Es inminente una crisis energética en la Argentina a pesar de la negativa oficial

| El Gobierno niega ahora un problema para el que diseñó un plan de obras cuya ejecución tiene un notable atraso

FRANCISCO OLIVERA | LA NACION

Si existiera en algún lugar del mundo un empresario o analista extranjero que jamás hubiera oído hablar de la Argentina, se sorprendería, aquí, por lo menos ante cuatro rarezas energéticas.

Primera: en los últimos tres años, el Estado gastó, sólo en fuel-oil para que funcionaran las usinas eléctricas, el equivalente de lo que cuesta un gasoducto que pondría fin a los problemas de transporte de gas durante años, o la mitad de lo que vale una central atómica que evitaría justamente eso: importar fueloil.

La segunda son las tarifas de luz, que subieron este año en seis provincias, incluso en algunas del austero noroeste, pero no en la Capital Federal, el distrito de mayor poder adquisitivo del país.

La tercera tiene que ver con la política oficial de sustitución de importaciones. Desde que asumió, el gobierno incentiva la industria local, con una excepción: los productores de gas, a quienes les permite un precio casi cuatro veces inferior al que se le paga a Bolivia. La Argentina, que cada vez le exporta menos fluido a Chile, volvió en 2004 a importar gas boliviano después de cinco años de autoabastecerse. Podría hablarse, pues, al menos en este caso, de sustitución de exportaciones.

La cuarta particularidad se relaciona también con Chile. En 2003, la Secretaría de Energía argentina aprobó dos contratos de exportación que, meses después, decidió cortar con una novedosa resolución que le daba prioridad al abastecimiento local y que hoy provoca rispideces con el país vecino.

Son algunas de las características de una Argentina que sorprendió al mundo con un explosivo crecimiento económico y que discute, desde hace tres años, por dos palabras empleadas hasta el manoseo desde la oposición, pero evitadas con tenso cuidado en la Casa Rosada: "crisis energética".

"Mire, se lo anticipo -dijeron a La Nación, con llamativa confianza, desde un despacho del gobierno-. La oposición va a recurrir, en los próximos meses, a dos temas: el autoritarismo de Kirchner y la crisis energética".

¿A qué se le llama crisis? Van algunos resultados. La producción de petróleo caerá este año por novena vez consecutiva y se desplomó un 30% desde 1999 hasta hoy, lo que convertirá a la Argentina, en dos o tres años, en importador neto de crudo, condición de la que logró despojarse en 1992. La extracción de gas, que bajó 1,4% en 2005, había disminuido sólo una vez durante los últimos 15 años (en 2002) y provoca cortes en la industria. Y la escasez de gasoil levanta en el campo tantas quejas como buenas cosechas, amenazas de reprogramación de frecuencias en el transporte público y lamentos de propietarios de estaciones de servicio que atraviesan uno de los peores momentos de su historia.

Semejante escenario ha conseguido algo infrecuente en la Argentina: no hay en la actualidad un solo economista o analista del sector, de izquierda o derecha, ortodoxo o heterodoxo, que no reconozca la existencia de un problema energético serio.

La certeza se extiende a los empresarios, pero con menos estridencias, dado el respeto pasmoso que sienten hacia el presidente Néstor Kirchner y sus posibles reacciones.

LA INDUSTRIA APRONTA. El panorama no es sólo el abastecimiento. A veces, la sola percepción de crisis disuade inversiones.

La escasez de electricidad con un sistema que funciona ya en el límite, en los últimos tiempos, ha obligado a grandes o pequeñas compañías a prepararse con importantes desembolsos, para los próximos años, que imaginan críticos. Alquilar un equipo electrógeno de hasta 900 kilovatios cuesta en promedio 9.000 dólares mensuales, precio al que se debe agregar el seguro y el combustible. Consume hasta 120 litros de gasoil por hora.

Que lo diga, por ejemplo, la empresa Turbodisel SA, fabricante de equipos generadores con sucursales en Mar del Plata, Neuquén, Comodoro Rivadavia y Montevideo, a la que la crisis energética le ha dado una oportunidad: abrirá una filial en Chile, el vecino más afectado por la escasez de gas argentina.

Lo niegan en público, pero el futuro preocupa a los empresarios porque se espera un verano caluroso y con récord de venta de equipos de aire acondicionado".

Para peor, el crecimiento económico y el bajo nivel tarifario contribuyen a la explosión de consumo. "El ritmo de expansión de demanda de electricidad es similar al de la Alemania de la pos-guerra", se alarmó otro ejecutivo.

Aun así, la Argentina no ha tenido hasta ahora excesivos cortes de energía eléctrica. El momento más crítico fue el otoño de 2004, cuando las restricciones de gas obligaron a parar usinas y a aplicar interrupciones rotativas de luz a treinta grandes empresas durante un mes. En noviembre y en enero últimos se registraron también cortes en los hogares, pero más acotados y por otra razón: problemas de saturación en las redes de distribución como consecuencia del calor.

