OPINIÓN
El impacto de la pandemia en la educación.
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En mi nota del mes pasado me referí a los efectos del COVID-19 en la desigualdad internacional de ingresos. Señalé que, contrario a algunas intuiciones básicas, el COVID-19 tenderá a reducir las desigualdades internacionales debido a que los países más ricos han experimentado más muertes que los más pobres y que la marcha sanitaria nacional está positivamente correlacionada con la marcha económica. En definitiva, los ingresos per cápita promedio, han caído más en los países que en el 2019 eran más ricos, lo que hace que estén más cerca unos de otros en el 2020 que en el 2019. En esta nota vuelvo a considerar la relación entre el COVID-19 y la desigualdad, pero ahora desde una óptica de más largo plazo a través de los efectos en la educación y cómo esto atenta diferencialmente sobre las oportunidades futuras de la población.
El capital humano refiere a las capacidades que tienen los individuos para transformar productivamente su esfuerzo laboral. Mejoras en el capital humano se logran a través del estudio y la adquisición de conocimientos y habilidades. En este sentido, la educación es un bien de consumo en sí mismo, pero también es una inversión que se rentabiliza a futuro. Acceso a esta forma de inversión personal se relaciona con las oportunidades que en unos años tendrán nuestros jóvenes.
La pandemia ha afectado este proceso de acumulación de capital humano tanto por factores que provienen del lado de la oferta de los prestadores de servicios educativos, cómo del lado de la demanda de las familias. Los confinamientos, los cierres de instituciones, las reducciones en días y horas de asistencia, el cambio de formato presencial por tecnologías a distancia y asincrónicas golpean la oferta educativa. Perturbaciones en ingresos familiares junto a la forzada decisión entre prioridades acuciantes operan por el lado de la demanda. Estos efectos, los de oferta y los de demanda, probablemente generen efectos mayores en los sectores más pobres de la sociedad que en aquellos con mejor pasar.
Lo siguiente es preguntarnos sobre el efecto de más largo plazo. En la literatura económica se suele aproximar la movilidad intergeneracional mediante un coeficiente de persistencia que estima el impacto de la educación de los padres en la educación de los hijos. Este coeficiente toma valores entre 0 y 1. El extremo superior indica perfecta correlación entre los años de educación de los padres y de los hijos. Los padres con mayor capital humano tienen los hijos con mayor capital humano. Los padres con menos años de estudio tienen a los hijos con menos años de estudio. No hay movilidad intergeneracional.
Un coeficiente de persistencia de 0 indica lo contrario. No hay correlación entre los estudios de los padres y los hijos, movilidad intergeneracional máxima. El capital humano del hijo no está determinado de ninguna manera por el capital humano del padre.
Un valor intermedio, digamos 0.5, implica que por cada año más de estudio de un padre, los hijos tenderán a tener medio año más de estudio. En este caso, existe cierta persistencia, los hijos de los más educados tienden a seguir siendo más educados pero la brecha entre los más y los menos tiende a ir cerrándose, el capital humano tiende a estar más nivelado en la sociedad y las oportunidades a ser más homogéneas. A más alto el coeficiente de persistencia, menor la movilidad intergeneracional, menor la igualdad de oportunidades.
En un estudio reciente, Guido Neidhoefer, Noras Lustig y Mariano Tommasi miden el impacto del COVID-19 sobre la movilidad intergeneracional. En primer lugar, estiman la persistencia intergeneracional educativa para diecisiete países de América Latina (incluyendo Uruguay) obteniendo un coeficiente promedio de 0.36.
Paso seguido realizan un ejercicio contrafactual. Proyectan el capital humano resultante posterior a los eventos del 2020. Es decir, estiman cual será el capital humano de los hijos del presente. Al hacerlo, consideran los tiempos de instrucción perdidos debido al cierre de escuelas, las eventuales compensaciones implementadas en los países para apoyar la educación de los niños por fuera de la presencialidad, la conectividad de Internet y la infraestructura digital. Incluyen también el riesgo para la salud debido a la propagación de la pandemia y las posibilidades de los padres de compensar las pérdidas en la educación formal institucional. Con este nuevo capital humano estimado, vuelven a computar el factor de persistencia padres-hijos y encuentran un incremento del 7%. Más persistencia, menos movilidad y en una medida cuantitativamente relevante.
En suma, los cierres de escuelas y las políticas de confinamiento son parte de la política que procuró mitigar la dispersión del COVID-19 y su mortandad. Uno de los costos aparejados, menos considerado que otros, es el impacto de largo plazo que nos dejará la pandemia y que se canalizarán a través del capital humano de la población provocando una menor movilidad intergeneracional. Un problema de justicia social.