Actividad e inflación en el próximo año

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Las expectativas para 2021, en base a una incertidumbre “medible” desde diversos supuestos.

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El que despunta —2021—, debería ser un año de crecimiento de la economía —aunque más no sea muy moderado— y de baja inflación. El hecho de señalar que “debería ser un año” con esas características, no exime considerar que, atado a esa expectativa, hay un alto riesgo de cumplimiento. La inmedible incertidumbre económica de los primeros meses de la pandemia, que entonces impedía intentar cualquier estimación sobre la evolución y los resultados macroeconómicos puede ser, ahora, sustituida por una incertidumbre hasta cierto punto “medible” a partir de supuestos. De todos modos, los resultados que pueden derivar del empleo de cualquier conjunto de supuestos quedan sujetos a un alto riesgo de cumplimiento.

Existen hoy algunas pistas que pueden dar lugar a ciertos resultados macroeconómicos que reflejarían no solo los efectos de lo que ocurre en el mundo y en la región en el contexto actual de la pandemia, sino que, además, derivaría de lo que viene siendo la combinación de políticas macroeconómicas que está llevando adelante la conducción económica de la nueva administración. Se trata de una mezcla diversa a la que –como lo propala estentóreamente— llevaría adelante la fuerza política hoy opositora.

El crecimiento

En 2021 el crecimiento de la economía será débil y el desempleo se mantendrá relativamente alto. De acuerdo con lo que se observa, la conducción actual tiene como objetivo elevar el empleo a partir del estímulo a la inversión privada. Se han creado, dentro de lo posible dadas las restricciones presupuestales, una serie de incentivos a la inversión —en el sector de la construcción por ejemplo—, empleando una política fiscal expansiva por abatimientos tributarios. Y también expansiva en el contexto de la restricción presupuestal, por el lado del gasto público para sobrellevar problemas de desempleo —seguro de paro de diversos tipos y duración—. Se trata de lograr así un crecimiento con mayor duración temporal que lo que sería intentándolo a partir de una política fiscal expansiva solo con subsidios y aumentando el déficit fiscal, con las consecuencias que incluso ello trae en materia de costo de financiamiento. O peor aún, intentando el financiamiento del gasto expansivo con aumento de la presión tributaria. Son esas medidas a las que se recurrió en el pasado y que la evidencia refleja en una economía que se fue apagando y el desempleo subiendo a dos dígitos.

También la monetaria forma parte de una combinación de políticas que busca estimular a la inversión y al empleo, notoriamente diferente a la que se empleara por más de una década, y que no ayudara a un crecimiento duradero. La nueva política monetaria se refleja en la progresiva disminución de las tasas de interés relevantes en la economía, lo que determina un mayor nivel de inversión al cabo de cierto lapso breve y, con ella, del empleo. Es que las tasas de interés bajas estimulan al consumo y a la inversión y son obstáculo para la reducción de la competitividad de la producción transable, contrariamente a lo que ocurriera con las tasas de interés altas de la conducción anterior.

La inflación

Es probable que al finalizar este año la inflación se ubique próxima a los dos dígitos. Más que por lo que ha sido la política monetaria de 2020, el aumento del nivel general de precios de este año se debe a lo que ha sido en el pasado la política del Banco Central y los manejos del índice precios al consumo a través de precios de empresas públicas en diciembre de cada año. Desde hace ya varios meses, la política monetaria se ha vuelto mucho más expansiva que anteriormente, con el objetivo ya mencionado, de reducir la tasa de interés para estimular al gasto durante el lapso que la inflación lo permita. Por lo observado, las tasas de interés se emplearán atendiendo al efecto inverso de su movimiento con el del comportamiento de los precios y de la economía. Mientras la actividad productiva del país sea débil, las tasas de interés se mantendrán bajas y lo contrario ocurrirá cuando la inflación amenace al entorno económico.

Es probable que, ante las progresivas bajas de las tasas de interés que se pagan a las colocaciones de letras de regulación monetaria por el Banco Central y ante la tasa de interés de referencia de la autoridad monetaria para las transacciones de crédito interbancario, muchos piensen en aumentos de la inflación. Pero existen varias causas que, hoy, neutralizan esa posibilidad. Por un lado está el todavía débil estado en que se encuentra la producción, lo cual inhabilita, al menos por un tiempo y hasta que la economía recupere un mayor vigor, al aumento de precios. También encontramos hoy que uno de los factores que alimenta a la continuidad de la inflación —la indexación salarial— se ha atenuado considerablemente, al menos por unos meses más. El desempleo alto juega para que los salarios se ajusten al alza para quienes mantienen su empleo y a la baja para quienes habiendo quedado sin empleo, busquen volver a tener una ocupación. Y una tercera causa es que tampoco se debe esperar que haya una depreciación cambiaria que vuelva más caros a los productos y servicios transables, exportables y sustitutivos de importaciones, dada la baja demanda de dólares para la compra de productos del exterior, en particular de servicios, y debido también a la lenta pero existente reversión del ingreso de capitales financieros del exterior, al desaparecer la significativa diferencia entre las tasas de interés locales y las del exterior.

En definitiva, las mencionadas son las razones de las estimaciones planteadas para la actividad y el empleo y para la inflación, no descartando el alto riesgo que las rodea, una incertidumbre hoy más “medible”.

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