OPINIÓN
Es bueno que tantas empresas quieran ser parte de lo sostenible. Será positivo a medida que la sustentabilidad sea legítima y los indicadores del mercado revelan información correcta y objetiva
Inversiones de impacto. Inversiones responsables. Finanzas verdes. ESG (por sus siglas en inglés “Environmental, Social and Governance”). Términos que se escuchan más y más. “Todos quieren ESG” me dijo hace unos meses un analista de acciones de Nueva York.
En Uruguay el sector no está tan desarrollado pero empieza a haber más movimiento.
Un banco comercial emitió un bono verde (donde el uso de fondos está destinado a proyectos catalogados como “verdes”) y el gobierno uruguayo planea emitir un bono soberano indexado (bono con premios o penalidades a la tasa de interés dependiendo de si Uruguay sobrepasa o no sus compromisos ambientales).
El sector de finanzas verdes ha crecido mucho en el mundo, pero últimamente han surgido varias controversias y algunos descreídos. El problema es que si bien las finanzas verdes —y la “marca” ESG— están muy en boga, no todos estos instrumentos financieros o categorizaciones son iguales, por eso es difícil distinguir calidad.
Una consecuencia del cambio climático es un mayor número y frecuencia de inundaciones, huracanes, incendios, etc., eventos que constituyen un mayor riesgo de daño físico a activos. A su vez, los riesgos de transición son un nuevo grupo que preocupa a reguladores. Estos riesgos son aquellos asociados a moverse hacia una economía más sostenible donde algunos activos o empresas tradicionales podrían ver fuertes ajustes a la baja de su valor.
La idea detrás de las finanzas verdes es que las empresas que emiten bonos u obtienen préstamos de este tipo lo pueden hacer —a un costo menor— porque las inversiones asociadas son en actividades con menor riesgo climático y de transición.
En el caso de la clasificación ESG, lo que se intenta es señalizar que no sólo se busca maximizar ingresos, sino también se tiene en cuanta lo medio ambiental (la parte “verde” del ESG), lo social y la gobernanza.
Los instrumentos financieros verdes son un mecanismo adicional de financiamiento para empresas, donde en teoría se beneficiarían las “buenas”. Siguiendo la clasificación ESG se entiende por bueno aquello que contamina poco (o menos que sus pares), empresas que tienen más en cuenta cuestiones sociales y/o empresas con una gobernanza transparente y modelo.
La emisión de bonos verdes, sociales, sostenibles y vinculados a la sostenibilidad aumentó de cerca el 2% de la emisión global total de bonos a principios de 2018 a más del 12% del total de la emisión a finales de 2021(1). Pero el sector no ha estado ausente de controversias.
Uno de los mayores “escándalos” fue el del DWS, filial del banco alemán Deutsche Bank, cuando su directora de ESG confesó que DWS engañaba a clientes respecto a cuántas de sus inversiones realmente eran ESG. Otro caso de renombre fue el de Tariq Fancy, ex director de inversiones sostenibles de BlackRock (la empresa de gestión de activos más grande del mundo), que alegó que muchas de las inversiones sostenibles eran sobre todo publicidad.
Cuando uno se pone a mirar en detalle resulta que hasta las empresas más contaminantes pueden tener buenas puntuaciones ESG. La revista The Economist publicaba el año pasado que 17 de los 20 fondos más grandes de ESG del mundo tenían posiciones en empresas productoras de combustibles fósiles. Algunas también inversiones en carbón. “Las inversiones en ESG tampoco son campeonas en otros aspectos sociales. Los fondos analizados invierten en juegos de azar, bebidas alcohólicas y tabaco.” A principios de este año, la empresa de datos y servicios financieros Morningstar quitó más de 1.200 fondos de su lista de fondos sostenibles.
Un problema del marco actual es que una forma que tiene un fondo o una empresa por ejemplo de mejorar su indicador ESG es vender activos “malos”. Pero eso no mejora el problema de fondo, sólo genera un cambio de manos entre activos. Otro problema es que en muchos casos son las propias empresas que se auto definen ESG, o que sus reportes ESG no son totalmente claros, ni transparentes.
Otra inconveniente del marco actual es que se basa sobre todo en indicadores pasados. Pensando en el sector energético, por ejemplo: ¿es a nivel climático realmente “superior” una inversión en renovables en un país donde las renovables ya son abundantes que una inversión en una empresa que hoy es muy contaminante pero que tiene ambiciosos planes de descarbonización? ¿Cómo se tienen en cuenta estos factores? Hoy en día la mayoría de las taxonomías o iniciativas no tienen tan en cuenta los planes a futuro. Esto no es un gran problema para Uruguay que parte de una matriz energética bastante limpia y que no tienen grandes industrias contaminantes, pero si es un gran tema de debate en otros lados.
Un gran problema más, destacado recientemente por The Economist, es que el indicador ESG agrupa demasiados aspectos (E + S + G), algunos de ellos contradictorios. “¿Es realmente posible construir rápidamente un gran número de parques eólicos sin dañar [en absoluto] la ecología local?”
Es muy positivo que tantas empresas quieran ser parte de lo sostenible. Que las empresas compitan entre ellas para destacarse. Que haya más interés por cuantificarlo. Pero esto es sólo positivo en la medida que la sustentabilidad es legítima y que los indicadores del mercado revelan información correcta y objetiva. Se necesita una mejor regulación y estandarización del sector. De lo contrario puede ser mucho ruido y pocas nueces.
1) Financial Times, “Green investing: the risk of a new mis-selling scandal,” 20 de febrero de 2022.
2) The Economist, “Sustainable finance is rife with greenwash. Time for more disclosure,” 22 de mayo de 2021.