Un tema fue dominante en muchas charlas de verano en Uruguay: los resultados de sus últimas elecciones. ¿Cómo se explican? ¿Por què ganó el Frente Amplio (FA)? ¿Por qué perdió laCoalición Republicana (CORE)? ¿Cómo influyó la economía?
Es difícil dar respuestas categóricas a estas interrogantes, pero al menos algunas conjeturas podrían explorarse, a la espera de conclusiones más desarrolladas desde la politología o desde las consultoras de opinión pública.
Mis hipótesis sobre el tema siguen inscritas dentro del enfoque transmitido a clientes durante los últimos años. No cambia la aproximación desde “el diario del viernes” al “diario del lunes”.
Primero, en Uruguay habría “un voto duro”, que quizás representa cerca del 80% del electorado, a partir de acumular las tres camisetas tradicionales. Luego habría un segundo círculo, la mayor parte del tiempo jugando con la misma camiseta, pero que esporádicamente pasa a la otra. Y por último, habría un tercer círculo en la frontera de ambas coaliciones, que es vaivén o bisagra del resultado electoral.
Más allá del gran núcleo, en esos círculos periféricos, sobre todo en el tercero, el voto se define probablemente en función de los grandes temas ciudadanos (seguridad y economía en los últimos años), del carisma y liderazgo del candidato presidencial, y de la oferta política-electoral de cada coalición en esa frontera de votantes eclécticos.
Esos aspectos parecieron determinantes en la derrota del FA de 2019 y probablemente —con ponderaciones diferentes— también lo fueron en el revés de la CORE de 2024.
En 2019 todo indica que el FA perdió por la mala evaluación ciudadana del segundo gobierno de Tabaré Vázquez en materia económica y de seguridad, combinado con la percepción sobre el carisma y liderazgo de Daniel Martínez, así como la falta de una buena oferta electoral frenteamplista en la frontera de ambas coaliciones. En aquella oportunidad, el Partido Colorado con Ernesto Talvi fue atractivo para votantes de centro o centroizquierda, con espíritu liberal-progresista o socialdemócrata, mientras que la novedad de Guido Manini Ríos y Cabildo Abierto captó votantes de sectores populares y del interior del país. En ambos segmentos, el FA tuvo alternativas desgastadas, poco novedosas, sin credibilidad para resolver los problemas acuciantes. La (in) seguridad y la desaceleración económica fueron temas decisivos que demandaban más cambio que continuidad en la percepción ciudadana. El estilo de liderazgo de Luis Lacalle Pou fue evaluado mejor para abordarlos.
En la reciente elección, si bien los indicadores objetivos mostraron mejoras significativas en ambos temas, sobre todo en materia económica, no puede descartarse que, para algunos segmentos de la población, quizás incumplieron las expectativas.
Se trata de dos dimensiones diferentes. Una refiere a las mejoras absolutas relacionadas con el crecimiento de la actividad económica, la creación de empleos, la caída de la inflación, el aumento de salarios reales, la confianza de los consumidores y algunos indicadores sociales. Otra se vincula a la eventual brecha de dichos resultados con las expectativas creadas, sobre todo en sectores o segmentos poblaciones que estuvieron más afectados por shocks tales, como la sequía, la crisis argentina o la propia pandemia.
Con todo, si los problemas económicos o de inseguridad, hubieran sido tan decisivos en la elección de 2024 como lo fueron en la de 2019, el presidente Luis Lacalle Pou no estaría terminando su mandato con aprobación en el entorno de 55%. Probablemente tampoco la CORE hubiera ganado la primera vuelta con 4,5 puntos porcentuales de diferencia. Ni los indicadores de continuidad versus cambio habrían estado tan balanceados.
Parecería entonces que, si bien la economía pudo haber influido en algunos sectores particulares, no fue determinante esta vez en términos generales, por lo cual en una elección que igual terminó siendo pareja en segunda vuelta (52-48%), habría que analizar los otros dos factores como más decisivos.
¿Tuvo el FA un candidato percibido por los uruguayos como más carismático, más cercano a algunos segmentos electorales cruciales, mejor orientado a recuperar la pérdida de votos del interior? ¿Careció la Coalición Republicana de sectores políticos que ofrecieran, como en 2019, alternativas electorales más potentes en la intersección típica de votantes con el FA? ¿Sufrió la falta de una oferta electoral novedosa del estilo “derecha conservadora” como Cabildo Abierto o de perfil “liberal progresista” como la impulsada por Talvi en la elección anterior? ¿En qué medida el resultado electoral reflejó la tendencia global de derrotas de los incumbentes?
Hay algo de retórica en esas interrogantes, pero más de dudas. Quizás la politología o las consultoras de opinión pública puedan responder en los próximos meses.
También hay algo de pronóstico respecto a que esos mismos factores volverían a ser decisivos en la elección de 2029. Me atrevo a especular que el desempeño gubernamental del FA en materia económica y de seguridad, en relación a las (elevadas) expectativas creadas, junto con el estilo de los liderazgos de los candidatos y la oferta electoral en “el círculo frontera” de ambas coaliciones definirían de nuevo el cambio o la continuidad del partido de gobierno. Esto dice “el diario de 2025”. Ya veremos qué dirá “el diario de 2030”.