ENTREVISTA
El compañero natural de la renta es el impuesto a las herencias; pero hoy no tenemos la capacidad, casi ningún país de la región, de aplicar un impuesto así.
El pasado martes 28 de abril, El País anticipó unresumendel trabajo “Ideas para una mejor tributación en la post-crisis del COVID-19”, compartido en un blog por parte del Economista Líder Principal Fiscal del BID, Alberto Barreix, el Líder Especialista Económico del BID, Carlos Garcimartín y el secretario ejecutivo del Centro Interamericano de Administraciones Tributarias, Marcio Verdi. Para el uruguayo Barreix (integrante de la comisión que asesoró al gobierno uruguayo en 2007 en la reforma tributaria), hay que pensar en un IVA de tasa generalizada, una renta personal con alcance global e impuestos a la propiedad bien diseñados. A continuación, un resumen de la entrevista.
—En el trabajo publicado, destacan que en el escenario post crisis, necesariamente deberán fortalecerse los ingresos públicos, volver a la senda de la disciplina fiscal, tener en cuenta que la crisis es regresiva y por lo tanto no se debe perder de vista la equidad, así como distinguir nítidamente qué medidas son transitorias y cuales permanentes…
—La crisis nos sorprendió, y hay que buscar los instrumentos que nos permitan ir superándola de la mejor manera, está claro. Pero tratemos de pensar ordenadamente lo que vendrá después, para evitar nuevas sorpresas. Ese fue el objetivo del blog. Pensemos una política tributaria más eficiente y creativa, así como en una estrategia de gasto responsable. A mí me compete el primer componente de estos dos.
Tengamos en cuenta que los sistemas tributarios se basan en tres grandes pilares: el IVA, el sistema de imposición de rentas, y la seguridad social. Otros, como los de la propiedad, representan una porción menor. Los pilares principales son los que hay que usar muy bien, y los otros aprovecharlos de la mejor manera. Por otra parte, hablamos de impuestos muy viejos, que necesitan ajustarse a los tiempos, y exigen una buena administración.
El IVA es un buen impuesto, simple y efectivo, pero hace falta un apoyo para darle equidad, que son las transferencias, y la Renta es un impuesto equitativo y tiene posibilidad de cierta progresividad, pero si abuso, golpeo el ahorro nacional. A su vez, nada sustituye un buen impuesto a la propiedad, no al patrimonio, que combine con un buen impuesto a la renta; y a largo plazo, un impuesto a las herencias muy bien pensado e instrumentado. Eso sería lo ideal, a mi juicio.
—Respecto del IVA, ustedes plantean que “puede ser necesario aumentar su tasa” y añaden que debería ser necesario “examinar la racionalidad de las exenciones y tasas reducidas”. Esquemas como el de Uruguay, con tasas diferenciales, ¿deberían ser revisados?
—El IVA es neutral, no discrimina, sobre bases muy altas. Para poder administrarlo bien, necesito tener el menor juego de tasas. Pero no es sencillo: si gravo todo a una misma tasa y, como es un impuesto al consumo, todo lo que es inversión se deduce, resulta muy regresivo. Esto es, como el consumo en términos relativos es más alto en los pobres que los más ricos, le saco más a los que menos tienen. Debemos tener un impuesto realmente neutral, que no me afecte, que sea fácil de administrar, claro. Pero, ¿cómo solucionamos la regresividad? Con base al gasto.
Podemos generalizar el IVA, una sola tasa. Con lo que aumentamos la recaudación, compensamos a los deciles más bajos mediante transferencias.
Hay sistemas en la región que tienen tasas diferenciadas. Y son países donde el consumo está concentrado. Por tanto, si la tasa general es 17% pero gravo la carne al 10%, como el mayor consumo de carne es de los deciles más ricos, los dos primeros deciles se van a llevar el 40-50% del beneficio de esa exoneración, y en cambio los deciles más bajos solo se beneficiarán del 10-15% de esa menor tasa. Gravemos todo igual, y compensemos a los más pobres. Sin tasas diferenciales, generalizo y devuelvo mediante subsidio directo.
