OPINIÓN
Nada que se pueda encontrar en el mundo de lo real, permite justificar el divorcio del dólar entre Uruguay y los demás en los últimos meses.
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El 11 de agosto, el Copom fundamentó de manera pobre el aumento de la tasa de política monetaria que el BCU dispuso ese día, por mayoría de su Directorio.
En su comunicado señaló que “los indicadores de avance exhiben fortalezas en varios sectores” pero no dijo que en otros sectores no las exhiben. Cabe esperar que estén comparando cifras desestacionalizadas y no interanuales.
Destacó que “durante el mes de junio se observa una reducción del desempleo”, cuando lo que es relevante es el empleo, que subió, pero omitió que todavía hay 19 mil ocupados menos que en febrero del año pasado, antes de la pandemia, y que otros 41 mil uruguayos, ocupados, permanecen ausentes por estar en seguro de paro o debido a la pandemia, en exceso a los que había entonces.
En otro pasaje controvertible del texto, el Copom alude al “marco de consistencia de las políticas macroeconómicas, con el cumplimiento de las metas planteadas en la Rendición de Cuentas y donde las pautas de ajuste salarial se encuentran alineadas con una senda de inflación convergente al rango meta”. Primero, no hay forma de evaluar el cumplimiento de las metas fiscales planteadas en la Rendición, el 30 de junio, cuando recién se conocen los datos fiscales de julio. Pero aún si así fuera, esas metas consisten en un déficit fiscal extraordinario (por razones que se entienden y lo explican) que pone al Gobierno como oferente de divisas de manera permanente y no como debería ser, demandante, con el superávit primario que debería tener para hacerse de los dólares que necesita. Y en cuanto a la política salarial, tras el “año puente”, ésta mantiene los criterios de gobiernos anteriores: indexación y recuperación.
Unos días antes, el Central había publicado su Informe de Política Monetaria en el que pretendió fundamentar un adelanto cambiario del 3% (sobre la base de modelos que explican como son las cosas, pero no si ellas están bien) y volvió a insistir con los resultados de un indicador (el IEBU) que los que entienden del tema explican que es malo para medir la rentabilidad industrial.
A todo esto, el cambio en el tono de la política monetaria había comenzado bastante antes, a mediados de marzo, cuando la tasa media semanal de las Letras a los cuatro plazos que se licitan inició un proceso de aumento ininterrumpido que llegó a medio punto en vísperas de la decisión del Copom. Consistentemente, entonces el dólar comenzó a perder terreno en la plaza local en comparación con una canasta de monedas que son representativas del resto del mundo: entre mediados de marzo y el anuncio del Copom, el divorcio llegó a dos pesos y medio. En este contexto, el indicador de tipo de cambio real extra regional que llegó a un máximo en marzo, comenzó a caer después de mayo. Tras la decisión del Copom, en las dos semanas siguientes la tasa media de las Letras subió en 0,36 puntos y el dólar se desplomó.
Mientras tanto, la encuesta de expectativas del BCU relevada a posteriori del Copom no mostró menores expectativas de inflación en pesos, pero sí mayores en dólares, al proyectarse tipos de cambio menores a los del mes anterior. Desde el BCU se expresó que la mayoría de los encuestados había respondido antes del Copom, por lo que habrá que esperar a la próxima encuesta, con cartas vistas, para saber qué curso toman las expectativas. Es previsible esperar algo menos de variación en el IPC y un dólar bastante más abajo que en dicha encuesta.
Lo cierto es que en un mundo en el cual el dólar se ha venido fortaleciendo, en nuestro país hemos estado circulando a contramano. Nada que se pueda encontrar en el mundo de lo real, permite justificar el divorcio del dólar entre Uruguay y el resto del mundo en los últimos meses. Sólo la decisión de forzar a la baja la tasa de crecimiento de los precios por el mecanismo conocido y reiterado, de apretar al tipo de cambio. Es la enésima temporada de la misma serie: se reprime transitoriamente la inflación en pesos al costo de una mayor inflación en dólares.
Sólo con política monetaria no se puede ir muy lejos si la política fiscal sigue mostrando un déficit considerable, que pone al gobierno del lado vendedor en el mercado, y la política salarial mantiene los mismos criterios. En las expectativas de los agentes económicos no sólo incide la política monetaria cambiaria sino también la fiscal y la salarial y en el primer caso el déficit es mayor que en 2019 y en el segundo, la política es la misma de entonces. ¿Por qué se debería esperar que esta vez sí la inflación bajara de manera permanente?
A todo esto, los indicadores de tipo de cambio real extra regional, que habían mejorado desde 2018, caen desde mayo y se desploman en agosto. De la relación con los vecinos, ni hablar: con Argentina, en el blue, estamos en mínimos históricos similares a los de la hiper de 1989, y, con Brasil, también estamos en mínimos históricos como los de 1999 y 2001 y aquellos de la segunda mitad de los ochenta con dólar paralelo.
En definitiva, un comportamiento previsible del BCU y una reacción previsible del mercado, que vende sus dólares para aprovechar mejores tasas en pesos. Mientras tanto, en un país con poco crédito poco pasará si éste se vuelve un poco más caro y en un país donde abundan los dólares, aumentará el gasto en aquello que está dolarizado. Y, last but not least, se verá encarecido agregar valor en nuestro país.