Los primeros cien días de la administración Milei, son la vidriera de todo lo que puede acontecer cuando se agota la gestión de un modelo populista.
Para empezar, muestra una sociedad extenuada, empobrecida y aturdida por el impacto de una catástrofe autoimpuesta. Quienes la gobernaron durante décadas tenían la legitimidad de las urnas, que no es otra cosa que ser depositarios de la confianza de la gente que una vez defraudada en reiteración real, se volcó hacia un candidato que propuso un cambio drástico, a sabiendas de que la transición hacia la normalidad sería dura. El porcentaje de aceptación del 52% de la gestión del Presidente Milei lo convalida. En definitiva implica un cambio de rumbo con legitimidad de origen, cuyos resultados finales todavía no están dirimidos, y de cuya dimensión temporal para conseguirlos depende la permanencia del indispensable apoyo ciudadano.
Podrá o no gustar el estilo Milei de hacer política exacerbado por los intríngulis propios de una organización federal del país que promueve intereses regionales contrapuestos, pero el hecho básico es que el rumbo propuesto es el correcto: resolver el problema básico del déficit fiscal, generador de una inflación galopante. A lo que se agrega como complejidad en ese trayecto, corregir las distorsiones en los precios de bienes básicos como la energía y el transporte público. Y por último, comenzar a recuperar reservas para encuadrar el balance de un banco central con reservas negativas
Los resultados hasta el momento son los propios de cualquier manual sobre políticas antiinflacionarias, al señalar que en una primera etapa hay, necesariamente, recesión, lo cual explica la renuencia de los gobiernos a actuar preventivamente cuando aparecen indicios del fenómeno.
Obviamente que los políticos quedan presos de sus palabras cuando hacen anuncios de campaña. En este caso, al decir que los costos del ajuste lo pagaría la política catalogada como la “casta”. En realidad, todo profesional de la economía, y también muchos políticos saben que todo ajuste implica una reducción del gasto que excede las posibilidades de financiamiento genuino. Y cuando este gasto tiene una composición mayoritaria de salarios y jubilaciones (75%+) serán necesariamente estos los rubros que harán un aporte sustancial a la consecución del equilibrio. Sin duda que es una decisión dura, con fuerte impacto sobre quienes son afectados y de ahí las críticas y las resistencias. Pero la verdadera pregunta es cómo y quienes los llevaron a esta situación que estuvo oculta por una ficción insostenible. Y eso es lo que encarnan las posturas populistas que ficticiamente ponen el cielo al alcance de las manos de sus votantes, sin importarles que sus propuestas tienen pies de barro y vida limitada.
En este breve camino, la administración Milei viene destapando episodios de corrupción que también integran la esencia del populismo y que, por tanto, se convierten en hechos naturalizados en la operativa de la sociedad, donde todos sus sectores están salpicados o directamente involucrados. Se está en presencia de un proceso de regeneración que busca instaurar una sociedad abierta y transparente, que lo convierte en un hito tan importante como el propio proceso de estabilización. Pues eso implica promover un cambio cultural en el seno de una sociedad que tiene enraizadas formas corporativas de funcionamiento social, inculcadas por décadas de peronismo rancio.
Sobre estas dos vertientes fluye hasta ahora la gestión Milei en un camino donde aún es prematuro determinar las etapas siguientes y sus respectivos resultados. Esto depende más del arte de la política y de circunstancias imposibles de prever.
Hasta ahora, algunos resultados, han sorprendido tanto a analistas como al propio gobierno. La inflación se viene desacelerando rápidamente gracias a un estricto cierre fiscal que puede llevarla a menos de un dígito mensual en los próximos meses. La sostenibilidad de esa senda depende de la destreza de la política, los apoyos del sistema político y la ciudadanía en general. Cada paso que se avanza, hace más costoso perder terreno en la materia, pues eso implica empezar de nuevo en una situación de crisis cuya resolución no tiene otra alternativa a lo que se está haciendo. Más rápido o más lento, los costos serán los mismos. Pero enlentecer el proceso arriesga perder el estado social emocional proclive al cambio, movilizado por la esperanza de que esta vez será diferente.
Un fracaso es una alternativa con efectos insondables, de gama amplia, que abarca desde la profundización de la crisis económica hasta hechos políticos impredecibles.
La comunidad internacional mira con atención esta peripecia, pues una Argentina estabilizada es una tierra de oportunidades, hambrienta de inversores para desarrollar su enorme potencial, maniatado por políticas erróneas. Llegó hasta aquí como una economía seccionada de los mercados de capitales, los que desde hace tiempo la abandonaron por su propensión al default de sus deudas y a la violación de los contratos. Una vez demostrado que el cambio de rumbo es consistente, con toda seguridad, el nivel de las tasas de retorno de las inversiones ajustadas por riesgo incentivará ese proceso clave para el crecimiento de Argentina. Proceso que también será complementado por la movilización de ahorro doméstico hoy fuera del sistema productivo por razones precautorias.
Solo una senda de crecimiento robusta asegurara el éxito del camino emprendido hace 100 días.