—Ustedes entienden que un subsidio directo es mejor que el beneficio de tasas diferenciadas en cuanto a su eficiencia…
—América Latina tiene la ventaja además de contar con mucho trabajo hecho en materia de transferencias condicionadas. Porque, es fundamental que los países tengan claro y definido su sistema de beneficiarios. Para que esquemas como estos funcionen y sean equitativos, debemos tener bien identificados a quienes queremos beneficiar.
Por otro lado, depende de la magnitud y profundidad de la pobreza. Incluso, de aquellos vulnerables que pueden caer en ella en un contexto adverso. Ese conocimiento es clave para saber cuán eficiente puede ser una política como la que planteábamos.
Pero también el IVA, un impuesto muy sencillo, puede permitirnos generar un fondo de anticiclicidad…
—¿Cómo es eso?
—Cuando los países de la región tuvimos el beneficio de los altos precios de las commodities, no ahorramos nada. Con un IVA generalizado a una tasa, si lo subimos un punto en tiempos de un boom del consumo, su efecto podría no ser tan contraproducente y nos permitiría ahorrar ese ingreso diferencial.—En Uruguay ha habido propuestas de subir el IVA en un contexto de abultado déficit fiscal y además, con las consecuencias de la pandemia en la economía. ¿Lo consideran viable?
—Los países que tienen espacio para subir el IVA —no todos, porque varios ya tienen tasas muy altas— pueden hacerlo. Tendrán un aumento en la recaudación, que puede cumplir con el objetivo necesario en condiciones especiales. En una coyuntura normal, esa suba permitirá la recaudación necesaria para establecer las transferencias de las que hablábamos antes. También puede ser una medida transitoria y de implementación no muy compleja.
—En materia de impuesto a la renta, las opciones de incrementos son muy escasas…
—Es claro que en este contexto global, no se puede esperar mucho de la renta de las empresas y renta personal del sector privado, ni este ni buena parte del próximo año, salvo en sectores de actividad muy puntuales. Por tanto, acá no hay espacio para subir, excepción hecha de algunas rentas específicas de capital. Pero, en condiciones normales, en América Latina, claro que sí. En esquemas como los nuestros, donde tenemos muy concentrado el ingreso, tendríamos espacio para una corrección al alza en los primeros tres o cuatro deciles. Hay margen incluso en los países que recaudan más, como Uruguay. Siempre hablando en el largo plazo y en una situación estable.
Lo que hay que tener en cuenta siempre es no dañar el ahorro.
—¿Cuál es la mejor opción, entonces?
—Veamos. En los deciles más altos es donde puede haber margen en la renta personal. Es en estos niveles de ingresos donde parte de esa renta puede estar fuera del país.
En América Latina, históricamente se ha cobrado muy mal el impuesto global. Me refiero al originario, el que grava todas las rentas; poco a poco comenzó a sufrir quiebres, se fueron exceptuando rentas y el cobro del impuesto empezó a tener muchas perforaciones.
Los nórdicos en su momento generaron el sistema dual, renta de empresas y de capital. Después en 2003, junto a Jerónimo Rocca propusimos un sistema semidual, con renta de empresas y las rentas puras de capital. Eso se tomó en cuenta en la reforma tributaria en Uruguay y hoy se usa en una veintena de países.
Precisamente, la idea del sistema semidual era no perjudicar el ahorro nacional. En países como Uruguay, donde hay que sumar lo que pagamos por seguridad social, la presión sobre el ingreso disponible puede afectar el ahorro. Y a partir de afectar ese ahorro nacional —que en buena medida está en los dos primeros deciles— repercutir luego en la inversión y en el empleo.
Por otro lado, podemos pensar, en el caso de aquellos países donde hay un esquema semidual, en un incremento sobre las rentas pasivas de capital, o sea dividendos, ganancias, regalías, intereses. Esa es una posibilidad real.
