Frente a la inflación, audacia y optimismo

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Hay tres vías a explorar ante el retorno de la inflación, lo que podría significar también la vuelta del ciclo económico y favorecer así la gestión activa.

Se espera que la inflación descienda significativamente en Europa a partir de septiembre. ¿Cabe prever entonces un retorno rápido y duradero a la situación anterior a la pandemia? Seguramente no. Tras haberlo negado, luego subestimado y después considerado algo sin recorrido, el retorno de la inflación es ya una realidad patente para todos.

Creer que podemos reprimir esta inflación sin que se produzca una ruptura importante es ciertamente una ilusión, dadas las fuerzas estructurales que le dan vida (demografía menos partidaria del ahorro y la inversión, comercio mundial a la baja, transición energética...). Ante este nuevo entorno que se está imponiendo a pesar nuestro, hay que explorar tres vías: el aumento de los salarios reales (es decir, ajustados a la inflación), la reindustrialización para reducir la dependencia energética e industrial y la conciliación entre ética y eficiencia económicas.

Reducir la caída de las rentas reales de los hogares

En Estados Unidos, los salarios suben una media del 6 %, mientras que la inflación parece que va a descender desde el máximo local del 8,5 %. Este retroceso previsto sugiere un crecimiento de los salarios reales en Estados Unidos, donde el trabajador vuelve a estar en una posición negociadora favorable.

Pero en Europa, los salarios sólo aumentan un 1,5 %, mientras que los precios suben casi un 7,5 %. Aunque esta brecha se cubre en parte con diversas formas de ayuda —cheques de energía, «rebajas en las gasolineras» y tal vez cheques de comida para los más desfavorecidos— estas soluciones solo son temporales. Pesan sobre las cuentas públicas, aumentan la dependencia de los hogares del Estado e impiden los ajustes naturales al enmascarar la realidad de los precios.

Si los gobiernos no adoptan medidas que permitan a los hogares reducir, al menos parcialmente, la diferencia entre el crecimiento de sus ingresos y la inflación, existe un claro riesgo de que la población europea se eche a la calle.

Los gobiernos deberían abordar rápidamente este tema, facilitar los aumentos salariales por parte de las empresas y cambiar su enfoque económico de las últimas décadas, basado en la estabilidad de los precios.

No cambiar nos condenaría a una profunda recesión, lo que muy probablemente no conduciría a una estabilización sostenible de los precios y aumentaría la deuda. Triple castigo

Reindustrialización de Europa

En segundo lugar, Europa debe hacer frente a su dependencia industrial, militar y energética, que el COVID-19 y la guerra de Ucrania han puesto brutalmente de manifiesto. La consiguiente necesidad de relocalización ofrece la oportunidad de reindustrializar los países europeos en caso necesario. Francia es un candidato obvio, sobre todo porque sus instalaciones nucleares suponen una gran ventaja competitiva, especialmente si se modernizan y desarrollan. Pretender convertirse o seguir siendo una nación industrial sin controlar el suministro energético ya no es una opción. Habrá que tomar posiciones.

Los empleos industriales están bien pagados gracias a las cualificaciones que requieren y a la creciente productividad de las empresas del sector. El entorno inflacionista es más que nunca una razón para hacer grandes esfuerzos de productividad, lo que permite una industria moderna. La reindustrialización podría ser una razón para reorientar el ahorro de los hogares hacia activos que alineen sus intereses con los del Estado, porque son potencialmente rentables incluso en un entorno inflacionario.

Al mismo tiempo, promover la participación de los trabajadores en los resultados de sus empresas sería una forma complementaria y virtuosa de indexar sus ingresos a la inflación. Varias grandes empresas han anunciado recientemente nuevos programas para promover que los empleados se conviertan en accionistas.

La moral y la necesidad de eficiencia

El tercer camino a trazar es complementario a los otros dos: intentar conciliar el deseo de moralidad con la necesidad de eficacia. Para ello, hay que redescubrir el espíritu económico, que nos recuerda que el deseo de una economía más moral no puede abstraernos durante mucho tiempo del principio de realidad.

Ocurre lo mismo con la geopolítica que con las limitaciones energéticas. La disponibilidad de energía responde a factores físicos que no podemos ignorar. El entorno actual muestra claramente que el ritmo elegido para la transición energética es demasiado rápido, contribuye a la inflación y genera un riesgo de desajuste entre la oferta y la demanda de energía.

Si el principio de realidad volviera a guiar las decisiones políticas y económicas más «impactantes», el período actual podría ser propicio, con un poco de imaginación y audacia, para la entrada en un período de prosperidad compartida más ampliamente. Un entorno de tendencia inflacionista, reconstrucción a través de la reindustrialización, apoyo a una clase media que promueva una dinámica económica positiva... La etapa que se avecina puede tener algunas similitudes con nuestra querida edad de oro del capitalismo.

El retorno de la inflación tendrá un profundo impacto en la gestión de activos. Este regreso podría anunciar también la vuelta del ciclo económico tras un paréntesis de 12 años, un entorno propicio para la alternancia de los rendimientos de los activos financieros (renta variable y renta fija, valores de crecimiento y cíclicos, deuda privada y pública, el dólar y el oro). Esto dará a la gestión activa el lugar que le corresponde gracias a su capacidad para identificar rápidamente los cambios en el ciclo económico.

(*) Fréderic Leroux, miembro del comité de inversión estratégico de Carmignac.

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