Esta es una columna complementaria a la que publiqué en febrero de este año sobre el eventual triunfo de Donald Trump y sus consecuencias económicas para el mundo y América Latina. Con el abandono de Joe Biden de la carrera presidencial y su reemplazo por la vicepresidenta Kamala Harris, ha rebotadola probabilidad de que el Partido Demócrata siga en el gobierno. ¿Qué implicancias económicas tendría eso? ¿Cuán diferentes serían versus otra presidencia de Trump?
Antes de delinear ese eventual escenario, algunas aclaraciones.
Si bien Harris está teniendo un gran mes (agosto) con la nominación del gobernador de Minnesota Tim Walz como compañero de fórmula y el momentum de la Convención Demócrata, Trump mantiene un leve favoritismo, según el mercado de apuestas. Más allá de las encuestas nacionales que son poco indicativas por el sistema electoral indirecto de Estados Unidos, el expresidente aún conserva cierta ventaja en la mayoría de los estados pendulares (swing states), que definen la elección.
Por otro lado, aún faltan tres meses para los comicios del 5 de noviembre y eso es mucho tiempo en una carrera tan pareja. Habrá que ver cómo influye la evolución de la economía, la candidatura como tercero independiente de Robert F. Kennedy Jr, los conflictos bélicos y los debates presidenciales y vicepresidenciales, entre otros desarrollos. De hecho, aún hoy en agosto, el famoso modelo de Allan Lichtman, el prestigioso historiador estadounidense que pronosticó acertadamente todas las elecciones desde 1984, no es concluyente.
Ya especulé en la citada columna que un triunfo de Trump podría revivir “la guerra comercial” con China, acentuar prácticas proteccionistas y antiglobalizantes, postergar la reducción del alto déficit fiscal, reforzar políticas antiinmigratorias y cuestionar (comprometer) seriamente la independencia de la Reserva Federal. Todo eso sería suficiente para reafirmar complejas perspectivas globales y regionales en la segunda mitad de la década. Se consolidarían expectativas de bajo crecimiento mundial, un piso más alto para las tasas de interés, la fortaleza global del dólar, commodities deprimidos, debilidades en nuestras exportaciones, menores flujos de capitales hacia América Latina y problemas amplificados en la región.
¿Cambiaría todo esto con Harris?
En parte sí, pero quizás no lo suficiente para cambiar mucho el complejo panorama que asoma para la segunda mitad de la década.
Harris tendría, por un lado, un fuerte contrapeso en el Congreso de confirmarse los pronósticos de cierta paridad en la Cámara de Representantes y la recuperación del Senado por los republicanos. En cierto sentido, esto podría ayudar a bajar los riesgos de insostenibilidad fiscal, aunque paradojalmente también dificultaría el fin de las rebajas transitorias de impuestos para moderar el déficit.
Por otro lado, no es claro cómo influiría que —en vez de un segundo gobierno demócrata liderado por el mismo presidente como habría sido con Biden— sea alguien para un primer mandato, con posibles aspiraciones de un segundo y sometida a un mayor escrutinio público. Pensando en mejor política económica, eso podría incidir positiva o negativamente.
Dichas condiciones típicamente llevan a ser más responsable en materia fiscal, aunque solo en forma transitoria, por uno o dos años. Porque, como suele decirse, en un segundo mandato se gobierna para “la historia”, pero en un primero para “la reelección”. Biden iba a repetir. Kamala será primeriza.
También emergen dudas sobre el compromiso de Harris con la responsabilidad fiscal si confirma mayoritariamente al equipo económico actual, que tiene el déficit cerca de 7% del PIB bajo pleno empleo. Ajustado por ciclo, el desequilibrio es obviamente mayor.
Con esa perspectiva, si Harris promoviera un ajuste fiscal al inicio de su eventual gobierno, éste descansaría sobre todo en alzas tributarias, más que en grandes ajustes de gasto. Y serían en su mayoría aumentos de impuestos directos, sobre los factores productivos, que comprometerían el crecimiento potencial.
A su vez, en temas comerciales, globales y migratorios, Harris no ha hecho muchos planteos aún, pero probablemente profundizaría las políticas de la actual administración. No promovería mucho más proteccionismo, pero tampoco menos. No necesariamente acentuaría las políticas antiinmigratorias, pero tampoco menos.
Sin embargo, para todo eso y sobre todo en geopolítica, la gran duda es cómo Harris es percibida por Putin, Xi Jinping y otros países no alineados con Estados Unidos. Si siente que la consideran “débil”, quizás se vea obligada a “mostrarse dura” y reforzar algunas de las posiciones estadounidenses, incluyendo los temas de defensa.
Donde está claro que Harris mantendría una posición firme, en contraste con Trump, es en la defensa de la autonomía e independencia de la Reserva Federal. Esa sería una buena señal en términos de estabilidad y desempeño macroeconómico, sobre todo para evitar sobreajustes posteriores.
En fin, en el balance, parecería que el panorama económico proyectado para la segunda mitad de la década sería menos complejo si gana Harris, en vez de Trump. Pero como he planteado en columnas anteriores y retomaré en futuras, no sería suficiente para evitar peores perspectivas para América Latina y otros países emergentes.