El camino fácil, de otorgar subsidios o bajar puntualmente impuestos a empresas o sectores, es una mala opción de parte de los gobiernos, afirma el economista argentino Juan Carlos Hallak, especializado en las áreas de comercio internacional y desarrollo productivo. Sostiene que la mejor opción es una política productiva que posibilite la provisión de bienes públicos que el sector privado necesita para expandir sus capacidades y competir. “No es intervención ni planificación soviética, es gestión productiva”, subrayó. Y en la base de ello, está el diálogo y la escucha con el sector privado, añadió. Para Hallak, la dinámica de “péndulo” de los gobiernos que discontinúan programas y desarman equipos es “un gran problema” de nuestros países. Hallak dará una conferencia el martes 3 en Montevideo, en el marco de la celebración por los 50 años de Fonplata, invitado por el Think Tank Ágora. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Cuál es el camino para incrementar el crecimiento de los países de la región por encima del discreto potencial que presentan en la actualidad?
—En la región, muchos de nuestros países han crecido razonablemente bien, Uruguay es un caso, pero no a los niveles que uno esperaría para llegar a ser un país desarrollado. Entonces, es como un vaso medio lleno. Países que han dejado de lado sus viejos problemas de economía cerrada, que crecieron durante un tiempo, pero aún lejos de lo que se puede aspirar. El problema parece estar en que hay cosas que deben hacerse de otra forma.
—¿A qué se refiere?
—Nos falta tener una política productiva mucho más consciente, organizada y empujada con convicción. Cuando uno plantea esto, vienen los temores del pasado y se cuestiona que el Estado no tiene la capacidad para elegir sectores y que, si se les da subsidios o protección, después no se pueden sacar. El Estado está capturado por el sector privado que perpetúa estos beneficios. Pero una política productiva no tiene que ser eso.
En el mundo hay algo de eso, sí, donde se eligen sectores, principalmente cercanos a la transición energética o a la alta tecnología, como los chips avanzados, pero igualmente hay todo un gran conjunto de políticas productivas que no tienen que ver con elegir sectores para darles subsidios o darles protección. Esas políticas tienen que ver más con la provisión de insumos públicos para ser más productivos…
—¿Qué es lo que define como insumos públicos, en este caso?
—Es un bien público, complementario a lo que hace le privado. Desde una ruta, una capacitación laboral, esfuerzos de promoción comercial, una mejor infraestructura de calidad, un sistema de innovación que los ayude a desarrollar sus innovaciones, un sistema de apoyo al emprendedurismo, también que les dé el financiamiento y los apoye en los primeros pasos para hacer empresas valiosas.
—Acciones de política pública facilitadoras para el privado…
—Sí, que por un lado tienen que funcionar bien y tener, desde la gestión política y la política económica, la decisión de que esas áreas tienen que funcionar bien. Pero el desafío más grande es el de coordinarlas. Y coordinarlas en función de objetivos estratégicos. Lo que no quiere decir que estemos hablando de un buró soviético haciendo un plan quinquenal. El plan quinquenal puede estar, pero son lineamientos de para dónde se quiere ir.
Los gobiernos, muchas veces, hoy gastan un montón de dinero en ese tipo de acciones que nombre antes, pero el tema es cómo hacerlo en forma coordinada y detrás de objetivos estratégicos…
—Hay una crítica típica que se plantea en este terreno: ¿el Estado qué sabe lo que necesita el sector privado?
—Claro. Se preguntan, ¿por qué un burócrata tiene que definir lo que nosotros supuestamente necesitamos? En Argentina ahora que venimos de un periodo híper regulado, está la expresión que el Estado “saque el pie de encima del sector privado”. Y de hecho fue así. Pero, en realidad, efectivamente hay formas de manejar la política productiva en interacción entre el sector privado y el Estado. Esto se lo preguntan en países que se plantean cómo crecer más. Pero no es una forma de interacción donde el Estado está detrás de las empresas y las empresas hacen lobby para que le cambien una ley o le saquen impuestos. No es así. Se trata de identificar conjuntamente, primero, los objetivos estratégicos, a qué le apuntamos, a qué se puede apuntar y después qué cosas se necesitan y priorizar en función de eso. Esa forma de trabajar con el privado, no es nueva, ya se ha hecho. Lo frustrante es que a pesar que muchas veces ha tenido éxito, se discontinúan. Es lo que típicamente ha pasado en América Latina.
—¿Por qué?
—Creo que por carencia de los gobernantes, falta de conocimiento y convicción de la efectividad que tiene implementar la política pública de esta manera. He estudiado casos de interacción público-privada para identificar necesidades de bienes públicos y proveerlos. Y estudié casos exitosos, en los que incluso el sector privado quedó muy contento por lo logrado. Y sin embargo, viene un gobierno nuevo y lo discontinúa porque quiere hacer algo nuevo, que tenga su marca. De nuevo, lo más fácil, y de impacto inmediato, dar una exención impositiva. Lo otro hay que trabajarlo más, hay que saber gestionarlo mejor.
—El sector privado puede reclamar la baja de un impuesto, pero también plantea que le hagan una ruta, por ejemplo…
—Sí claro, o una desregulación, o necesita un laboratorio de calidad, que le ayuden a acreditar unos ensayos para que sean reconocidos internacionalmente. Está en la capacidad del Estado de tener un canal de escucha y de interacción que permita el intercambio.
