Jorge Caumont
El objetivo de la macroeconomía es solucionar desequilibrios que pueden ser de naturaleza interna o externa. Los primeros son los relacionados al nivel de actividad —si la economía se encuentra en receso o en sobre expansión—, y al comportamiento de los precios —si existe inflación o deflación—.
Se trata de desequilibrios que sacuden a la producción y al empleo en el primero de los casos, y al ingreso de la población en el segundo. El desequilibrio de naturaleza externa es el que se produce como consecuencia de ingresos de divisas —dólares— que superan a los egresos, o cuando éstos son más altos que los primeros, situaciones que reflejan lo que ocurre con el comercio de bienes y de servicios y con los movimientos de capitales desde fuera y hacia afuera del país. Para resolver estos problemas macroeconómicos que pueden deberse a influencias externas, a una mala conducción económica o a factores exógenos —como la pandemia o la sequía—, se dispone de diversas políticas y sus instrumentos: la política fiscal, la política monetaria y la política cambiaria.
Argentina
En Argentina observamos que hoy se viven tres profundos desequilibrios macroeconómicos que afectan considerable y adversamente, a su población, el 39,2% de la cual —18.7 millones de argentinos—, no tiene ingresos suficientes como para cubrir la canasta básica de consumo total, es decir, que se encuentran en situación de pobreza.
Es un país que ha dejado de crecer y tiene muy bajo empleo, pues si bien la tasa de desempleo ha venido declinando luego de mitigado los efectos de la pandemia, eso ocurre porque menos personas buscan trabajo y solo 45% de la población económicamente activa, está ocupada. Obviamente una situación que en buena medida explica el grado de pobreza, en un país del que todos conocen su potencial de expansión como, también, su bajísimo aprovechamiento para siquiera mantener el bienestar de su población.
Además del desequilibrio señalado en su actividad productiva, Argentina tiene, desde hace ya tiempo, una altísima inflación —102% en los doce meses a febrero— que aumenta mes a mes y que sigue siendo alimentada por el financiamiento de un significativo déficit fiscal que, prácticamente en su totalidad, se realiza con emisión monetaria por parte del Banco Central. Pero una inflación que también se encuentra exacerbada por las expectativas que la población tiene sobre el comportamiento de los precios y que agrega presión a su evolución.
Por si los desequilibrios señalados fueran pocos y no profundos, el del sector externo se agrega a ellos y es también acuciante Desde hace ya tiempo se encuentra en una situación tan desastrosa que es prácticamente insostenible en el cortísimo plazo y que se busca extender hasta las elecciones de noviembre sin devaluar fuertemente al peso ante el dólar. Una devaluación que será fuerte, ya que las reservas internacionales del Banco Central son escasas en términos brutos y sensiblemente bajas en términos netos, es decir, descontadas las que no son propias y las que deberá usar para pagar vencimientos de deuda.
El ajuste
Si bien es posible lanzar una combinación de políticas macroeconómicas para mejorar, obviamente de manera no instantánea pero sí para encaminar una recuperación de la producción, disminuir la inflación y mejorar al sector externo de la economía, es una combinación que no se llevará adelante este año. Y eso es así porque las elecciones de noviembre lo impiden y porque el desgobierno que existe y la ignorancia de la conducción económica actual para encaminarla, son alarmantes. Pero el ajuste de la situación tiene que intentarse en breve, porque de lo contrario ocurrirá naturalmente y llevará mucho más tiempo el acomodamiento a una situación macroeconómica y social más llevadera.
No se visualiza que un triunfo de la actual administración de gobierno en las elecciones generales del 22 de octubre o en un eventual ballotage el 19 de noviembre vaya a cambiar, en breve y rápidamente, la situación. Y eso porque cualquiera sea la facción de las dos en que se ha dividido y se enfrentan las del actual oficialismo —la encabezada por el presidente o la que comanda Cristina Fernández—, no está dispuesta a llevar adelante el ajuste macroeconómico en condiciones apropiadas. Solo parecen estar esperando la explosión final y achacarle el desenlace al ingenuo Fondo Monetario Internacional y a un legado macrista que se recibiera hace ya cuatro años.
Pero tampoco se visualiza que, un triunfo de las otras fuerzas políticas que bregarán por el poder en octubre y que pueden tener o tienen mejores conductores y políticos, puedan llevar adelante la correcta combinación de políticas macroeconómicas para un ajuste necesario del escenario económico, sin la feroz oposición de los que sean desplazados. Argentina no saldrá de su deteriorada situación económica y social en un futuro relativamente cercano.
Será difícil la corrección de los desequilibrios señalados a los que, también y de manera difícil de entender, ha contribuido significativamente el monitoreo y la ineficaz ayuda financiera de una institución como el Fondo Monetario Internacional —a la que se le asignan responsabilidades por integrantes del gobierno—, que ha fracasado en su intento de contribuir a la salida de Argentina. Un país cuyo gobierno puede incurrir en breve en un nuevo repudio de su deuda como ocurriera hace ya una década. Y un país que seguirá siendo un socio de poca ayuda para el nuestro y que obliga a evaluar más seriamente las relaciones comerciales de bienes y los compromisos excluyentes de otros acuerdos que con él y por él se mantienen.