Guerra de aranceles: un posible descenso hacia “El infierno tan temido”

Recrudece la guerra comercial entre EE.UU. y China, con riesgo de estanflación en la economía global

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Abril de 2025 quedará para el recuerdo. Pocas veces se vivieron tiempos de incertidumbre global tan grande. En lo que va del siglo XXI, hubo dos episodios de elevada volatilidad en los mercados: la crisis de hipotecas subprime en 2008 y la pandemia de 2020. La guerra arancelaria desatada por el gobierno de Trump —que no comenzó el 2 de abril con el “día de la liberación”, sino en febrero con el torrente de amenazas a pocos días de haber asumido—, es el tercer episodio de volatilidad extrema con caída vertical enel precio de las accionesen EE.UU. y el resto del mundo (gráfico 1).

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Lo insólito es que, a diferencia de los casos anteriores, en esta ocasión el daño no se debió al pinchazo de una burbuja especulativa o a un shock sanitario; fue enteramente autoinfligido por la acción gubernamental. La explicación es sencilla: el precio de la acción de una empresa equivale al valor presente de su flujo de fondos esperados. Una baja en el precio significa una expectativa de menores ventas futuras; eso es exactamente lo que ocurrió a raíz de la contracción prevista del comercio mundial. Puesto en números: el índice accionario S&P 500 se desplomó 12,4% en apenas cuatro jornadas de operativa hasta el 8/4 (día previo a la supuesta entrada en vigor de los “aranceles recíprocos”). Desde que el índice comenzó a medirse en 1950, pocas veces se registró una caída de tal magnitud en un lapso tan breve.

El arancel medio de EE.UU. era de 2,5%. Tras el anuncio del 2/4 quedaría por encima del 20%. Es decir, la mayor tasa en los últimos 100 años. Insólitamente, los nuevos aranceles diferenciales no serían sobre productos, sino sobre países, siguiendo un criterio mercantilista de gravar más a aquellos con quienes mayor sea el déficit comercial relativo. A China se le iba a aplicar un 34%. El 4/4 el gobierno chino reaccionó fijando un arancel espejo, y el 7/4 Trump retrucó elevando la tasa al 104%; el 9/4 China lanzó un vale cuatro elevando su arancel a 84%. Debido a “la falta de respeto que China ha mostrado a los mercados mundiales”, Trump anunció una elevación adicional al 125% (en realidad 145% sumando medidas previas). El 11/4 China anunció otro aumento espejo llevando su arancel al 125%, y aclaró en comunicado oficial que “China no desea una guerra comercial, pero no la teme”. A los efectos prácticos, semejantes niveles son asimilables a un embargo, por lo que pierde sentido continuar subiendo la tasa.

La situación sería cómica si no se reparase en el impacto sobre el bienestar global. Sólo puede entenderse desde el punto de vista geopolítico y de lucha de poderes, pues en lo económico trae empobrecimiento. Para EE.UU. no sólo afecta a sus consumidores que sufrirán un aumento de precio (podría ser mitigado en caso de disminución del precio internacional del producto importado por efecto de la menor demanda mundial, aunque nada garantiza que lo compense) sino también a muchas empresas estadounidenses. Téngase en cuenta que las exportaciones de bienes de EE.UU. a China en 2024 totalizaron US$ 160.000 millones. Con un arancel chino del 125% la demanda debería colapsar, significando una caída en las ventas cercana a esa cifra. Pero también se verán perjudicadas empresas cuya cadena de suministros involucra la importación de insumos o productos finales elaborados en China (Apple, General Motors, Tesla, Ford, Intel, Procter & Gamble, etc.). La aspiración de Trump es que dichas empresas muden sus instalaciones productivas a EE.UU. Eso está por verse si ocurrirá, y requeriría un complejo rediseño logístico y de modelo de negocio que puede llevar años. Si al final ocurriera, el margen empresarial sería salvaguardado por el paraguas del arancel estadounidense. En cualquier caso, los consumidores salen perdiendo por el aumento de precios.

El 9/4 hubo una luz de esperanza: Trump anunció la suspensión por 90 días del alza universal de los “aranceles recíprocos” —manteniendo, eso sí, un piso de 10%— en vista de que varios países mostraron disposición a negociar concesiones. Esto dio un aire al mercado y la bolsa registró un rebote, aunque el 10/4 volvió la corrección a la baja.

El problema es que China quedó exceptuada de la suspensión, manteniéndose el arancel en 145%. Las exportaciones de China hacia EE.UU. en 2024 fueron de US$ 525.000 millones y representan el 15% del total (gráfico 2).

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Por tanto, el golpe será muy duro para su economía. En este contexto, no debería extrañar que, en pos de buscar nuevos mercados para compensar la caída, el gobierno reaccione con una devaluación del yuan. Tras lo cual, la guerra comercial derivaría en una guerra de monedas.

¿Cómo está Uruguay frente a estos acontecimientos? Podría pensarse que el azote de Trump fue leve al quedar el arancel en la franja inferior del 10%. De todos modos, sigue siendo un encarecimiento del producto uruguayo para el consumidor estadounidense con riesgo de caída en la demanda. Además, tras la suspensión del 9/4 la ventaja relativa con otros países desapareció, ya que todos quedan gravados a la misma tasa. EE.UU. es el tercer destino de exportaciones uruguayas, y lo que exportamos es mayormente carne (50%), celulosa (20%), subproductos cárnicos (10%) y madera (7%). Hasta el 9/4, las colocaciones de carne eran libres hasta las primeras 20.000 toneladas, y luego estaban gravadas al 26,4% (en 2024 exportamos más de 150.000 toneladas según INAC). Ahora la tasa será de 10% y 36,4% respectivamente. En la colocación de carne a EE.UU., Uruguay compite con Australia, Canadá, México, Brasil y Nueva Zelanda (gráfico 3).

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Tres de estos competidores quedarán gravados a la tasa adicional del 10% lo cual no implica cambios de competitividad en precios relativos. Pero Canadá y México seguirán ingresando libre de aranceles, pues —a diferencia de los vehículos y el acero— la carne está cubierta por el T-MEC. Por tanto, hay una pérdida de competitividad de precios con estos dos países cuyo impacto final sólo podría ser mitigado por la preferencia del consumidor estadounidense en favor de la carne uruguaya, al no ser productos homogéneos.

Más preocupante aún es el impacto indirecto. Es probable que la guerra comercial entre EE.UU. y China derive en una recesión en ambos países. Al menos así ocurriría en EE.UU., a juzgar por las expectativas del mercado (gráfico 4).

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Esto podría desembocar en una recesión global por el peso de ambos en el comercio internacional. Por ahora Uruguay se beneficia de la caída en el precio el petróleo, pero debemos estar preparados para una posible contracción en la demanda externa. Por otra parte, una devaluación del yuan gatillaría una ola de depreciaciones en economías emergentes, con riesgo de aceleración inflacionaria y salida de capitales en busca de activos financieros en monedas más duras.

Recemos para que prevalezca la cordura y los líderes de las grandes potencias se sienten a negociar la reversión de esta ominosa escalada proteccionista. Mientras eso no ocurra, quienes hayan leído el cuento homónimo de Juan Carlos Onetti entenderán el título de la columna. Sólo que en este caso la sensación de asfixia, desesperación y venganza a la que puede devenir este conflicto no es entre un hombre y una mujer, sino entre cientos de millones de habitantes.

 - El economista Marcelo Sibille es gerente senior del área de asesoramiento económico y financiero de KPMG en Uruguay.

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