OPINIÓN
Cómo procesar la salida de la expansión monetaria y fiscal con que se afrontó la pandemia.
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El progreso de la vacunación a nivel global, genera la expectativa de que el flagelo de la pandemia a nivel sanitario va llegando a su fin. Lo que no es sinónimo de una reversión rápida de sus secuelas económicas, en particular a lo que hace a la baja del desempleo y la pobreza.
Con una mirada un poco más lejana hacia el pasado, se constata que la pandemia llego justo en el momento donde el mundo todavía se estaba despojando de los efectos de su crisis financiera del 2008-9. Aunque Estados Unidos estaba recuperando su crecimiento, la Unión Europea seguía con un tibio desempeño promedio y con algunos miembros en dificultades, como Italia y España.
Zanjar esa realidad dio lugar a nuevas formas de encarar la política económica, abandonando paradigmas hasta ese momento sacrosantos como la expansión fiscal limitada (3% en la UE), el control de la inflación a través de una política monetaria acorde con el objetivo inflacionario (2%), la prohibición tácita de usar dineros públicos para rescatar empresas en problemas (compra de sus bonos corporativos), culminando con la recompra de deuda por parte del Banco Central Europeo de soberanos en problemas (Grecia, Italia, España). Eso ya ocurrió antes de la pandemia, y fue posible gracias a la dilución de la resistencia de Alemania, hasta ese momento gran halcón de la ortodoxia fiscal y monetaria. Esos hechos fueron coronados con la asunción a la presidencia del Banco Central Europeo de Mario Draghi, quien en 2012 dijo “se emitirá todo lo que sea necesario...y créanme que será suficiente”. Y así fue.
Estados Unidos se plegó a ese mismo enfoque, con mecanismos propios de expansión monetaria y fiscal que abandonaron viejos paradigmas, agregando nuevos ingredientes a los debates académicos y a las opciones de los ejecutores de la política económica.
Todo eso fue por una necesidad. En el caso europeo, la permanencia del euro estaba en juego, a lo cual se sumaban niveles de desempleo crecientes que irritaban el humor ciudadano y jaqueaban gobiernos. Para Estados Unidos, el bajo crecimiento y el desempleo llegaba a niveles intolerables que obligan a su rápida reversión.
La llegada de la pandemia no hizo más que profundizar ese conjunto de políticas que ya estaban en marcha, y que habían mostrado efectos positivos para revertir los efectos de la crisis del 2008-9, a lo largo de casi una década. Lo que se agregó es un desborde de liquidez y expansión fiscal, no vistos desde la segunda gran guerra del siglo pasado, con el principio de hacer todo lo necesario sin tener claro un rumbo de salida, una vez que las cosas retomen su cauce normal.
Todo lo antes visto, abre interrogantes hacia el futuro que aún no tienen buenas respuestas.
En primer lugar, implica aceptar que hasta el momento no hay mejores instrumentos disponibles y que sus beneficios son mayores que los riesgos asumidos. Estos últimos se manifestarían a través de inflación global elevada, cuya reversión generaría recesión por la suba intensa de las tasas de interés, salida de capitales desde las economías emergentes y una posible crisis de endeudamiento. En otras palabras, el retorno a un escenario similar al de los inicios de la década del ´80 del siglo pasado.
Un segundo aspecto, es que la pandemia expuso con más relevancia el problema del desempleo, sobre todo entre los más jóvenes, como un aspecto endémico de manifestación global. También entre los menos calificados. Su presencia generó hechos políticos, derribo gobiernos, irrito el humor social y forzó la instrumentación de todo tipo de políticas, algunas contraproducentes para resolver el problema. El primer culpable fue la globalización, al posibilitar la importación de productos más baratos y el desplazamiento de actividades hacia otros países con costos de producción menores, siendo China el chivo expiatorio paradigmático, aunque también hubo otros. La respuesta fue el proteccionismo y las denuncias de manipulación de monedas para ganar ventajas comparativas respecto a socios comerciales.
En suma, el descrédito del multilateralismo comercial que dio paso a un escenario que está convergiendo hacia el bilateralismo caso a caso, sin reglas generales para resolver conflictos, todo lo cual atenta en contra de las naciones más pequeñas.
Otro responsable del alto desempleo previo a la pandemia fue el cambio tecnológico. En poco tiempo, se desarrolló un amplio bagaje de estudios advirtiendo sobre la posibilidad de que muchas actividades sean sustituidas por máquinas o robots. La pandemia acercó al futuro, y esa realidad se viene leudando en la práctica cotidiana a través del teletrabajo, el apresuramiento para acelerar automatización de procesos que antes requerían intervención humana.
Visto desde esta perspectiva, los instrumentos actuales como la expansión fiscal y monetaria solo sirven para atacar una parte del problema, que es la caída de demanda agregada que ya venía de antes y que exacerbó la pandemia. Lo cual contiene el desafío de pensar cual será la senda de absorción de los niveles de liquidez extraordinarios y sus efectos probables sobre las economías emergentes.
También restan por resolver dos aspectos importantes, como la descomposición del sistema global de comercio —que fue desplazado por un proteccionismo creciente— y los efectos del cambio tecnológico sobre el empleo.
La historia muestra que la instrumentación de la expansión monetaria y fiscal es casi instantánea, pues pertenece al ámbito administrativo y la aprobación de leyes. Resolver lo otro implica barajar temas más complejos, tanto en lo internacional como en lo doméstico, lo cual enlentece la obtención de resultados, pero obliga a pensar desde ya en cómo procesarlos.