El comercio internacional deja atrás la crisis

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Foto: El País
LLEGADA DEL BUQUE PORTA CONTENEDORES HANSA COMMODORE A LA TERMINAL 1 Y 2 DEL PUERTO. 31/10/97
WALTER ASTRADA/LA NACION/COLABORADOR

Intercambios comerciales

Los intercambios globales han tardado menos de un año en regresar al nivel prepandemia.

El reloj de la historia se aceleró de improviso en 2020. En solo un trimestre, el segundo, la eurozona se dejó por el camino el 15% de su PIB, tres veces más que en el peor momento de la Gran Recesión.

En paralelo, la digitalización de la vida cotidiana recorrió en semanas un camino que en condiciones normales habría durado años y las empresas se adaptaron, a la fuerza, a un nuevo entorno del todo desconocido. El comercio mundial, uno de los mejores termómetros de la salud económica en tiempos globalizados, no ha sido ajeno a esas aguas turbulentas: empezó a flaquear en marzo, se despeñó un 12% en abril —con los cerrojazos extendiéndose por medio mundo— y tocó mínimos en mayo, cuando la actividad comercial global cayó hasta niveles de una década atrás. Pero su recuperación desde entonces ha sido tan rápida como el desplome inicial: en noviembre ya recuperó el nivel precrisis y a cierre de 2020 los volúmenes de mercancías intercambiados en todo el mundo igualaban ya los niveles de verano de 2019 —cuando una pandemia sonaba poco menos que a trompetas del apocalipsis—, según las cifras publicadas por el prestigioso centro de análisis neerlandés CPB.

Para comprender la magnitud de las recuperaciones —aquí sí, nítidamente en V— siempre es útil echar la vista atrás. Por ejemplo, a la crisis financiera global, cuando los intercambios internacionales sufrieron lo que el economista Richard Baldwin catalogó gráficamente como el “gran colapso”.

Tuvieron que pasar casi dos años para volver al punto de partida. En marzo pasado muchos temieron lo peor: al hundimiento inicial de la demanda, se decía, había que sumar esta vez un choque de oferta de consecuencias impredecibles, con fábricas y redes de transporte afectadas por el cerrojazo de los países. Pero la realidad ha dado la espalda a los pronósticos más agoreros: si una década atrás el comercio global tardó dos años largos en regresar a los niveles previos, esta vez tan solo han hecho falta 11 meses para que los cargueros volviesen a ir tan llenos como antes del virus.

¿Por qué? “La fuerte caída inicial en el comercio internacional fue por los confinamientos y no por una crisis financiera o del ciclo económico”, valora Alessandro Nicita, analista de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, por sus siglas en inglés). “Nada en la economía ha resultado dañado, en lo fundamental, por la COVID-19. Ha sido, más bien, como un parón de agosto muy largo en el que, cuando los trabajadores han podido regresar, las fábricas han funcionado bien”, completa Baldwin, del Graduate Institute. La recuperación del comercio, dice, no ha hecho más que comenzar, a pesar de encadenar ya siete meses al alza. “Creo que las restricciones para frenar la pandemia terminarán más rápido y de forma más amplia de lo que mucha gente espera. Y, dado que hay una gran demanda reprimida, el boom se prolongará en el tiempo”.

La fulgurante recuperación del comercio global se asienta, básicamente, sobre dos pilares: uno geográfico, con Asia Oriental, origen del virus y —paradójicamente— gran beneficiada, al haber aprovechado la coyuntura para agrandar su condición de potencia exportadora; y otro sectorial, con los intercambios de bienes ganando claramente la partida a los servicios.

Según los últimos datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el rebote del comercio internacional continuó en el último trimestre del año pasado a pesar del endurecimiento de las restricciones a la movilidad y los cierres de comercio y locales de ocio y restauración para hacer frente al repunte en los contagios. Las exportaciones repuntaron un 7,2% en los países del G20 (el club que reúne a las mayores potencias económicas del planeta) y las importaciones escalaron un 6,8% con la única excepción de Argentina y un nombre claramente destacado: China. “Es China, China y China”, enfatiza por teléfono la directora del Instituto de Mercados Emergentes de la Universidad de Cornell, Lourdes Casanova. “Su peso en la rápida recuperación del comercio es esencial. Y, a medida que exportaba más, también ha retomado muy rápidamente sus importaciones de petróleo y otras materias primas, como el cobre o la soja”. Un círculo virtuoso con origen y destino Pekín, que ha aprovechado su draconiana gestión de la crisis sanitaria y ha capitalizado la alta demanda de insumos médicos y el furor por la electrónica.

El soporte de los estímulos sin fin

A diferencia de la crisis de 2008, la de la covid-19 es una crisis de servicios y no de bienes físicos. Frente al cortocircuito del turismo, el transporte o la restauración, el cambio de hábitos de las familias —más tiempo en casa; nuevas necesidades por el teletrabajo y el ocio puertas adentro— y el tirón de las tiendas en línea —que han paliado parcialmente el desplome de las ventas en los comercios físicos— han sostenido un comercio global que depende mucho más de lo tangible que de lo intangible. Una buena noticia para los países industriales —como Alemania, China o Corea del Sur—, que cuentan con una estructura productiva mucho más resistente ante una crisis como esta, y una pésima nueva para los que, como España o Grecia, penden del hilo del turismo y los servicios.

La respuesta a la recesión, tan diferente —especialmente en el caso de la zona euro— a la de hace 10 años, también ha contribuido en gran medida a la rápida recuperación del comercio. Las políticas de mantenimiento de rentas, como los ERTE, y los apoyos directos a las familias “han ayudado mucho”, en palabras de Leopoldo Torralba, adjunto al economista jefe de Arcano Research. “Han generado un exceso de ahorro y un efecto confianza: la gente ha dejado de consumir servicios, pero ha destinado parte de ese dinero a consumir bienes. Y el comercio está mucho más basado en bienes que en servicios”, añade. Hay que sumar, además, un factor coyuntural: la apuesta de algunas empresas por hacer acopio de insumos para evitar desabastecimientos, una tendencia transversal. “Pero la confluencia de crisis de oferta y de demanda que se temió no ha llegado. Esto no es una guerra”.

(*) Ignacio Fariza. Redactor de Economía de El País de Madrid.

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