EL PERSONAJE

Willy Rey, un defensor del patrimonio: "A Montevideo la vivo y la sufro al mismo tiempo"

Ve con ojos de enamorado una ciudad que ha caído en la indiferencia y que debe ser protegida aunque eso implique colocar rejas en espacios públicos

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Willy Rey, director de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación
Leonardo Mainé

"No recuerdo a nadie que me llame William. Desde que tengo memoria soy Willy. Ni siquiera lo considero un diminutivo”, explica. No obstante, hay una razón por la que en la cédula de identidad lleva el nombre inglés (y no tiene nada que ver con que su abuelo materno haya nacido en el condado de Kent). “Fue por un pacto entre amigos”, aclara.

Su padre, Juan Carlos Rey, y su amigo, William Sheppard, decidieron que sus segundos hijos serían llamados como el otro. Así nacieron Juan Carlos Sheppard -más conocido como Juca Sheppard, músico del Sexteto Electrónico Moderno- y William Rey, arquitecto, docente y director general de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.

Willy también tiene respuesta sobre cómo y cuándo lo atrapó el arte. Tenía 12 o 13 años y fue a ver una exposición sobre el surrealismo en el Museo Nacional de Artes Visuales. Todavía conserva el catálogo. “No entendí demasiado pero salí muy impactado. Cuando volví a casa, mi padre, que era psiquiatra y psicoanalista, me dio unos libros. Y me metí. Me metí en la pintura. Me metí en el arte”, cuenta a Domingo. Luego ingresó a la Facultad de Arquitectura porque consideraba que era una profesión sólida que lo aproximaba a eso que le fascinaba tanto pero que terminó atrapándolo por completo.

Viviendas, edificios y locales de interés deportivo llevan su firma y la de su colega Juan Miguel Azadian. Juntos trabajaron, además, en obras en monumentos históricos: Quinta Capurro en Santa Lucía, Estancia San Pedro de Timote en Florida, Molino de Pérez y Casa Quinta de Aurelio Berro en Montevideo. Al mismo tiempo, asumió como encargado de la Cátedra de Historia de la Arquitectura Nacional y, con los años, el nombre de Willy (no William) Rey “quedó irremediablemente vinculado” a la defensa del patrimonio. Así fue vicepresidente de la Comisión entre 2005 y 2008 y presidente por un periodo corto. Se alejó por discrepancias con la ministra de Educación de ese entonces. Volvió como director en 2020.

El sevillano.

Si no considera que Willy sea un apodo, ¿cuál es? “Sevillano”, contesta. Y aquí hay una razón que puede calificarse como mística. “Es como si hubiese nacido en esa ciudad o hubiese tenido una relación en otra vida”, cuenta. Desde que visitó Sevilla por primera vez se enamoró de sus calles y su cultura; luego vivió allí mientras realizó su doctorado. “Fui muy feliz en ese tiempo. Vuelvo casi como un peregrino todos los años”, agrega. Es profesor invitado del Departamento de Historia de la Arquitectura en la Universidad de Sevilla y siempre viaja entre enero y febrero o entre octubre y noviembre para, además, acortar el verano uruguayo. Es más, vivió “diez años en invierno” entre tantas idas y vueltas.

¿Pero puede explicar ese no sé qué que tiene la ciudad andaluza? “Creo haberlo descubierto en ciertas cosas que tiene la vida de Sevilla que se parece mucho a la vida del Montevideo cuando yo era niño. En Sevilla todavía se duerme la siesta, todavía en Sevilla los sábados y los domingos la gente se viste para ir al centro y disfrutar de las confiterías; Montevideo ha perdido eso”, relata.

Con todo, nunca ha querido mudarse porque ama tener el corazón dividido entre dos ciudades, aunque una mitad le duele más que la otra. “A Montevideo la vivo y sufro al mismo tiempo”, confiesa. Y le duelen muchas cosas, entre ellas, el estado deplorable de los monumentos y espacios públicos y la ausencia de respuesta de municipios o intendencias ante situaciones que, a su juicio, tienen una “alarma” encendida.

“La indiferencia general me preocupa más; la falta de sensibilidad en los que tienen la obligación de llamar la atención”, afirma. Otro dolor es la “baja cultura de mantenimiento”.

En este sentido, el director de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación se reunió con técnicos de la Intendencia de Montevideo hace más de un mes. Cuenta que se puso a disposición para dar una mano en lo que se necesite, pero todavía no ha recibido respuesta. “Exigimos muy poco y nos conformamos con muy poco. Es necesario ir hacia una ciudad mucho más mantenida y conservada. El tiempo pasa y es necesario empezar a dar señales rápidas. Hoy hay estándares de mantenimiento que son inaceptables”, dice con dureza.

Las alarmas.

¿Por dónde empezar? Lo tiene claro: por el parque de esculturas del ex Edificio Libertad (hoy sede de la Administración de Servicios de Salud del Estado). Esa área es Monumento Histórico Nacional y cuenta con obras de María Freire, Gonzalo Fonseca, Germán Medina, Pablo Atchugarry y otros; en conjunto, las piezas tienen un valor, sólo económico, de millones de dólares. “Es donde se puede leer de manera descarnada el terrible estado de situación de los monumentos”, lamenta.

Y hablando en general de la Montevideo que vive y sufre, dice: “Hay daños que se pueden ver con los ojos, ya no con el alma, sino con los ojos, y que son el resultado de algunas crisis más profundas”.

La razón es la indiferencia y la ignorancia que nos puede mantener impávidos ante el evidente vandalismo o destrucción de un patrimonio que es de todos. “También es real que muchos monumentos no hablan más. A los montevideanos de los años 30 les decían muchas más cosas de las que dicen hoy. Parecería que muchos monumentos han quedado mudos”, reflexiona. Sostiene que hoy no hay enseñanza y, por lo tanto, tampoco aprendizaje sobre sus alegorías, significados y relevancias.

En la urgencia que este arquitecto ve que existe en la ciudad -y también fuera de Montevideo- piensa que hay que plantear seriamente dos medidas: por un lado, un “sistema más sólido de guardaparques” para reducir situaciones de inseguridad en espacios públicos y -en caso de ser necesario algo más drástico- “cerrar” los monumentos. “Yo sé que la presencia de la reja no es lo mejor pero para que no haya rejas tenemos que estar lo suficientemente educados para entender que hay que preservar ese lugar”, dice. Y añade: “Si se siguen destruyendo bienes, si se siguen robando piezas de bronce, si se siguen grafiteando los pies de los monumentos, bueno, entonces no estamos capacitados para tener ámbitos públicos sin rejas”.

Consultado por el futuro, Willy espera haber cumplido con dos objetivos para el final del periodo al frente de la Comisión. Uno es la aprobación de una nueva Ley de Patrimonio (ya hay un texto que debe ser revisado) que actualice la norma de 1971; otro es la firma de la Convención de la UNESCO para la Protección del Patrimonio Subacuático (tiene media sanción en el Senado). “Es un patrimonio que está muy olvidado. La riqueza que tiene el país debajo del agua es riqueza cultural y no debe ser visto simplemente como un retiro de bienes de valor”, puntualiza.

Con todo, esa falta de sensibilidad que Willy ve en algunas autoridades es atenuada por la preocupación por el patrimonio, en especial por los bienes arquitectónicos, que demuestran vecinos y grupos organizados ante, por ejemplo, una demolición.

Pero, a su juicio, no hay que reaccionar solo ante los posibles daños irreparables, sino que hay que ir con los ojos abiertos por la ciudad y “frenar, mirar y quejarse”.

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