Pero también pasa que en el sector privado, muchas veces las cámaras empresariales ven más fácil pedir que bajen un impuesto o que les den exención impositiva, es lo que tiene un beneficio inmediato. Privilegian tener el lobbista que sepa ir y tocar la puerta y conseguir un cambio de regulación, una medida de protección comercial, quizás vale más para el sector privado, pero a costa de los recursos públicos, que muchas veces se pierden por dar estas exenciones.
—¿Al final del día termina siendo más costosas esas medidas?
—Sí, porque las exenciones o subsidios, o medidas de restricción comercial a otros para favorecer al sector local, terminan siendo muy costosas. Lo peor es que, a corto plazo, a veces salen bien, entonces otros países lo imitan y terminamos todos en lo que se llama “race to the bottom”, una batalla que te lleva al fondo, los Estados no cobran los impuestos y terminan todos peor que como empezaron.
—Viendo el caso uruguayo, los sectores de punta están favorecidos por regímenes especiales. Eso fundamenta que la única manera de competir es aliviarlo de las cargas tributarias y regulaciones…
—Cuando se bajan impuestos a un sector, eso le favorece su desempeño, mejora su competitividad, eso es innegable. Lo que pasa es que es muy caro para el país, al final del día. Y tiene el riesgo enorme de que después, cuando ya no lo necesita o ya deja de ser efectivo, no se lo puede sacar. Entonces, hay que pensar muy bien ese tipo de beneficios; saber diseñarlo, para evaluar cómo funcionó y poder sacarlo cuando ya no sea necesario.
—Se plantea muchas veces si esos sectores invertirían igual si no se les hubiese otorgado ese beneficio…
—Es un dilema, y difícil de saber. Los mejores estudios que hay sobre el tema tampoco resuelven ese problema, porque es muy difícil saber qué hubieran hecho esos sectores en ausencia de la exención impositiva.
Pero lo que quiero transmitir es que hay otra forma de apoyar a los sectores que tiene menos riesgos de estar tirando el dinero. Para eso necesitamos un Estado que esté armado, que escucha al sector privado en qué necesita, que no sea optar por ese camino de rebaja de impuestos o similares.
En Argentina, nuestra principal política productiva en términos de dinero gastado es el régimen de Tierra del Fuego. Un régimen totalmente inefectivo, con una cantidad sideral de dinero que se deja de recaudar el Estado por tener ese régimen. Y sin embargo no se puede sacar, por el lobby. Pasan los gobiernos, todos lo critican y ninguno lo saca.
—Es que al sector público, quizás también le resulta más fácil dar un beneficio impositivo…
—Es notorio eso. Da menos trabajo que, por ejemplo, armar un buen sistema de capacitación laboral. Poco se hace en materia de calidad, en innovación tecnológica, diseño, en tener marcas, saber vender, comunicación. Hay mucha política pública posible que, al final, requiere mucho menos dinero que lo que se deja de recaudar cuando se hace un régimen de excepción.
—Ahora, los cambios de orientación en los gobiernos van moviendo el péndulo en una u otra dirección…
—…y estamos siempre empezando de nuevo. Esa figura del péndulo es tal cual. Porque, saber hacer, en gestión productiva, se construye. Y se construye en base a la continuidad, a tener un staff, necesita relaciones de confianza. Esa capacidad se construye. Discontinuar programas y desarmar equipos es un gran problema en nuestros países.
—En paralelo a esto: ¿Cómo hace Uruguay, que por sus características, solo crece exportando, limitado por la situación actual del Mercosur?
—Tengo la esperanza de que Argentina y Brasil en algún momento tomen una definida orientación exportadora hacia fuera del bloque. La situación actual debería superarse. Una situación que, claramente, está trabando a Uruguay. Pero no dejemos de lado que otros países, que ya han firmado acuerdos con otros bloques o países, también tienen limitaciones en el crecimiento de sus capacidades de exportar al mundo. Hasta cierto punto, llegan hasta el límite que le permiten sus recursos naturales, con exportaciones basadas en productos, digamos, commoditizados. Para dar el siguiente paso hay que tener otras capacidades, tanto a los más abiertos como a los que no han podido abrirse, mucho más. En ese siguiente paso tiene mucho que ver lo que pueda hacer el Estado junto a los privados.
—¿Cuál es la lógica que prima hoy en los dos socios mayores del Mercosur?
—Creo que la falta de profundización del Mercosur interna responde a que ni Brasil ni Argentina tienen una orientación exportadora. Hay quienes dicen, profundicemos bien el Mercosur, para después estar más fuertes para salir al mundo. La vieja lógica con la que se pensó el bloque. Yo creo que ese es un pensamiento errado, en realidad la profundización del Mercosur va a venir de la mano de una clara orientación hacia afuera del bloque. Y las mismas fuerzas que traban que el Mercosur no tenga una actitud más proactiva de negociación internacional son las que te traban también la profundización del Mercosur internamente. Esa falta de convicción en Brasil y en Argentina de quedarse en una economía orientada al mundo, está en la base de los problemas del bloque.