Argentina comenzando otra larga marcha cargada de desafíos

Esperar hasta el segundo trimestre del año, momento donde el Banco Central capta reservas resultantes de la cosecha gruesa, es una larga travesía cargada de riesgos.

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Una vez más Argentina comienza el camino de recomponer sus equilibrios macroeconómicos básicos, que le permita desencadenar su enorme potencial de crecimiento y resolver así su enorme deuda social, resumida en niveles de pobreza inéditos. Esta vez lo hace de la mano de una propuesta liberal, cuyo mensaje está en las antípodas de la visión peronista que reinó durante décadas, exacerbada recientemente por una fase populista encarnada por el kirchnerismo.

En realidad, la calamidad actual es consecuencia de una estrategia de crecimiento económico obsoleta basada, en gravar al sector agroexportador para financiar una base industrial amparada por alta protección arancelaria y a un Estado omnipresente tanto en su carácter de híper regulador, proveedor de servicios, distribuidor de rentas y fuente de empleo. Bajo ese esquema se armó un modo de funcionamiento corporativo donde campea una sociedad de rentistas, en el que la disputa por sacar la mejor tajada es el objetivo principal, postergando formas genuinas de mejora a través de la inversión como modo de potenciar la productividad y el crecimiento. Estamos presenciando la debacle final de un modelo de crecimiento obsoleto que estuvo en boga en la región en la segunda mitad del siglo pasado condimentado con populismo. Lo inédito es que en la historia argentina hubo ya intentos de abandonarlo, que una vez fallidos, reforzaron las recaídas hacia episodios como el actual.

La propuesta de la administración Milei manifiesta que el cambio esta vez será diferente y para siempre. Algo que solo la historia convalida como cierto, pues los antecedentes no ayudan y los desafíos a superar enormes. Pero está arropada con un voto de confianza, que esperamos que fructifique.

Los anuncios recientes del Ministro Luis Caputo muestran con trazos gruesos el cambio de rumbo de la gestión macroeconómica. En realidad, su principal desafío es encontrar un ancla que amarre una economía que está a la deriva y desde ahí montar las políticas de ingresos, salarial y asistencia social. Consolidar el ancla fiscal llevará tiempo, siendo el tipo de cambio en este momento el instrumento que por defecto lo hará temporalmente. Y ahí reposa el gran desafío de saber cuál es su cotización de equilibrio para anclar expectativas a la espera de la consolidación fiscal, que en definitiva tomará el lugar de referente básico de toda la gestión macroeconómica. Es una operativa compleja, sujeta a errores, pues se ejecuta sin un colchón de reservas para atemperar volatilidades extremas en el tipo de cambio, las que pueden fracturar el resto del programa y desalinear expectativas sobre el rumbo del programa, en un contexto de alta inflación.

Esperar hasta el segundo trimestre del año, momento donde el Banco Central capta reservas resultantes de la cosecha gruesa, es una larga travesía cargada de riesgos. Aquí, la autoridad monetaria deberá actuar con pericia extrema, administrando la escasez en un contexto de apertura de importaciones y vencimientos en dólares de deuda doméstica y externa. Es una combinación de respetar fundamentos y el arte de hacer política entre agentes, mostrando que el rumbo actual es diferente al pasado.

Por tanto, tendremos por delante un ancla cambiaria que necesariamente se irá deslizando hasta que se amarre a roca firme, hecho que dependerá de eventos domésticos, el efecto de las políticas fiscales y desregulatorias aplicadas y del contexto externo. Aquí opera otra dimensión relacionada a cuánto espacio le otorgaran los acreedores externos bajo formas de refinanciación (Fondo Monetario), y la posibilidad de obtener fondos frescos aportados por organismos multilaterales como el Banco Mundial, el BID y la CAF. Incluso swaps del Tesoro de Estados Unidos, espejo del otorgado ya por China. Europa es un signo de interrogación, pues su mirada apunta a su espacio aledaño y África. Porque en estas cosas, los alineamientos geopolíticos operan. No todas las veces, pero en situaciones extremas su factibilidad aumenta. Obviamente que las credenciales de Argentina como deudor no son las mejores para estos planteos, pero si la épica de que esta vez será diferente prende, es factible que haya algún resultado positivo.

Por último, y no menos importante para transitar sin mayores tropiezos el nuevo camino, está el acompañamiento del cuerpo político y, en particular, de la gente. A la sociedad se le pidió un esfuerzo adicional para atravesar el arenal de sacrificios a la espera de resultados. Resultados futuros que obviamente tienen una dimensión monetaria, pero también una suerte de recomposición del imaginario social de que está navegando hacia un futuro más próspero. El resultado electoral responde al hastío de un modelo donde muchos de los votantes habían puesto sus esperanzas en el pasado. Y una generación muy joven de electores que en este caso arranca a los 16 años de edad, desligados del pasado reciente, y cuyo anhelo es vivir mejor dentro de una sociedad que hoy les cercena su futuro.

No defraudar a esta generación joven es otro de los grandes desafíos de esta larga marcha. Otro cambio de rumbo fallido sería fatal para el imaginario de la sociedad argentina.

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