Enseñanzas de tres décadas de crisis tumultuosas

Compartir esta noticia
Foto: Getty Images

OPINIÓN

Desencadenar el potencial de las fuentes de crecimiento no es otra cosa que aumentar la productividad global.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

El tiempo transcurrido desde nuestra gran crisis de principios de siglo hasta ahora, sirve para reafirmar la importancia de ciertas constantes en cuanto a su aparición, su forma de dispersión y lo necesario para mitigarlas. Primero, que los shocks externos inesperados son una realidad concreta más habitual de lo esperado. En nuestro caso, el contagio desde la región fue el disparador de nuestra crisis de principios de siglo, la cual se retroalimentó al desnudar falencias en nuestro sistema financiero, donde cohabitan bancos “gestionados” casi insolventes provenientes de la crisis previa de la tablita (1982), supervisión prudencial insuficiente, finanzas públicas comprometidas, inflexibilidad cambiaria, y años previos de crecimiento nulo.

Otro episodio más cercano, la crisis financiera del 2008, casi hace colapsar al sistema financiero internacional, hecho de dimensiones catastróficas, de no mediar la intervención inédita de las tesorerías y bancos centrales de los países industrializados, a pesar de otros riesgos cuando hubiera que revertir esas medidas. Y cuando se estaba entrando en ese proceso, aparece una pandemia global que obligó a potenciar los apoyos gubernamentales extraordinarios. Ese impacto implicó también disrupciones en las cadenas de suministro globales, hecho acicateado por un conflicto bélico también inesperado, que eclosiona en un proceso inflacionario global multicausal. Y de ahí su complejidad para resolverlo. Por tanto, parecía ser que entramos en un mundo cargado de incertidumbres inesperadas.

Otra constatación es que nuestro país logró capear esas vicisitudes a pesar de los matices que haya sobre el punto. El modo de cómo solucionar su crisis de principios de siglo consolidó puntales básicos de índole institucional, como el cumplimiento irrestricto de los contratos, que no es otra cosa que respetar la vigencia de la ley. Canjear depósitos bancarios por bonos o hacer default de la deuda soberana hubiera sido una forma de violarla. A su vez, la modernización de las regulaciones prudenciales mitigó los riesgos operacionales del sistema doméstico bancario ante eventos adversos, como saltos cambiarios o caídas del nivel de actividad. También se robustece el sistema bancario, quebrando a los bancos “zombies”, haciendo que el BROU y BHU estuvieran regulados como cualquier otra institución financiera.

La flotación cambiaria como instrumento para amortiguar el shock externo y la consolidación fiscal como forma de asegurar la solvencia del Estado y evitar la trampa del endeudamiento excesivo, se convirtieron en los ejes de la gestión macroeconómica. Aunque tuvo desvíos importantes en la administración pasada, el hecho no pasa desapercibido y adquiere resonancia en el debate político y la opinión pública. Aunque estas cuestiones a veces se aceptan más por el espanto de ver las consecuencias de los desvíos (Argentina), que por el raciocinio de la cosa entendida.
Figuran en el debe tres temas pendientes importantes, cuya postergación debilita nuestra resistencia para enfrentar estos shocks cada vez más habituales.

Sabemos que la solvencia fiscal es el primer muro de contención. También sabemos que los sistemas de seguridad social desfinanciados agrietan las cuentas públicas de forma silenciosa.

Ocurre por errores de política pero también por el efecto ineludible de la demografía; se vive más y con mejor calidad de vida. Salvo casos especiales, el aumento de la edad de retiro es irrebatible. Además de injusto intergeneracionalmente, no hacerlo es viciar la propia lógica del sistema. Uruguay tiene una ventana demográfica hasta el 2030, dado que a partir de ahí habrá más jubilados que trabajadores activos, lo que en los hechos implica una disminución de las prestaciones o un aumento de los aportes sociales a la fuerza de trabajo. O mayor déficit fiscal con su contrapartida de mayor endeudamiento externo. Todos escenarios peores que la alternativa de aumentar la edad de retiro.

Treinta años atrás, con cierto arrojo de sus fundadores nació el Mercosur, con la expectativa de crear un espacio regional ampliado de sustitución de importaciones, que permitiera generar cadenas de valor industrial con escalas competitivas para acceder luego a los mercados globales.

En los hechos, lo que hubo fue escaso desarrollo industrial, incapaz de expandirse globalmente, aplicando al consumidor un alto costo debido al alto arancel externo y frenando el proceso de mejora de la productividad, pues su sector industrial siempre operó con mentalidad de economía cerrada. En momentos de su creación, no se imaginaba la expansión primero del sudeste asiático y luego China como potencias exportadoras y eventuales competidores, para luego convertirse en motores de la economía mundial como demandantes de materias primas y alimentos. De haberse sabido, quizás el Mercosur hubiera tenido otro diseño más flexible que le permitiera adaptarse a las nuevas circunstancias.

Más que nunca entonces, la inserción internacional debe aggiornarse a las nuevas realidades mundiales, dejando de lado la dicotomía pro o anti Mercosur. Es un proceso lógico, que debe incluir la modernización del tratado y la participación de Uruguay en todos los acuerdos que se vienen formulando, al amparo de esta realidad global nueva. No es un proceso trivial y está sujeto a errores, Pero la alternativa del quietismo y el cerramiento tal como lidera Argentina es erróneo.

Por último, el país sigue mostrando tasas de crecimiento potencial que rondan el 2%. Es bajo para disminuir la pobreza y sostener una agenda de beneficios sociales que nuestra sociedad pretende. Desencadenar el potencial de las fuentes de crecimiento no es otra cosa que aumentar la productividad global. Eso va desde mejorar la educación para mejorar el desempeño del trabajador, el funcionamiento del Estado, el desempeño de las empresas públicas, hasta la operativa del mercado del trabajo.

En paralelo, la gestión empresarial, en particular las Pymes deben aggiornarse para operar con éxito en este mundo incierto. Quizás en este último capítulo, tan difuso por su complejidad pero tan importante, todavía queda un gran debe.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar