Desempleo juvenil, el divorcio entre educación y trabajo y las elecciones de octubre

El sistema educativo debe reconfigurar su vínculo con el mercado de trabajo y reconocerlo como un espacio de aprendizaje potenciador y complementario al aula. Pero con el estudiante en el centro, donde siempre debe estar

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Entrada del liceo N°20 "Joaquín Torres García".
Entrada del liceo N°20 "Joaquín Torres García".
Foto: Liceo N° 20, Dirección General de Educación Secundaria

Hace algunas semanas, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEED) publicó el informe “Adolescentes, jóvenes y empleo en la Educación Media”, en el que se presenta información sobre el (des)empleo juvenil, pero fundamentalmente se relevan los intereses de los estudiantes del último año de educación media básica. Los resultados dan mucho material para la reflexión, sobre todo porque obligan a revisar la oferta educativa actual y las prácticas en los centros y en las aulas a partir del interés de los jóvenes.

Lo primero: es muy positivo que esto se incorpore en las pruebas Aristas y que pueda profundizarse en próximas ediciones. PISA desde hace ya un tiempo tiene desarrollado el proyecto Career Readiness, que está diseñado para proporcionar nuevos consejos a los gobiernos, escuelas, empleadores y otros interesados sobre cómo preparar mejor a los jóvenes para competir en un mercado laboral en constante cambio. En ese marco ha generado un conjunto importante y robusto de evidencias que sería importante tomar en cuenta. También es valioso que el INEEd haya elegido el camino de hacer foco en alguno de los componentes de los extensos y ricos cuestionarios que se aplican en Aristas, a partir de la generación de pequeños informes, más capaces de captar nuestra atención.

Lo segundo ya es conocido, y lo analizamos ampliamente también con el Centro de Estudios para el Desarrollo: los jóvenes en Uruguay enfrentan desde hace muchos años grandes problemas para entrar en el mercado de trabajo. Con una particularidad: la diferencia entre las tasas de desempleo juvenil y las de la población adulta son altas en un país con tasas de desempleo general relativamente bajas. En Uruguay, la gran mayoría de las personas sale a buscar su primer empleo en el entorno de los 18 a 20 años, usando principalmente sus redes de contactos, en el mejor de los casos, con el bachillerato finalizado como máximo nivel educativo y, por definición, sin experiencia laboral previa.

El primer resultado interesante del informe es que ya desde tercer año de Secundaria más de la mitad de los estudiantes tienen al menos algún interés en el mercado de trabajo, con la “novedad” de que no hay muchas diferencias entre secundaria y UTU; esto es todo un dato para el sistema, dado que pone en cuestión aquella vieja concepción de que el mundo del trabajo es para UTU y no para Secundaria. Pero, además, porque si en tercer año de educación media básica el interés por el mercado trabajo ya es grande, sólo es esperable que crezca para el tercer año de educación media.

El segundo resultado interesante es que la mayoría de los estudiantes no encuentran en la oferta educativa propuestas que dialoguen con su interés en el mercado de trabajo. Esta es quizá la primera vez que vemos de manera sistemática una de las caras concretas del divorcio entre educación y trabajo. Los jóvenes tienen un interés que no es aprovechado por el sistema educativo para involucrarlos y formarlos. Espacios de orientación educativa y laboral son prácticamente inexistentes y focalizados en los centros UTU o en privados de secundaria; la interacción con el mundo productivo en visitas, charlas, y espacios de capacitación en empresas son escasamente utilizados en ambos subsistemas. Más aún, sabemos por una encuesta realizada por CIFRA en 2022 que solo 2 de cada 10 egresados de UTU realizaron pasantías como parte de su trayecto formativo (la edición 2018 de esta encuesta arroja resultados muy similares) y su evaluación de la experiencia es abrumadoramente positiva. Adicionalmente 4 de cada 10 que hicieron pasantías no las consiguieron por medio de UTU.

Estos resultados, entre otros que muestra el informe, dan evidencia de un diagnóstico en general compartido sobre el vínculo entre educación y trabajo y habilitan a releer otro conjunto de evidencias para Uruguay y otros países que permiten pensar en estrategias de política educativa, que intentaré sistematizar en otras columnas. En esta me interesa dejar planteado el desafío y la oportunidad.

Foto: El País
Estefania Leal

De cara a octubre hay un tema que empieza a aparecer entre los candidatos: el desempleo juvenil es un problema central en Uruguay que está en la base de otros problemas que también nos preocupan, como productividad, inseguridad y salud mental. Me parece importante que así sea: Uruguay tiene un problema muy serio en este tema en términos absolutos y relativos. Como sociedad deberíamos poner a nuestra principal herramienta en el centro de la discusión, porque en un país en el que desde hace tiempo la mayoría de los jóvenes no termina la educación media y en el que los que sí la terminan lo hacen en un sistema educativo de espaldas al mercado de trabajo, no debería sorprender a nadie que uno de cada tres jóvenes esté desempleado. Son las dos caras del mismo problema.

El sistema educativo tiene que reconfigurar su vínculo con el mercado de trabajo y reconocerlo como un espacio de aprendizaje potenciador y complementario al del aula. Pero también como un espacio ineludible de las trayectorias adultas de los estudiantes, en el que además las personas se realizan y aprenden si logran insertarse de manera exitosa. Más aún, debería reconocerlo como una herramienta de política educativa muy potente para mejorar las tasas de egreso y la calidad de los aprendizajes, y para que quienes tuvieron que abandonar puedan reconstruir sus trayectorias educativas.

Creo que uno de los errores más comunes cuando se aborda este tema es pensar que el objetivo es preparar estudiantes para el mercado de trabajo, cuando es justamente al revés: se trata de aprovechar el mercado de trabajo y preparar mejor a los jóvenes para que puedan tomar mejores decisiones respecto a sus trayectorias educativas y laborales al egreso y así mejoren las chances de que la transición a la vida adulta sea exitosa. El centro sigue estando en el estudiante, donde siempre debe estar.

- Felipe Migues es economista, interesado en los temas de educación y mercados laborales; investigador asociado a CED. Columnista invitado.

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