OPINIÓN
Para nuestros intereses, quizás sea el momento de profundizar la integración física en materia energética, de infraestructura vial y logística en todas sus modalidades.
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El resultado electoral en Brasil, inesperado según las encuestas, confirma tendencias ya insinuadas en distintas áreas del mundo cuyo denominador común son posturas del electorado desarraigadas de los partidos, algunas en sus inicios ubicadas en los extremos del espectro político, pero que luego el propio juego de la institucionalidad democrática las obliga a actuar en el centro, para ganar las elecciones y también gobernar.
En Brasil, lo que se vislumbra es un retorno hacia el centro comandado por una decisión electoral contundente, lo cual tiene consecuencias en el diseño de las políticas de gobierno respectivas.
Un tema insoslayable del resultado es que la capacidad predictiva de las encuestas, una vez más, aparece cuestionada. Habrá explicaciones técnicas de los yerros, pero lo cierto es que hoy las encuestas no logran detectar con cierta precisión la decisión final del votante. Cada vez más hay una zona gris impenetrable alimentada por el voto decidido a último momento, la indiferencia del elector o porque reserva para sí su postura electoral, donde la pertenencia ideológica pasa a segundo plano integrando a su decisión final categorías tales como la preservación del medio ambiente, el rechazo a la corrupción o la igualdad de género.
Sin duda, el hecho más notable del resultado es que ambos contendientes, para ganar votos, deberán volcarse al centro del espectro político. Un hecho que además resulta consolidado por la nueva composición del Congreso, cuya tesitura política será más afín al centrismo en materia de política económica y social. Para el progresismo encarnado en Lula, implica la mutilación de una agenda inspirada en las tres administraciones del PT que comenzaron en el 2002. El rechazo a la corrupción, fue sin duda el ariete que melló a un electorado que dio lugar al resultado. Y eso fue a pesar de que Bolsonaro mostró a lo largo de su administración posiciones o dichos objetables y el crecimiento económico fue magro, pero que tuvo siempre como bandera el rechazo a la corrupción.
El resultado también tiene repercusiones regionales. De ganar Lula, su gestión estará acotada por un Congreso que no le ofrece holguras políticas. Por definición gobernará negociando, hecho que también golpea a las propuestas autodenominadas progresistas en la región, que esperan relanzar con la vuelta vigorosa del PT a una izquierda renovada en el continente, recuperadora de los fulgores de principios de siglo. El fracaso de AMLO en México, el descalabro de Venezuela, las dificultades en Chile y la crisis económica en Argentina, insinúan que ese camino hará un viraje al centro. Por la sencilla razón que los resultados electorales se disputarán en el centro del espectro político, dado que el corazón ideológico duro de los votantes se fue diluyendo ante las crisis económicas, las promesas incumplidas y el repudio a la corrupción.
En el plano económico, en Brasil siguen presentes los mismos desafíos. De la administración saliente, lo más rescatable fue la reforma de la Seguridad Social que fortalecerá las cuentas fiscales en el largo plazo. Pero poco más.
En cambio, el país siguió con su estancamiento secular, y elevada pobreza. Ambos contendientes no han mostrado propuestas definidas en la materia, salvo postulados generales, uno más volcado hacia la cobertura social y el otro, más pronombres para potenciar el crecimiento. El diseño final de las propuestas dependerá más de la negociación política en el Congreso que de la postura ideológica del triunfador.
De todos modos, los distintos gobiernos a pesar de los desvíos mostraron buen manejo macroeconómico, y habilidad en la lucha frontal contra la inflación. Por tanto, no es de esperar efectos disruptores provenientes de crisis cambiarias que distorsionan nuestra relación comercial y de servicios bilateral. Su política comercial externa es y seguirá siendo la resultante de las pujas entre el sector industrial proteccionista paulista y el sector exportador agroindustrial propenso a la apertura comercial que lo beneficia. En ese feudo de tensiones, el sector político decide, cuyo resultado son pautas de política comercial ambiguas. Una de sus explicaciones es su diversidad continental, que contiene regiones con intereses diferentes, lo que le impide plasmar una visión común en materia de política comercial. Con realismo, hay que aceptar que no habrá cambios significativos en el Mercosur. Quizás una modernización, pero no un cambio cardinal de magnitud como sería su conversión a una zona de libre comercio, que rompería el corsé a los países chicos. Su visión histórica de hegemón continental juega en contra de esa alternativa.
Para nuestros intereses, quizás sea el momento de profundizar la integración física en materia energética, de infraestructura vial y logística en todas sus modalidades. Los hechos recientes en Europa han mostrado que esas deficiencias contienen vulnerabilidades severas. Hacer el intento es una forma de bajar costos operativos a nivel de los países, ganar seguridad energética y generar empleo. Por otro lado, la fuerza de los hechos, y no la afinidad política, volcará a Brasil más hacia China y Oriente que hacia el continente europeo o Estados Unidos. Pero los acercamientos entre colosos son lentos, y bajo modalidades más cercanas a acuerdos comerciales o mejoras en las condiciones de acceso; pueden ser la antesala de acuerdos más generales o quedarse en eso por décadas, pues entre potencias o entre quienes aspiran a serlo operan otras reglas.
Y con ese escenario, habrá que jugar una vez más la carta de buscar excepciones, esgrimiendo nuestra condición de economía pequeña para modernizar nuestra inserción comercial externa.