OPINIÓN
La resistencia ciudadana a la inflación y la mayor conciencia política de sus costos, configuran una notoria diferencia con lo que ocurrió en los años setenta.
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¿Nos encaminamos a un período de estanflación? En los ’50 la respuesta a esa pregunta habría sido “no”. En los ‘70 habría sido “sí”. Y en la actualidad, la respuesta sería “depende”, condicional al país, su institucionalidad macro y las políticas que adopte. Así lo sugieren los aprendizajes de esas décadas y las posteriores, recogidos en buena evidencia y avances de la teoría económica.
Estanflación es estancamiento económico con inflación alta. Es recesión y alto desempleo, con la inflación desviada de las metas consideradas como estabilidad de precios (2-3%). Por supuesto, que la estanflación relevante es la secular, la que abarca varios años. O sea, aquella que trasciende la mera recesión o estancamiento de algunos trimestres, en medio o después de inflación también transitoria.
Estanflación es la que tenido Argentina durante varios ciclos en el último siglo, Uruguay en los ‘60, Chile en los ‘70, o Estados Unidos a inicios de los ’80. Esos fueron ejemplos más persistentes, no mini estanflaciones.
Hasta los ‘50 y ‘60 la estanflación secular era considerada poco probable.
Dicha observación provenía de casi un siglo de evidencia para el Reino Unido, a la cual Arthur W. Phillips le dio conceptualización teórica.
La denominada curva de Phillips sugería una relación inversa entre desempleo (estancamiento) e inflación. Un escenario recesivo y de alta desocupación se asociaba a moderación de salarios y precios. De ahí la sugerencia de políticas expansivas para acelerar el crecimiento y disminuir el desempleo, a cambio de tolerar un poco más de inflación.
Pero, primero la academia y enseguida la propia realidad, invalidaron la existencia de una relación estable e inversa entre desempleo e inflación en el largo plazo. Por eso, desde principios de los ’70, creció la aceptación de la factibilidad de escenarios de estanflación.
Desde la investigación económica aparecieron Milton Friedman, en su discurso de la American Economic Association de 1968, y Robert Lucas con un trabajo empírico en 1973, para descartar el tradeoff (disyuntiva) entre desempleo e inflación a la larga y plantear que sólo podía darse en el corto plazo, pero dependiendo de ciertas condiciones. Además de cierta estabilidad de la oferta agregada, es imprescindible que la meta inflacionaria y la política monetaria sean creíbles.
Sin expectativas inflacionarias ancladas, ni credibilidad en la gestión de los bancos centrales, la economía podía quedarse estancada y con inflación alta, sin capacidad de amortiguar el ciclo adverso con políticas de demanda.
Al contrario, en esas condiciones, una mayor expansividad monetaria (y fiscal) prolongaría la estanflación. Y eso fue lo que se observó en Estados Unidos, el Reino Unido y muchos otros países a fines de los ’70, en línea con las predicciones de Friedman y Lucas.
Quizás por la falta de esa conceptualización teórica, quizás por la confianza derivada de cierta estabilidad en las dos décadas previas, los gobiernos desarrollados usaron generalizadamente, en los ’70, políticas expansivas de demanda en un intento por mantener el crecimiento económico y moderar el desempleo, a cambio de tolerar un poco más de inflación. Hasta buscaron compensar shocks de oferta (“salto del petróleo”) con dicho enfoque, lo cual solo exacerbó la estanflación.
¿Estamos ahora en un escenario parecido? Hay similitudes y diferencias.
El escenario se parece en el uso y riesgo de abuso de políticas de demanda para compensar problemas de oferta (bajo crecimiento potencial) o shocks de oferta (pandemia, petróleo, guerra, etc). También quizás en la sobreconfianza derivada del relativo éxito en explotar en el corto plazo la disyuntiva entre inflación y desempleo durante las últimas tres décadas.
Claramente, todo eso hace ahora más probable la amenaza de estanflación.
Sin embargo, hay diferencias respecto a los ’70, que la amortiguan. Primero, está la resistencia ciudadana a la inflación y la mayor conciencia política de sus costos. Segundo, también está más internalizada la conceptualización teórica y empírica sobre las causas y consecuencias de la estanflación, incluyendo el rol clave de las expectativas inflacionarias en su dinámica.
Por último, en muchos países eso se ha traducido en mayor independencia de los bancos centrales y en reglas fiscales para evitar los abusos discrecionales.
Así, la respuesta de estos tiempos sobre el riesgo de estanflación en economías desarrolladas o en aquellas emergentes que no la han sufrido es justamente “depende”, por la vigencia en los hechos de dichas políticas e instituciones. En Estados Unidos, el Reino Unido, la Eurozona y varios otros ejemplos, escenarios de mini estanflación pueden darse, pero parecen poco probable procesos más persistentes.
En todo caso, lo que sí parece muy factible es el mayor “sacrificio” en actividad que deberán asumir para reencauzar el desborde inflacionario.
Tanto más cuanto mayor sea el desanclaje de expectativas y menor sea la consolidación fiscal y el impulso a políticas de oferta pro crecimiento potencial.