OPINIÓN
El contexto internacional, cada vez más volátil e incierto, es el principal riesgo de cara a 2023.
El PIB mostró un desempeño mejor a lo esperado por el consenso de los analistas y creció un 1,1% en el segundo trimestre. Es un dato positivo, considerando que refleja una reaceleración del crecimiento —en el primer semestre había crecido 0,5%—, cuya tasa equivale en términos anuales a un crecimiento de 4,3%, el doble que el potencial estimado para la economía y también, por el hecho de que se anticipaba el efecto negativo en el consumo generado por la aceleración de la inflación.
En términos interanuales, la economía creció un 7,7%, todavía con una fuerte incidencia por el hecho de que la comparación se realiza frente a momentos en que algunas actividades estaban afectadas por las restricciones sanitarias. En ese sentido, algo más de la mitad del crecimiento se explica por el desempeño de “salud, educación y otros servicios”, que creció 11%; “transporte y comunicaciones”, que creció 10% y el comercio (+6%). Por su parte, las actividades primarias crecieron un 17%, con una fuerte incidencia de la soja mientras que el PIB de la construcción, que creció 5%, se ubicó en el último año móvil un 12% por encima del nivel de 2019.
Desde el enfoque del gasto no hubo sorpresas. Las exportaciones crecieron un 16% y el consumo privado, que se mantiene aún en niveles algo inferiores a los de 2019, creció 8% interanual, fundamentalmente por compararse frente a un trimestre muy malo en términos sanitarios. En ese sentido, y como era de esperar, si se lo compara frente a los primeros tres meses del año el consumo privado prácticamente se mantuvo incambiado.
En el segundo trimestre el empleo no creció y los ingresos reales se vieron afectados por el aumento en la inflación.
En definitiva, la economía cerró el primer semestre con un crecimiento promedio del 8% en términos interanuales y de 1,5% frente al cierre de 2021. Con ello, las proyecciones para el año 2022 probablemente sean revisadas al alza, desde el entorno de 5,0% a 5,5%, ya que, si en el segundo semestre no creciésemos, el crecimiento promedio del año 2022 sería de 5,0%.
Sin embargo, se debe ser cauteloso con el “optimismo” que puedan generar estos datos y con las conclusiones que se puedan extraer de ellos. Más allá que parte de este crecimiento refleja un efecto “rebote”, lo más relevante a tener en cuenta es que el contexto internacional, que entre otras cosas muestra nuestra demanda externa, viene deteriorándose muy rápidamente.
En Estados Unidos, la inflación continúa sin mostrar signos de desaceleración y refleja los efectos del sobrecalentamiento de la economía que generó la expansión monetaria y fiscal en 2021. Las expectativas de que las tasas de interés continúen aumentando para enfriar la demanda son cada vez mayores y ello derivará necesariamente en un nuevo deterioro en las perspectivas de crecimiento para EE.UU. A ello debe agregársele el hecho de que China, afectada de forma intermitente por la pandemia, está creciendo menos y que Europa seguramente se estanque en el corto plazo, ante los efectos derivados de la crisis energética que enfrenta. Si bien nos encuentra bien parados en términos relativos —en julio tuvimos superávit fiscal primario por primera vez en muchos años—, si el mundo crece menos, no puede descartarse una nueva corrección a la baja en los precios de los commodities, en particular de cara a 2023.
En el barrio, si bien ha sorprendido positivamente el desempeño de la economía brasileña (crecerá cerca de 3% en 2022), la situación económica argentina continuará afectándonos de forma muy negativa, hasta al menos 2024. Lo más relevante en este caso, es que los impactos negativos se sienten fundamentalmente en los sectores que más lento se han recuperado de la pandemia —comercio y servicios—, y que a su vez suelen ser más los intensivos en empleo, en particular de baja calificación. El turismo de compras continuará haciendo estragos en el litoral, donde si bien parte de la población se beneficia porque consume a precios relativamente menores, el impacto en la actividad comercial y de servicios continuará siendo muy negativo y afectará de forma indirecta a otros sectores de la economía.
En este contexto, se debería ser cauteloso ante la tentación de condicionar futuras rebajas de impuestos al desempeño pasado de la economía. El “espacio” fiscal continuará siendo limitado en el corto plazo y el costo de financiar el déficit será mayor ante la suba de tasas de interés. Sería deseable que, a futuro, cualquier incremento en el gasto fuese destinado a impulsar el crecimiento potencial de la economía (ej. educación, primera infancia) o a matizar los impactos negativos que generará la economía argentina en los sectores que emplean trabajadores de baja calificación.
Debería descartarse, más temprano que tarde, la intención de destinar el “espacio” fiscal a reducir impuestos que impactan solamente en la población del quintil más alto de ingresos.