Aumentar la productividad: mucho ruido y ¿cuántas nueces?

No hay mayor promoción y disciplina para la eficiencia que la apertura externa, la liberalización de mercados y el impulso de la competencia.

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Tras el superciclo de commodities 2004-14, América Latina acumula una década de crecimiento económico mediocre y de cuasi estancamiento del PIB per cápita. Quizás haya alguna excepción, pero ese ha sido “el nuevo normal” de la región.

Como consecuencia, en muchos países se insiste en las necesidades de mayor inversión en capital físico y humano para elevar el crecimiento, pero el énfasis de moda parece estar en la productividad. Este es el cliché del momento. “Hay que aumentar la productividad”, se escucha por doquier. Pero eso, ¿qué significa realmente? ¿Cuánto es retórica ficción y cuánto eficaz acción?

A mitad de los ’90, el ex profesor e investigador de las universidades de Chicago y Los Ángeles (UCLA), Arnold “Alito” Harberger, que está cerca de cumplir 100 años y que ha sido muy influyente en muchas generaciones de economistas latinoamericanos, abordó interrogantes similares.

En su discurso inaugural como presidente de la American Economic Association concluyó primero lo obvio: en el largo plazo, el crecimiento del ingreso per cápita refleja esencialmente el incremento de la productividad total de los factores. Y en segundo lugar reafirmó algo también evidente, pero que suele disimularse en eufemismos. Al fin y al cabo, aumentar la productividad no es otra cosa que “producir más con lo mismo” y/o “producir lo mismo con menos”.

Así, en aquellos discursos y artículos, Harberger planteaba, sin rodeos, que la esencia a la larga para incrementar el crecimiento del PIB per cápita es, en última instancia, facilitar la adopción del cambio tecnológico y la reducción sistemática de costos unitarios (costos por unidad de producto). Y evidenció que, si bien esa batalla permanente por mayor eficiencia debe promoverse y librarse en todas las unidades económicas (privadas y estatales), el proceso no se desarrolla como "levadura", sino como “hongos”. No es parejo, sino heterogéneo: unas pocas empresas, en algunos sectores, lideran y logran mayor productividad. Por eso hay que tener mucho cuidado con limitar la integración vertical u horizontal sin buenas razones. No hay que combatir per se el aprovechamiento de economías de escala, sino propiciar gran apertura y competencia externa para facilitar “la destrucción creativa”. Para que aparezcan o crezcan empresas, y se vayan otras.

Por supuesto que “Alito” consideraba muy relevante la inversión en capital físico y sus determinantes asociados para aumentar el crecimiento potencial y el ingreso per cápita. Lo admitía al advertir lo aprendido de la teoría y de la evidencia. Una mayor inversión en capital físico tiene un efecto por una vez en la transición hacia mayor PIB per cápita y es esencialmente endógena a la rentabilidad-riesgo, la estabilidad macro y el respeto de los derechos de propiedad.

Paralelamente, con la inversión en capital humano pasa en cierto sentido algo similar, aunque la educación adecuada refuerza el impacto positivo en la productividad total de factores. Mayor cobertura y calidad en el sistema educativo, siempre que entregue las capacidades requeridas para la “creación destructiva” y la innovación, equivalen a ganancias significativas de eficiencia.

Exigir que la educación sea “la adecuada” y “la requerida” es clave. Habría decenas de ejemplos para citar sobre mala preparación de nuestros adolescentes y jóvenes para el mundo económico venidero. Requieren capacitación y habilidades propias del siglo XXI y La Cuarta Revolución Industrial en desarrollo, más que del siglo XX o de las transformaciones tecnológicas anteriores. Necesitan más preparación en ciencias básicas, pero también más habilidades blandas para adaptarse a estas revoluciones vertiginosas. Más pensamiento y programación computacional, pero también mucho más inglés, habilidades comerciales y capacidades de emprendimiento.

Pero por estimular la educación adecuada y requerida, no deben desatenderse “las 1001 formas de reducir los costos en términos reales”, en frase de Harberger, como vehículos para aumentar la productividad. Ahí hay que poner mayor énfasis.

Lo primero para avanzar en esa dirección es que los agentes económicos deben percibir los verdaderos costos para reducirlos. Por eso es esencial la inflación baja y estable cerca de 3%. Porque en ese nivel, sin gran volatilidad, se evitan confusiones sobre evolución de costos y precios relativos. Pero no alcanza con eso. Aún sin inflación alta, puede haber “precios mentirosos”, aquellos distorsionados por subsidios, aranceles, otras barreras proteccionistas, monopolios e intervenciones estatales.

Segundo, no hay mayor promoción y disciplina para la eficiencia que la apertura externa, la liberalización de mercados y el impulso de la competencia. El Mercosur, por ejemplo, dista de ser un bloque comercial abierto y genuinamente competitivo con los países más eficientes. Es muy proteccionista de ineficiencias.

Tercero, donde hay una institucionalidad particularmente poco proclive para estimular reducciones reales y sistemáticas de costos unitarios es en las prestaciones estatales. No suelen haber incentivos para estimular mayor productividad y eficiencia.

Por último, hay varios otros frentes para avanzar en esa dirección, desde las rigidices laborales, pasando por empresas públicas deficitarias, hasta la permisología y las trabas burocráticas. Falta mucho para que opere plenamente la “destrucción creativa”.

En fin, cada vez que escuchemos o leamos sobre la necesidad de “aumentar la productividad” para aumentar el crecimiento económico, preguntemos y cuestionemos sobre cuáles van a ser las medidas concretas para lograr mayor eficiencia. Porque más allá de la retórica ficción, lo que realmente importa es la eficaz acción para lograr una reducción real de costos unitarios. O sea, las medidas concretas para hacer más con lo mismo y/o lo mismo con menos. Porque eso es, en definitiva, productividad y como resultado, crecimiento económico a la larga.

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