El futuro se vistió de cortoplacismo

Hay debates abiertos que aún no sintetizan con verosimilitud cuales serán la calibración de las políticas monetarias y fiscales futuras, sostiene Carlos Steneri.

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Futuro
Mirando el futuro
Getty Images

Carlos Steneri

Lo que vamos viendo en lo que va de esta década es que el futuro no es el de antes y se vistió de cortoplacismo impregnado de incertidumbre. Cualidad imperante tanto en el escenario global como regional.

Empezamos con los movimientos tectónicos de un cambio de época centrado en el surgimiento de Oriente, que entró a disputar la hegemonía del mundo occidental en el plano de las ideas, de las formas de gobierno, los equilibrios geopolíticos globales y el predominio económico. La consecuencia es un chisporroteo generalizado que pone en duda desde los valores y la pertinencia de las democracias liberales, las reglas del funcionamiento de sus sistemas políticos, llegando hasta los debates de la pertinencia del capitalismo basado en la economía de mercado versus la alternativa centralista y autoritaria que rige en China para obtener mejores resultados económicos.

Mientras tanto, se entrecruza una revolución tecnológica inédita, hasta ahora liderada por el mundo occidental y en particular Estados Unidos, y que junto a su carácter disruptivo se le agrega su rol de instrumento de un conflicto donde se dirime quién será el líder de la nueva etapa que se avecina. Es un conflicto por el dominio de las tecnologías del futuro, nueva versión de otras que hubo en la historia como el dominio de las fuentes de energía o el abastecimiento de materias primas. Pero esta puja es por algo más profundo que aún somos incapaces de conocer sus consecuencias más profundas.

Lo inédito es que este conflicto agrega un soplo más de incertidumbre a un mundo complejo en lo económico. En poco más de una década el mundo, recibió dos impactos negativos de envergadura: la crisis financiera del 2008-9 y luego la pandemia global del Covid19. En ambos casos, para revertir sus daños se aplicaron políticas monetarias expansivas inéditas, potenciadas a su vez a raíz de la pandemia, con aumento del gasto fiscal también inédito. De ambas sobrevivió, pero sus cicatrices aún abiertas están a la vista. Entre ellas empujes inflacionarios generalizados.

El Fondo Monetario prevé años de crecimiento raquítico a escala global para el próximo trienio. Hasta podría decirse que su prognosis debe verse como mejor escenario, pues supone que la economía está aterrizando suavemente hasta un plateau donde todas las distorsiones acumuladas en estos años extraordinarios se irán disipando lentamente sin generar réplicas de crisis puntuales en alguna parte del mundo.

A modo de reflexión, basta tener en cuenta que hubo una década de tasas de interés reales negativas que tienen aún signos de permanencia. Entre otras cosas, implica que hay una serie de empresas que están operando gracias a que el costo real del capital es cero o negativo. Algo similar puede decirse a nivel de países en desarrollo que han usufructuado hasta el momento financiamiento muy barato tanto a nivel corporativo como fiscal. La normalización del costo del capital a valores reales positivos implica necesariamente tensiones que pueden irradiar nuevas crisis o pausar más el crecimiento económico.

En este tránsito hay debates abiertos que aún no sintetizan con verosimilitud cuales serán la calibración de las políticas monetarias y fiscales futuras. Estamos sumergidos en un proceso de prueba y error donde se mezclan opiniones académicas disímiles, visiones diferentes de autoridades economías de países relevantes, engarzado todo con la búsqueda de posicionamientos políticos contrapuestos. En ese entorno la disputa central es entre Estados Unidos y China, con Europa derivando sin rumbo aparente ante la falta de liderazgos y la permanencia en su seno de un conflicto bélico que no muestra indicios de agotamiento.

En esa deriva también se encuentre América Latina, donde el divorcio tradicional de las posturas de sus dos países más grandes, Brasil y México, marcan la cancha de manera tal que se podría pensar en realidad hay una América Latina del Norte liderada por México, y otra del Sur donde Brasil se perfiló siempre como su hegemón natural. Y dentro de esa realidad se teje un enjambre de realidades donde cada cual quiere sacar su tajada como así lo muestra el camino estéril en resultados de los tratados y acuerdos de todo tipo que arroparon la historia del continente desde hace más de medio siglo.

Con ese telón de fondo, Argentina se convierte en un caso aparte por su categoría como país y por su cercanía que siempre nos afecta. Centrándonos en lo estrictamente económico, podríamos decir que nos hemos profesionalizado —a veces a los golpes— para mitigar sus impactos.

En momentos cardinales de la historia reciente, hemos sabido tomar senderos distintos, como se hizo en la crisis de principios de siglo, para bien nuestro. Hemos actuado en consecuencia erigiendo cortafuegos dentro de nuestro sistema financiero, vía regulaciones, para impedir la propagación de shocks negativos como los de aquel momento. Hoy se encuentra en una situación distinta pero compleja, para cuya salida necesitarán sobre todo consensos políticos que viabilicen cambios de una realidad anquilosada desde hace décadas y que ha penetrado su imaginario social. Si bien la calidad de la propuesta técnica es importante, el partido se juega en la instrumentación. Y ahí la responsabilidad recae siempre sobre la política. Soy optimista que se dará el paso adecuado, lo cual no excluye que no haya sobresaltos en el camino.

En tal sentido debemos estar alertas, pues la historia ya nos enseñó, que los reajustes de los precios relativos domésticos en Argentina, que necesariamente son parte ineludible de la salida, desnudan nuestros desequilibrios que venimos arrastrando desde hace tiempo y que de no ser bien atendidos potencian las impactos recesivos hacia nuestro país.

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