay colecciones de piezas de la cultura Chankay, con más de mil años de antigüedad, rescatadas por Walter en Perú, otras halladas en Ecuador, y tesoros indígenas encontrados en Uruguay.

La puerta de entrada de la casa-taller en Anzani 2015. Foto: Bettina Franco.
La puerta de entrada de la casa-taller en Anzani 2015. Foto: Bettina Franco.

La casa donde conviven es también su lugar de trabajo y un museo vivo. Cada rincón dispara una rica historia que merece ser descubierta. Por eso, decidieron que valía la pena repetir Puertas Abiertas, y al igual que en 2019, invitar al público a conocer su casa-taller en la calle Anzani 2015 para sumergirlo en esta travesía de compartir vivencias, relatos, y sobre todo su pasión por el arte.

El paseo incluye, además, exposición y venta de obras de ambos artistas. La entrada es libre y gratuita. La primera edición tuvo lugar ayer en el marco del Día del Patrimonio, y se repetirá los cuatro sábados de octubre (8, 15, 22 y 29). La cita es entre las 10:00 y las 14:00.

La óptima respuesta de la gente durante el 2019 dejó la vara muy alta. A Walter le quedó grabada la imagen de una niña que llegó en silla de ruedas abrazada a un muñeco de los Tatitos.

“Vino mucha gente y se emocionaban de poder entrar a la casa y charlar con nosotros, porque nos conocían por las películas. Algunos lloraban. Era una cosa rarísima”, expresa el realizador y escultor.

Lala acota que aquella vez recibieron grupos de personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA), veteranos de residenciales, grupos de escritores y un montón de vecinos del barrio que pasaban y entraban porque les generaba curiosidad.

Verde y movida

La casa conserva mucho de su esencia, por ejemplo el vitral del comedor. Foto: B. Franco.
La casa conserva mucho de su esencia, por ejemplo el vitral del comedor. Foto: Bettina Franco.

Ser buenos anfitriones está en la esencia de la pareja. La casa, favorecida por su parrillero y una enorme mesa de madera en el fondo, es también un punto de encuentro para reuniones de amigos. Y fueron ellos quienes les dieron el empujón que necesitaban para animarse a abrir las puertas de su morada.

“Lala hacía pinturas, yo esculturas; resulta que empezamos a tener obras y muchos amigos nos decían ‘qué linda casa’. Y se nos ocurrió, ¿qué pasa si tratamos de mostrar las obras, además de que puedan visitar la casa? Y si se vende algo, mejor. Pero no era fundamental. Lo que nos importaba era mostrar el lugar donde se trabaja y se vive con la naturaleza”, explica Walter.

Es que el contacto con la vegetación es pieza clave de la propuesta. Cuando Lala y Walter compraron esta casa, el jardín de entrada era solo hormigón y había varios canteros de ladrillo. Enseguida colocaron tierra y plantaron un roble, un granado, una catalpa, un ciruelo, palmeras y varios arbustos. Toda esa flora de aspecto selvático hoy da la bienvenida a esta aventura.

La casa entera está en constante movimiento: a veces el comedor pasa al living y el living al comedor. Todo está puesto al servicio del arte.

En 2015 se acondicionó el comedor para grabar Chatarra: “Metí la escenografía, cerré todo e hice el corto”, cuenta Tournier sobre la pieza de cinco minutos.

El estudio que hasta hace unos años se usó para hacer cortos de animación, en la azotea, hoy está destinado a las muestras de ambos. Ahí están las obras digitales de Lala impresas y las últimas esculturas que Walter ha estado probando en acero inoxidable a las que bautizó ‘rúbricas’.

El jardín del fondo también cambia sin cesar. Un ceibo, un arazá, un liquidámbar, un arce japonés, una higuera, un plumerillo, un limonero, un maracuyá, helechos, palmeras, una pitanga, un quinoto y una yuca conviven entre una sulfatadora antigua, un viejo molino de viento y más artefactos llamativos de antaño.

Cada vez que agregan una planta o un objeto lo conversan. “Siempre estamos tratando de buscar plantas nuevas o de reproducirlas. Dos por tres vamos a viveros en lugares lejanos, traemos un montón de plantas y entre los dos vamos viendo dónde colocarlas”, cuenta Lala.

Rescate

Los muñecos de las animaciones son un gran atractivo para los niños. Foto: Juan Manuel Ramos.
Los muñecos de las animaciones son un gran atractivo para los niños. Foto: Juan Manuel Ramos.

Entre tanta mutación, hay un berretín por mantener viva la esencia del lugar, siempre que se pueda. Walter y Lala saben que la casa se edificó en 1930 porque encontraron un pedazo de hormigón con ese año escrito en números romanos.

En el comedor, espacio central de la casa, sobrevive un hermoso vitral original de principios del 900, que se destaca entre muebles de roble.

El jardín del fondo conserva tres árboles de 1930: sauce llorón, ligustro y níspero. Walter construyó con sus manos el parrillero a partir de una estructura de pinotea presente en un galpón de chapa que existió en los orígenes.

Preservar la identidad es algo que a este coleccionista se le da muy bien: en una época recorría ferias y remates en búsqueda de piezas y antigüedades que pudiera restaurar.

Durante la década que vivió en Perú, en los 70, estudió un par de años arqueología en la Universidad de San Marcos. Una tarde lo llamó el decano para invitarlo a participar de la excavación de una pirámide en Cajamarca, al norte del país y fue un antes y un después: la propuesta lo sorprendió, y a la vez, lo impulsó a tomar una decisión trascendente.

“Me puso entre la espada y la pared. Cine, animación, arquitectura (había cursado unos años en Uruguay), arqueología: no podía hacer todo. Me obligó a decidirme y opté por dejar la arqueología y seguir con el cine”, cuenta.

Aún así, esa pasión no murió jamás. La mantuvo viva buscando piezas entre dunas y arenales o embarcándose en proyectos puntuales. Días atrás terminó la maqueta de una pirámide de la civilización Caral que hizo por encargo para el Museo de Historia del Arte (MuHar) y que se inaugurará en noviembre.

“No me dedico a la arqueología pero siempre tengo el corazoncito cerca”, dice. Y la casa de Anzani es el mejor ejemplo.

compartir también es un arte

"En Uruguay se puede hacer mucho en animación"

El paseo que propone Puertas Abiertas está dividido en 13 espacios, que abarcan la casa, el taller y el estudio. A cada visitante se le entrega un plano y catálogo antes de iniciar el recorrido para que puedan orientarse y conocer los distintos lugares.

A cada sitio le han puesto su impronta y todos guardan algo especial. En el entrepiso del taller de Walter, por ejemplo, se esconde uno de los mejores secretos de la casa: las maquetas y los personajes de los proyectos más característicos que han hecho juntos (Alto el juego, Chatarra, Soberano Papeleo, Tonky, Selkirk y Tatitos). A lo largo de estos cuatro sábados de octubre proyectarán en el taller distintos segmentos de los cortos de animación mencionados. Lala y Walter coinciden en que este tramo del recorrido es ideal y muy disfrutable para los más pequeños.

¿Por qué hay que venir a conocer la casa-taller de Anzani 2015? “Primero porque nos gusta compartir lo que hacemos y nuestro trabajo. Y porque queremos mostrar a los niños y a la gente joven, sobre todo, que acá se pueden hacer muchas cosas que a veces se piensa que no, por ejemplo, respecto a la animación: hasta el día de hoy muchos creen que Los Tatitos eran extranjeros, y no, se hicieron acá”, enfatiza Walter Tournier.

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