Apuntando al pato equivocado

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Pretender transformar por decreto un bien transable en no transable, para controlar la inflación, es más ridículo que heterodoxo.

Imaginemos por un instante una economía que muestra profundos y constantes deterioros en sus fundamentos macro. Que ha tenido notorios problemas para captar inversión y generar empleo. Que ha perdido la confianza en los mercados de capital y por tanto no puede recurrir a la emisión de deuda para financiarse. Además, agreguemos que su Estado ha gastado por encima de sus posibilidades largo tiempo, y que ha cubierto gran parte de la brecha entre egresos e ingresos imprimiendo billetes de su moneda local. Reforcemos el esfuerzo de imaginación y supongamos que sus autoridades se sorprenden al encontrarse con una elevada inflación, y que ésta a su vez, erosiona el sistema de precios, salarios, generando crecimiento duro de la pobreza. En este ejercicio trágico, imaginemos que la única luz visible, la única fuente genuina de financiamiento externo, es a través de la entrada de divisas con saldo favorable que genera su comercio exterior. Ahora, imaginemos que el gobierno teniendo a su frente la coyuntura descrita, decide prohibir las exportaciones de uno de sus principales rubros exportables.

Abrochen los cinturones, no se trata de un despegue, esto es un aterrizaje forzoso. Bienvenidos a la Argentina.

Inflación

El dato oficial cerrado a abril muestra una inflación acumulada en los últimos 12 meses del 46,3%. Es tal el desajuste, que Argentina tuvo solo en este mes, la inflación que tuvo Brasil en todo el 2020. Los alimentos y las bebidas no alcohólicas aumentaron en promedio en el último año móvil 46,4% y las prendas de vestir y calzado lo hicieron 79,1%. El proceso inflacionario no es nuevo. En 2018 cerró en 47,6%, en 2019 en 53,8% y en el 2020 fue de 36,1%. La historia argentina está plagada de inflación e hiperinflación. Pobres de las sociedades que olvidan las duras lecciones de su historia, incapaces de capitalizar los sucesivos errores para evitar volver a cometerlos.

El inicio de la pandemia encontró a la economía argentina en franco deterioro, con vulnerabilidades en varios frentes. Y sobre todo con profundas restricciones financieras. Para sostener el funcionamiento de su Estado, ha recurrido de forma constante a la emisión de billetes. Desde marzo de 2020 hasta fin de año, el circulante se había incrementado un 52%, o sea, un 16,4% deflactado el efecto de la inflación. La sobreimpresión monetaria implica, inevitablemente, una pérdida de su valor, como todos aquellos factores que sobreabundan sin fundamento alguno. No es posible crear riqueza presionando el botón de encendido. Además, el ingreso al círculo nocivo de destrucción de la confianza en la propia moneda. En sociedades habituadas a convivir con inflación, lo primero que hace la población es desprenderse rápidamente de la moneda por temor a que su poder de compra se evapore. Retroalimentando el círculo. El Estado imprime una moneda que nadie quiere.

Salarios, empleo y pobreza

La inflación y el magro nivel de actividad han provocado en los últimos tres años caídas en el salario real del sector privado. Además, la pobreza, que en 2017 era el 25,7% de la población, ha pasado a ser el 42% en 2020. Más de 4 de cada 10 argentinos viven por debajo de la línea de pobreza, y 1 de cada 10 es indigente.

En contexto de deterioro, el atractivo para invertir y emprender, y por tanto generar empleo, es una nostálgica ilusión. Resulta imposible completar un mero excel que implique cualquier planificación de corto y mediano plazo.

La tasa de desocupación alcanzó al 11% de la población económicamente activa en 2020, y la de actividad al 45%. Triste coyuntura para un país que tiene el potencial productivo para estar ubicado en otro escenario.

Comercio exterior

A pesar del contexto complejo, los datos de comercio exterior muestran gran dinamismo y recuperación. Las cifras del primer cuatrimestre se sintetizan en un incremento de las exportaciones del 21,8% y de las importaciones de 37,4%. La balanza comercial muestra un saldo positivo de US$ 4.000 millones en 2021. En una economía que no recibe divisas ni por financiamiento ni por inversión, pasa a ser decisivo.

El principal socio comercial sigue siendo Brasil, seguido por China y EE.UU. Completan la lista de principales mercados, interesantes destinos como India, Vietnam, Chile y Alemania. El 25% del saldo comercial corresponden a exportaciones de carne y sus despojos.

En cuanto a la carne, Argentina había retornado al comercio internacional, volviendo paulatinamente a ubicarse como unos de los principales exportadores mundiales. Insistir con medidas de intervención, que además en el pasado fracasaron, supone reiterar sus pésimos resultados. La variable de ajuste no será la caída de su precio al consumo, de mantenerse, será la caída de rodeos y potencial productivo. Hay que recordar, además, que sólo el 29% de la producción de carne vacuna se destina a la exportación.

El pato equivocado

Las expectativas sobre el futuro de corto plazo en Argentina son poco alentadoras. Se parece más a una bomba de tiempo al borde del estallido, que a un país en el sendero hacia el desarrollo. Desarrollo que se logra con orden macro, confianza para captar inversiones y promover emprendimientos; produciendo, para generar fuentes genuinas de empleo y oportunidades de realización. Producción que hay que colocar tanto en el mercado local como en el mercado internacional. Pretender transformar por decreto un bien transable en no transable, para controlar la inflación, es más ridículo que heterodoxo.

Las soluciones hay que buscarlas en las causas de los problemas y no en sus consecuencias. Hurgar con el foco equivocado, hará “apuntar al pato equivocado”.

A pesar de que en el corto plazo pueda en algún punto favorecer a la producción nacional, debemos pensar en términos más amplios y a futuro, entendiendo que precisamos una región fuerte, creciendo y con elevados niveles de desarrollo humano. Por ahora, nada más lejos.

(*) Decano de UCU Business School

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