Pero la forma de incrementar el aporte por la renta, pensando más allá de esta coyuntura, será ir a la renta global. Superar esa falla del impuesto, por no poder cobrar lo que está fuera del país.
—¿Cuáles son esas condiciones que le hacen pensar en la efectividad de la renta global, cuando anteriormente no la consideraba así?
—Cuando comienza el período de transparencia tributaria a partir de la crisis de los sistemas financieros internacionales, hay una gran fuga de capitales y se decide comenzar a controlar la erosión de la base tributaria entre empresas. Se va hacia la eliminación del sector bancario, de las acciones al portador, se comienza a intercambiar información entre países.
Hoy, se avanza hacia lo que se denomina el conocimiento del último beneficiario. Por tanto, se va a poder conocer el flujo y el sotck de esos recursos en el exterior. A partir de esto, sí tiene sentido pensar en una renta global. Algo que no se podía imaginar si no se cuenta con los instrumentos de intercambio.
El compañero natural de la renta es el impuesto a las herencias. Pero hoy no tenemos la capacidad, casi ningún país de la región, de aplicar un impuesto así.
—Sobre los impuestos a la propiedad, ustedes apuntan, según el blog, a impulsar y fortalecer los que gravan los inmuebles, tanto residenciales (con un mínimo exento) como empresariales (deducible en renta), rurales y urbanos, de muy bajo rendimiento en la región…
—Los impuestos a la propiedad en América Latina, en vehículos, o bienes raíces, son de los más bajos. En los países desarrollados se cobran más, se asocian con los servicios y por tanto son de cobro de los gobiernos locales. En América Latina es irrisorio y se piensa que se puede sustituir con el impuesto al patrimonio.
El IP grava en parte un patrimonio invertido. En un país como el nuestro, donde tenemos poca inversión empresarial, gravar patrimonios invertidos no sería buen negocio.
En todos los países, además, se han dispuesto exoneraciones; tierra, semovientes, la mitad del equipamiento industrial, etc. Y entonces termina siendo un impuesto a los ladrillos. Algo que por naturaleza termina siendo local, y disfrazamos de patrimonio un impuesto a la propiedad.
En regiones donde hay un mercado profundo y líquido, cuando la valuación es muy cercana a su precio real, puede funcionar. Acá no.
Sería mucho más fácil y lógico cobrar directamente un impuesto a la propiedad. Un esquema, por ejemplo, parecido al del Sucive para la patente de los rodados.
Por los argumentos que comentamos, el impuesto al patrimonio ha desaparecido de muchos países. Uruguay es uno de los tres que los mantiene en la región.
Ahora podría volver como solución transitoria, dada la coyuntura. En la emergencia vale todo, pero en el largo plazo creo que es mejor pasar directamente a la propiedad.
—Hay un aspecto que mencionan en la publicación relativo a los incentivos, considerados indispensables para captar inversiones. Sin embargo, ustedes entienden que se deben revisar…
—Nosotros creemos en los incentivos. En el caso de la renta, que es en el que generalmente aplicamos incentivos en estas latitudes, compensa parcialmente al inversor extranjero de lo que podría obtener en otros mercados con mejor institucionalidad, infraestructuras o capital humano.
Segundo, en algunas inversiones muy grandes, pueden cambia un país. Por ejemplo, Itaipú para Paraguay. Hay muchos ejemplos, por tanto, es bueno darlas.
Pero tienen que cumplir con determinadas condiciones: sería deseable que no tengan precios de transferencia internas. Y tienen que ser temporales y decrecientes. No podemos dar perdones por 50 años, eso es del pasado. Y deben ser acotados. El primero se lleva un gran beneficio, el segundo debería ser menos y el tercero menos aún. Esa debería ser la forma.
Y más aún, hay que tener en cuenta esos aspectos en coyunturas complejas como la actual. En las crisis, todos vamos a colaborar, ellos (los inversores) deberían hacerlo también.