¿Qué lleva a un país a ser rico? ¿Por qué existen países más prósperos que otros? Los economistas nos hemos hecho esta pregunta múltiples veces a lo largo del tiempo. Las respuestas pueden variar desde los recursos naturales hasta la cultura, pasando por factores como la región y el idioma, entre muchas otras combinaciones.
Tomemos a Israel como ejemplo, un pequeño país con una superficie de 22 mil km². Simplemente a modo de referencia: Tacuarembó cuenta con una superficie de 15 mil km². Este país de Medio Oriente tiene un producto interno bruto per cápita de 54.900 dólares, más del doble que Uruguay (U$S 20.700), superando a países como Nueva Zelanda (U$S 48.400) y Reino Unido (U$S 46.100). ¿A qué se debe esto?
Si se quisiera buscar una explicación a través de la ubicación geográfica y la región, no se encontraría respuestas satisfactorias. Israel es 10 veces más rico que sus vecinos. Países como Egipto, Líbano y Jordania tienen PIB per cápita que apenas superan los U$S 4.000. Sin embargo, no todos en Medio Oriente tienen el mismo nivel de riqueza. Existen casos como el de Arabia Saudita (U$S 30.400), Kuwait (U$S 41.000) y Emiratos Árabes (U$S 53.000). Lo que estas tres naciones tienen en común son sus recursos naturales, todas poseen petróleo. La riqueza israelí es comparable a la de algunos países petroleros, aunque este no cuente con el codiciado recurso natural.
Si Israel no tiene petróleo, entonces, ¿qué recursos naturales tiene? La respuesta es: no muchos. Tampoco es posible encontrar una explicación al desarrollo israelí por este camino. Su economía no se basa en la explotación de un producto que salga de la tierra, por una razón muy simple: no los tiene. Lo que cualquiera podría ver como una clara desventaja, Israel lo convirtió en una ventaja. La falta de recursos naturales obligó al pequeño país a desarrollarse en frentes que no sean ni la agricultura ni la minería. Israel se vio obligado a desarrollar sus propios recursos, siendo el principal y más valioso el capital humano.
El sistema educativo es, sin duda, un factor fundamental en el desarrollo israelí. La prioridad que se le otorga a la educación es tal que el gasto público en este sector alcanza el 7,5% del PIB, superando a países como Alemania, Estados Unidos y Japón. Los resultados son evidentes: casi el 90% de la población completa la educación media superior, mientras que la mitad de los ciudadanos culmina la educación terciaria.
La amplia mejora del capital humano, junto con la necesidad cuasi-obligada de hacer las cosas de manera diferente al resto, es lo que lleva a Israel a ser la Start-up Nation. El crecimiento del país se basa en la exportación de bienes y servicios con alto progreso tecnológico. El sector servicios tiene un peso aproximado de 75% del PIB, compuesto principalmente por high-tech (nanotecnología, desarrollo de software y telecomunicaciones). En segundo lugar se encuentra la industria, caracterizada por empresas que fabrican bienes de alto valor agregado, como diamantes tallados, equipos de alta tecnología y productos farmacéuticos. El desarrollo y éxito de estos sectores dependen de dos grandes componentes: el capital humano y la inversión.
Estos rubros requieren un alto nivel de inversión, que solo es posible captar mediante la seguridad jurídica y la libertad económica. Ambos componentes son determinantes en la riqueza de un país.
Según el Índice de Libertad Económica publicado por el Fraser Institute, Israel ocupa el puesto 34 a nivel mundial en esta materia, siendo el país con mayor puntaje de la región. Por su parte, tres de los países vecinos se encuentran al fondo del ranking. De un total de 165 naciones, Egipto, Líbano y Siria están entre las últimas 20. No es casualidad que los países limítrofes tengan un menor PIB per cápita; también son menos libres. Este factor explica de manera elocuente por qué Israel, la única democracia en Medio Oriente, tiene un PIB per cápita 10 veces mayor al de sus vecinos, partiendo de recursos naturales similares.
Existe un vínculo innegable entre el desarrollo de un país y su nivel de libertad económica. La elección personal, el intercambio voluntario, los mercados abiertos y los derechos de propiedad bien definidos son pilares fundamentales que permiten a los individuos decidir cómo producir, intercambiar y consumir bienes y servicios. Los países que fomentan y cuidan estas libertades tienden a ser más prósperos, a respetar mejor el medio ambiente y a exhibir niveles más bajos de pobreza. Además, suelen mostrar mejores indicadores en democracia, derechos humanos y civiles, menor brecha de género y mayor expectativa de vida. En el caso de Israel, este entorno de libertad económica combinado con capital humano altamente calificado, ha permitido transformar desafíos en oportunidades, posicionándolo como un ejemplo.
- Deborah Eilender es Economista, investigadora del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED).