OPINIÓN
Si se alcanzó el nivel del PIB anterior a la pandemia, no es para nada seguro que los factores que explicaron la recuperación sean perdurables
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“Teniendo en cuenta el desastre que heredó el gobierno del presidente argentino Alberto Fernández a finales de 2019, parece haber logrado un milagro económico”. Esa frase es el resumen de la columna que escribiera el 11 de enero de este año en Project Syndicate, Joseph Stiglitz. Economista neokeynesiano, profesor de la Universidad de Columbia en Nueva York, Premio Nobel de Economía en 2001, y un crítico implacable de organismos multilaterales de crédito como el FMI y el Banco Mundial –del que fuera economista jefe—, y de los economistas que defienden al libre mercado. En Columbia fue profesor de Martín Guzmán, quien desde 2019 es el ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández en la República Argentina. Ya en 2003, Stiglitz elogiaba a la política económica del kirchnerismo, lo que permitía tanto con Kirchner en el gobierno como cuando la conducción fue la de su esposa, tener éstos “respaldo académico” para sus ineficaces políticas de estabilización y crecimiento para alcanzar esos objetivos.
Lo “milagroso”
Pero volviendo a lo que expresó en esta ocasión, lo que muestra la evidencia sobre la situación macroeconómica del país vecino está muy lejos de lo que señalara el Nobel de Columbia, como se encargaron de destacarlo, horas después, destacados economistas —académicos, profesores y analistas profesionales—. Argentina presenta desequilibrios macroeconómicos que se han venido agravando y que, de mantenerse las autoridades en el sendero y con las medidas por las que han optado, será muy difícil que el gobierno de la coparticipación de los Fernández –Alberto y Cristina— pueda mejorar la coyuntura por la que atraviesa.
Es cierto lo que dijo Stiglitz, que la economía crece, pero lo hace por circunstancias que difícilmente se mantengan. La producción de bienes y de servicios crece porque la pandemia del Coronavirus la había afectado de manera significativamente negativa. En el tercer trimestre de 2021 ha alcanzado el nivel anterior a la pandemia impulsada por fuertes controles a las importaciones de productos terminados y manteniéndose el tipo de cambio oficial sin restricciones de tipo alguno sobre la importación de insumos y materias primas para la producción local sustitutiva de esos productos. Porque además, ha habido una fuerte contribución de la producción de bienes exportables, cuyos altos precios internacionales han ayudado a mantener su actividad pese a impuestos a sus ventas externas. Si se alcanzó el nivel del PIB anterior a la pandemia, no es para nada seguro que los factores que explicaron la recuperación sean perdurables.
Y el resto
El “milagro económico” que se limita a la recuperación productiva indicada, no lo ratifican ni el comportamiento de otras variables macroeconómicas, ni siquiera otros resultados habitualmente ligados a la economía. Entre las primeras, debemos incluir a las que influyen sobre la inflación y el resultado del sector externo que, en última instancia tiene su indicador en el nivel de las reservas del Banco Central.
Una conducción macroeconómica no puede considerarse “milagrosa” si la inflación se mueve a un ritmo de dos dígitos, el primero de los cuales es cinco. Y que, además, cuando eso sucede a pesar de los controles de precios, con fijación de máximos y por la prohibición de exportación de determinados productos que tienen importancia destacable en el índice de precios al consumidor. Una inflación tan alta a pesar de las distorsiones señaladas y en buena medida estimulada por un altísimo déficit fiscal primario –antes del pago de intereses—, y más aún financiero –cuando se le incluyen—, que es financiado en casi la mitad por emisión monetaria del Banco Central, será difícil de atenuar y sería sí, un milagro, que en breve no afecte más aún la situación social –la pobreza alcanza al 40% de la población—, y a la política –cada vez son más duros los enfrentamientos entre los Fernández—.
Una conducción macroeconómica tampoco puede considerarse “milagrosa” si las reservas internacionales disponibles por el Banco Central alcanzan un nivel tan ridículo que no habilitan al pago de deudas financieras ya en el corto plazo, ni con el FMI ni con otras instituciones acreedoras. Y ello, a pesar del arsenal de medidas que se han tomado para lograr aumentarlas: tipos de cambio diferenciales múltiples, restricciones a la compra de moneda extranjera, impuestos a las exportaciones y control de importaciones, entre otras.
La corrección
En definitiva, Argentina vive, a pesar del “milagro” que Stiglitz declara por el aumento del PIB, desequilibrios macroeconómicos significativos: alta inflación y déficit en sector externo. No es posible corregirlos de la noche a la mañana. Llevaría tiempo y solo empleando una combinación de políticas que el presidente Fernández ha rechazado en reiteradas ocasiones estimulado por Stiglitz, que alienta a gastar más y no reducir el gasto público, ni disminuir el déficit fiscal ni la expansión monetaria para, además, generar la confianza que hoy en Argentina no existe.
Uruguay seguirá sintiendo el freno a varias de sus exportaciones al país vecino, lo que hace crecer más rápido la necesidad de la flexibilización comercial y la de sus inocuas obligaciones con el Mercosur. La situación de deterioro creciente de la economía argentina se reflejará, al menos hasta 2024, en una creciente intención de ciudadanos argentinos de venir a vivir a nuestro país. Difícilmente tendremos aquí, esta vez, repercusiones económicas adversas de un país que va a otro desastre económico. Lejos estamos que en Uruguay se repitan escenarios como los que derivaran de las crisis de Argentina de 1982 y 2002.