Son algunos de los efectos de lo que los técnicos llaman funcionar "al límite". Significa que no existe, como antes, margen de error, y que cualquier inconveniente, por menor que fuere, podría manifestarse en la oferta. En los noventa, las centrales eléctricas operaban con un 40% de sobreoferta, excedente que se utilizaba como reserva. Hoy, el sobrante se ha reducido a un rango entre el 5 y el 12 por ciento. "Ahora estamos justos", alertaron desde una empresa.

El problema de operar al límite fue expuesto por Cammesa, la entidad mixta que administra el sistema eléctrico argentino, en el informe anual de riesgos de este año. El documento plantea un escenario posible: que un tornado tumbe líneas de alta tensión. Si eso ocurriera en una semana calurosa y se produjera, por ejemplo, un faltante de 2.000 megavatios, la posibilidad de tener déficit mayores a 800 megavatios sería de un 12% este año y de un 27% el año próximo.

"Este tipo de eventos ha sucedido en el pasado y el faltante fue cubierto con la reserva disponible", dice el informe. Esas líneas suelen caerse accidentalmente cada tres o cuatro años. "Antes se caían y no se notaba; ahora, si se caen, se va a notar", completó un gerente. Ante la escasez de gas, el combustible que suelen emplear las usinas, la Argentina lleva gastados en fueloil unos 1.000 millones de dólares. En 2004, la urgencia obligó al gobierno a comprárselo a Venezuela a casi un 25% más que el valor internacional, aunque financiado. Para aquella operación se utilizaron partidas de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses). Este año, el consumo de fueloil costó 500 millones de dólares, y los generadores prevén que, dada la situación, se deberá utilizar bastante más el año próximo: unos 700 millones de dólares.

El gobierno ha trabajado, más que nada, sobre las líneas de transmisión. Empezó, hace tres años, un plan de inversiones para expandir la red. Ese tendido es enarbolado desde el Ministerio de Planificación como uno de los mayores emprendimientos para la oferta. "Este gobierno va a quedar en la historia como el que más hizo en materia energética en los últimos 30 años", se entusiasmó un funcionario consultado.

Con el gas, la situación ha estado aún más comprometida. Los cortes son más frecuentes y afectan a menudo a gran parte de la industria que tiene servicios interrumpibles, contratos que, por pagar una tarifa menor, están expuestos a cortes en caso de necesidad. Vale aquí una aclaración: no hay, desde hace dos años en la Argentina contratos en firme que garanticen el fluido a un costo mayor. Es decir, hay empresas que no acceden a ese gas ni siquiera pagando más.

Incluso con problemas, el petróleo sigue como una de las materias primas con mayores aportes para el fisco. Pero, con la tendencia declinante en la producción, ese ingreso también decaerá. El economista Sebastián Scheimberg calcula que los impuestos por retenciones a las exportaciones de hidrocarburos que obtendrá el Estado durante este año sumarán 800 millones de dólares, pero se desplomarán a 300 millones de dólares en 2008.

CAMBIO DE DÉCADA. Hasta aquí, los aspectos más evidentes de la crisis. Las circunstancias han empujado al gobierno a olvidar, al menos por un momento, sus críticas a los años noventa. Ahora, la discusión se trasladó a los ochenta: no es ya Carlos Menem el vilipendiado, sino el grupo de actuales consultores y analistas que cuestionan y que ocuparon cargos durante la crisis energética que despidió a Raúl Alfonsín.

Desestimando esas críticas, el gobierno ha emitido hace pocos días una resolución que no hace más que preparar a los empresarios para posibles cortes: se les dará prioridad, en caso de racionamiento, a los hogares y a los consumos pequeños.

Aunque los gestos se siguen cuidando. Las propuestas del secretario de Energía no alcanzaron a convencer a Kirchner de cambiar la hora oficial para ahorrar luz, como lo hacen países limítrofes. Hacerlo sería reconocer la crisis. También hay estudios que indican que, en el caso de la Argentina, el cambio de horario no generará ahorro alguno.

Pero el celo oficial por el marketing puede alcanzar lo insólito. Todo estaba previsto, el 17 de agosto pasado, para que cuatro empresas presentaran ofertas para construir dos usinas y le entregaran los sobres a Kirchner en la Casa Rosada. Pero el Presidente sólo tenía la agenda libre por la mañana, cuando las ofertas no estaban listas. Se celebró, pues, igual el acto, con empresarios que entregaron sobres sin propuestas, para que la ceremonia real se hiciera, por la tarde, en silencio, a puertas cerradas, sin Kirchner.

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