OPINIÓN
La administración de gobierno que asuma en marzo enfrentará un problema macroeconómico sumamente serio.
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Ese problema macroeconómico serio al que me refiero es el de la extensa tendencia de deterioro del mercado de trabajo que se refleja en numerosos indicadores. Algunos de ellos son de percepción directa. Hay otros que menos destacan pero que igualmente apuntan al agravamiento de la situación, aun considerando algunas eventuales mejoras que pueda traer la vastamente mencionada inversión en una nueva empresa multinacional de producción de pasta de celulosa, las accesorias a ella y las derivadas de participaciones conjuntas del sector público y el privado.
Los indicadores
A continuación se muestran indicadores que confirman el progresivo deterioro del mercado de trabajo, por el lado de las cantidades de los puestos que efectivamente se ofrecen. El más conocido, la tasa de desempleo, ha sido en el mes de setiembre de 9,5% del total de las personas que, en edad de trabajar, desean hacerlo. Es un registro que ha venido en ascenso desde su mínimo de 5,3% en marzo de 2012. En los últimos siete años, la tasa de desempleo, que había bajado considerablemente en años anteriores ante otras condiciones tanto pecuniarias como no pecuniarias asociadas a la contratación de mano de obra, tiene una evolución decreciente en tendencia que no marca atisbo alguno de reversión. Y ello ocurre con algo pocas veces mencionado. En efecto, la oferta de servicios de trabajo reflejada en la tasa de actividad viene en baja desde febrero de 2014, cuando el total de las personas que tenían empleo más las que estaban desocupadas en esa fecha representaban el 65,7% de los que tenían edad de trabajar. En setiembre pasado, tras una declinación persistente desde aquella fecha, esa tasa se ubica en 62%. Con más desempleo y con menos personas ofreciendo sus servicios para trabajar, el empleo en setiembre ha registrado la tasa más baja desde octubre de 2014 cuando era 60,8%, tras una tendencia declinante marcada, que la ha llevado a 56,2%.
Es indudable que el mercado laboral en términos cuantitativos, que es la otra cara de las características que habitualmente se mencionan –como el aumento del salario real de la última década, los beneficios pecuniarios y no pecuniarios recibidos por los trabajadores en general y en ciertas áreas en particular y otras cosas por el estilo–, ha tenido un deterioro significativo. En otras palabras, no hay “almuerzos gratis”: toda acción que se refleje en un mercado tiene sus beneficios, pero también sus costos. El deterioro del mercado laboral en términos de cantidad de trabajadores activos es expresivo en el caso del empleo en el sector de la construcción, en el que el aumento de más de tres decenas de miles de trabajadores directos hasta fines de 2012 se ha perdido prácticamente de forma total a agosto de este año. También es significativo en el agravamiento que registra el empleo en el sector industrial, especialmente en el caso de las horas trabajadas, el indicador más adecuado de la situación del empleo. Desde diciembre de 2010 hasta setiembre de este año, el indicador del Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra una caída de las horas trabajadas en el sector industrial de 32,1%.
Un registro complementario de los anteriores que confirma lo que ocurre en el mercado laboral desde hace ya siete años es el de las personas que se encuentran en el seguro de paro, recibiendo el beneficio de desempleo del Banco de Previsión Social (BPS). La institución ha informado que a setiembre, el número de personas en esa situación alcanza a 43.312. Se trata de un número de trabajadores que no se considera desempleados, que pueden retornar a trabajar en algún momento nuevamente en su puesto o que puede ser finalmente descartada esa posibilidad y pasar a la categoría de quienes buscan trabajo. Algunas de esas personas –pocas o muchas– pueden engrosar las filas de los desempleados en algún momento cercano.
Conjuntamente con el deterioro del mercado de trabajo en términos cuantitativos –solo sucediendo en el sector privado de la economía– ha aumentado el empleo en el sector público, un tema bastante mencionado en otras oportunidades, tanto en alguna de mis columnas como en las de otros economistas. Lo cierto es que, desde 2004 hasta 2016, aumentaron en 64 mil los puestos en el sector público, 29.500 de los cuales fueron en el lustro 2011-2016. Por más que se insista en los sectores a los que se reforzó con el aumento del empleo público –educación, salud y seguridad–, no se puede disimular que eso ocurrió en un período en el que se consolidó la revolución digital en nuestro país, fuertemente ahorradora de mano de obra.
Conclusión
No he visto que los beneficios pecuniarios y no pecuniarios que indudablemente se han logrado para los trabajadores en las negociaciones colectivas se hayan evaluado con su contrapartida, en términos de los efectos sobre la cantidad de personas que han logrado mantener su empleo. Es fácil concluir que si el costo de un insumo –los servicios del trabajo no son otra cosa que uno más, como el capital en todas sus formas–, se vuelve más costoso para una empresa, para un productor o para una familia, sea por la razón que sea, se buscará otro u otros que le sustituyan total o parcialmente. Por lo tanto, no debemos solo criticar al mercado –que así resulta que actúa y por lo que se le critica–, sino comprenderlo y aceptarlo. Si no se le acepta, entonces el mercado laboral seguirá bien para que quienes conserven su empleo, pero el deterioro general se mantendrá. Aún con la esperanza que da la construcción de proyectos antes, no mucho tiempo atrás, no aceptados.